Diferencia entre revisiones de «Ovidio Metamorfosis II»
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[[Las metamorfosis 3a ed| Las Metamorfosis (3ª ed.)]]<br>Libro II|Ovidio}}
<poem> El real del Sol era, por sus sublimes columnas, alto,
claro por su rielante oro y, que a las llamas imita, por su piropo,
cuyo marfil nítido las cúspides supremas cubría;
de plata sus bivalvas puertas radiaban
A la materia superaba su obra: pues Múlciber allí
las superficies había cincelado, que
y de las tierras el orbe, y el cielo, que domina el orbe.
Azules tiene la onda sus dioses
y a Doris y a sus hijas, de las cuales, parte nadar parece,
parte, en una mole sentada, sus verdes
de un pez remolcarse algunas: su faz no es de todas una misma,
pero no
La tierra hombres y ciudades lleva, y espesuras y fieras
y corrientes y ninfas y los restantes númenes del campo.
De ello encima, impuesta fue del cielo fulgente la imagen,
y signos seis en las puertas diestras, y otros tantos en las siniestras.
Adonde,
llegó y entró de su dudado padre en los techos,
y se apostó lejos, pues no más cercanas soportaba
sus luces: de una purpúrea vestidura velado, sentábase
en
A diestra e izquierda el Día y el Mes y el Año,
y los Siglos, y puestas en espacios iguales las Horas,
y la Primavera nueva
y el glacial
Él mismo,
atemorizado estaba, el Sol con sus ojos al joven, con los que divisa todo, ve
y
progenie, Faetón, que tu padre no ha de negar?
Él responde:
Febo padre, si me das el uso del nombre este
y Clímene una falsa culpa bajo esa
prendas dame, padre, por las que tu verdadera estirpe
se me crea y
Había dicho, mas
y un abrazo dándole
digno no eres, y Clímene tus
y para que menos lo dudes,
por la que los dioses han de jurar, la laguna desconocida para los ojos nuestros.
No bien había cesado, los carros
y, para un día, el mando y gobierno de los alípedes caballos.
Le pesó haber jurado al padre,
sacudiendo su ilustre cabeza
no conceder. Confieso que
Grandes pides, Faetón
La suerte tuya, mortal: no es mortal lo que deseas.
A más incluso de lo que los altísimos alcanzar pueden,
ignorante, aspiras;
que fieros rayos
Ardua la primera vía es y por donde apenas, de mañana, frescos,
desde donde el mar y las tierras a mí mismo muchas veces
me
última la declinante vía es, y precisa de manejo cierto:
entonces, incluso la que me recibe en sus sometidas
que yo no caiga de cabeza, Tetis
Añade que una continua rotación arrebata
y sus
vence, y contrario circulo a ese rápido orbe.
Imáginate
en contra ir de los rotantes polos para que no te arrebate el veloz eje?
Acaso, también, las florestas allí y las ciudades de los dioses
concibas en tu ánimo que están, y sus santuarios ricos
en dones: a través de insidias el camino es, y de formas de fieras,
y aunque tu
a través,
y de los hemonios Arcos, y de la boca del violento León,
y del que sus salvajes brazos curva en un circuito largo,
el Escorpión, y del que de otro modo curva sus brazos, el Cangrejo.
Tampoco mis cuadrípedes,
que en su pecho tienen, que por su boca y narinas exhalan,
Mas tú, de que no sea yo para ti el autor de este funesto regalo,
hijo, cuida, y, mientras la cosa lo permite, corrige tus votos.
Claro es que para que de nuestra sangre tú engendrado te creas
unas prendas ciertas pides:
y con el paterno miedo que tu padre soy pruebo. Mira los rostros
he aquí míos, y ojalá tus ojos en mi pecho pudieras
inserir y dentro
Y, por último, cuanto tiene el rico
y de tantos y tan grandes bienes del cielo y la tierra
y el mar
no un honor es: un castigo, Faetón, en vez de un regalo
¿Por qué mi cuello
No lo dudes, se te concederá
Había acabado sus advertencias; pero sus palabras él rechaza
y su propósito apremia y flagra en el deseo del carro.
Así pues, lo que podía, su padre,
conduce al joven, de Vulcano regalos, carros.
Áureo el eje era, el timón áureo, áurea la curvatura
de lo alto de la rueda, de los radios argénteo el orden;
por los yugos unos crisólitos y, puestas en orden,
claras devolvían sus luces
Y mientras de ello el
escruta, he aquí que vigilante abrió desde el nítido orto
la Aurora sus purpúreas puertas, y plenos de rosas
sus atrios
el Lucero, y de su
al cual cuando buscar las tierras, y que el
y los cuernos como desvanecerse de la extrema
uncir los caballos el Titán impera a las veloces Horas.
Sus órdenes las diosas rápidas cumplen y, fuego vomitando
y de jugo de ambrosia saciados, de sus pesebres altos
a los cuadrípedes sacan, y
Entonces el padre la cara de su hijo con
tocó y paciente la hizo
e impuso a su pelo los rayos, y, présagos del luto,
de su pecho angustiado reiterando suspiros, dijo:
sé parco,
Por sí mismos se apresuran: la labor es inhibirles tal deseo.
Y no a ti te plazca la
Cortada en oblicuo hay, de ancha curvatura, una senda,
y, con la frontera de tres zonas contentándose, del polo
rehúye austral y, vecina a los aquilones, de la Osa.
Por
y para que soporten los justos el cielo y la tierra calores,
ni hundas ni yergas por los extremos del éter el carro.
Más alto pasando los celestes techos
más bajo, las tierras
ni tu más siniestra rueda te lleve
Entre ambos manténte. A la Fortuna lo demás
la cual te ayude, y que mejor que tú por ti vele, deseo.
Mientras hablo, puestas en el vespertino litoral, sus metas
la húmeda noche ha tocado; no es la demora libre para nos.
Se nos reclama
Coge
es el tuyo, los consejos, no los carros usa nuestros.
Mientras puedes y en unas sólidas sedes todavía estás,
y mientras, mal deseados, todavía no pisas,
las que tú seguro contemples, déjame
Ocupa él con su juvenil cuerpo el leve carro
y se
Entre tanto, voladores, Pirois, y Eoo y Eton,
del Sol los caballos, y el cuarto, Flegonte, con sus relinchos
las auras llenan y con sus pies las barreras
Las cuales, después de que Tetis, de los hados ignorante de su nieto,
retiró
cogen la ruta y sus pies por el aire moviendo
sajan, a ellos opuestas
atrás dejan, nacidos de esas mismas partes, a los Euros.
Pero leve el peso era y no el que conocer pudieran
del Sol los caballos, y de su acostumbrado peso el yugo carecía
y como se escoran
y por el mar, inestables por su excesiva ligereza, vanse,
así, de su carga acostumbrada vacío, da
y es sacudido desde abajo hondamente, y semejante es el carro a uno inane.
Lo cual en cuanto sintieron, se lanzan, y el trillado espacio
abandonan los cuadríyugos, y no en el que antes orden corren.
Él se asusta, y no por dónde dobla las riendas a él encomendadas,
ni sabe por dónde sea el camino, ni si lo supiera se lo imperaría a ellos.
Entonces por primera vez con rayos se calentaron los helados Triones
y
y la que puesta está al polo glacial próxima,
se calentó y tomó
Tú también que turbado huiste cuentan, Boyero,
aunque tardo eras y
Pero cuando desde el supremo éter contempló las tierras
el infeliz Faetón,
palideció y sus rodillas
y le fueron a sus ojos tinieblas en medio de tanta luz brotadas,
y ya más quisiera los caballos nunca haber tocado paternos,
ya de haber conocido su linaje le pesa, y de haber
llevado por el vertiginoso bóreas, al que sus vencidos
ha soltado su propio
¿Qué haría? Mucho cielo a sus espaldas ha dejado;
ante sus ojos más hay.
y,
delante mira los ocasos; a las veces detrás mira los ortos,
y, de qué hacer ignorante,
ni
Esparcidas también en el variado cielo por todos lados, maravillas,
y ve, tembloroso, los simulacros de las vastas fieras.
Hay un lugar, donde
el Escorpión, y con su cola, y dobladas a ambos lados sus pinzas,
alarga
a
y heridas amenazando con su curvada cúspide, ve,
de
Las cuales, después de que tocaron, postradas, lo alto de sus espaldas,
se
de una ignota región van, y por donde su ímpetu
por
contra las fijas estrellas y arrebatan por lo inaccesible el carro,
y
vertiginosas a un espacio a la tierra más cercano vanse,
y de que más bajo que los suyos corran los fraternos caballos
la Luna se admira, y abrasadas las nubes
y hendida produce grietas, y de sus jugos privada se
Los pastos canecen, con sus frondas se quema el árbol,
y materia presta para su
y con sus pueblos los incendios a enteras naciones
en ceniza tornan; las espesuras con sus montes arden,
arde el Atos y el Tauro,
y, entonces seco, antes abundantísimo de fontanas, el
y el virgíneo Helicón y todavía no de Eagro el Hemo.
Arde a lo inmenso con geminados fuegos el Etna
y el Parnaso bicéfalo y el Érix y el Cinto y el Otris
y, que por fin de nieves carecería
y el Díndima y el Mícale y nacido para lo sagrado el Citerón,
y no le aprovechan a Escitia sus fríos: el Cáucaso arde
y el Osa con el Pindo y mayor que ambos el Olimpo,
y los aéreos Alpes y el nubífero Apenino.
Entonces
mira incendiado, y
e hirvientes auras
con la boca
y no ya las cenizas
soportar puede, y envuelto está por todos lados de caliente humo,
y
no sabe, y al arbitrio de los voladores caballos es arrebatado.
De su sangre, entonces, creen, al exterior de sus cuerpos llamada,
que los pueblos de los etíopes
Entonces se hizo Libia, arrebatados sus humores con ese bullir,
árida, entonces las ninfas, con
y lagos lloraron
Argos a Amímone, Éfire a las
Y tampoco las corrientes, las agraciadas con riberas distantes
seguras permanecen: en mitad
y también
y el veloz Ismeno con el fegíaco Erimanto
y el que habría de arder de nuevo, el Janto, y el
y el que juega, el Meandro,
y el migdonio Melas y el tenario Eurotas.
Ardió también el Eufrates babilonio, ardió el Orontes
y el Termodonte raudo y el Ganges y el Fasis y el Histro.
Bulle el Alfeo, las riberas del Esperquío arden,
y el que en su caudal, el Tajo, oro lleva, fluye
y las que frecuentaban con su canción las meonias riberas,
sus fluviales aves, se
El Nilo al extremo huye,
y
polvorientas, vacías están
y los Vespertinos caudales,
y al que fue de
Saltó en pedazos todo el suelo y penetra en los Tártaros por las grietas
la luz
y el mar se contrae, y de seca es un llano
lo que poco antes ponto era, y, los que alta cubría la superficie,
sobresalen esos montes y las esparcidas Cícladas
Lo profundo buscan los peces y no sobre las superficies, curvos,
los cuerpos de las focas, de espaldas sobre lo extremo del profundo,
exánimes, nadan; el mismo incluso Nereo, fama es,
y Doris y sus hijas, que se ocultaron bajo tibias cavernas.
Tres veces Neptuno
a extraer se atrevió, tres veces no soportó del aire los fuegos.
La nutricia Tierra,
entre las aguas del piélago y
que se habían escondido en las vísceras de su opaca madre,
sostuvo hasta el cuello, árida, su
y opuso su mano a su frente, y con un gran temblor
de lo que suele estar quedó, y
supremo de los dioses? Pueda, la que
por el fuego perecer tuyo
Apenas yo, ciertamente, mis fauces para estas mismas palabras
y en mis ojos tanta, tanta sobre mi cara brasa.
¿Estos
y de mi servicio me devuelves, porque las heridas del combado arado
y de los rastrillos soporto, y todo se me hostiga el año,
porque al ganado frondas
al humano género, a vosotros también inciensos, suministro?
Pero, aun así,
qué ha merecido tu hermano? ¿Por qué, a él entregadas en suerte,
las superficies decrecen y del éter más lejos se marchan?
mas del cielo compadécete tuyo. Mira a ambos lados:
humea uno y otro polo, los cuales si viciara el fuego,
los atrios vuestros se desplomarán. Atlante, ay, mismo padece,
y apenas en sus hombros candente sostiene el eje.
Si los estrechos, si las tierras perecen, si el real del cielo
cuanto todavía quede y vela por la suma de las cosas.
Había dicho esto la Tierra,
más allá pudo ni decir más, y
que había dado sus carros, de que, si ayuda él no prestara, todas las cosas
por un hado desaparecerían grave, acude, arduo, al supremo recinto
desde donde suele las nubes
desde donde mueve los truenos, y sus blandidos rayos lanza.
Pero ni las que pudiera sobre las tierras congregar
entonces tuvo, ni las que del cielo mandara
truena, y balanceando un rayo desde su diestra oreja
lo mandó al auriga y, al par, de su aliento y de sus ruedas
lo expelió, y apacentó con salvajes fuegos los fuegos.
Constérnanse los caballos, y un salto
sus cuellos del yugo
por allí los frenos yacen, por allí
el eje, en esta parte los radios de las quebradas ruedas,
y esparcidos quedan
Mas Faetón, con llama devastándole sus rútilos cabellos,
rodando cae en picado, y en un largo trecho por
va, como a las veces desde el cielo una estrella
aunque no ha caído,
Al cual, lejos de su patria, en el opuesto orbe, el máximo
Erídano
Las náyades Vespertinas, por la trífida llama humeante,
su cuerpo dan a un túmulo, e inscriben también con esta canción la roca:
▲AQUÍ • SITO • QUEDA • FAETÓN • DEL • CARRO • AURIGA • PATERNO
QUE • SI • NO • LO • DOMINÓ • SUCUMBIÓ • A • UNAS • GRANDES • OSADÍAS
Pues su padre, cubiertos por su luto afligido, digno de compasión, ▼
▲ Pues su padre, cubiertos por su luto afligido, digno de compasión,
▲había escondido sus semblantes, y si es que lo creemos, que un único 330
día pasó sin sol refieren; los incendios luz
prestaban, y algún uso hubo en el mal aquel. </poem>
<poem> Mas Clímene, después de que dijo cuanto hubo
en tan grandes males de ser dicho, lúgubre y
y rasgándose los senos, todo
y sus exánimes miembros primero, luego sus huesos buscando,
los halló, aunque huesos, en una peregrina ribera
Y se postró en ese lugar, y su nombre, en el mármol leído,
regó de lágrimas, y con su abierto pecho lo calentó. </poem>
<poem> Y no menos las Helíades
a la muerte, lágrimas le dan
a quien no oiría
noche y día llaman y se prosternan
La
la mayor,
de que
la
la tercera, cuando con las manos su pelo a
arranca frondas;
y mientras de ello se admiran, se abraza a sus ingles una corteza
y por sus plantas, útero y pecho y hombros y manos,
las rodea, y restaban
¿Qué
No bastante es: de los troncos arrancar sus cuerpos intenta,
y sus tiernas ramas con
sanguíneas manan, como de una herida, gotas.
Y ya
de sus ramas nuevas, unos electros, los cuales el lúcido caudal
recibe, y a las nueras los manda, para que los lleven, latinas. </poem>
<poem> Asistió a este prodigio, prole de Esténelo, Cigno,
el cual a ti, aunque por la sangre materna unido,
su gobierno, las riberas verdes y el caudal Erídano
cuando su voz se adelgazó para la de un hombre, y canas plumas
sus cabellos disimulan, y el cuello del pecho lejos
se extiende, y sus dedos rojecientes liga una
un ala su costado vela, tiene su cara, sin punta, un pico.
Se vuelve una nueva Cigno
se confía, como acordado del fuego injustamente enviado desde él;
Demacrado entre tanto el padre de Faetón, y privado
él de su propio decor,
estar suele, la luz odia y a sí mismo él, y al día,
y da su ánimo a los lutos, y a los lutos añade ira,
y su servicio niega al
del tiempo la suerte mía
de estos
Cualquier otro lleve, portadores de las luces, los carros.
Si nadie hay y todos los dioses que no pueden confiesan,
que él mismo los lleve, para que al menos mientras
los que han de orfanar a los padres, alguna vez, los rayos
Entonces sabrá, las fuerzas
que no merecía la muerte quien no bien los gobernara a ellos.
Al que tal decía circundan, al Sol, todos
los númenes, y que no quiera las tinieblas congregar sobre las cosas
con suplicante voz ruegan; sus enviados fuegos también Júpiter
excusa, y a sus súplicas amenazas, regiamente, añade.
Reúne a los amentes y todavía de terror espantados
Febo
<poem> Mas el padre omnipotente las ingentes murallas del cielo
rodea y que
propia que
cuidado, y sus fontanas y, las que todavía no osaban bajar,
sus corrientes restituye, da a la tierra gramas,
a los árboles, y
Mientras vuelve y va incesante, en una virgen nonacrina
No era de ella obra la lana mullir tirando
ni de
una cinta sujetara blanca
y ora una leve en la mano
un soldado era de Febe, y no al Ménalo
más grata que ella a la Trivia. Pero ninguna potencia larga es.
Más allá de medio su espacio el sol alto
cuando alcanza ella un bosque que ninguna edad había cortado.
Despojó aquí de su hombro
destensó, y en el suelo, que cubriera la hierba, yacía,
y su pinta aljaba, con su cuello puesto, ella hundía.
Júpiter cuando la vio, cansada y de custodia libre
Al punto se viste de la faz y el
y dice
¿en
se
y de que a él
ni moderados bastante
En qué espesura cazado hubiera a la que a narrar se disponía,
la impide él con su abrazo
Ella, ciertamente, en contra, cuanto,
ella, ciertamente, lucha, pero ¿a quién vencer una muchacha,
o quién a Júpiter podría? Al éter de los altísimos acude vencedor
Júpiter: para ella causa de odio el bosque es y la cómplice espesura,
de donde, su pie al retirar, casi se olvidó de
He aquí que de su coro acompañada Dictina por el alto
Ménalo entrando, y de su matanza orgullosa de fieras,
la vio a ella y vista la llama: llamada ella rehúye
y temió a lo primero que Júpiter no estuviera en ella,
pero después de que al par a las ninfas avanzar vio,
sintió que no había engaños y al número accedió de ellas.
¡Ay,
Apenas los ojos levanta de la tierra, y no, como antes solía,
junta al costado de la diosa
sino
y, salvo porque virgen es, podría sentir Diana
en mil señales su culpa
En su orbe noveno resurgían de la luna los cuernos,
cuando
iba
desnudos, sumergidos en las linfas, bañemos nuestros cuerpos.
La Parráside
una demoras busca
el cual dejado, se hizo patente, con su desnudo cuerpo,
A ella, atónita, y con sus manos el útero esconder queriendo
no
Había sentido esto hacía tiempo la matrona del gran Tonante,
y había diferido
Causa de demora ninguna hay, y ya el niño Árcade
dolió a
Al cual, nada más volvió,
conocida y del Júpiter mío testimoniado el desdoro fuera.
No impunemente lo
dijo, y de su opuesta frente
la postra en el suelo de bruces
sus brazos empezaron
y a curvarse sus manos y a crecer en combadas uñas
y el servicio de
su cara por Júpiter, a hacerse deforme en una ancha comisura,
y para que sus súplicas los ánimos
el poder hablar le es
y llena de terror de su ronca garganta sale.
Su mente antigua,
y con su asiduo gemido atestiguando sus dolores,
cuales
e ingrato a Júpiter, aunque no pueda decirlo, siente.
¡Ay, cuántas veces, no osando descansar en la sola espesura,
delante de su casa y, otro tiempo suyos,
¡Ay, cuántas veces por las rocas los ladridos de los perros la llevaron,
y la cazadora
Muchas veces fieras se escondió al ver, olvidada de qué era,
y, la osa, de ver en los montes osos se horrorizó,
y temió a los lobos, aunque su padre estuviese entre ellos.
He aquí que su prole, desconocedor de su Licaonia madre,
Árcade
y mientras fieras persigue, mientras los sotos elige aptos
y de nodosas mallas las espesuras del Erimanto rodea,
cae sobre su madre, la cual se detuvo a Árcade al ver
y como aquella que lo conociera se quedó. Él rehúye,
y de quien inmóviles sus ojos en él sin fin tenía,
hubiera atravesado el pecho con una heridora flecha.
Lo evitó el omnipotente, y al par a ellos y
contuvo, y, al par, arrebatados por el vacío
los impuso en el cielo
Se inflamó Juno después de que entre las estrellas su rival
fulgió, y
y
a menudo a los dioses, y
sedes aquí vengo?:
Miento si cuando oscuro la noche haya hecho el orbe,
recién honoradas
no vierais unas estrellas allí, donde el círculo último,
por su espacio el más breve, el eje postrero rodea.
¿
y ofendida le trema, la que sola beneficio daño haciendo?
¡Oh, yo, qué cosa grande he hecho! ¡Cuán vasta la potencia nuestra es!
Ser humana le veté:
a los culpables impongo, así es mi gran
Que le reclame su
¿Por qué no también,
y la coloca en
Mas vosotros, si os mueve el desprecio de vuestra herida ahijada,
del abismo azul
y esas estrellas, en el cielo en pago de un estupro recibidas,
rechazad, para que no se bañe en la superficie pura una
ingresa en el fluente éter con sus pavones pintados. </poem>
<poem> Tan recién pintados sus pavones del asesinado Argos,
como tú recientemente fuiste, cuando cándido antes fueras,
cuervo locuaz, en alas vuelto súbitamente ennegrecidas.
Pues fue
un ave, como para igualar, todas sin fallo, a las palomas,
y no a los que salvarían los Capitolios con su vigilante voz
Su lengua fue su perdición, la lengua haciendo esa, locuaz,
que el
<poem> Más bella en
Coronis no la hubo
mientras o casta fue, o inobservada, pero el ave
de Febo sintió el adulterio, y para descubrir
la culpa escondida, no exorable delator,
hacia su
<poem>
sus alas, le sigue, para averiguarlo todo, la corneja,
y oída de su
dice,
Qué fuera yo y qué sea
Encontrarás que daño me hizo mi
Palas a Erictonio, prole sin madre creada,
había encerrado, tejida de acteo mimbre, en una cesta, </poem>
<poem> y a vírgenes tres, del geminado Cécrope nacidas,
con la ley lo había entregado
Escondida en su fronda leve oteaba yo desde un denso olmo
qué
Pándrosos y Herse; miedosas llama sola a sus hermanas
Áglauros y los nudos con su mano
no solo al pequeño ven
Los hechos a la diosa refiero, a cambio de lo cual a mí con gracia tal
se me
y se me
advertir puede de que con su voz peligros no busquen.
Mas, pienso yo, no voluntariamente ni que algo tal pedía
a mí acudió. Lo puedes a la misma Palas preguntar:
aunque
Pues a mí en la focaica tierra el claro Coroneo
y por ricos pretendientes,
Mi hermosura me dañó
pasos, como suelo,
me vio y se encendió del piélago el dios, y como suplicando
con blandas palabras tiempos inanes consumió,
la fuerza dispone y me
Después a dioses y hombres llamo, y no alcanza la voz
mía a algún mortal
y auxilio me
mis brazos empezaron
por rechazar de mis hombros esa veste pugnaba, mas ella
pluma era y en mi piel raíces había hecho hondas;
golpes de duelo dar en mis desnudos pechos intentaba con mis palmas,
pero ni ya palmas ni pechos desnudos llevaba;
corría, y no como antes mis pies retenía la arena,
sino que de lo alto de la tierra me elevaba; luego
avanzo y dada soy
¿De qué,
crimen, Nictímene nos sucedió en
¿O acaso la que cosa es conocidísima por toda Lesbos
no oída
Nictímene? Ave ella, ciertamente, pero sabedora de su culpa,
de la vista y la luz huye, y en las tinieblas su pudor
esconde y
<poem> A quien tal decía:
y no
La láurea se resbaló, oído el crimen, al amante,
y al par su expresión, del dios, y su plectro y su color,
se desprendió, y según su ánimo hervía de henchida ira,
sus armas acostumbradas coge y
tiende, y
con una inevitada flecha atravesó,
Golpeada dio un gemido, y al ser sacado de su cuerpo el hierro
sus cándidos miembros regó de crúor carmesí,
y dijo:
pero haber parido antes
Hasta aquí, y al par su vida con su sangre vertió.
A su cuerpo, inane de aliento, un frío letal siguió.
Le pesa, ay, tarde de su castigo cruel al amante,
y a sí mismo, porque oyera, porque así ardiera se odia;
odia al ave por la cual el crimen y la causa de su dolor
a saber obligado fue, y no menos su arco y su mano odia,
y, con su mano, temerarios dardos,
y a la abatida conforta, y con tardía ayuda por vencer esos hados
Lo cual, después de que en vano intentarse, y la
entonces en verdad gemidos
bañarse pueden en
de su lactante becerrito, balanceado desde la diestra oreja,
las sienes cóncavas destrozó el mazo con un claro golpe.
y le dio abrazos, y con lo injustamente justo cumplió,
no soportó Febo que a las cenizas
sus simientes, sino que a su hijo de las llamas y del útero de su madre
y al que esperaba para sí los premios de su no falsa lengua,
entre las aves blancas vetó
<poem> El mediofiera, entre tanto, de su ahijado de divina estirpe
alegre estaba y, mezclado a su carga,
He aquí que llega,
la hija del Centauro, a la que un día la ninfa Cariclo,
en las riberas de una corriente arrebatadora por haberla parido, llamó
Ocírroe; no ella con haber aprendido las artes paternas
se contentó: de los hados los arcanos cantaba.
Así pues, cuando los vatícinos
y se enardeció del dios que encerrado en su pecho tenía,
miró al pequeño y
crece,
se deberán
lícito será, y
poder concederlo de nuevo tu llama atávica te prohibirá,
y, de dios, cuerpo exangüe te volverás, y dios
quien poco antes cuerpo eras, y dos veces tus hados renovarás.
Tú también, querido padre, ahora inmortal, y para que por las edades
poder morir desearás entonces, cuando seas torturado por la sangre
de una siniestra serpiente, a través de tus heridos miembros recibida,
y a ti, de eterno, sufridor los númenes de la muerte
te harán, y las tríplices diosas tus hilos
Restaba a los hados algo: suspira desde
y así:
más decir, y de la voz mía se antecierra el uso.
No hubieran sido estas artes tan valiosas, que
me
Ya
ya por alimento la hierba me place, ya
el ímpetu tengo: en yegua y
¿Toda, aun así, por qué? El padre es mío en verdad biforme.
A la que tal decía la parte fuele extrema de su queja
entendida poco, y confusas
Pronto ni palabras siquiera
sino del que imitara a una yegua, y en pequeño tiempo ciertos
Entonces sus dedos se unen y sus quíntuples enlaza
y su cuello el espacio, la parte máxima de su largo
cola se hace, y según vagos los cabellos por su cuello yacían,
en diestras crines acaban, y al par renovada fue
su voz y su faz: nombre también esos prodigios le dieron.
<poem> Lloraba, y la ayuda tuya en vano de Fíliras el héroe,
Délfico,
del gran Júpiter podías ni, si rescindirlas pudieras,
entonces
Aquel era el tiempo en el que a ti una pastoril
te cubrió y carga fue un báculo silvestre de tu siniestra,
de la otra, dispar
incustodiadas se recuerdan tus reses que en los campos
se adentraron de Pilos
el hijo, y con el arte suya en las espesuras las oculta sustraídas.
campo, un anciano
y las greyes de sus nobles yeguas como custodio guardaba.
buscara estas alguien, haberlas visto niega, y por que no con gracia ninguna
tu acción se
y la dio. Aceptada, las voces estas devolvió
y una piedra mostró. Simula de Júpiter el hijo que
Junto
¿A mí
en
y,
<poem> Desde aquí se había elevado en sus parejas alas el Portador del caduceo
y volando los muniquios campos y la
En aquel día, por azar, unas castas de costumbre muchachas,
con la cabeza puesta bajo ellos, hacia los festivos recintos de Palas
puros sacrificios portaban en coronados canastos.
De ahí al volver ellas, el dios alado las ve
no hace en recto, sino que en el orbe lo curva mismo.
Como
mientras teme y densos rodean los sacrificios los ministros
dobla en espiral, y no más lejos osa partir,
y la esperanza suya ávido circunvuela moviendo las alas,
así sobre los acteos recintos ávido el Cilenio
inclina su curso y las mismas
Cuanto más espléndido que las demás estrellas fulge
el Lucero, y cuanto que el Lucero la áurea Febe,
tanto que las vírgenes más prestante todas Herse
iba
no de otro modo ardió que cuando la baleárica honda
el plomo lanza: vuela
y, los que no
Torna su camino y el cielo abandonado acude a lo terreno
y no a sí mismo se
La cual, aunque la justa es, con su cuidado
y se aquieta los cabellos, y la clámide para
coloca,
para que bruñida en su diestra, la que los sueños
su vara esté, para que brillen sus talares en sus tersas plantas.
Una parte secreta de la casa, de marfil y tortuga ornados,
tres tálamos tenía, de los que tú, Pándrosos, el diestro,
Áglauros el izquierdo, el central poseía Herse.
La que tenía el izquierdo, al
a Mercurio, y el nombre del dios
y la causa de su venida. A la cual así respondió:
y de Pléyone el nieto yo soy,
palabras de mi padre porto, padre es para mí Júpiter mismo.
Y no fingiré las causas
ser quieras y de la prole mía tía materna
Herse la causa de mi
Lo contempló a él con los ojos mismos con los que escondidos poco antes
viera Áglauros los secretos de la flava Minerva,
y a cambio de su ministerio para sí de gran peso un oro
postula: entre tanto de sus techos a retirarse le obliga.
Torna a ella la diosa guerrera de su torva mirada el orbe,
y de lo hondo trajo unos suspiros, con tan gran movimiento,
que al par su pecho y, puesta en su pecho fuerte,
la égida sacudiera
mano
del Lemnícola la estirpe contra los dados pactos vio,
y que grata al dios iba a ser ya, y grata a su hermana,
y rica al coger, que avara había demandado, el oro. </poem>
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triste y llenísima de indolente frío, y cual
de fuego carezca siempre,
Aquí cuando llegó
se apostó ante la casa
Golpeadas se abrieron las puertas
viborinas carnes,
a la Envidia, y vista los ojos volvió; mas ella
se levanta de la tierra
deja los cuerpos, y con paso avanza inerte,
y cuando a la diosa vio, por su forma y sus armas hermosa,
gimió hondo, y semblante a la vez para esos
La palidez en su rostro se asienta, delgadez en
Risa no tiene, salvo la que movieron
y no disfruta de sueño,
sino que ve los ingratos
éxitos de los hombres, y corroe y corróese a una,
y su suplicio el suyo es.
con tales
así menester es. Áglauros ella es.
Ella, a la diosa que huía con su oblicua luz
unos murmullos pequeños dio y de lo que bien saldría a Minerva
se dolió
de espinas ceñían, y cubierta de nubes negras
por
y quema las hierbas y
y con el aflato suyo pueblos y ciudades y casas
de
y apenas contiene las lágrimas porque nada lacrimoso
<poem> Pero después de que en los tálamos
lo ordenado hace y su pecho con una mano de
toca y de arponadas zarzas su tórax llena,
y le
disipa y por mitad esparce de su pulmón un veneno,
y para que de su mal las causas por un espacio más ancho no vaguen,
a su
matrimonio
y todo grande lo hace; con lo cual excitada, por un dolor
ansiosa
se
y por los bienes no más lenemente se abrasa de la feliz Herse,
que cuando a las espinosas hierbas fuego se les abaja,
las cuales, así como no dan llamas,
Muchas veces morir quiso, para algo tal no ver,
muchas veces, como un crimen,
Por fin en el
para
y palabras le lanzaba suavísimas
Y con su celeste vara las puertas abrió
cuando levantar intentaba las partes que al
Ella
pero de las rodillas la juntura
y como
serpear
así un letal invierno poco a poco a su pecho llega
y las vitales vías y los respiraderos cierra,
y ni intentó hablar ni si intentado lo hubiera
de voz tenía camino
y su cara se había endurecido y estatua exangüe sentada estaba
y no
cobró el Atlantíada, dichas por Palas esas tierras
abandona
Lo llama aparte a él su padre y la causa sin confesar de su amor
rechaza la demora y raudo con tu acostumbrada
y la
ganado real
Dijo, y expulsados al instante del monte los novillos,
jugar, de las vírgenes tirias acompañada, solía.
No bien se avienen ni en una
la majestad y el amor: del cetro la gravedad abandonada
aquel padre y regidor de los dioses, cuya diestra de los trisulcos
fuegos armada está, quien con un ademán sacude el orbe,
se viste de la faz de un toro y mezclado con los novillos
muge, y entre las tiernas
Cierto que su color el de la nieve es, que ni las plantas
de duro pie han hollado ni ha disuelto el acuático austro.
En su cuello
sus cuernos pequeños, ciertamente, pero cuales contender
podrías que hechos a mano, y
paz su rostro tiene. Se admira de Agenor la
porque tan hermoso, porque
pero aunque tuvo miedo, manso, de tocarlo
pronto se acerca y flores a su cándida boca
besos da a sus manos; apenas ya, apenas
y ahora al lado juega y salta en la verde hierba,
ahora su costado
Y poco a poco, el miedo
para que con su virgínea mano
los impidan nuevas.
ignorante de a quién montaba, en la espalda sentarse del toro:
cuando el dios, de la tierra y del seco litoral, insensiblemente,
las falsas
de allí se va más lejos, y por las superficies de mitad del ponto
se lleva su botín. Se
impuesta está; trémulas ondulan con la brisa sus ropas.
{{CapítulosPartes|[[Ovidio Metamorfosis I|Libro I]]|Libro II|[[Ovidio Metamorfosis III|Libro III]]}}
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