Diferencia entre revisiones de «Garuda o La cigüeña blanca»
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El horror antisemítico que embarga el ánimo de la nobleza austriaca explica la conducta de Poldy, que parece extravagantísima y hasta inexplicable en España.
Poldy se había enamorado entrañablemente
Al pensar Poldy en esto, los cabellos se le erizaban y temblaba y tiritaba todo su cuerpo como si discurriese por él el frío que precede a la calentura.
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Resuelta estaba Poldy a no volver a ver a Isidoro: pero no había previsto otra cosa y no había formado sobre ella plan ni propósito.
A los pocos días de haberse negado ya por completo y para siempre a ver a Isidoro, Poldy recibió por el correo una carta suya. Tal vez, sin reconocer la letra, abrió la carta, tal vez reconoció la letra del sobre y sin embargo le rompió. De todos modos, una vez abierta la carta, Poldy no pudo resistir a la curiosidad y al interés que le inspiraba lo que en ella estaba escrito. Leyó pues, y vio que decía: «El enojado, el quejoso, debía ser yo y no tú, hermosa Poldy: pero el amor que me inspiras es tan alto que no se le sobreponen los enojos y es tan firme que no hay queja que le hunda ni acabe. Sigo, pues, adorándote, apesar de todos los agravios. No fui yo quien te solicitó. Tú me provocaste, tú me excitaste a que te amara enviándome tu retrato con un apasionado escrito. Me creíste brahman, nababo,
Creado su concepto en la mente de los hombres de mi casta, por ellos fue revelado al resto del humano linaje, idólatra y ciego. También el rey Salomón fundaba a Tadmor, espléndido oasis para las caravanas que iban a las orillas del Éufrates, y mandaba sus triunfadoras naves juntas con las de Hiram, a Ofir y a Lanka por un extremo, y a Gadir, a Tarsis y aun a las remotas Casitérides por el otro. Desde allí le traían, para autoridad, pasatiempo y deleite de él y de sus súbditos, cobre, estaño y ámbar, cándidas pieles de armiños y de cisnes, gimios y papagayos, especierías y perfumes, perlas y diamantes, marfil y oro.
Alguien de mi familia privó con Ciro el Grande y volvió con Zorobabel a reedificar la Ciudad Santa. De mi familia fue también el glorioso pontífice que infundió en el ánimo engreído y
En Austria nadie sabe de fijo lo que hizo Poldy después de leer tan arrogante y disparatada carta. La general creencia es sin embargo la de que Poldy, aunque perdidamente enamorada del judío, no cedió ni se rindió a sus razones. Muy por el contrario, todos por allá dan un fin trágico y misterioso a la presente historia.
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== - XII - ==▼
▲- XII -
Sin faltar descaradamente a la verdad, no hubiera podido tener mi cuento fin menos lamentable y menos vago, a no ser por un dichoso encuentro casual que tuve en Nueva York diez o doce años después de la desaparición de Poldy.
En el espléndido club, donde iba yo a comer
Era hombre de cuarenta y cinco años a lo más, pero parecía más joven por lo muy guapo, alegre y elegante.
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Por último, el amor triunfó en el alma de Poldy, mas no para quedarse en Austria desdeñada y aborrecida de sus hermanos y parientes. No: esto era imposible. Poldy tomó una resolución extrema, pero, en su caso, bastante justificada. Hizo correr la voz de que había muerto, se casó católicamente con el judío converso, y cambiando, o mejor dicho traduciendo su nombre, se vino a vivir con él a los Estados Unidos.
Isidoro se trajo todo el dinero que tenía y no pequeña parte de los preciosos chirimbolos, joyas y antiguallas de su bazar. El resto, así como
En los Estados Unidos entró en grandes empresas y especulaciones y aumentó sus bienes de fortuna en vez de disminuirlos.
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Distaba la quinta mucho más de Nueva York que de Albany, capital del Estado de Nueva York, pero, como los trenes del ferrocarril van con extraordinaria rapidez en aquella tierra, y es deliciosa la navegación en los magníficos vapores que suben y bajan por el río, poco molestaba a Isidoro para ir y venir que fuese algo mayor la distancia. En cambio Poldy gustaba del sosiego y de la tranquilidad del campo y aborrecía el bullicio malsano de las ciudades muy populosas.
Rara vez Poldy iba a Albany y más rara vez
Poldy, aun saliendo poco, y para verse al espejo, y para que su marido la viese, se vestía a la última moda, con esmero, buen gusto y acendrada elegancia.
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Garuda, la cigüeña blanca, animal que goza de larguísima vida, vivía mansa, doméstica y feliz en la quinta, como si para ella el tiempo no corriese. Más bien había ganado que perdido, porque el plumaje de la pechuga, que tenía antes un viso ceniciento, había adquirido el brillo y la blancura de la nieve. Garuda parecía el genio familiar de la casa, el vivo resumen de los lares y penates de aquel hogar transportado desde el centro de Europa a la opuesta orilla del Atlántico.
No quiero decir más para encarecer la felicidad de que Isidoro y Poldy gozaban, a fin de no excitar la envidia de los que me lean. Voy, pues,
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[[Categoría:ES-G]]
[[Categoría:Cuentos de Juan Valera]]
[[Categoría:P1898]]
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