Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 27»

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Página nueva: {{encabezado2|El doctor Centeno <br> Tomo I|Benito Pérez Galdós}} == Quiromancia : IX == Entre tanto, a Felipe le pasaban en el recibimiento cosas muy desusadas. Allí no h...
 
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Entre tanto, a Felipe le pasaban en el recibimiento cosas muy desusadas. Allí no había más luz que las extrañas claridades de los gatudosgatunos ojos, y alumbrado por ellos, aguardaba el escudero a su señor pidiendo a Dios que saliese pronto, porque se aburría, acompañado tan sólo de aquellos mansos animales que se le subían por brazos y piernas y se le sentaban en los hombros, produciéndole estremecimiento el roce de sus blandas patas frías. De pronto, al pasar la mano por el lomo de uno de ellos, vio con asombro que el animal echaba chispas... chispas azuladas, lívidas... ¿Qué era aquello? Pasaba, pasaba la mano y las gotas de luz salían de entre los pelos. ¡Pavoroso, inexplicable suceso! Probó en otros gatos, y en todos ocurría lo mismo. Esto y la oscuridad de la casa infundíanle mucho miedo... Se estuvo quieto en el durísimo asiento, hasta que se le ocurrió, para distraerse, asomar el hocico por una ventanilla que al patio daba. Nunca tal hiciera. Desde aquella ventana veíase otra, situada más abajo y correspondiente al piso principal. En este segundo hueco había claridad; pero ¡qué cosa tan horrible! Aquella claridad dábanla unas velas verdes encendidas delante de un como altarejo lleno de santicos y otras figurillas, las cuales eran sin duda imágenes de diablos y criaturas infernales. También vio Felipe una mesa llena de naipes y junto a ella una figura siniestra y horripilante, una mujer con mantón negro por la cabeza, haciendo arrumacos y demostraciones con las manos.
Retirose el muchacho asustadísimo de la ventana, diciendo para sí: «Ésta ha de ser la casa del Demonio... Yo también, como los gatos, debo de echar chispas». Se pasaba las manos por sus propios hombros a ver si él también chispeaba; pero nada, frota que frotarás, no podía sacar de sí ni una sola centella. Por fortuna suya, salió Miquis de la sala, y ambos se fueron a la calle. Doña Isabel dio a Felipe, al despedirle, un puñado de cañamones tostados, que él tomó con ánimo de tirarlos en cuanto salieran, como lo hizo, murmurando:
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-Cochero...
Miquis había pensado que no tenía tabaco, y que el habano es muchísimo mejor que el llamado vulgarmenteestanquíferovulgarmente estanquífero. Aunque no se había acostumbrado a fumar puros sino rara vez, quiso proveerse de todo, y además adquirir tres o cuatro boquillas, porque en verdad la absorción de la nicotina por los labios y lengua es una cosa muy mala. Adelante. Eran las nueve y cincuenta.
-Calle del Rubio, 41.
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MIQUIS.- (Sacando con gallardía un puñado de rayos de oro y otro puñado de hojas sobadas y mugrientas, que son las plumas de los ángeles.) Mira... cuatrocientos, quinientos, seiscientos... ¿Es bastante?
CIENFUEGOS.- (A punto de desfallecer de emoción.) Sí... ¡oh! (Canturriando.) DellDel commendatore non éè quella l'la statua?
MIQUIS.- (Echando música y luz y espíritu por todos los poros.) Abur, abur... Bel raggio lusinghier...