Diferencia entre revisiones de «Los dones de las hadas»

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Línea 24:
«¡Eh! ¡Señora! ¡Que nos olvida! Todavía falta mi chico. No quiero haber venido en vano.»
 
El hada podía verse en un aprieto, pues nada quedaba ya. Acordose a tiempo, sin embargo, de una ley muy conocida, aunque rara vez aplicada, en el mundo sobrenatural habitado por aquellas deidades impalpables amigas del hombre y obligadas con frecuencia a doblegarse aante sus pasiones, tales como las hadas, gnomos, las salamandras, las sílfides, los silfos, las nixas, los ondinos y las ondinas -quiero decir de la ley que concede a las hadas, en casos semejantes, o sea en el caso de haberseagotamiento agotado lasde existencias, la facultad de conceder otro, suplementario y excepcional, siempre que se tenga la imaginación suficiente para crearlo de repente.
 
Así, pues, la buena hada contestó, con aplomo digno de su rango: «¡Doy a tu hijo..., le doy... el don de agradar!»
Línea 30:
«Pero, ¿agradar cómo? ¿Agradar?... ¿Agradar por qué?» -preguntó tenazmente el tenderillo, que sin duda sería uno de esos razonadores tan abundantes, incapaz de levantarse hasta la lógica de lo absurdo.
 
«¡Porque sí! ¡Porque sí!» -replicó el hada colérica, volviéndole la espalda; y al incorporarse al cortejo de sus compañeras, les iba diciendo-: «¿Qué os parece ese francesito vanidoso, que quiere entenderlo todo, y que, encima de lograr para su hijo el don mejor de los dones, aun se atreve a preguntar y a discutir lo indiscutible?»
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{{El spleen de París}}