Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 18»

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En la clase, al día siguiente, Felipe temblaba más que de ordinario. Pero contra su creencia, Polo no le tomó lección, ni le aplicó ningún castigo. Podría creerse que se proponía no mirarlo y como figurarse que no existía. Estaba el señor triste, fosco, entenebrecido y como avergonzado. Lo poco que tenía que decir decíalo en voz baja, y desparramaba miradas sombrías y recelosas por toda el aula. De rato en rato veíaselaveíasele apretar los dientes y juntar uno contra otro los labios, cual si quisiera hacer de los dos uno solo. Aun de lejos podían observarse en la piel de su cara movimientos y latidos enérgicos, ocasionados por la contracción de los músculos maxilares. Pensaría cualquiera que el buen capellán se mascaba a sí mismo.
 
Por último, llegó Felipe a sentirse lastimado del poco caso que su amo y maestro hacía de él. Aunque le tirase de las orejas y le diera alguna bofetada, habría preferido que D. Pedro lale tomase lección, y que le mirara y atendiera. Aquel desdén era quizás una forma extraña y traicionera de la ira. Felipe tenía presentimientos, y sentía en su alma un desasosiego inexplicable. Pero aún le quedaba mucho que ver, y ocurrirían casos con los cuales había de llegar al último grado su sorpresa. Por la noche, Doña Claudia, mientras se comía su salpicón, reprendíale por haber dejado de hacer una cosa. Él, callado, oía la terrible plática sin contradecirla. Considerad su asombro cuando vio que D. Pedro salía a su defensa. ¡Cosa fenomenal, inaudita y tan peregrina como la alteración de las órbitas celestiales!... D. Pedro, ya dispuesto para salir, bastón en mano, paroseparóse ante su madre, y dijo estas benévolas y santas palabras:
 
«¡Qué diantre!, si no lo ha hecho será porque no habrá tenido lugar».