Diferencia entre revisiones de «Nativa/IX»

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Línea 9:
<p>Entre estos &uacute;ltimos, el bravo criollo Leonardo &Aacute;lvarez de Olivera en la impaciencia del patriotismo, se hab&iacute;a alzado en armas en la zona del Este reuniendo en un solo regimiento aquellos mocetones del Igu&aacute; y del Alf&eacute;rez, que doce a&ntilde;os antes hab&iacute;an visto partir a sus padres con la hueste de Manuel Francisco Artigas para batirse en las Piedras y tras recias vicisitudes, ir a sembrar con sus huesos los campos de Sipe-Sipe. Desde el primer momento se mostraron ellos dignos de sus progenitores, librando varios combates en los que cedieron a su empuje las fuerzas enemigas, que arrastraron a su vez en el repliegue todas las guarniciones que quedaban aisladas en puestos diversos del distrito, a las &oacute;rdenes del Coronel Felisberto.</p>
<p>Este incidente o detalle del cuadro de la &eacute;poca, impresion&oacute; a Luis Mar&iacute;a Ber&oacute;n de una manera singular.</p>
<p>&iquest;Ser&iacute;a acaso, porque aquellos hombres se bat&iacute;an solos, sin aliados, aunque los ten&iacute;an en Montevideo, por la conciencia de su valer y de su derecho a la tierra, lo mismo que lo hicieron un lustro antes bajo las &oacute;rdenes de otros caudillos? Tal vez. Esos combatientes hab&iacute;an seguido a Frutos <font color=#FF0000>[13]</font> hasta el a&ntilde;o XX y recog&iacute;dose a sus hogares despu&eacute;s del desastre del Catal&aacute;n, d&oacute;nde el rudo y valeroso soldado Andr&eacute;s de Latorre quem&oacute; los &uacute;ltimos cartuchos de la resistencia regular dejando al vencedor dentro de una charca de sangre. Ahora, &laquo;Frutos&raquo; levantaba su tienda cerca de la de Lecor, fraternizando con los mismos que fueron sus adversarios; y, ellos, lejos de ampararse a su prestigio y a su bandera incolora, peleaban por su cuenta, incluyendo al caudillo en el n&uacute;mero de los que &laquo;viv&iacute;an sobre el pa&iacute;s&raquo;.</p>
 
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| <font color=#FF0000>[13]</font>
|<p>El General Don Fructuoso Rivera era conocido por ese nombre entre las gentes del campo. Fue el que le dieron desde que empezó a servir en la campaña del año XI; y así le llamaban con extrema familiaridad sus numerosos compadres. «Padrino Frutos» -decían hablando de él sus ahijados, que sumaban centenares, y algunos de los que habían recibido el agua bautismal ya hombres, con las barbas más abajo del pecho.</p>
<p>Escondido en el laberinto de las sierras de Infiernillo, tuvimos hace años oportunidad de conocer un indio «tape», muy viejo, quien aseguraba haber sido su compadre «Frutos» el primer caudillo que había cruzado por aquella soledad riscosa y salvaje, errante algunos días, hasta dar con el repecho de la cuchilla Negra, en la época de su campaña a Misiones.</p>
Línea 23:
<p>Luis Mar&iacute;a se acost&oacute; un poco febril; y so&ntilde;&oacute; esa noche con batallas y matanzas, llenas de ecos de clarines y m&uacute;sicas marciales, percibiendo entre densas humaredas estandartes, penachos y morriones, y bajo sus pies que el suelo temblaba al peso de los regimientos en la carga como empujados por el grande aliento del honor y de la gloria, bajo el sol brillante de su tierra tan bella y tan amada como la madre cari&ntilde;osa, especialmente en esos d&iacute;as de dolor y de quebranto. So&ntilde;&oacute; tambi&eacute;n que &eacute;l se perd&iacute;a en el tumulto como uno de tantos, cuando cre&iacute;a haber dado pruebas de hero&iacute;smo; y que en medio de la lucha cruenta los m&aacute;s humildes, riendo le dec&iacute;an: &laquo;A&uacute;n no hiciste tu deber, pobre vanidoso, mira nuestra piel por donde resuellan veinte heridas y sabr&aacute;s lo que es valor&raquo;. Y luego, otros que estaban cansados de matar, cubiertos de sangre, clavaban en tierra el cuento de sus lanzas de hojas de tijera, y mir&aacute;ndolo con l&aacute;stima exclamaban: &laquo;&iexcl;Llegaste tarde! Ya hicimos por ti y por otros, y harto pagos si agradecen&raquo;.</p>
<p>Cuando despert&oacute;, estaba empapado en sudor; y hubo de tentarse y encender la buj&iacute;a para persuadirse de que hab&iacute;a so&ntilde;ado. As&iacute; que lleg&oacute; a cerciorarse de ello, sinti&oacute; alivio. Calm&oacute;se y se dijo: &laquo; Si voy a la guerra alguna vez, tratar&eacute; que me estimen esos hombres fieros que provocan la muerte y la reciben como un rayo de sol&raquo;.</p>
<p>El d&iacute;a siguiente, por la noche, Luis Mar&iacute;a sal&iacute;a de su casa situada en la calle de San Fernando, para seguir por la de San Carlos hasta la de San Benito. <font color=#FF0000>[24]</font> Muy oscuro estaba el cielo, y aunque soplaba un sudoeste silbador, hab&iacute;anse provisto de sus respectivas velas de sebo los faroles de pescante en ciertos sitios, siquiera fuese para evitar a los transe&uacute;ntes retrasados serias ca&iacute;das en zanjas y pantanos. Verdad que las fuertes rachas las hab&iacute;an apagado en cerca de un tercio; pero, otras resist&iacute;an valerosamente dentro de sus recios vidrios, brillando de trecho en trecho en las tinieblas como lamparillas de cementerio rojizas y agonizantes. A pesar de todo, estas luces val&iacute;an m&aacute;s que el candil y reemplazaban con alguna ventaja las linternas de mano, muy en uso a&ntilde;os atr&aacute;s, cuando cada uno velaba por su persona y andaba Dios por el mundo.</p>
 
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|<font color=#FF0000>[24]</font>
|Esas calles estrechas y especialmente delineadas para marcha de tercios y trenes de artillería, antes que para tráfico de ciudad comercial, son las conocidas en la nueva nomenclatura por Cámaras, Sarandí y Colón.
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Línea 83:
<p>Enseguida arregl&oacute;se el traje de abrigo -pues se estaba a principios de invierno;- calz&oacute;se largas botas de montar, y cubri&eacute;ndose la cabeza con un chambergo de a la corta, guard&oacute;se la carta despu&eacute;s de cerrarla y lacrarla y sali&oacute;se a la calle, dirigi&eacute;ndose al port&oacute;n de San Pedro.</p>
<p>Una bruma densa se cern&iacute;a sobre aquellas murallas, de ocho metros de altura y de quince y veinte pies de espesor seg&uacute;n los sitios; obra cicl&oacute;pea de h&aacute;biles ingenieros espa&ntilde;oles que emplearon el gneis y el granito de varias canteras para guarecer los tercios de la conquista contra las acechanzas de enemigos temibles sin excluir los avances del charr&uacute;a. Ahora no se ve&iacute;an en sus plataformas los centinelas del Fijo con sus largas coletas sobre casaca azul-oscuro, sino los del cuerpo de Voluntarios Reales con vueltas amarillas y morri&oacute;n de cono invertido.</p>
 
<p>Ya por esa &eacute;poca los formidables muros, altos y negros, presentaban grandes destrozos en distintos sitios, huecos que aparec&iacute;an cubiertos de un boscaje de yerbas de vicioso crecimiento, como lo estaban los enormes lienzos de musgo y borraja, de la contra-escarpa a los bordes, llenos de grietas profundas propicias a los hongos, perpetuamente nutridos por una humedad que goteaba a hilos sobre la curva maciza de los cimientos. La ciudadela con sus &aacute;ngulos y bastiones formaba como un vientre deforme en el medio, hacia el este, con sus dos c&uacute;pulas achatadas, verdosas y sombr&iacute;as -bajo cuyas b&oacute;vedas resonaba el redoble de los tambores o el eco de las trompas para recordar en cada hora a las gentes el imperio exclusivo de la ordenanza. El foso de sesenta pies de anchura por cuarenta y cinco de profundidad, aparec&iacute;a cegado en muchas partes por escombros y residuos, lo mismo que el cauce seco a donde refluyen constantes aluviones; principio de aplanamiento por la mano del tiempo, que en todo el armaz&oacute;n gigante hab&iacute;a ya impreso el signo de completa decadencia. Delante de ese foso se extend&iacute;a el campo, casi desolado a tiro de ca&ntilde;&oacute;n. El trayecto desde la muralla hasta m&aacute;s all&aacute; del Cardal, <font color=#FF0000>[5]</font> era del dominio de las balas todav&iacute;a: los proyectiles se hab&iacute;an ense&ntilde;oreado de esa porci&oacute;n de tierra y de ese espacio de aire y de luz por la raz&oacute;n brutal de las plazas fuertes: terreno limpio, para la proyecci&oacute;n del tiro r&aacute;pido y la par&aacute;bola del mortero, y distancia sin obst&aacute;culos para las largas del cuarto de culebrina y el falconete. Ya sin embargo, pocas bocas coronaban los baluartes, y esas mismas estaban poco seguras en sus afustes. Empezaba a pasar el tiempo de los fosos, de los puentes levadizos y del ca&ntilde;&oacute;n de hierro, cuya cure&ntilde;a disparaba produciendo el destrinque de las piezas en los d&iacute;as de fogueo y lanzaba rodando a la explanada artillero, atacador, y taco ardido, como aviso prudente de que era llegado el momento de su reemplazo.</p>
 
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|<font color=#FF0000>[5]</font>
|<p>Lugar inmediato a la ciudad, en donde existe todavía un pequeño oratorio con la imagen de Jesús. -Allí comenzaban los grandes cardizales en terreno hendido, que concluían en la costa, y los plantíos de maíz que sirvieron de escondrijo a los batallones ingleses de rifleros en el sangriento combate con las tropas españolas el año VII. </p>
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<p>A un flanco de la ciudadela, hacia el norte, exist&iacute;a una arcada estrecha con una puerta pesada en el fondo que daba salida al campo, y cerca una construcci&oacute;n maciza que serv&iacute;a de albergue a un piquete. Muy pr&oacute;ximo se alzaba un edificio regular, en donde sol&iacute;an reunirse por la ma&ntilde;ana algunos jefes y oficiales de la guarnici&oacute;n para departir sobre los sucesos del d&iacute;a anterior y novedades supervinientes.</p>
<p>Era aquel el port&oacute;n de San Pedro; y fue ante la entrada de esa casa donde Luis Mar&iacute;a se detuvo, indagando si se encontraba all&iacute; el capit&aacute;n Don Manuel Oribe.</p>