Diferencia entre revisiones de «Curarse en salud»

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== III ==
Dolores estaba sentada en su ventana dedicada a la costura, no sin que con más frecuencia de la que al señor Candelario convenía dirigiera a hurtadillas su mirada hacia el sitio en que solía el Caperuza hacer el centinela.
 
Tardaba más que de costumbre aquel día el Caperuza, y ya empezaba a impacientarse Dolores, cuando: «Cómo se parece a él ése que viene por lo alto de la calle», murmuró al divisar a Antonio, el cual, dichoso y contento por lo que aquella mañana hubo de decirle el viejo, avanzaba no con aire de palomino atontado ni con el sombrero calado hasta las orejas como otras veces, sino airoso, suelto, con el legítimo cordobés inclinado a lo truhán sobre la sien izquierda, andando con paso gallardo y rítmico y con el rostro radiante de expresión y de malicia.
 
Dolores se restregó los ojos; aquél no podía ser el pelmazo de todas las tardes; aquél era otro hombre sin duda, y en esta creencia se hubiera quedado si el Caperuza, al llegar frente a la ventana, no se hubiera detenido en firme, y avanzando hacia ella no le hubiera dicho con acento suplicante y acariciador, al par que se llevaba respetuosamente la mano al ala del sombrero:
 
-¿No le parece a usté, maravilla, que ya he hecho bastantes méritos pa que yo me entere de cómo trata usté a los hombres que se quedan por mo de usté sin sentío?
 
 
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Y dos horas eran transcurridas cuando...
 
-¿Vuelvo mañana, delirio? -preguntábale el Caperuza a la Chicharito mirándola con ojos centelleantes y apasionados.
 
Y Dolores vaciló un punto al acordarse del señor Candelario, de aquel pobre viejo para el cual un desengaño sería peor que una puñalada trapera; pero al acordarse de él se acordó de su imponente abdomen, de sus enormísimos mofletes, de su luciente calva, y miró después al Caperuza y...
 
-Güeno, pues vuelva usté mañana -le repuso, incorporándose gallardamente.
 
Y aquella noche, cuando el señor Candelario se retiró a su casa, después de su última entrevista con Dolores, sentóse en su gran sillón de brazos y murmuró con acento henchido de pena:
 
-Buena será pa mí la medicina, pero ¡cómo me rejelea en los labios y en el corazón, cómo me rejelea!
 
Y al decir esto, dos gruesas lágrimas se abrieron paso por entre sus párpados y resbalaron lentamente por sus rugosas mejillas.
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