Diferencia entre revisiones de «Nuestra Señora de París/1»

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‑Todo es cuádruple en esa tienda ‑añadió un tercero‑: las cuatro naciones(9), las cuatro facultades, las cuatro fiestas, los cuatro procuradores, los cuatro electores, los cuatro libreros.
 
‑Pues habrá que armarles un follón de todos los demonios ‑dijo Jean Frollo.
 
‑Musnier, te quemaremos los libros.
 
‑Musnier, apalearemos a tus lacayos.
 
‑Musnier, nos meteremos con tu mujer, con la gorda de la se­ñora Oudarda que está tan fresca y alegre como si estuviera viuda.
 
‑¡Que el diablo os lleve! ‑masculló maese André Musnier.
 
‑Maese Andrés‑ dijo Juan Frollo, colgado aún de su capi­tel‑, o te callas o me tiro encima. Entonces maese Andrés levantó la vista como para medir la al­tura del pilar y el peso del guasón, multiplicó su peso por el cua­drado de la velocidad y se calló.
 
Juan, dueño ya del campo de batalla, dijo altaneramente:
 
‑Te aseguro que lo haré aunque sea hermano de un archidiá­cono. ¡Vaya gentuza nuestros señores de la Universidad! ¡Ni si­quiera han sabido hacer respetar nuestros privilegios en un día como el de hoy! Porque en la Ville tenemos hoy el fuego y el mayo; misterio, papa de los locos y flamencos en la Cité, y en la Universidad, nada.
 
[[Archivo:800px-Maypoles.jpg|400px|thumb|Celebración tradicional de "los mayos" en Pennsylvania.]]
 
‑¡Aunque la plaza Maubert es lo suficientemente grande! ‑dijo uno de los estudiantes que estaban sentados en la repisa de la ventana.
 
‑¡Abajo el rector, los electores y los procuradores! ‑gritó Juan.
 
‑Habrá que hacer otra fogata esta tarde en el Champ‑Gaillard, con todos los libros de maese Andrés ‑replicó el otro.
 
‑¡Y con los pupitres de los escribas!
 
‑¡Y con las varas de los bedeles!
 
‑¡Y con las escupideras de los decanos!
 
‑¡Y con las arcas de los electores!
 
‑¡Y con los escabeles del rector!
 
‑¡Fuera! ‑replicó, zumbón, el pequeño Juan‑, fuera maese Andrés, bedeles y escribas. ¡Fuera teólogos, médicos y decretistas! ¡Fuera los procuradores, fuera los lectores, fuera el rector!
 
‑¡Es el fin del mundo! ‑murmuró maese Andrés, tapándose los oídos.
 
‑A propósito, ¡mirad, el rector! ¡Miradle ahí, en la plaza! ‑gritó uno de los de la ventana y todos se volvieron a mirar ha­cia la plaza.
 
‑¿Es de verdad nuestro venerable rector, maese Thibaut? ‑preguntó Juan Frollo del Molino, que no podía ver lo que ocu­rría en la plaza, por estar asido a uno de los pilares interiores.
 
‑Sí, sí ‑respondieron los otros‑; seguro que es él, el rector.