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INVOCACIÓN

¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante
que velas los despojos de la gloria!
¡Urna de las reliquias del martirio,
    espectro vengador!
¡Sombra de Paysandú! ¡lecho de muerte,
donde la libertad cayó violada!
¡Altar de los supremos sacrificios,
    santuario del valor!

¡Sombra de Paysandú! ¡Muda y airada
como en las horas del sublime trance,
cuando azotaban con sañudo embate
    tu soberbia cerviz!
Cuando formaban tu esplendente aureola
las calientes señales del suplicio, —
rojizos rastros de fecunda sangre
    de la ancha cicatriz!

¡Calvario de la santa democracia!
¡Viuda del patriotismo y la nobleza!
¡Tus vestidos de luto son tus ruinas,
    de eterna majestad!
Cuna de los guerreros de alma grande,
de las hembras de pecho varonil,
semillero de gloria y heroísmo,
    paz en tu soledad!

¡Paz a los que cayeron batallando
allá en los días de la lid tremenda!
¡Paz a los que tuvieron por mortaja
    los techos de su hogar!
¡Sombra de Paysandú! ¡Templo de gloria
a cuyas aras se prosterna un mundo!
¡Visión de los supremos sacrificios,
    yo te vengo a evocar!


1 DE ENERO DE 1865

Se enderezó en el lecho
de Oriente la amazona,
ciñendo sobre el cuerpo
su invulnerable arnés;
crispada la melena
se levantó la leona;
temblaron los lebreles
que aullaban, a sus pies.

Dios le infundió su aliento,
la libertad su brío,
le dio su voz tonante
rugiendo el Uruguay.
Ya reventó la furia
del huracán bravío
¡guay de la vil mesnada!
De los esclavos ¡guay!

El fuego de las iras
relampagueó en sus ojos,
lanzóse al remolino
del humo del cañón;
y en pedestal soberbio
de muertos y despojos,
apareció flameando
su blanco pabellón!

Las naves descargaron
sus bronces colosales,
revoloteó la muerte
blandiendo su segur;
graznaron de alegría
los cuervos imperiales,
gritaron los esclavos:
"¡Ya es nuestro Paysandú!"

Rasgó la nube inmensa
que fuego y muerte brota,
un rayo bendecido
de diamantina luz;
y la amazona entonces
sobre la almena rota,
gritóle a los esclavos :
"¡No es vuestro Paysandú!"

Las bombas estallaron
con hórrido estampido,
dejando tras sus huellas
sangrienta claridad;
el polvo de las ruinas
se eleva enrojecido,
y gritan los esclavos:
"¡Viva Su Majestad!"

El invisible aliento
del Dios de la victoria
llevó sobre sus alas
la densa obscuridad;
y la amazona entonces
en hombros de la gloria,
gritóle a los esclavos:
"¡Viva la libertad!"

Volvió a tronar el bronce,
tembló la dura tierra
al rebotar las bombas
del corpulento obús ;
y los hambrientos cuervos
de la traidora guerra,
de júbilo aletearon
mirando a Paysandú!

Y Paysandú, gallardo,
sereno, imperturbable,
sonreía en el tumulto
de la espantosa lid ;
y haciendo brotar chispas
de su potente sable,
ceñida de relámpagos
erguía su cerviz.

¡Allá van las famélicas legiones
como 1a inerme tropa al matadero!
Suena el clarín, relinchan los bridones,
y en Paysandú desnudan los campeones
de la justicia el vengador acero!

¡Allá van! ¡Como turbia marejada
que el tremendo huracán aguijonea!
La turba se aproxima alborotada,
y en vez de su bandera mancillada
se destaca el color de su librea!

¡Ya llegan! ¡al asalto! ¡a la matanza!
¡Ay de los héroes del empuje rudo!
¡Paysandú va a caer, no hay esperanza!
¡Saltó en astillas la tremenda lanza!
¡Silencio por doquier... silencio mudo!

¡Se consumó el horrendo sacrificio!
Flaqueó por fin su arrojo temerario,
no fué el destino a su valor propicio...
¡Llegó el momento del atroz suplicio!
¡El Cristo va a trepar a su Calvario!

Van a asaltar la formidable valla
donde del libre la bandera ondula...
¡No! que empieza de nuevo la batalla,
y un torrente de fuego y de metralla
contesta: "¡Paysandú no capitula!"

Cruda es la lid, sangriento el entrevero;
libres y esclavos en informe masa
caen a los golpes del tajante acero!
¡De la matanza el buitre carnicero
sobre los troncos mutilados pasa!

¡Cruda es la lid ! Como rugientes olas
que el sañudo huracán aguijonea,
las huestes de las verdes banderolas
disparan pusilámines y solas,
¡sólo se ve el color de su librea!

¡Allá van! ¡Allá van! En la humareda,
parecen bandas de nocturnas aves,
que al primer rayo de la aurora leda
vanse a ocultar temblando en la arboleda,
lanzando al aire sus gemidos graves!

¡Allá van! ¡Allá van! Bajo su planta
alas puso el pavor de la derrota ...
¡Gloria a los héroes de la lucha santa!
¡Y a los que vimos con bravura tanta
siempre de pie sobre su almena rota!

Y vuelven otra vez. Sonó el chasquido
del látigo en la espalda de los siervos...
Ya se acercan con aire compungido,
ya no lanzan su lúgubre graznido
de la matanza los hambrientos cuervos!

Ya vuelven desplegando sus banderas,
les despeja el cañón ancho camino.
y se traba la lid en las trincheras,
y vuelven a mezclarse sus hileras
en horrendo y confuso torbellino!

Sacia la muerte sus enojos fieros,
y los pendones de color de gualda
bordados de girones y agujeros,
alfombra son al pie de los guerreros
que hieren a los siervos por la espalda.

Y vuelven otra vez a las trincheras,
se acometen, se empujan, se atropellan,
y vuelven las espadas carniceras
a tronchar como mieses sus hileras,
y de matar se rompen y se mellan!

¡Inútil batallar! ¡Estéril brillo!
El blanco pabellón siempre flamea,
y los endebles muros de ladrillo
son las negras almenas de un castillo
que el sangriento relámpago clarea!

¡Inútil batallar! ¡Dios los ayuda!
¡Dios protege a los ínclitos campeones!
La libertad de un mundo los escuda.
Y sobre Paynsandú la noche muda
desplega sus sombríos pabellones!

2 DE ENERO DE 1865

El Sinai de la ley republicana,
de sus altares pedestal inerte,
el crisol en que al fuego de la muerte
sus aceros templó la Libertad!
La encamación sublime de una idea
que hizo trizas el plomo y el cuchillo,
la gigantesca hoguera cuyo brillo
no apagó la iracunda tempestad. —

Paysandú está de pie, como en otrora
al sublime tronar de los cañones ;
su sudario de escombros y tizones
se asemeja a la cresta de un volcán...
Y tranquila, serena, imperturbable,
la derruida ciudad se alza en la loma
como el ombú que en el desierto asoma,
y atropella y desgaja el huracán!

Leandro Gómez y Piris, semidioses
de la moderna edad, en la batalla
creció, creció vuestra soberbia talla,
se volvió vuestro nombre colosal;
porque el genio, el valor y la nobleza
crecen como los cedros, en la altura,
y su riego de vida y de frescura
es la saña feroz del vendaval!

¡Ah! ¡Silencio! ¡silencio! que resuena
ronco clamor, salvaje vocería;
es el festín de la traición impía,
de los esclavos la algazara atroz!
Se consumó el horrendo sacrificio,
suena en los aires estridor de muerte,
va a caer de la patria el brazo fuerte!
¡Oh! ¡Silencio, silencio... que oiga Dios!

Así debió caer la ciudad mártir,
como cayó, retando a su destino;
¡así debiste caer, cóndor andino,
en las garras del águila rapaz!
Eras el Cristo de una grande idea,
el apóstol de un dogma bendecido; —
la traición como a Cristo te ha vendido,
como a Cristo la fe te salvará!

¡Paysandú! ¡epitafio sacrosanto
escrito con la sangre de los libres!
¡Altar de los supremos sacrificios,
    a tus cenizas, paz!
¡Paysandú! ¡el gran día de justicia
alborea en el cielo americano,
y, Lázaro, del fondo de tu tumba
tú te levantarás!