Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 25»

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-Y quién sabe -decía-. Puede ser que la semana que entra no me cambie por el duque de Osuna.
 
Vino el domingo, memorable por el entierro de Calvo Asensio, y en la mañana de aquel día fue con Cienfuegos al Observatorio, y ocurrió aquello del horóscopo y el encuentro de Centeno y el recado que este llevó... Volviendo a la casa de la calle del Almendro, se dirá que el sábado recibió doña Isabel, de Muñoz y Nones, la suma producida por la venta del papel que la Hacienda reintegraba en pago de la secular deuda. Llevose el notario su parte, y de lo restante hizo doña Isabel dos, que, bien separaditas, guardó en el lugar de los secretos, tabernáculo de dulces memorias, que era un cajoncillo situado en la tercera gaveta de la cómoda panzadapanzuda. El domingo por la tarde, cuando abrió su balcón para ver qué tal iba la cosecha de higos, vio un desalmado chico que desde media calle la miraba. ¡Insolente! A poco rato llamaron. La señora leyó la carta de su sobrino, en la cual, con expresivas y francas razones, inspiradas en la verdad, le hacía ver que la pingüe oferta nunca como en aquella ocasión sería tan feliz y oportuna si se realizaba. La misma doña Isabel salió al recibimiento a decir a Felipe:
 
-Di a mi sobrino que sí, ¿entiendes?, que sí, y que puede venir cuando quiera.