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i a que he concurrido desde vuestra reunir n del año próximo pasado, i a indicaros los trabajos que piensa emprender, de acuerdo con los representantes de la Nación, para remediar gradualmente las públicas necesidades i adelantar con la posible rapidez la obra grandiosa de nuestra rejeneracion social
SESION EN II DE OCTUBRE DE 1843

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''Orden público.'' —Cuando en 1839 tuve el honor de duijirme al Congreso para cumplir el mismo deber que cumplo hoi, empecé a hablarle sobre la materia mas importante de cuantas tengo que tocar, con estas palabras: "Nada al presente seria para mí mas agradable i lisonjero que poder decir a los depositarios de la Soberanía Nacional: en la época que comprende mi esposicion, el órden público no ha sido perturbado. ¡Cuánto regocijaría esta sola frase el ánimo de los que conocen la influencia bienhechora de la tranquilidad sobre el bienestar de los Estados!" Pero un deber que no poco me habria complacido yo en c|ue no hubiese existido, como lo dije también, me obligó entónces a hacer alusion a un horrible sacrificio que ni presumirse podía que en Chile alguna vez se consumase, a un atentado en todos sentidos espantoso que hubiera sido inesplicable a no revelarnos su mismo feroz cacácter que su oríjen estaba bien léjos de nosotros; i cuando casi humeaba aun la sangre de la víctima inmolada a la ambicion i al desenfreno, i cuando se acababa de conmover por sus cimientos la tranquilidad de la República, mal podia yo salir de la esfera de las probabilidades para augurar que seria duradera, que se hallaba consolidada esa misma tranquilidad. Forzoso me era entónces pues, limitarme a espresar mis deseos i avanzar a lo sumo respecto a la conservación del órden público, una espresion de esperanza; mas ahora, ¡con cuánta satisfacción me presento a vosotros, no ya para hablaros de ese órden como un bien precioso que debemos procurar, no para anunciar simplemente que no ha sido interrunpido, sino para aseguraros que no existe talvez ni la posibilidad de que él sea alterado! ¿Quereis oir lo que me inspira esta firme i halagüeña confianza? Voi a decíroslo. Ella está apoyada en el magnífico cuadro que a los ojos del mundo presenta hoi la gran familia chilena; en la cordura i sensatez características de mis conciudadanos; en los testimonios que todos los dias se dan de amor a las instituciones i de profundo respeto a la moral pública, en los efectos que felizmente ha producido ya una larga i lamentable esperiencia de lo terrible que son aquellas tempestades que con la ventura individual asolan, aniquilan la de una nacion entera; en el apego al trabajo, que sólo puede ser provechoso a la sombra de la quietud jeneral, que rápidamente se fortifica i que en breve se convertirá en el mas saludable de los hábitos; en los conatos por servir a la patria que han sucedido a los que ántes se empicaban en su daño; en el aniquilamiento de aquellas odiosas pasiones, en la muerte de aquellos rencores, que en épocas ménos felices que la actual, desgarraron el corazon de
i a que he concurrido desde vuestra reunir n de!
la República; i también, señores, se funda tal confianza en los principios, a los procederes del Gobierno a que me honro mucho de pertenecer; principios que nada hai que infunda el temor de que puedan ser desventajosamente modificados, que tienen por base una absoluta carencia de toda afeccion de partido, que estriban en la justicia i en la mas estricta imparcialidad, que tienden a proporcionar a todos los puros goces de la libertad civil hasta donde pueda gozarse sin peligro, que son, si no me engaño, los de un verdadero padre del pueblo.
año próximo pasado, i a indicaros los trabajos

que piensa emprender, de acuerdo con los re
Acabo de decir que nada hai que haga temer que tan recomendables principios sufran una desfavorable alteración. I en efecto ¿por qué habia el Gobierno de resolverse a abandonarlos? ¿Por qué se habia de decidir a constituirse en juguete de pasiones ajenas, a ser injusto, a destruir la armonía, el equilibrio natural de la sociedad, a desquiciar el mas hermoso monumento que puede erijirse en un estado? Yo no diviso un solo motivo suficientemente poderoso para que la actual Administracion deje de obrar como dijo el rei Luis Felipe en su primer discurso a la Representacion Nacional de los franceses, que debia hacerlo todo gobierno justo, a saber: respetando todos los derechos, cuidando de todos los intereses, no estableciendo mas distinciones que las que marcan el patriotismo i el saber, rodeándose de los buenos ciudadanos sin atender al nombre de la fraccion política a que pertenecen o pertenecieron. Sentados estos antecedentes, ¿habrá alguno bastante arrojado, bastante temerario que no se estremezca con sólo la idea de un trastorno del órden presente que se atreva siquiera a dar un paso que pudiera comprometer el mas alto de los bienes que la Providencia Suprema nos ha dispensado? Tampoco esto es pasible, señores: pero si desgraciadamente lo fuese, si hubiese alguna alma perversa encuyos abominables cálculos entrase el despojar al pais de su mas rica joya, nada, nada absolutamente lograria; porque su voz no encontraria ecos ni simpatías, porque no se atreveria a chocar con los sentimientos de la comunidad, porque no osaría atacar el bienestar de que cada ciudadano siente que él goza i que goza su patria, porque en fin, no tendria valor para deslustrar el bello espectáculo que tenemos a la vista. Veamos cuáles son los frutos que ha empezado a producir ya tan lisonjero órden cosas: ¿qué chileno no los saborea? Núestra jóven República ocupa un lugar que no es ciertamente de los últimos en la imponente lista de los pueblos cultos; su crédito no cede al de ninguno de los que aparecieron mucho ántes que ella en la escena política; la opinion pública que es el mas seguro apoyo con que el Gobierno cuenta, ejerce libremente su poder
presentantes de la Nación, para remediar gradual-
mente las públicas necesidades i adelantar con
la posible rapidez la obra grandiosa de nuestra
rejeneracion social
Orden público.— Cuando en 1839 tuve el ho-
nor de duijirme al Congreso para cumplir el
mismo deber que cumplo hoi, empecé a ha-
blarle sobre la materia mas importante de cuan-
tas tengo que tocar, con estas palabras: "Nada
al presente seria para mí mas agradable i lison-
jero que poder decir a los depositarios de la
Soberanía Nacional: en la época que comprende
mi esposicion, el órden público no ha sido per-
turbado. ¡Cuánto regocijaría esta sola frase el
ánimo de los que conocen la influencia bienhe-
chora de la tranquilidad sobre el bienestar de
los Estados!" Pero un deber que no poco me
habria complacido yo en c|ue no hubiese exis-
tido, como lo dije también, me obligó entónces
a hacer alusión a un horrible sacrificio que ni
presumirse podía que en Chile alguna vez se
consumase, a un atentado en todos sentidos es-
pantoso que hubiera sido inesplicable a no reve-
larnos su mismo feroz ca.'ácter que su oríjen
estaba bien léjos de nosotros; i cuando casi
humeaba aun la sangre de la víctima inmolada
a la ambición i al desenfreno, i cuando se aca-
baba de conmover por sus cimientos la tranqui-
lidad de la República, mal podia yo salir de la
esfera de las probabilidades para augurar que
seria duradera, que se hallaba consolidada esa
misma tranquilidad. Forzoso me era entónces
pues, limitarme a espresar mis deseos i avanzar
a lo sumo respecto a la conservación del órden
público, una espresion de esperanza; mas ahora,
¡con cuánta satisfacción me presento a vosotros,
no ya para hablaros de ese órden como un bien
precioso que debemos procurar, no para anun-
ciar simplemente que no ha sido interrunpido,
sino para aseguraros que no e xistetalvez ni la po-
sibilidad de que él sea alterado! ¿Quereis oir lo
que me inspira esta firme i halagüeña ce nfianza?
Voi a decíroslo. Ella está apoyada en el mag
nífico cuadro que a los ojos del mundo presenta
hoi la gran familia chilena; en la cordura i sen-
satez características de mis conciudadanos; en
los testimonios que todos los dias se dan de
amor a las instituciones i de profundo respeto
a la moral pública, en los efectos que felizmente
ha producido ya una larga i lamentable espe-
riencia de lo terrible que son aquellas tempes-
tades que con la ventura individual asolan, ani
quilan la de una nación entera; en el apego al
trabajo, que sólo puede ser provechoso a la
sombra de la quietud jeneral, que rápidamente
se fortifica i que en breve se convertirá en el
mas saludable de los hábitos; en los conatos por
servir a la patria que han sucedido a los que án
tes se empicaban en su daño; en el aniquila-
miento de aquellas odiosas pasiones, en la muer-
te de aquellos rencores, que en épocas ménos
felices que la actual, desgarraron el corazon de
la República; i también, señores, se funda tal
confianza en los principios, a los procederes del
Gobierno a que me honro mucho de pertenecer;
principios que nada hai que infunda el temor
de que puedan ser desventajosamente modifica-
dos, que tienen por base una absoluta carencia
de toda afección de partido, que estriban en la
justicia i en la mas estricta imparcialidad, que
tienden a proporcionar a todos los puros goces
de la libertad civil hasta donde pueda gozarse
sin peligro, que son, si no me engaño, los de un
verdadero padre del pueblo.
Acabo de decir que nada hai que haga temer
que tan recomendables principios sufran una
desfavorable alteración. I en efecto ¿por qué ha-
bia el Gobierno de resolverse a abandonarlos?
¿Por qué se habia de decidir a constituirse en
juguete de pasiones ajenas, a ser injusto, a des-
truir la armonía, el equilibrio natural de la so-
ciedad, a desquiciar el mas hermoso monumen-
to que puede erijirse en un estado? Yo no divi-
so un solo motivo suficientemente poderoso
para que la actual Administración deje de obrar
como dijo el rei Luis Felipe en su primer dis-
curso a la Representación Nacional de los fran-
ceses, que debia hacerlo todo gobierno justo, a
saber: respetando todos los derechos, cuidando
de todos los intereses, no estableciendo mas
distinciones que las que marcan el patriotismo
i el saber, rodeándose de los buenos ciudadanos
sin atender al nombre de la fracción política a
que pertenecen o pertenecieron. Sentados estos
antecedentes, ¿habrá alguno bastante arrojado,
bastante temerario que no se estremezca con
sólo la idea de un trastorno del órden presente
que se atreva siquiera a dar un paso que pudie-
ra comprometer el m is alto de los bienes que
I.a Prov dencia Supremi nos ha dispensado?
Tampoco esto es pasible, señores: pero si des-
graciadamente lo fuese, si hubiese a'guna alma
perversa encuyos abo ninablescálculos entrase el
despojar al pus de su mis rica joya, nada, nada
absolutamente lograría; pjrt[ue su voz no en-
contraría ecos ni sim atí.as, porque no se atre-
vería a chocar con los sentimientos de la comu-
nidad, porque no osaría atacar el bienestar de
que cada ciudadano siente que él goza j que
gaza su patria, porque en fin, no tendría valor
para deslustrar el bello espectáculo que teñe-'
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pie ha empezado a producir ya tan lisonjero
órden cosas: ¿qué chileno no los saborea? Núes
tía jóven República ocupa un lugar que no es
ciertamente de los últimos en la imponente lis-
ta de los pueblos cultos; su crédito no cede al
de ninguno de los que aparecie on mucho án-
tes que ella en la escena política; la opinion
pública que es el mas seguro apoyo con que el
Gobierno cuenta, ejerce libremente su poder