Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 52»
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El sotabanco en que Miquis vivía (si era aquello vivir), merecía de tal modo en verano los honores de estufa, que allí se podrían criar plantas tropicales. Admirable sitio para observaciones meteorológicas y para estudiar lo irregular de nuestro delicioso clima, pues las temperaturas oscilaban a principios de
Según cuenta el bueno de Aristóteles, cuando se asomaba a la ventana, quemábale el rostro el inflamado aire. El polvo de un cercano derribo traía la ceguera sobre la asfixia, y ofendía los ojos aquella bóveda azul sin el regalo de una sola nube, que con la vivísima luz resultaba de un celeste clarucho y caliginoso. También parecía, calor el silencio mismo de aquellas techumbres, apenas turbado por los lejanos ruidos que de los patios subían. La renovación de las capas atmosféricas sobre las caldeadas tejas, las unas viejas y negruzcas, las otras pardas y terrosas, producía ese temblor del aire que tanto molesta. Pocas chimeneas, de las infinitas que se veían, echaban humo. Rarísimos pájaros pasaban, cual merodeadores vagabundos, en dirección
«Quítate de esa ventana, Aristóteles -le decía su amo-. Me sofoco sólo de verte».
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-Es que estoy viendo el calor y mirando cómo tiembla el aire. ¡Vaya un día!... Señor, es preciso que busquemos otra casa.
-¿Ya para qué? En cuanto me ponga bien, que será dentro de unos días, nos iremos a la Mancha. Es preciso, Flip, ver cómo se desempeña toda la ropa de verano. Encárgate tú de esto. Allá para el 10 o el 15 de este mes (
Inquieto, exaltado, abandonaba la actitud indolente que tenía en el sillón (
De buena gana le mandaría Felipe que se callara, porque sabía el daño que le causaba tanta charla; pero ¿por qué privarle de aquel gusto, si
«Porque en ese drama -decía el enfermo acentuando con brioso gesto la palabra-, voy a presentar una idea nueva una idea que no se ha llevado nunca al teatro, la idea religiosa... Mira, Aristóteles, si supiera que no había de poder escribir esa obra, créelo, del disgusto me moriría...».
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-Buscando estas condenadas papeletas de los empeños, que no sé qué vuelta han llevado. Verdad que como no tenemos dinero para sacar tanta cosa...
-¡Dinero...!, ya vendrá, hombre. No hay que apurarse. Mamá me mandará otra letra. La espero todos los días... El dinero viene siempre; a veces tarde; pero es un viajante que no se queda nunca a mitad del camino. Cuando no se la espera es cuando más grata es su aparición. Ahora estamos pobres; pero tenemos lo preciso... Afanarse por dinero es tontería, y guardarlo, tontería mayor. Yo creo que el dinero se ha hecho para esperarlo. La posesión, cópula breve del esperarlo y el ofrecerlo, es un momento de placer fugaz, que vale mucho menos que las delicias prolongadas de la esperanza y la generosidad... ¡Dinero!... Cuando lo tengo, me considero administrador de los que lo necesitan. El placer de los placeres es dar, y
Sólo a un dar yo me acomodo,
que es el dar de darlo todo.
FELIPE.- Pues en eso de dar, creo que hay sus más y sus menos, porque es cosa mala no tener que comer, mientras otros se hartan con nuestro dinero.
ALEJANDRO.-
ARISTÓTELES.-
▲ALEJANDRO.- (con iluminismo) Yo miro al tiempo y a la inmortalidad, como dijo el otro. Esos comineros que están siempre haciendo cuentas y contando los pasos que dan, no gozan de la vida. Son inquilinos del mundo y no dueños de él. Un solo bien positivo hay en la tierra, el amor... ¿En dónde está? Hay que buscarlo. Decir buscarlo es lo mismo que decir existencia. Es parte principal del destino humano, si no es el destino todo entero... Te encuentras en mitad de la vida. Por un lado te ves rodeado de conveniencias y trabas sociales; por otro te ves solicitado del amor. ¿Qué haces? Yo lo dejo todo y me voy tras el ideal. Es verdad que no lo encuentro nunca completo y tal como lo sueño; pero voy en pos de él sin cansarme nunca, para entretener con el dulce afán de poseerlo la tristeza que resulta de no gozarlo jamás por entero y con dominio de su total belleza. ¿Oíste lo que hablábamos anoche Arias y yo?
▲ARISTÓTELES.- (con malicia) Sí señor. El señorito Arias lo decía; que usted se ha hecho mucho daño con eso de querer tan fuerte a las señoras... Ya sabe lo que dice... todos dicen lo mismo. A usted le da muy fuerte, y no repara...
ALEJANDRO.- Tonterías, hijo, tonterías. Si he de confesarte la verdad, tiene el alma necesidades tan imperiosas como las tiene el cuerpo. Negarle la satisfacción de ellas es algo semejante al suicidio, es como el no comer... Y que no me venga Arias con músicas, tratando de persuadirme de que no debo querer a persona indigna de mí por estos o los otros defectos.
A su locuacidad, que era como un síntoma morboso, sucedió el padecimiento propio de su grave mal. Pasó la noche en malísimo estado, y Felipe creyó que se moría. Al día siguiente, Alejandro no hacía más que preguntar a cada instante:
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Aquella misma noche, al volver de la calle, dijo el filósofo griego a la sin par Cirila:
«La he visto,
-¿Pues no lo he de creer?... Anda, anda. Si cuando se pone de gala, hay que alquilar balcones... Y no creas... es de buena pasta; sólo que tiene la cabeza del revés. ¡Si vieras cómo llora cuando habla de tu amo y de lo que tu amo ha hecho por ella! Parte el corazón. Si pudiera ser formal, lo sería, ¿pues qué duda tiene? Sólo que uno la quiere llevar por aquí, otro por allá, y ella no sabe qué hacer... Cuantos la ven, hijo, se enamoran de ella...
-Es una diosa -dijo con éxtasis Felipe, acordándose de un verso de ''El Grande Osuna''.
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