Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 41»

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Página nueva: {{encabezado2|El doctor Centeno <br> Tomo II|Benito Pérez Galdós}} == Principio del fin : IV == ¡Y qué bien durmió aquella noche! Las doce serían cuando Felipe se aventu...
 
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Oído, Felipe, que tu amo se arrebata, y aprueba el plan y reniega de Doña Pepa, y hace depender el mejoramiento de su salud de un cambio de domicilio. ¡Si en aquel cuarto no hay aire que respirar! Sí, sí: y la tal se entusiasma también, y dice que la casa de su hermana cae a unos jardines que parecen los cármenes de su tierra, llenos de pajarillos. ¡Y cómo entra el sol por aquellas ventanas! El piso es altito, eso sí, ciento diez escalones; pero una vez arriba...
 
Quiso la suerte o la desdicha de nuestro héroe tobosino que se anticipara a sus proyectos la llamada Doñadoña Pepa, hembra de mal genio y peor catadura. Tiempo hacía que estaba disgustada de tener en su casa un huésped herido, según ella, de enfermedad funesta y pegadiza. La casa perdía mucho, en su opinión de saludable con esto, y ya algunos señores estudiantes de Veterinaria habían lanzado la peligrosa especie de marcharse. Teniendo ciertos puntos y ribetes de humanitaria, la Doñadoña Pepa, no quería decir a Miquis, así desabrida y secamente, «le echo a usted por enfermo...». Discurría un hábil pretexto, y vinieron a dárselo las visitas de aquella tal, a quien lo mismo ella que su marido diputaron por una cualquiera. ¡Vaya unas amistades que tenía el D. Alejandro! No, en casa tan honrada no se querían visitas de tal naturaleza, ni la opinión de la escogida pléyade de huéspedes podía ser expuesta a las calumnias y dicharachos de la vecindad. En estos o parecidos términos, manifestó Doñadoña Pepa a Miquis sus propósitos, corteses, pero claritos.
 
«Yo pensaba marcharme -dijo él-. En esta casa no hay aire respirable».