Diferencia entre revisiones de «Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XXIV (1835-1839).djvu/498»

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Los romanos decretaban una corona al que salvase la vida de un conciudadano: Antonino Pío, oyendo celebrar las hazañas i conquistas de César esclamó: "No es su gloria la que envidio, i yo prefiero ahorrar la sangre del último de mis súbditos que destruir millares de enemigos." Estas son las reglas que dirijían a Roma en todo su esplendor, i han seguido los hombres eminentes, los bienhechores del jénero humano.
Los romanos decretaban una corona al que

salvase la vida de un conciudadano: Antonino Pío,

oyendo celebrar las hazañas i conquistas de César
Estos principios no guían al valor brutal, pero son propios de hombres racionales i sensibles. Quizas ha sido una dicha para Chile que el Jeneral Blanco mandase nuestro ejército. Estoi mui léjos de rebajar los talentos de los otros Jenerales.
esclamó: "No es su gloria la que envidio, i yo

prefiero ahorrar la sangre del último de mis súb-

ditos que destruir millares de enemigos."
La Patria tiene militares valientes que pueden defenderla con honor, principalmente algunos que permanecen retirados i no reconocen el Gobierno; pero, a otro cualquiera, colocado en la situación del Jeneral Blanco, hubiera parecido una villanía toda entrevista con un enemigo irritado por ultrajes tan vivos i punzantes, i aconsejado de su arrojo habría desdeñado todo avenimiento, aventurando primero un golpe de desesperación que lo arruinase, ántes que salvar por un arbitrio en que la jenerosidad aparecía de parte de su enemigo. Él ha sido superior a un falso pundonor, i ha estimado en mas que su propia bizarría la sangre de sus amigos i el bien de la Patria. En su carácter franco, sincero i en sus modales nobles encontró un espediente para
Estas
acallar los celos, los resentimientos, tratar de igual a igual con el enemigo i concluir un tratado que, por mas que se vocifere, no es degradante para Chile.
son las reglas que dirijían a Roma en todo su

esplendor, i han seguido los hombres eminentes,

los bienhechores del jénero humano.
No ignoro que el timbre mayor de un guerrero es realzar la gloria de su Patria, triunfando de sus enemigos i ejecutando las empresas confiadas a su valor; pero tambien su primera obligación es atender a la salvación de las tropas que están bajo su custodia i no esponerlas a una completa ruina. Conservándolas, puede la Patria volver de su abatimiento, rechazar ventajosamente a sus contrarios i recuperar su grandeza i señorío. Perdiéndolas, el enemigo cobra soberbia, la Patria desmaya, el valor se anonada i todo sucumbe. Si un Jeneral marcha denonado al frente de sus compatriotas i se convence que el lugar que destinaba para sus trofeos puede cambiarse en un teatro de desolación, es su deber, ya que no puede llenar completamente sus designios, mostrarse animoso, ocultar al enemigo su flaqueza i librar a sus compañeros de armas de una muerte inevitable por medio de condiciones
Estos principios no guían al valor brutal, pero
honrosas.
son propios de hombres racionales i sensibles.

Quizas ha sido una dicha para Chile que el Jeneral

Blanco mandase nuestro ejército. Estoi mui léjos
Hallándose el Jeneral Blanco en este caso i procediendo con arreglo a esta conducta sensata, nadie podrá acriminarlo sin parcialidad. Coloquemos en Arequipa a un Turena, a un Catinat, al guerrero mas distinguido si se quiere, ¿habrían continuado en el proyecto de ocupar al Perú con fuerzas tan reducidas como las nuestras, i apegado en ellas aquel primer fuego que les debió
de rebajar los talentos de los otros Jenerales.
inspirar al principio la seguridad del triunfo? Sus grandes almas indignadas de la fatalidad que temerariamente los espuso, i murmurando en silencio, se habrían sometido a la lei de la necesidad transijiendo con Santa Cruz. Nó, se dirá que la altivez de Luis XIV no habría tolerado esta afrenta; mas, las paces de Paucarpata nunca serán una afrenta para Chile; pueden con una leve reforma pasar entre Repúblicas iguales, i aun suponiendo que Luis XIV las hubiera desechado, este proceder no debería servirnos de regla, porque la voluntad de los Reyes quiere ser omnipotente, porque su soberbia no admitía contradicción, i su orgullo se rebela contra los golpes de la suerte i quiere disputar los acontecimientos a la inflexibilidad del destino.
La Patria tiene militares valientes que pueden

defenderla con honor, principalmente algunos

que permanecen retirados i no reconocen el Go-
Algunos espíritus limitados, que no reconocen otra diosa que la fortuna, que juzgan de todo por los resultados, pregonan la incapacidad del Jefe i su mala fé. ¡Insensatos! Llaman sobre el desgraciado la animadversión, no tributan elojios mas que a la felicidad, i hacen depender el mérito i la virtud de los caprichos del hado. Lo que respetan i veneran no es la gloria que merecen las bellas acciones, sino una causa ciega i fortuita; mas, los hombres juiciosos-piensan de otro modo: consideran las razones que influyen en los acontecimientos i no pionuncian fallos arbitrarios.
bierno; pero, a otro cualquiera, colocado en la

situación del Jeneral Blanco, hubiera parecido

una villanía toda entrevista con un enemigo irri-
Estos harán justicia al Jeneral Blanco i se convencerán que, si es responsable de no haber alcanzado el fin de la espedicion, hai otros en quienes con mas justo título gravita esta responsabilidad. No se culpe lijeramentea este Jeneral, i si se exije de su parte candor, es precisoque todos lo tengamos. Confesemos con franqueza que nos hemos dejado alucinar por simples apariencias; una especie de vértigo se apoderó de nosotros, el amor propio nos cegó, i el deseo ardiente de satisfacer nuestros agravios nos tornó
tado por ultrajes tan vivos i punzantes, i aconse-
imprudentes. Rumores vagos que presajiaban a nuestro arribo al Perú la acojida mas oficiosa, el recibimiento mas placentero i falsas relaciones de los peruanos expatriados, nos ofuscaron de una manera estraña; mas, no se tenga la avilantez de acumular en un solo individuo tantos dicterios por una falta que fué comun, nos recuerdan las horcas caudinas i pretenden que el Jeneral
jado de su arrojo habría desdeñado todo aveni-
Blanco imite la sinceridad de Postumio; mas, yo no veo semejanza alguna entre las paces de Paucarpata i las humillaciones a que sujetó Poncio al Cónsul romano.
miento, aventurando primero un golpe de deses-

peración que lo arruinase, ántes que salvar por

un arbitrio en que la jenerosidad aparecía de
La maledicencia solo puede dictar semejantes comparaciones, i encontrar analojías donde no las hai; el Cónsul, forzado a pasar con todo su ejército desarmado bajo del yugo entre los silbos i las burlas de los samnitas, sufrió las condiciones mas crueles i vergonzosas; el Jeneral Blanco, por el contrario, en medio de un clima mortífero i escaso de todos los recursos, se hace temer,
parte de su enemigo. Él ha sido superior a un
mantiene la disciplina, el brío del soldado i a ins
falso pundonor, i ha estimado en mas que su
propia bizarría la sangre de sus amigos i el bien
de la Patria. En su carácter franco, sincero i en
sus modales nobles encontró un espediente para
acallar los celos, los resentimientos, tratar de
igual a igual con el enemigo i concluir un trata-
do que, por mas que se vocifere, no es degradante
para Chile.
No ignoro que el timbre mayor de un guerrero
es realzar la gloria de su Patria, triunfando de
sus enemigos i ejecutando las empresas confia-
das a su valor; pero también su primera obliga-
ción es atender a la salvación de las tropas que
están bajo su custodia i no esponerlas a una
completa ruina. Conservándolas, puede la Patria
volver de su abatimiento, rechazar ventajosa-
mente a sus contrarios i recuperar su grandeza i
señorío. Perdiéndolas, el enemigo cobra sober-
bia, la Patria desmaya, el valor se anonada i todo
sucumbe. Si un Jeneral marcha denonado al
frente de sus compatriotas i se convence que el
lugar que destinaba para sus trofeos puede cam-
biarse en un teatro de desolación, es su deber,
ya que no puede llenar completamente sus de-
signios, mostrarse animoso, ocultar al enemigo su
flaqueza i librar a sus compañeros de armas de
una muerte inevitable por medio de condiciones
honrosas.
Hallándose el Jeneral Blanco en este caso i
procediendo con arreglo a esta conducta sensata,
nadie podrá acriminarlo sin parcialidad. Colo-
quemos en Arequipa a un Turena, a un Catinat,
al guerrero mas distinguido si se quiere, ¿habrían
continuado en el proyecto de ocupar al Perú con
fuerzas tan reducidas como las nuestras, i apega-
do en ellas aquel primer fuego que les debió
inspirar al principio la seguridad del triunfo?
Sus grandes almas indignadas de la fatalidad
que temerariamente los espuso, i murmurando
en silencio, se habrían sometido a la lei de la
necesidad transijiendo con Santa Cruz. Nó, se
dirá que la altivez de Luis XIV no habría tole-
rado esta afrenta; mas, las paces de Paucarpata
nunca serán una afrenta para Chile; pueden con
una leve reforma pasar entre Repúblicas iguales,
i aun suponiendo que Luis XIV las hubiera dese-
chado, este proceder no debería servirnos de re-
gla, porque la voluntad de los Reyes quiere ser
omnipotente, porque su soberbia no admitía
contradicción, i su orgullo se rebela contra los
golpes de la suerte i quiere disputar los aconte-
cimientos a la inflexibilidad del destino.
Algunos espíritus limitados, que no reconocen
otra diosa que la fortuna, que juzgan de todo
por los resultados, pregonan la incapacidad del
Jefe i su mala fé. ¡Insensatos! Llaman sobre el
desgraciado la animadversión, no tributan elo-
jios mas que a la felicidad, i hacen depender el
mérito i la virtud de los caprichos del hado. Lo
que respetan i veneran no es la gloria que me-
recen las bellas acciones, sino una causa ciega i
fortuita; mas, los hombres juiciosos-piensan de
otro modo: consideran las razones que influyen
en los acontecimientos i no pionuncian fallos
arbitrarios.
Estos harán justicia al Jeneral Blanco i se
convencerán que, si es responsable de no haber
alcanzado el fin de la espedicion, hai otros en
quienes con mas justo título gravita esta respon-
sabilidad. No se culpe lijeramentea este Jeneral,
i si seexije de su parte candor, es precisoque todos
lo tengamos. Confesemos con franqueza que
nos hemos dejado alucinar por simples apa-
riencias; una especie de vértigo se apoderó de
nosotros, el amor propio nos cegó, i el deseo
ardiente de satisfacer nuestros agravios nos tornó
imprudentes. Rumores vagos que presajiaban a
nuestro arribo al Perú la acojida mas oficiosa, el
recibimiento mas placentero i falsas relaciones
de los peruanos expatriados, nos ofuscaron de
una manera estraña; mas, no se tenga la avilantez
de acumular en un solo individuo tantos dicte-
rios por una falta que fué común, nos recuerdan
las horcas caudinas i pretenden que el Jeneral
Blanco imite la sinceridad de Postumio; mas, yo
no veo semejanza alguna entre las paces de Pau-
carpata i las humillaciones a que sujetó Poncio
al Cónsul romano.
La maledicencia solo puede dictar semejantes
comparaciones, i encontrar analojías donde no
las hai; el Cónsul, forzado a pasar con todo su
ejército desarmado bajo del yugo entre los silbos
i las burlas de los samnitas, sufrió las condiciones
mas crueles i vergonzosas; el Jeneral Blanco, por
el contrario, en medio de un clima mortífero i
escaso de todos los recursos, se hace temer,
mantiene la disciplina, el brío del soldado i a ins-