Diferencia entre revisiones de «La fuerza del amor»

Contenido eliminado Contenido añadido
Página nueva: '''María de Zayas y Sotomayor:''' ''La fuerza del amor'' (1637) En Nápoles, insigne y famosa ciudad de Italia por su riqueza, hermosura y agradable sitio, nobles ciudadanos y galla...
 
Sin resumen de edición
Línea 84:
Quiso Laura saber la causa de estas cosas, y no faltó quien le dio larga cuenta de ellas, porque a los criados no es menester darles tormento para que digan las faltas de sus amos, y no sólo verdades, pues saben también componer mentiras; y así los llama un curioso «poetas en prosa», común desdicha de los que no se pueden servir a sí mismos. Lo que remedió Laura en saber las suyas fue el sentirlas; mas viéndolas sin remedio, pues no le hay cuando las voluntades dan traspié, que por eso dice el proverbio moral: «Ni voluntad, si se trueca, que vuelva a su ser primero»; pues si el remedio no viene de la parte que hace el daño, no hay cura en tan grande mal, y por la mayor parte los enfermos de amor pocos o ningunos desean ser sanos. Lo que ganó Laura en darse por entendida de las libertades de don Diego fue darle ocasión para perder más la vergüenza e irse más desenfrenadamente tras sus deseos, que no tiene más recato el vicioso que hasta que es su vicio público.<br />
Vio Laura a Nise en una iglesia, y con lágrimas le pidió desistiese de su pretensión, pues en ella no aventuraba más que perder la honra y ser causa de que ella pasase mala vida. Nise, rematada de todo punto como mujer que ya no estimaba su fama ni temía caer en más bajeza que en la que estaba, respondió a Laura tan desabridamente que, con lo mismo que pensó la pobre dama remediar su mal y obligarla, con eso le dejó más sin remedio y más resuelta a seguir su amor con más publicidad. Perdió de todo punto el respeto a Dios y al mundo, y si hasta allí con recato enviaba a don Diego papeles, regalos y otras cosas, ya sin él, ella y sus criadas le buscaban, siendo estas libertades para Laura nuevos tormentos y fierísimas pasiones pues ya veía en sus desventuras menos remedio que primero. Pasaba sin esperanzas la más desconsolada que decirse puede. Tenía, en fin, celos, ¿qué milagro como si dijésemos rabiosa enfermedad.<br />
Notaban su padre y hermanos su tristeza y deslucimiento y viendo la perdida hermosura de Laura, si bien ella encubría su disgusto lo más que le era posible, temerosa de aitónalgún mal suceso, vinieron a rastrear lo que pasaba, y los maleramalos sospasos en que andaba don Diego, y tuvieron sobre el caso muchas rencillas y grandes disgustos. <br />
De esta suerte pasó la hermosa y triste Laura algunos días, siendo, mientras más pasaban, más las libertades de su marido y menos su paciencia. Como no siempre se pueden llorar las desdichas, quiso una noche, que la tenían bien desvelada sus cuidados y la tardanza de don Diego, cantando divertirlas, si se puede creer que se divierten (que yo pienso que se aumentan), y no dudando que estaría don Diego en los brazos de Ni eNise, tomotomó un arpa en que las señoras italianas son muy diestras, y unas veces llorando y otras cantando, disimulando el nombre de don Diego con el de Albano, cantó así:<br />
<br />
¿Por qué, tirano Albano, <br />
Línea 201:
<br />
¿A quién no enterneciera Laura con quejas tan dulces y bien sentidas, si no a don Diego, que se preciaba de ingrato? El cual, entrando al tiempo que ella llegaba con sus endechas a este punto, y las oyese y entendiese el motivo de ellas, desobligado con lo que pudiera obligarse y enojado de lo que fuera justo agradecer y estimar, empezó a maltratar a Laura de palabra, diciéndolas tales y tan pesadas que la obligó a que, vertiendo cristalinas corrientes por su divino rostro, perlas que las estimara el alba para bordar las flores de los amenos prados en los dos floridos meses de abril y mayo, le dijese:<br />
—¿Qué es esto, ingrato? ¿Cómo das tan largas alas a la libertad de tu mala vida que, sin temor del cielo ni respeto, te enfades de lo que fuera justo alabar? Córrete de que el mundo entienda y la ciudad murmure tus vicios, tan sin rienda que parece que estás despertando con ellos tu afrenta y mis deseos. Si te pesa de que me queje de ti, quítame la causa que tengo para hacerlo, o acaba con mi cansada vida, ofendida de tus maldades. ¿Así tratas mi amor? ¿Así estimas mis cuidados? ¿Así agradeces mis sufrimientos? Haces bien, pues no tomo a la causa de estas cosas, y la hago entre mis manos pedazos. ¡Ay de mí, que a tal desdicha he venido! Y digo mal en decir ¡ay de mí!, pues fuera más acertado decir iay¡ay de ti!, que vas con tus maldades despertando la venganza que el cielo te ha de dar y abriendo camino ancho para tu perdición, pues Dios se ha de cansar de sufrirte y el mundo de tenerte, y la misma que idolatras te ha de dar el pago. Tomen escarmiento en mí las mujeres que se dejan engañar de promesas de hombres, pues pueden considerar que, si han de ser como tú, que más se ponen a padecer que a vivir. ¿Qué espera un marido que hace lo que tú, sino que su mujer, olvidando la obligación de su honor, se le quite? No porque yo lo he de hacer, aunque más ocasiones me des, que el ser quien soy, y el grandeamorgrande amor que por mi desdicha te tengo, no me darán lugar. Mas temo que has de darlo a los viciosos como tú para que pretendan lo que tú desprecias, y a los maldicientes y murmuradores para que lo imaginen y digan. Pues ¿quién verá una mujer como yo, y un hombre como tú, que no tenga tanto atrevimiento como tú descuido?<br />
Palabras eran éstas para que don Diego, abriendo los ojos del alma y del cuerpo, viese la razón de Laura; pero como tenía tan llena el alma de Nise, como desierta de su obligación, acercándose más a ella y encendido en una infernal cólera, le empezó a maltratar de manos, tanto que las perlas de sus dientes presto tomaron forma de corales, bañados en la sangre que empezó a sacar en las crueles manos. Y no contento con esto, sacó la daga para salir con ella de yugo tan pesado como el suyo, a cuya acción las criadas, que estaban procurando apartarle de su señora, alzaron las voces dando gritos, llamando a su padre y hermanos que, desatinados y coléricos, subieron al cuarto de Laura. Y viendo el desatino de don Diego y a la dama bañada en sangre, que de la boca le salía, creyendo don Carlos que la había herido, con un dolor increíble arremetió a don Diego; y quitándole la daga de la mano, se la iba a meter por el corazón, si el arriscado mozo, viendo su manifiesto peligro, no se abrazara con don Carlos, y a este tiempo Laura haciendo lo mismo, le pidiera que se reportase, diciendo:<br />
—¡Ay hermano mío, mira que en esa vida está la de tu triste hermana!<br />
Reportóse don Carlos, y metiéndose su padre por medio apaciguó la pendencia, y volviéndose a sus aposentos, temiendo don Antonio que si cada día había de haber aquellas ocasiones, sería para perderse, se determinó no ver por sus ojos tratar mal una hija tan querida como Laura. Y así otro día, tomando su casa, hijos y hacienda, se fue a Piedra Blanca, dejando a la pobre Laura en su desdichada vida, tan triste y tierna de verlos ir que le faltó muy poco para perderla. Causa para que en oyendo decir que en aquella tierra había mujeres que obligaban con fuerzas de hechizos a que hubiese amor, viendo cada día el de su marido en menoscabo, pensando remediarse por este camino, encargó que le trajesen una, común engaño de personas apasionadas.<br />
Hay en Nápoles, en estos enredos y supersticiones, tanta libertad que públicamente usan sus invenciones, haciendo tantas y con tales apariencias de verdades que casi obligan a ser creídas. Y aunque los confesores y el virrey andan en estosolícitosesto solícitos, como no hay el freno de la Inquisición y los demás castigos, no les amedrentan, porque en Italia lo más ordinario es castigar la bolsa.<br />
No fue perezoso el tercero, a quien Laura encomendó que le trajese la embustera, que sin duda sería alguna amiga, que de unas a otras se comunican estas cosas. Vino la mujer a quien la hermosa Laura, después de obligarla con dádivas, sed de semejantes mujeres, enterneció con lágrimas y animó con promesas, contándole sus desdichas.<br />
En tales razones le pidió lo que deseaba:<br />