Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 11»

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Por desgracia de Centeno, la antipatía que inspiró a Doña Claudia, en vez de disminuir con el tiempo, iba creciendo a causa del carácter seco y desabrido de aquella señora. Era la roca árida en que había nacido la negra encina que llamamos D. Pedro Polo. Luego la maldita criada agravaba la situación de Felipe con sus enredosos chismes. De todo lo malo que en la casa pasaba había de tener la culpa el sin ventura hijo de Socartes. Si traía algo, lo traía tarde; si se lo confiaba cualquier faena de la cocina, echábala a perder; si redoblaba su esmero, resultaba que, por atropellar las cosas, salían mal; si al ir a comprar algo lo hacía con poco dinero, lo que había traído era detestable; si resultaba caro, era un sisón; si hablaba, era entrometido; si se callaba, sin duda estaba meditando picardías; si se limpiaba la ropa, era un presumido; si no, era un Adán. En resumidas cuentas, habría deseado el Doctor (pues dieron en llamarle de este modo, y también el Doctorcillo) tener la sabiduría de aquel señor tan despejado de que hablaba la Historia Sagrada, Salomón, para poder complacer a la doméstica y a la señora. Los regaños de esta, importunos y soeces, le ponían en tal tristeza, que le entraban deseos de marcharse de la casa. Viendo que sus leales esfuerzos no tenían estímulo ni recompensa, desmayaba su valeroso ánimo, y lo mismo le importaba cumplir que no. Así, cuando iba a recados, se detenía en las calles mirando los escaparates o añadiéndose al corro que por cualquier motivo se formara, o entablando sabroso palique con este o el otro amigo.
 
En tanto, las horas de servicio crecían de lo lindo y las de enseñanza mermaban. Viéndole cada día más torpe, apenas se lole tomaba lección de aquellas condenadas materias que tan poca gracia le hacían, y el gran D. José Ido, al llegar a él, decía: -«Mira, Doctor, más vale que te vayas a subir agua, que estas cosas no son para ti».
 
Y él veía el cielo abierto, porque más le gustaba y más le instruía sacar agua del pozo y cargar una cuba que repetir aquello de que el artículo sirve para entresacar el nombre de la masa común de su especie.
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El resto de tan cristiano discurso fue, más que pronunciado, escrito con las manos del maestro sobre las mejillas rojas del criminal y sobre otras partes de su cuerpo. Cada lagrimón que le caía abultaba más que un garbanzo. La suerte es que se los iba bebiendo a medida que llegaban a la boca; que si los dejara rodar, seguramente le mojarían la ropa. Al subir, se tentaba el cráneo para indagar cuántos y de qué calibre eran los agujeros que en él, a su parecer, tenía.
 
Doña Claudia estaba de malísimo talante aquel día por tres motivos. Primeramente le dolía la cabeza, como atestiguaba la venda que se la oprimía, sujetando dos ruedas de patata sobre las sienes. Añadid a esto el disgusto que le ocasionaba la lista grande, que acababa de leer, en cuyo documento, por uno de esos descuidos tan propios de nuestra mala administración, no aparecía premiado ningún número de los que la señora tenía. Seguramente la lista estaba equivocada. Por último, doña Claudia había descubierto en la criada cosas de que no se podía echar la culpa a Felipe. Así, cuando este se presentó y le dijo llorando: «el señor me ha mandado que suba», Doña Claudia se puso en pie, dio al aire las dos aspas de sus brazos, y con voz desabrida le contestó: «Di a mi hijo que aquí no hacen falta monigotes». Felipe tornó al piso bajo; mas no tuvo ánimo para entrar en la clase, y sentosesentóse junto a la puerta de ella, esperando a que D. Pedro saliese y le dijera algo.
 
Allí estuvo largo rato, oyendo el rumor hondo del aula, tan semejante al del mar, y como este, músico y peregrino. Lo compone un vagido constante de cláusulas que vienen y van, salpicar de letras, restallido de palmetazos y aquel fondo mugidor de la murmuración infantil, que es como el constante silbar de la brisa. Este fenómeno, sobre que entristecía el alma del buen Doctor, le convidaba a mecerse en meditaciones... ¡Qué desfallecimiento el suyo! No podía ya tener duda de que era el más bruto, el más torpe y necio de la escuela.