Diferencia entre revisiones de «Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XXIV (1835-1839).djvu/396»

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Ventura Lavalle, nuestro Encargado de Negocios en Lima. Sería desperdiciar el tiempo detenerme a probar la justicia de esta demanda. La providencia de mandarle salir del territorio peruano hubiera sido bastante, aun dado el caso que este individuo se hubiese hecho culpable de alguna
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irregularidad en el desempeño de la misión pública que le estaba confiada; pero ni ántes ni despues de aquella tropelía se ha oido imputación alguna contra su conducta; a no ser que se mire
CÁMARA DE ¡ DIPUTADOS
como una ofensa la visita que hizo al ''Aquíles'' en la mañana que precedió a la aprehensión de los buques de guerra peruanos surtos en el Callao, o el conocimiento anticipado de un hecho que fué resuelto en Santiago sin su participación, i que no le era posible impedir. Su prisión fué
Ventura Lavalle, nuestro Encargado deNegocios
puramente en odio de Chile, i apesar de la magnitud de este agravio, que hería tan profundamente el honor nacional, en obsequio de la paz estábamos determinados a contentarnos con una satisfacción moderada en que se consultase la dignidad de ámbas partes.
en Lima. Sería desperdiciar el tiempo detenerme

a probar la justicia de esta demanda. La provi-

dencia de mandarle salir del territorio peruano
El segundo punto es la independencia de Bolivia i del Ecuador, en otros términos, la conservación del equilibrio político de las Repúblicas del Sur, violentamente trastornado por una intervención cuyo objeto ostensible era restablecer el órden lejítimo en el Perú i cuyo resultado fué la usurpación de todo aquel pais por el Jeneral Santa Cruz. Solo olvidando el primero de todos los deberes de una nación, el de velar sobre su propia seguridad, podría desconocerse el derecho de las Repúblicas del Sur, que aun están exentas del yugo, para resistir con las armas una innovación que pone en tanto peligro su independencia. Si interviniendo ahora la Francia en la guerra civil de la Península, concertase con uno de los partidos la incorporacion de aquellos dos Estados en uno bajo un gobierno cualquiera, ¿lo contemplarían las naciones vecinas en silencio? ¿No se oiría un grito jeneral de indignación desde un cabo de la Europa al otro? ¿Habría quien dijiese entónces a los Estados que se declarasen contra el nuevo órden de cosas: este es un negocio en que no teneis parte, i que no ha podido llevarse a efecto sin consultaros? La historia de los pueblos civilizados es una lección continua que inculca la necesidad i demuestra el derecho de resistir a los primeros atentados de la ambición. Ella nos muestra los resultados funestos de esa culpable indolencia, que no ve el peligro sino cuando está a la puerta, i que hace caer los pueblos uno tras otro en el abismo que se les ha preparado, i de que hubieran podido salvarse juntando sus medios de defensa contra el enemigo común. Ella nos muestra lo que vale la garantía de las virtudes personales de los usurpadores i sus protestas irrisorias de moderación i justicia. El pacto nacional del nuevo pueblo Perú-boliviano ha sido ajustado entre la traición por una parte, la fuerza i la astucia por otra.
hubiera sido bastante, aun dado el caso que este

individuo se hubiese hecho culpable de alguna

irregularidad en el desempeño de la misión pú-
Chile no se entromete a defender intereses ajenos; defiende su propia salud; defiende la causa de la asociación política de que es miembro; i aunque no es el mas influente de todos, ha tenido motivos peculiares de ofensa para anticiparse a los otros en el sostenimiento de sus propios derechos i de los derechos comunes. Esto me conduce a la tercera de las bases propuestas al Ministro Plenipotenciario peruano. Aun no estaba consumado el plan de la usurpación del Perú, i de la sujeción de Bolivia al nuevo Gobierno, cuando estallaron las asechanzas contra Chile, encubiertas ántes bajo alevosas protestas de amistad. No es menester recordar el modo con que se fraguó en Lima la espedicion que vino a invadir nuestras costas; su publicidad, los elementos de que se componía, que eran buques de guerra del Estado peruano, con armas peruanas, bajo el pabellón del Perú; la parte que tuvieron en ella los empleados del Gobierno peruano; i el decreto de embargo espedido el dia despues de su salida para estorbar que un buque enviado por el ájente chileno trajiese la noticia a Chile. Se ha querido atribuir a descuido la connivencia de los empleados; i se ha dicho que el objeto del embargo fué impedir que se reuniesen a la espedicion otros buques, como si para lograr este fin hubiera sido bastante una detención de pocas horas, levantada inmediatamente que se supo que el buque portador de la noticia estaba fuera del puerto. Yo quiero suponer que el Gobierno peruano no viese lo que todo el mundo veía; no supiese lo que era sabido de todos. Admitamos que no tuvo conocimiento del destino de la espedicion hasta el 8 de Julio, fecha del decreto de embargo, o si se quiere hasta el 9, fecha de la primera comunicación que don Trinidad Morán, jefe superior del departamento, dirijió a don Ventura Lavalle, para hacerle creer que su Gobierno no había tenido parte en aquel atentado. Aun no habían trascurrido cuarenta i ocho horas. Aun era tiempo de detener la espedicion, especialmente cuando nadie ignoraba que la ''Monteagudo'' iba a reunirse con el ''Orbegoso'' en las cercanías de Huacho. ¿Por qué no se enviaron los otros buques de guerra nacionales en demanda de la ''Monteagudo'' i el ''Orbegoso'' para hacerlos volver a los puertos peruanos? ¿Por qué se solicitó la asistencia de los buques de guerra estranjeros, cuyos comandantes la habrían, sin duda, prestado con la mejor voluntad para impedir la ejecución de una empresa desautorizada que comprometía la paz de dos pueblos amigos, i los intereses del comercio, i que si no era peruana, tenía todos los caracteres de piratería? ¿Cómo es que el Gobierno peruano se limita a lavarse de la nota de complicidad con oficios privados en que se trasluce la falta de sinceridad i hasta el sarcasmo, i con una información sumaria, a que no concurren ni los empleados culpables, ni aquéllos de los principales motores de la espedicion que existían en Lima i eran conocidos de todos? ¿Cómo no intima a los autores i parti
blica que le estaba confiada; pero ni ántes ni
despues de aquella tropelía se ha oido imputación
alguna contra su conducta; a no ser que se mire
como una ofensa la visita que hizo al Aquíles en
la mañana que precedió a la aprehensión de los
buques de guerra peruanos surtos en el Callao,
o el conocimiento anticipado de un hecho que
fué resuelto en Santiago sin su participación, i
que no le era posible impedir. Su prisión fué
puramente en odio de Chile, i apesar de la
magnitud de este agravio, que hería tan profun-
damente el honor nacional, en obsequio de la
paz estábamos determinados a contentarnos con
una satisfacción moderada en que se consultase
la dignidad de ámbas partes.
El segundo punto es la independencia de
Bolivia i del Ecuador, en otros términos, la con-
servación del equilibrio político de las Repúbli-
cas del Sur, violentamente trastornado por una
intervención cuyo objeto ostensible era restable-
cer el órden lejítimo en el Perú i cuyo resultado
fué la usurpación de todo aquel pais por el Jeneral
Santa Cruz. Solo olvidando el primero de todos
los deberes de una nación, el de velar sobre su
propia seguridad, podría desconocerse el derecho
de las Repúblicas del Sur, que aun están exentas
del yugo, para resistir con las armas una innova-
ción que pone en tanto peligro su independencia.
Si interviniendo ahora la Francia en la guerra
civil de la Península, concertase con uno de los
partidos la incorporacion de aquellos dos Estados
en uno bajo un gobierno cualquiera, ¿lo contem-
plarían las naciones vecinas en silencio? ¿No se
oiría un grito jeneral de indignación desde un
cabo de la Europa al otro? ¿Habría quien dijiese
entónces a los Estados que se declarasen contra
el nuevo órden de cosas: este es un negocio en
que no teneis parte, i que no ha podido llevarse
a efecto sin consultaros? La historia de los pue-
blos civilizados es una lección continua que
inculca la necesidad i demuestra el derecho de
resistir a los primeros atentados de la ambición.
Ella nos muestra los resultados funestos de esa
culpable indolencia, que no ve el peligro sino
cuando está a la puerta, i que hace caer los
pueblos uno tras otro en el abismo que se les ha
preparado, i de que hubieran podido salvarse
juntando sus medios de defensa contra el enemigo
común. Ella nos muestra lo que vale la garantía
de las virtudes personales de los usurpadores i
sus protestas irrisorias de moderación i justicia.
El pacto nacional del nuevo pueblo Perú-bolivia-
no ha sido ajustado entre la traición por una
parte, la fuerza i la astucia por otra.
Chile no se entromete a defender intereses I
ajenos; defiende su propia salud; defiende la
causa de la asociación política de que es miem-
bro; i aunque no es el mas influente de todos, ha
tenido motivos peculiares de ofensa para antici-
parse a los otros en el sostenimiento de sus pro-
pios derechos i de los derechos comunes. Esto
me conduce a la tercera de las bases propuestas
al Ministro Plenipotenciario peruano. Aun no
estaba consumado el plan de la usurpación del
Perú, i de la sujeción de Bolivia al nuevo Go-
bierno, cuando estallaron las asechanzas contra
Chile, encubiertas ántes bajo alevosas protestas
de amistad. No es menester recordar el modo
con que se fraguó en Lima la espedicion que
vino a invadir nuestras costas; su publicidad, los
elementos de que se componía, que eran buques
de guerra del Estado peruano, con armas perua-
nas, bajo el pabellón del Perú; la parte que
tuvieron en ella los empleados del Gobierno
peruano; i el decreto de embargo espedido el
dia despues de su salida para estorbar que un
buque enviado por el ájente chileno trajiese la
noticia a Chile. Se ha querido atribuir a descuido
la connivencia de los empleados; i se ha dicho
que el objeto del embargo fué impedir que se
reuniesen a la espedicion otros buques, como si
para lograr este fin hubiera sido bastante una
detención de pocas horas, levantada inmediata-
mente que se supo que el buque portador de la
noticia estaba fuera del puerto. Yo quiero supo-
ner que el Gobierno peruano no viese lo que
todo el mundo veía; no supiese lo que era sabido
de todos. Admitamos que no tuvo conocimiento
del destino de la espedicion hasta el 8 de Julio,
fecha del decreto de embargo, o si se quiere hasta
el 9, fecha de la primera comunicación que don
Trinidad Morán, jefe superior del departamento,
dirijió a don Ventura Lavalle, para hacerle creer
que su Gobierno no había tenido parte en aquel
atentado. Aun no habían trascurrido cuarenta i
ocho horas. Aun era tiempo de detener la espe-
dicion, especialmente cuando nadie ignoraba
que la Monteagudo iba a reunirse con el Orbegoso
en las cercanías de Huacho. ¿Por qué no se en-
viaron los otros buques de guerra nacionales en
demanda de la Monteagudo i el Orbegoso para
hacerlos volver a los puertos peruanos? ¿Por qué
se solicitó la asistencia de los buques de guerra
estranjeros, cuyos comandantes la habrían, sin
duda, prestado con la mejor voluntad para impe-
dir la ejecución de una empresa desautorizada
que comprometía la paz de dos pueblos amigos,
i los intereses del comercio, i que si no era
peruana, tenía todos los caracteres de piratería?
¿Cómo es que el Gobierno peruano se limita a
lavarse de la nota de complicidad con oficios
privados en que se trasluce la falta de sinceridad
i hasta el sarcasmo, i con una información suma-
ria, a que no concurren ni los empleados culpa-
bles, ni aquéllos de los principales motores de la
espedicion que existían en Lima i eran conocidos
de todos? ¿Cómo no intima a los autores i parti-