Diferencia entre revisiones de «Historia de la Compañía de Jesús en Nueva-España. Tomo I: Libro segundo»

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[Nuevo socorro de misioneros] Tal era la ocupación de los padres en Huixquiluca, que podemos llamar un seminario de varones apostólicos, cuando llegó a Veracruz un nuevo socorro de compañeros, que habían de hacer después un gran papel en la provincia. El padre Antonio de Torres, dotado de un singular talento de púlpito, y después de algunos años volvió a la Europa, y a quien hasta hoy reconocen como a su apóstol las islas Terceras. El padre Bernardino de Acosta, de una prudencia consumada en el gobierno, de que gozaron por algunos años los colegios de Valladolid, Oaxaca, Guadalajara y la casa profesa de México. Padre Martín Fernández, insigne ministro de espíritu, de cuyas luces y maternales entrañas se sirvió muchos años la provincia en la importante ocupación de maestro de novicios. El padre Juan Díaz, que después de —155→ haber leído con aplauso de Córdoba y Sevilla, y ocupado en la Nueva-España puestos muy lustrosos, se redujo a la simplicidad de la infancia, aprendiendo en su vejez las lenguas de los indios, y acomodándose a su rusticidad para ganarlos a Jesucristo. El padre Andrés de Carried incansable operario. Los padres Francisco Ramírez y Juan Ferro, cuya memoria vive aun en olor de suavidad en la provincia de Michoacán y nación de los tarascos, de que pueden llamarse apóstoles, y otros muy distinguidos en letras y en virtud. [Historia del padre Alonso Sánchez] Entre todos merece particular atención el padre Alonso Sánchez, gran siervo de Dios, pero de un espíritu vehemente y austero, que fue necesario a los superiores moderar muchas veces: magnánimo para emprender cosas grandes cuando le parecían conducentes a la gloria de Dios, y constante y tenaz en proseguirlas a pesar de las persecuciones y estorbos que a semejantes empresas nunca deja de oponer el mundo. Para la perfecta inteligencia de lo que habremos de decir, conviene tomar la cosa desde más alto, y hacerles tomar a nuestros lectores una idea justa del carácter de este hombre raro. Estudiando la filosofía en Alcalá el último año de su curso, determinó, a imitación de los antiguos anacoretas, pasar el resto de sus días lejos del bullicio del mundo en la contemplación y el ayuno. Confió su resolución a un clérigo condiscípulo y grande amigo suyo. Era de una singular energía y felicidad en explicarse, y en el ánimo de un sujeto inclinado a la virtud, tuvieron sus discursos toda la eficacia que se había prometido. El buen eclesiástico le aprobó el proyecto y se ofreció a acompañarle. Resolvieron antes de retirarse visitar a algunos de los principales santuarios de España. De Alcalá salieron a Guadalupe, de allí a la Peña de Francia, y luego a Monserrate en el reino de Cataluña. Caminaban a pie y descalzos, si no es a la entrada de los pueblos, en que entraban calzados, por evitar la nota. Mendigaban de puerta en puerta el necesario sustento en traje de peregrinos, y el padre Alonso Sánchez en todo el tiempo de la romería trajo ceñida al cuerpo una soga muy áspera. Iban en silencio y continua oración que no interrumpían sino para tratar algún rato de su principal designio para tomar las medidas conducentes a su ejecución, y animarse a la perseverancia. Tal era la disposición de entrambos ánimos, cuando el sacerdote, hombre más maduro y también más versado en las cosas de Dios, comenzó a disgustarse de aquel género de vida. Parecíale que un género de vida tan irregular y tan extraño, no debían haberlo emprendido sin encomendarlo mucho tiempo al Señor sin haberlo —156→ pesado muy maduramente, y sin haber consultado algunos sujetos graves y muy versados en el camino del espíritu. Estos pensamientos le atormentaban bastantemente, y sin embargo, se veía precisado a callar y disimular su congoja. Tenía bien conocido el carácter de su compañero, y veía cuanto le había costado aquella resolución, haber cortado el hilo de sus estudios, perdido su colegiatura, y divulgádose ya su ausencia en la universidad, en que era generalmente conocido y estimado por sus talentos nada vulgares. En esta lucha de pensamientos, habían llegado ya a la sierra, en cuya cumbre está el famoso monasterio de San Benito y Santuario de Monserrate. Pareciole al buen clérigo tiempo y lugar oportuno para abrirse a su compañero, manifestándole que le parecía errado aquel camino, que mejor les estaría seguir otra vez el rumbo de sus estudios, o que a lo menos se siguiese el dictamen de hombres cuerdos e ilustrados, que supiesen discernir el carácter de la verdadera vocación de Dios. Que si su Majestad los llamaba a estado más perfecto, tenía la Iglesia religiones santísimas, y diferentes institutos, que podían seguir sin peligro. El padre Alonso Sánchez no pudo oír razones tan graves sin una extrema indignación. Lo trató de cobarde e inconstante en sus resoluciones, añadió otras muchas injurias con un tono agrio e insultante, de que quedó bastantemente mortificado el eclesiástico, que se retiró en silencio y encomendó muy de veras a Dios el éxito de aquella empresa. Visitaron aquel famoso santuario, y el padre Sánchez, que se había apartado gran trecho de su compañero, salió primero de la iglesia, y comenzó a visitar las ermitas que están en lo más alto del monte, en que hacen vida solitaria y penitente algunos de los monjes. La vista sola de aquella santa soledad, aquel silencio, aquella opacidad, todo le inspiraba deseos ardientes de dejar el mundo y retirarse a pasar semejante vida en los desiertos. Con estas disposiciones llegó a la última y más encumbrada ermita, consagrada a San Gerónimo. Halló sentado a la puerta un anciano monje de rostro venerable y macilento, que con un tono grave, entrad, le dijo: haced oración y salid luego, que me conviene hablaros. En efecto, al salir de la pequeña iglesia, le tomó por la mano y llevándolo a una roca algo apartada del camino, le descubrió sus intentos, y lo que había tenido con su compañero en el camino. Le reprendió severamente su dureza de juicio, y le mandó seguir el consejo de aquel piadoso eclesiástico: y no dudéis, le dijo, que haréis en eso la voluntad de Dios.
 
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El buen joven sobrecogido de temor y persuadido a que Dios para su remedio había manifestado a aquel siervo suyo sus más ocultos pensamientos, prometió obedecerle prontamente. Se juntó con su compañero refiriéndole el caso y pidiéndole con lágrimas perdón de los excesos a que le había conducido su imprudente fervor. Bajaron al monasterio, y después de haberse confesado y recibido la sagrada Eucaristía, volvieron a Alcalá, donde habiendo el padre Sánchez recobrado su colegiatura, y acabado con grande aprovechamiento el curso de artes, determinó y consiguió con facilidad ser admitido en la Compañía. En el noviciado se distinguió luego entre todos, por un extraordinario fervor y excesiva penitencia, en que tuvieron los superiores mucho que corregirle. Concluidos los dos años, reconociéndose en él un fondo de voluntariedad y un espíritu de singularizarse, determinaron que convenía mortificarle en lo más vivo del honor, y hacerle conocer cuanto este género de mortificación es más doloroso y meritorio, que las corporales asperezas. Se le mandó que con sotana parda caminase a pie al colegio de Plasencia a estudiar la ínfima clase de gramática; señaláronle por contrario un niño muy hábil de feliz memoria y de una gran viveza y prontitud en las reglas del arte. Este, con aquella inocencia propia de su edad, le provocaba cada día a la disputa, le corregía con mofa el menor descuido, y argüía con él de aquellas menudencias de tiempos, y de declinaciones como con otro su igual. En un ejercicio de tan sensible humillación perseveró seis meses, con una paciencia y modesta alegría, de que satisfechos los superiores, le mandaron a estudiar la teología al colegio de Alcalá. Aquí fue condiscípulo del padre Juan Sánchez, que confiesa haberse debido toda su aplicación y aprovechamiento en las matemáticas, en que fue aventajado. Salió el padre Alonso Sánchez excelente teólogo, buen latino, buen orador, y con singulares aplausos de poeta latino y castellano. Acabados sus estudios, conforme al decreto de San Pío V, que se guardaba en aquel tiempo, hizo su profesión de tres votos, y se ordenó de sacerdote. Después de algunos años fue elegido rector del colegio de Navalcarnero, cuyo curato estaba a cargo de la Compañía en la diócesis de Toledo. Sus demasiados fervores y la rigidez inflexible de su genio, le atrajeron sobre sí y sobre la Compañía la indignación del gobierno de aquel arzobispado. Para satisfacerle y corregir al padre, lo enviaron con sotana parda a leer gramática al colegio de Caravaca. Este golpe acabó de desengañarlo. Resolvió entregarse del todo a la penitencia y a la oración. —158→ En ella empleaba constantemente cuantos ratos le dejaba libre la obediencia, cosa que observó después toda su vida. En este intermedio fue señalado de nuestro padre general para esta provincia. De aquí fue nombrado con el padre Antonio Sedeño para la vice-provincia de Filipinas. Pasó después de algunos años a la gran China, con el proyecto de establecer entre este imperio y aquellas islas un comercio franco. Penetró más de setenta leguas de la tierra adentro. Pasó de ahí a Macao, llevando allá la nueva de la muerte del rey don Sebastián, y de haberse incorporado el reino de Portugal a la corona de Castilla, en la persona del rey católico don Felipe II. Sosegó los ánimos conmovidos de aquellos portugueses, y pudo tanto con su autoridad y sus razones, que fue aquella ciudad la primera que en la Asia portuguesa reconoció y juró obediencia a aquel gran príncipe. Navegó al Japón, y habiendo naufragado a la costa de la Formosa, estuvo tres meses en aquellas playas, hasta que de los fragmentos de la nave destrozada, pudieron formar un pequeño barco en que volvió a Filipinas. Todos los órdenes de estas nuevas islas, le nombraron por su procurador a la corte de Esparta, para tratar con su Majestad asuntos importantes al comercio y buen gobierno de aquella república, y singularmente sobre la conquista del imperio de la China. Las sólidas razones del padre, su felicidad en proponerlas, y los arbitrios que le sugerían su imaginación fecunda en este género de expedientes políticos, tenía ya muy inclinado el ánimo del rey y de sus consejeros. Mientras acababan de tomarse las medidas proporcionadas para una empresa de tanta importancia, partió a Roma con la doble comisión de tratar con Su Santidad y con nuestro muy reverendo padre general negocios pertenecientes al gobierno eclesiástico de aquellos países, y al establecimiento de la nueva vice-provincia. Hizo en aquella capital del mundo su profesión de cuarto voto, y enviado a España por el padre general, murió en el colegio de Alcalá.