Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 19»

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Página nueva: {{encabezado2|El doctor Centeno <br> Tomo I|Benito Pérez Galdós}} == Quiromancia : I == Federico Ruiz... ¡Singular hombre, dado a la ciencia, al arte; el astrónomo que má...
 
Línea 31:
«Querido Ruiz, no te metas en poner motes... Deja que conserven por allá arriba los bonitos nombres paganos de Casiopea, Ofiucus, Júpiter... Como las beatas sepan la jugada que les preparas poniendo el nombre de cualquier santo a una señora que se ha llamado Venus, te van a sacar los ojos...».
 
Esto lo hablaban en la sala aquella cuyo techo y muros están hendidos, formando una línea en la dirección ideal del meridiano. Esta hendidura tiene puertas que se abren con cuerdas semejantes a las que mueven las velas de un buque, y se descubre así la parte del cielo que se desea observar. El telescopio, montado en una especie de cureña aérea, tiene aspecto de cañón. Le sostienen postes de granito; sólo gira en un plano vertical, y hay un sin fin de ruedas y palancas de dorado bronce para mover el gran tubo y colocarle en el ángulo que exige la observación. Montado sobre carriles, un gran sillón sirve para que el astrónomo se tienda en posición cómoda, y pueda, aplicando el ojo al catalejo, escudriñar cómodamente el espacio y ver todo transeúntestranseúnte del meridiano, sea chico, sea grande; de día el padre sol, de noche esta o la otra res del inmenso rebaño de estrellas, ora una clarísima, fulmínea, ora las que vacilantes hormiguean entre la muchedumbre infinita. Se las ve atravesar, impacientes y como perseguidas, el campo del objetivo, dándonos a entender con su aparente carrera la marcha que llevamos nosotros por los insondables derroteros del vacío. El cristal está dividido en cuarteles por hilos de araña cogidos en los árboles para este fin, y que tienen, ¡quién lo diría!, aplicación tan sabia y útil. ¡Venturosos animalejos las arañas que, sin saberlo, son tejedoras de las cuerdas, casi invisibles de puro tenues, con que se toma la medida a las porciones billonarias del firmamento!
 
El péndulo sidéreo, colocado a la derecha, parece la imagen de la discreción y de la mesura. Su pulsación suave, el juego de sus manecillas, que tan calladas van marcando los segundos y minutos, embelesan al que lo mira. Se le ve como si fuera una persona, un ser vivo y de madre nacido, con facciones de números y entrañas de animado metal, palpitantes y en ejercicio como nuestras entrañas. Por el mismo estilo que el péndulo, el barómetro registrador parece también un personaje, sólo que el primero es de lo más serio y reposado que se puede imaginar, mientras el segundo, organismo admirable que sabe redactar sus impresiones sobre la pesadez atmosférica, tiene no sé qué de festivo y pueril. Es un geniezuelo, un antropoide, cuyo origen no sabe el profano si atribuir a la invención de la leyenda o a los cálculos del mecánico; es prodigioso cuerpecillo, juguete que parece que tiene alma, y hace ruidos graciosos y extraños cual si cantara a media voz misteriosas endechas. Hace toda la gracia un escape que juega con la palanca; siguen a esto ruedas silenciosas y graves, y en el término del mecanismo tiene el endiablado instrumento su pedacito de lápiz, con el cual escribe sobre un cilindro de papel... Cuando hay tempestad es cuando tiene que ver. Entonces, agitado el mercurio, que es su sangre, actúa sobre todos sus miembros, y se le ve febril, echando sobre el papel unas rúbricas que son fehaciente expresión del variable peso de la atmósfera.