Diferencia entre revisiones de «Ovidio Metamorfosis I»
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'''Invocación'''▼
▲ '''Invocación'''
Me lleva el ánimo a decir las mutadas formas
hasta mis tiempos, perpetuo desarrollad mi poema.
'''El origen del mundo'''
Antes del mar y de las tierras y
uno
al que dijeron Caos, ruda
y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él,
unas discordes simientes de
Ningún Titán todavía al
ni nuevos,
ni en su circunfuso aire
por los pesos equilibrada suyos, ni sus brazos por el largo
margen de las tierras había extendido Anfitrite,
y por donde había tierra, allí también ponto y aire
de luz carente el aire: en ninguno su forma
y estorbaba a los otros cada uno, porque en un cuerpo solo
lo frío pugnaba con lo
lo
pues del cielo las tierras, y de las tierras escindió las ondas,
y el
disociadas por sus lugares, con una concorde paz las ligó:
la fuerza ígnea y sin peso del convexo cielo
rieló, y un lugar se hizo en el supremo recinto;
próximo está el aire a ella en levedad y en lugar;
más densa que ellos, la tierra, los elementos grandes
y presa fue de la gravedad suya; el circunfluente humor
lo último poseyó, y contuvo al sólido orbe.
Así cuando dispuesta estuvo, quienquiera que fuera aquel
esta acumulación sajó, y sajada en miembros la
en el principio, la tierra, para que no desigual por
parte fuera, en forma la aglomeró de gran orbe;
entonces a los estrechos difundirse, y que por arrebatadores vientos se entumecieran
ordenó, y que
y las corrientes declinantes ciñó de oblicuas riberas,
las cuales, diversas por sus lugares, en parte son sorbidas por ella,
al mar arriban en parte, y en tal
de más libre agua, en vez de riberas, sus
ordenó también que se extendieran los llanos, que se sumieran los valles,
que de fronda se cubrieran las espesuras, que se elevaran lapídeos montes;
y, como dos por la derecha y otras tantas por su siniestra
parte, el cielo cortan unas fajas
el cuidado
de las cuales la que en medio está no es habitable por el calor;
nieve cubre, alta, a dos; otras tantas entre ambas colocó
y templanza les dio, al estar mezclada con el frío la llama.
Domina sobre ellas el aire, el cual, en cuanto es
allí también las nieblas, allí aposentarse las nubes
ordenó, y los que habrían de conmover, los truenos, a las humanas mentes,
y con los rayos
A ellos
tuvieran el aire; apenas ahora se les impide a ellos,
cuando cada uno
que destrocen el
El Euro a la Aurora y a los nabateos reinos se retiró,
y a Persia, y a las cimas sometidas a los rayos matutinos;
el Anochecer y las playas que con el caduco sol se templan
próximos están al Céfiro; Escitia y los
el horrendo los invadió
con nubes asiduas y lluvia,
De ello encima impuso, fluido y de gravedad carente,
el éter, y que
Apenas así con lindes había cercado todo ciertas,
cuando, las que presa mucho tiempo habían sido de una calina ciega,
las estrellas empezaron a
y para que región no hubiera alguna de sus vivientes huérfana,
los astros poseen el celeste suelo y las formas de los dioses
cedieron, para
la tierra a las fieras acogió, a los voladores el agitable aire.
Más santo que ellos un viviente
faltaba todavía, y que dominar en los demás pudiera:
nacido el hombre fue,
aquel artesano de las cosas, de un mundo mejor el origen,
éter, retenía simientes de su pariente el cielo.
A
la modeló en la efigie de los que
y aunque inclinados contemplen los demás vivientes la tierra,
un rostro sublime al hombre dio y el cielo ver
le ordenó y
Así, la que
se vistió de las desconocidas figuras, transformada, de los hombres.
'''Las edades del hombre'''
Áurea la primera edad engendrada fue, que sin defensor ninguno,
Castigo y miedo no habían, ni palabras amenazantes en
bronce se leían, ni la suplicante multitud temía
Todavía, cortado de sus montes para visitar el extranjero 95
orbe, a las fluentes ondas el pino no había descendido,
y
Todavía, vertiginosas, no ceñían a las fortalezas
No
no
sus blandos ocios seguras pasaban las gentes.
Ella misma también, inmune
rejas herida, por sí
y,
las crías del madroño y las montanas fresas recogían,
y cornejos, y en los duros zarzales prendidas las moras 105
y, las que
Una primavera era eterna, y plácidos, con sus
acariciaban los céfiros, nacidas sin semilla, a las flores.
Pronto, incluso, frutos la tierra no arada llevaba,
y no renovado el campo
y, doradas, desde la verde encina goteaban las mieles.
Después de que, tras ser Saturno a los tenebrosos Tártaros enviado,
bajo Júpiter el
que el oro inferior, más preciosa que el dorado bronce.
Júpiter contrajo los tiempos de la antigua primavera
y a través de inviernos y veranos y desiguales otoños
y una breve primavera, por cuatro espacios condujo el año.
Entonces por primera vez con secos hervores el aire quemado
se encandeció, y, arrecido por los vientos, quedó
entonces por primera vez
y los densos arbustos, y atadas con corteza varas.
Simientes entonces por primera vez
sepultadas fueron, y hundidos por el yugo gimieron los novillos.
Tercera tras
más salvaje de ingenios y a las hórridas armas más pronta,
no
toda impiedad: huyeron el pudor y la verdad y la
en cuyo lugar
y las insidias y la fuerza y el amor criminal de poseer.
Velas daban a los vientos, y todavía bien no los conocía
el
en
y común antes, cual las luces del sol y las auras,
cauto
Y no
al rico suelo, sino que se entró hasta las
y las que ella había
se excavan
Y ya el dañino hierro, y que el hierro más dañino el oro
había brotado: brota la guerra que lucha por ambos,
y con su sanguínea mano
Se vive
no el suegro de su yerno, de los hermanos también la gracia rara es;
acecha para la perdición el hombre de su esposa, ella del marido,
cetrinos acónitos mezclan terribles madrastras,
el hijo antes de su día inquiere en los paternos años
vencida yace la piedad, y la
la última de los celestes, la Astrea, las tierras abandona.
'''La Gigantomaquia'''
Y para que no
que aspiraron dicen al reino celeste los Gigantes,
y que acumulados levantaron hacia las altas estrellas sus montes.
Entonces el padre omnipotente enviándoles un rayo resquebrajó
el Olimpo y sacudió el Pelión del
regada de la mucha sangre de sus hijos, dicen
que la Tierra se impregnó, y que ese caliente crúor
y para que no ningún recuerdo de su estirpe
que a una faz los tornó de hombres; pero también
y
'''El concilio de los dioses (I) '''
Lo cual el padre Saturnio cuando vio, en su supremo recinto,
gime hondo
los impuros banquetes recordando de la mesa de Licaón,
ingentes en su ánimo y dignas de Júpiter
y el consejo convoca: contuvo demora niguna
Hay una vía sublime,
Láctea de nombre tiene, por su candor
Por ella el camino es de los altísimos hacia los techos del gran Tonante
y su real casa: a derecha e izquierda los atrios
de los dioses nobles
la plebe habita otros, por sus lugares opuestos: en esta parte los
celestiales y preclaros
no temería yo llamar los Palatinos del gran cielo.
Así pues, cuando los altísimos se sentaron en su marmóreo receso,
más excelso él por su lugar, y apoyado en su cetro marfileño,
la cabellera, con la que la tierra, el mar, las estrellas mueve;
de tales
de los angüípedes, sus cien brazos contra el cautivo cielo,
pues aunque fiero el enemigo era,
cuerpo y de un solo origen pendía aquella guerra;
ahora yo, por
al género mortal de perder he: por las corrientes juro
infernales, que bajo las tierras
todo antes se
a espada se ha de sajar, por que la parte limpia no arrastre.
Tengo semidioses, tengo,
y faunos y sátiros y montañeses silvanos,
a los cuales, puesto que del cielo todavía no dignamos con el honor,
las
¿O acaso bastante, oh altísimos,
cuando contra mí, que el rayo, que a vosotros
ha levantado sus insidias, conocido por su fiereza, Licaón?
Murmuraron todos, y con afán
tal reclaman: así, cuando una mano impía se ensañó
con la sangre de César para extinguir de Roma el nombre,
atónito por el
el humano género queda y todo se horrorizó el orbe,
y no para ti menos grata la piedad, Augusto, de los tuyos es
que fue aquella para Júpiter. El cual, después
los murmullos reprimió, guardaron silencios todos.
Cuando se
Júpiter de nuevo con este discurso los silencios rompió:
'''Licaón '''
Mas, qué lo cometido, cuál sea su satisfacción,
Había alcanzado la infamia de ese tiempo nuestros oídos;
deseándola falsa desciendo del supremo Olimpo
y, dios bajo humana imagen, lustro las tierras.
Larga demora es cuánto
enumerar: menor fue la propia infamia que la verdad.
El Ménalo había atravesado, por sus guaridas horrendo de fieras,
y con Cilene los
del Árcade
Señales di de que había
había empezado: se
luego dice
con una distinción abierta, y no será dudable la verdad.
De noche, pesado por el sueño, con una inopinada muerte a perderme
se prepara:
Y no contento con ello, de un enviado rehén
de la nación molosa, su
y, así, semimuertos, parte en hirvientes aguas
sus miembros ablanda, parte
Lo cual una vez impuso a las mesas, yo con mi justiciera llama
sobre unos penates dignos de su dueño hice caer sus techos.
Aterrado él huye y alcanzando los silencios del campo
aúlla y en vano hablar intenta: de sí mismo
recaba su boca la rabia, y el deseo de su acostumbrada matanza
En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos:
se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma;
la canicie la misma es, la misma la violencia de su rostro,
los mismos ojos lucen, la misma de la fiereza la imagen es.
Cayó una sola casa, pero no una casa sola de perecer
digna fue: por
Para el delito que se han conjurado creerías: cumplan rápido todos,
los que merecieron padecer, así consta mi sentencia, sus castigos.
'''El concilio de los dioses (II) '''
Las palabras de Júpiter parte con su voz murmurante aprueban, e incitamentos
añaden. Otros sus partes con asentimientos cumplen.
Es,
para todos, y cuál habrá de ser de la tierra la forma,
de los mortales huérfana, preguntan, quién habrá de llevar a sus aras
inciensos, y si a las fieras, para que las pillen, se dispone a entregar las tierras.
A los que tal preguntaban,
el rey de los altísimos turbarse prohíbe, y un brote al anterior
pueblo
'''El diluvio'''
Y ya iba sobre todas las tierras a esparcir sus rayos;
pero temió que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos
no concibiera llamas, y que el
Que está también en los hados, recuerda, que
en el que el mar, en el que la tierra y
ardan y del mundo la mole, afanosa, sufra.
Esas armas
perder, y
y a cuantos soplos ahuyentan a las congregadas nubes,
y suelta al Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela,
su terrible semblante cubierto de una bruma como la pez;
la barba pesada de borrascas,
en su frente se asientan nieblas, roran sus alas y senos.
Y cuando con su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretó,
se hace un fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas.
La mensajera de Juno, de variados vestida colores
concibe, Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega
sus votos yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año.
Y no
su azul hermano le ayuda con auxiliares ondas.
Convoca
de su tirano entraron
dice
así menester es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada,
a las corrientes vuestras todas soltad las riendas.
Había ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan,
y en
Él mismo con el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella
tembló, y con su movimiento vías franqueó de aguas.
Desorbitadas se lanzan por los abiertos campos las corrientes
y, junto con los sembrados, arbustos a la vez y
y techos, y con sus sacramentos arrebatan sus penetrales.
Si alguna casa quedó y pudo resistir
la onda cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres.
Y ya el mar y la tierra ninguna distinción tenían:
todo ponto era, faltaban incluso playas al ponto.
Ocupa
y lleva los remos allí donde hace poco araba
navega, este
se
o, a ellas sometidos,
y por donde
ahora allí ponen sus
Admiran bajo el agua florestas y ciudades y casas
las Nereides, y las espesuras poseen los delfines, y por
ramas corren, y los zarandeados troncos baten.
Nada el lobo entre las ovejas, dorados lleva la onda leones,
la onda lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí,
ni sus patas veloces sirven al
y buscadas largo tiempo tierras donde posarse pudiera,
al mar, fatigadas sus alas, el pájaro errante
Había sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto,
y
La mayor parte por la onda fue arrebatada; a los que la onda
los largos ayunos
'''Deucalión y Pirra'''
Separa la Fócide los aonios de los eteos campos,
tierra feraz, mientras tierra fue, pero en el tiempo aquel
parte del mar y ancha llanura de súbitas aguas.
Un monte allí, con vértices dos, busca arduo los astros
por nombre el Parnaso, y superan sus cumbres las nubes.
Aquí cuando Deucalión
con la consorte de su lecho, en una pequeña balsa llevado, se aferró,
a las
y a la fatídica Temis, que entonces esos oráculos tenía:
no que él mejor ninguno
hombre hubo, o que ella más temerosa alguna de los dioses.
Júpiter, cuando de fluentes lagos que estaba
y que quedaba un hombre solo, de tantos miles hacía poco,
y que quedaba, ve, de tantas miles hacía poco, una sola,
inocuos ambos, cultivadores de
las nubes desgarró y, habiéndose las borrascas con el aquilón alejado,
al cielo las tierras
Tampoco del mar la ira permanece, y
calma las aguas el regidor del piélago, y al que sobre el profundo
emerge y sus hombros con su innato múrice cubre,
al azul Tritón llama, y en su concha sonante
soplar le ordena, y los oleajes y las corrientes ya
revocar, su señal dando: su hueca bocina toma él,
tórcil,
bocina, la cual, en medio del ponto cuando concibió aire,
Entonces también, cuando ella la boca del dios, por su húmeda barba rorante,
tocó, y cantó henchida las ordenadas retretas,
por todas las olas oída fue de la tierra y de la superficie,
y por las que olas fue oída, contuvo a todas.
Ya el mar
las corrientes se asientan y los collados salir
Surge la tierra, crecen los lugares al decrecer las ondas,
y, después de día largo, sus desnudadas copas las espesuras
muestran y el limo retienen que en su fronda ha quedado.
y que las desoladas tierras hacían hondos silencios,
Deucalión
a la que a mí una común estirpe y un origen de primos,
después un lecho unió, ahora los
de las tierras, cuantas ven el ocaso y el orto,
nosotros dos la multitud somos: posee lo demás el ponto.
Esta tampoco todavía de la vida nuestra es garantía
cierta bastante; aterran todavía ahora nublados
¿Cuál, si sin mí de los hados arrebatada hubieras sido,
ahora tu ánimo, triste de ti, sería? ¿De qué modo sola
el temor soportar podrías? ¿Con consuelo de quién te dolerías?
Porque yo, créeme, si a ti también el ponto te tuviera,
te seguiría, esposa, y a mí también el ponto me tendría.
Oh, ojalá pudiera yo los pueblos
artes, y alientos infundir a la
Ahora el género mortal resta en nosotros dos:
así pareció a los altísimos, y de los hombres como ejemplos quedamos.
Había dicho, y lloraban; decidieron al celeste numen
rezar y auxilio por medio buscar de las sagradas venturas.
Ninguna demora hay: acuden a la par a las
como todavía no
De allí, cuando licores de él tomados rociaron
sobre sus
de la
musgo palidecían, y se alzaban sin fuegos sus aras.
Cuando del templo tocaron los peldaños se postró cada uno
inclinado al suelo, y atemorizado
y así
se ablandan, si se doblega la ira de los dioses,
di, Temis, por qué arte
reparable es, y presta ayuda, clementísima, a
Conmovida la diosa fue y su ventura dio:
y velaos la cabeza, y
y los huesos tras vuestra espalda arrojad de
Quedaron
Pirra primera
y tanto que le dé su venia con aterrada boca ruega, como se aterra
de herir, arrojando sus huesos, las maternas sombras.
Entre tanto
las palabras de la dada ventura
Tras ello el Prometida con plácidas a la Epimetida
calma, y
o,
a los huesos creo que se llama; lanzarlas tras la espalda se nos manda.
su esperanza, aun así, en duda está: hasta tal punto ambos desconfían
de las celestes admoniciones; pero, ¿qué intentarlo dañará?
Descienden, y velan su cabeza y
y las ordenadas piedras tras sus plantas
Las rocas
a
a mullir
Luego, cuando crecieron y una naturaleza más tierna
les alcanzó, como sí semejante, del mismo modo manifiesta parecer no puede
la forma de un humano, sino, como de mármol comenzada,
no terminada lo bastante, a las rudas estatuas muy semejante era;
la parte aun así de ellas que húmeda de algún jugo
y terrosa era, vuelta fue en uso de cuerpo;
lo que sólido es y doblarse no puede, se muta en huesos;
la que ahora poco vena fue, bajo el mismo nombre quedó;
y en breve espacio, por el numen de los altísimos, las rocas
enviadas por las manos del hombre la faz tomaron de hombres,
y del
De ahí que un género duro somos y avezado en sufrimientos
y pruebas damos del origen de que hemos nacido.
A los demás seres la tierra con diversas formas
por sí misma los parió, después de que el viejo humor por el fuego
se caldeó del sol, y el cieno y los húmedos charcos
se hincharon por su hervor, y las fecundas simientes de las cosas,
por el vivaz suelo nutridas, como de una madre en
crecieron y faz alguna cobraron con el tiempo.
Así, cuando abandonó
del Nilo
y merced a la etérea estrella, reciente, ardió hasta secarse el limo,
muchos seres, sus cultivadores, al volver los terrones
encuentran, y entre ellos a algunos apenas comenzados, en el propio
espacio de su nacimiento, algunos inacabados y truncos
una parte vive, ruda es la parte otra
Porque cuando una templanza han tomado el humor y el calor,
conciben, y de ellos dos se originan todas las cosas,
y, aunque sea el fuego para el agua pugnaz, el vapor húmedo todas
las cosas crea, y la discorde concordia para las crías apta es.
Así pues, cuando del diluvio reciente la tierra enlodada
con los soles etéreos se encandeció y con su alto hervor,
dio a luz innumerables especies; y en parte sus figuras
les devolvió antiguas, en parte nuevos
'''La sierpe Pitón'''
Ella ciertamente no
entonces te engendró, y de los pueblos nuevos, desconocida sierpe,
el terror eras: tan grande espacio de un monte ocupabas.
A él el dios
antes sino en los gamos y corzas fugaces había usado,
hundido por mil disparos, exhausta casi su aljaba,
Y para que de esa obra la fama no pudiera destruir la antigüedad,
instituyó, sagrados, de
Pitios, con el nombre de la domada serpiente, llamados.
Aquel de los jóvenes quien con su mano, sus pies o a rueda
venciera, de fronda de encina cobraba un galardón.
Todavía laurel no había y, hermosas con su largo pelo,
sus sienes ceñía de cualquier árbol Febo.
'''Apolo y Dafne'''
El primer amor de Febo: Dafne la Peneia,
El Delio a él, hacía poco, por su vencida sierpe soberbio,
lo había
y
había dicho:
que
que
hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón.
Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate
con irritar, y
El hijo a él de Venus
a ti mi
todos al dios,
Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas,
diligente, en el umbroso recinto del Parnaso se posó,
y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos
de
El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda.
El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.
hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las
de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas
fieras gozando, y émula de la innupta Febe.
Con una cinta sujetaba,
Muchos la pretendieron; ella,
sin soportar ni conocer varón, bosques
y de qué sea el Himeneo, qué el
A menudo su padre le dijo:
a menudo su padre le dijo:
Ella,
su pulcro rostro teñía de un verecundo rubor
y de su padre en el cuello
virginidad disfrutar:
Él, ciertamente, obedece, pero a ti el decor este, lo que deseas
prohíbe que sea, y con tu voto tu hermosura pugna.
Febo ama, y al verla desea las
y lo que desea espera, y sus propios oráculos
y como las leves
como con las
o demasiado
así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo
Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos
y
a estrellas semejantes sus ojos, ve sus labios, que no
es
y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros;
ella
¡ninfa, espera! Así la cordera al lobo, así la cierva al león,
así al águila con su ala
a los enemigos cada uno suyos: el amor es para mí la causa de seguirte.
Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de herirse
tus piernas señalen las zarzas
Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio, te
corre y tu fuga
A quién complaces pregunta,
no yo soy un pastor, no aquí
hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes
a quién huyes y por eso huyes: a mí la délfica tierra
y Claros
Júpiter es mi padre; por mí lo que será, y ha sido,
y es se revela; por mí concuerdan las canciones con los nervios.
más
me llaman, y
¡Ay de mí, que por ningunas
y no sirven a su dueño, las
huye, y con él mismo sus palabras
entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos,
y las brisas opuestas hacían vibrar sus ropas a su encuentro,
y leve el aura atrás daba,
y acreciose su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más
perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba
el propio
Como el perro, en un vacío campo, cuando una liebre, el galgo,
el uno, como quien está a punto de cogerla, ya, ya tenerla
espera, y con su extendido morro roza sus plantas;
la otra en la duda está de si ya ha sido apresada, y de los propios
mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja
así el dios y la virgen
más veloz es, y el descanso niega, y a la espalda de la fugitiva
acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.
Sus fuerzas ya consumidas, palideció ella, y vencida
por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas
por la que demasiado
Apenas la plegaria acabó un
su muelle torso se ciñe de una tenue corteza
en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen,
el pie,
su cara copa
A
siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho,
y estrechando
besos da al leño;
Al cual el dios:
el árbol serás,
a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti nuestras, laurel,
Tú a los generales
el Triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas;
en
ante sus puertas estarás, y la encina central guardarás,
y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos,
tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores.
Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea
asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.
'''Júpiter e Ío (I) '''
Hay un bosque en la Hemonia al que, acantilada, por todos lados cierra
una espesura: le llaman Tempe; por ellos el Peneo, desde el profundo
Pindo derramándose,
y, en su caer pesado, nubes que agitan tenues
humos congrega, y sobre sus supremas espesuras con su aspersión
llueve, y con su sonar más que a la vecindad fatiga.
caudal; en ellos
a sus ondas leyes daba, y a las ninfas que honran sus ondas.
Se reúnen allá las paisanas corrientes primero,
ignorando si
rico en álamos el Esperquío y el irrequieto Enipeo
y el Apídano
y pronto los caudales otros que, por donde los
hacia el mar abajan, cansadas de su errar, sus ondas.
El Ínaco solo falta y, en su profundo antro, recóndito,
con sus llantos aumenta sus aguas, y a su hija
plañe como perdida: no sabe si de vida goza
o si está
estar cree en ningún sitio y en su ánimo lo peor teme.
La había visto, de la paterna corriente regresando, Júpiter
a ella y
lecho ignoro a quién has de hacer
de esos altos
que si sola temes en las guaridas entrar de las fieras,
segura, con la protección de un dios, de los bosques el secreto alcanzarás,
y no de la plebe un dios, sino el que los celestes cetros
en mi gran mano sostengo, pero el que los errantes rayos lanzo:
no me
y, sembrados de árboles,
cuando el dios, produciendo una calina, las anchas tierras
ocultó, y detuvo su fuga, y le arrebató su pudor.
Entre tanto Juno abajo miró,
y de que la faz de la noche hubieran causado unas nieblas voladoras
en el esplendor del día admirada, no que de una corriente ellas
fueran, ni sintió que de la humedecida tierra fueran
y su esposo dónde esté busca en derredor, como la que
Al cual, después de que en el cielo no halló
o se me
se posó en las tierras y a las nieblas
De su esposa la llegada había presentido, y en una lustrosa
novilla
aunque contrariada, aprueba, y además de quién, y de dónde, o de qué
manada era, de la verdad como desconocedora, no
Júpiter de la tierra engendrada la miente, para que su autor
deje de
¿Qué iba a hacer? Cruel cosa adjudicarle sus amores,
no dárselos sospechoso es: el pudor es quien persuade de
de
pero si el leve regalo, a su compañera de linaje y
de una vaca le negara, pudiera no una vaca parecer.
Su rival ya regalada no
hasta que al Arestórida, para ser custodiada, la entregó, a Argos.
'''Argos '''
de donde por sus turnos tomaban
los demás vigilaban y en posta
Comoquiera que se apostara miraba
ante sus ojos a Ío, aun vuelto
A la luz la deja
la encierra
De frondas de árbol y de amarga se apacienta hierba,
y, en vez de en un lecho, en una tierra que no siempre grama tiene
se acuesta
Ella, incluso, suplicante a Argos, cuando sus brazos quisiera
tender, no tuvo qué brazos tendiera a Argos,
e intentando quejarse su boca, mugidos
y se llenó de temor de esos sonidos, y de su propia voz aterrose.
Llegó también a las riberas donde jugar a menudo solía,
del Ínaco a las riberas, y nuevos cuando contempló en su onda
sus
Las náyades ignoran, ignora también Ínaco mismo
quién
y
ella sus manos lame y
y no retiene las lágrimas y, si
le
las tierras, mi hija? Tú no encontrada que hallada
un luto eras más leve.
palabras no respondes,
Mas a ti yo, sin
y esperanza tuve de un yerno la primera, la segunda de nietos.
De la grey ahora tú un marido, y de la grey un hijo has de tener.
Y
sino que mal me hace ser dios, y cerrada la puerta de la muerte
nuestros lutos extiende a una eterna edad.
Mientras de tal se
y, arrancada
ocupa, desde donde sentado otea hacia todas partes.
Tampoco de los altísimos el regidor los males tan grandes de la Forónide
más
de su vientre había parido, y que a la muerte dé, le impera, a Argos.
Pequeña la demora es la de las alas
Ello cuando dispuso, de Júpiter el
salta a las tierras; allí
con ella lleva, como
que mientras venía había
Por esa voz nueva
Argos dice,
lugar hierba hay, y apta ves para los pastores
Se sienta el Atlantíada, y al que se
detuvo con su discurso, al día, y
cañas vencer sus vigilantes luces intenta.
Él
y, aunque el sopor en parte de sus ojos se ha alojado,
en parte
la
'''Pan y Siringe'''
Entonces el dios
náyade una hubo; las ninfas Siringe la llamaban.
No una vez
campo
virginidad honraba
engañaría y podría creérsela la Latonia, si no
de cuerno el arco de
así también engañaba. Volviendo ella del collado Liceo
Pan la ve, y de pino agudo ceñida su cabeza
tales palabras refiere...
y que
hasta que del arenoso Ladón al plácido caudal
llegó; que aquí ella, su carrera al impedirle sus ondas,
que la mutaran a sus líquidas hermanas les
y que Pan, cuando presa de él ya a
en vez del cuerpo de la ninfa, cálamos
y
que por esa nueva arte y
y que así, los dispares cálamos, con la trabazón de la cera
entre sí
'''Júpiter e Ío (II) '''
Tales cosas cuando iba a decir, ve el Cilenio que todos
sus lánguidas
Y, sin demora, con su falcada espada
por donde al cuello es confín la cabeza, y de su roca, cruento,
abajo lo lanza, y mancha la acantilada con su sangre
Argos, yaces, y la que en tantas luces luz tenías
extinguido se ha, y cien ojos una noche ocupa sola.
Los recoge, y del ave suya la Saturnia en sus plumas
los coloca, y de gemas consteladas su cola llena.
y,
escondió, y prófuga por todo el orbe la hostigó.
Último restabas, Nilo, a su inmensa labor;
el cual en cuanto
sus rodillas, se postró, y alzada,
con su gemido, y con sus lágrimas, y con su luctuoso mugido
con Júpiter pareció quejarse
De su esposa él estrechando el cuello con sus brazos,
que ponga fin a sus castigos de una vez le ruega y
deja tus
ella
Cuando aplacado la diosa se hubo, sus rasgos cobra ella anteriores
y se hace lo que antes fue: huyen del cuerpo las cerdas,
los cuernos decrecen, se hace de su luz más estrecho el orbe,
se contrae su comisura, vuelven sus hombros y manos,
y su pezuña, disipada, se subsume en cinco uñas:
de la res nada queda a su figura, salvo el blancor en ella,
y,
se yergue, y teme hablar, no sea que a la manera de la novilla
muja, y tímidamente las palabras interrumpidas
Ahora como diosa la honra, celebradísima, la multitud vestida de lino.
Ahora que Épafo
se cree, y por las ciudades, juntos a los de su madre, templos tiene. 750
'''Faetón (I) '''▼
▲ '''Faetón (I)'''
▲ :::::Tuvo éste en ánimos y en años un igual,
del Sol engendrado, Faetón, al cual, un día, que grandes cosas decía
y que ante él no cedía, de que fuera Febo su padre soberbio,
no lo soportó el Ináquida y
crees y estás henchido de la imagen de un padre falso.
Enrojeció Faetón y su ira por pudor reprimió,
y llevó a
y
ese feroz,
decirse sí
Mas tú, si
dame una señal de tan gran linaje y reclámame al cielo.
Dijo y enlazó
y por la suya y
que le trasmitiera a él, le rogó,
Ambiguo si Clímene por las súplicas de Faetón o por la ira
movida más del crimen dicho contra ella, ambos brazos al cielo
extendió y mirando hacia las luces del Sol:
hijo, a ti te juro, que nos oye y que nos ve,
que de
del Sol, has sido engendrado; si
de mí y sea para los ojos nuestros la luz esta la postrera.
Y no larga labor es para ti conocer los patrios penates.
De donde él
si ora te lleva tu ánimo, camina y averígualo de él mismo.
suya palabras
y
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