Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 49»

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Otra vez la conversación recaía sobre el gato. Estaba enfermo, y Doñadoña Rosa Ido inconsolable. Felipe se brindó con gravedad facultativa a asistirle; le tomó el pulso, le auscultó, le examinó, dejándose decir frases diversas de hipocrático sentido, como: «Este señor es muy aprensivo... ¿ha comido este señor algo más de lo que tiene por costumbre?... Hay fiebre... esperaremos la remisión de la mañana... Debe de ser cosa del parénquima... ¿sabes tú lo que es el parénquima?... Pues es donde están los tubérculos, unas cosas muy malas, muy malas».
 
«¿Y qué le damos para esos tabernáculos?» -preguntó Rosa consternada, teniendo sobre su regazo el animal paciente, tieso y al parecer expirante.
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«¿Qué haces, Felipe?».
 
-Lárgate de aquí.:.. Tu madre te está llamando; desde aquí oigo sus gritos. Te va a pegar. Corre, vete.
 
Desde donde estaba, pudo, torciendo el cuerpo, arrojarle una piedrecilla que le dio en la cabeza.
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Corta por aquí y por allí. Antes de profundizar, quiere reconocer la boca, ¡Treinta dientes! Y ¡qué extraña la inserción de la lengua, y qué áspera y picona toda ella! Como que está erizada de púas... Ahora veamos ese dichoso parénquima. Ábrete cuello. Por aquí será... Ve el Doctor la cavidad laríngea y dice: «aquí es donde tienen los mayidos». Con la punta de su navaja reconoce durezas, discierne el cartílago del hueso y aparta tegumentos y músculos. Pone especial cuidado en no mancharse de sangre, y sabe respetar las arterias.
 
«Hola, hola, aquí tenemos los pulmones; son estas esponjas, estas cosas llenas de huequecillos... Me parece que este caballero y mi amo tienen la misma enfermedad. Pero no veo nada. ¿Y el parénquima? Será esto que está detrás. Pues ¿y esta canal? Por aquí va lo que comemos. Me parece que el corazón va por aquí. Por estos caños entra y sale la sangre. Sigamos la canal abajo. ¡El estómago! Ábrete, perro, ábrete. ¡Zas!... ¿De qué has muerto, gato? La sangre no corre. Está apelmazada, aquí en el corazón, y el estómago lo tienes negro... Tú no has comido en muchos días... ¿Y el solomillo donde está? ¡Zas!... Ahora con finura, para sacar el buche entero. ¿Qué es esto? Las asaúras serán. ¿Y para qué sirven?... Por estas cuerdas que andan por aquí, tirabas y aflojabas para correr... ¿Pero ese condenado parénquima dónde anda? Los bofes son estos. Esto es el respirar y el toser y el soplar. Por aquí arriba va la voz, el canto, el enfadarse... Corazón, échate a un lado; tú eres el querer, el llorar, el arrepentirse...».
 
La voz de Rosita sonó en lo bajo de la escalera.
Línea 119:
-No... no... me equivocaba. No me dio memorias, ni me dijo nada. Es que me miró de un modo particular, y a mí me pareció que me daba expresiones para usted.
 
Con estas cosas se reía Alejandro, y se disipaba su mal humor. Tras del enojo con Felipe, venía siempre entrañable amistad. El gozo de verle y tenerle a su lado era en tal manera vivo, que Miquis, cuando el Doctor estaba ausente, creíase privado de algo necesario a su existencia. Hacía elogios de su destreza, de su puntualidad, de su adhesión, y los vituperios de por la mañana eran a la tarde alabanzas sin término.
 
«Bien, bien, Felipe, te portas. Todo lo haces bien. Así me gusta. Si me muriera, te nombraría mi heredero; pero no me moriré... Eres un sabio y debías de llamarte Aristóteles».