Diferencia entre revisiones de «Cuestión de correo»

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{{encabezado|[[Bagatelas]] <br> LaCuestión intenciónde correo|[[Vital Aza]]}}
 
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:'''LACUESTIÓN INTENCIÓNDE CORREO'''
 
Un joven amigo mío,
El cura, en la confesión,
que es un poeta llorón,
al avaro don Senén,
sufrió de Inés el desvío
le dijo: –«Para obrar bien
yo no sé por qué razón.
basta, a veces, la intención.»
 
Y al ver su negra fortuna,
Y el hombre, que no es un zote,
llorando de amor los daños,
sino un tuno sin conciencia,
fuese a contar a la luna
sigue con tal obediencia
sus acerbos desengaños.
lo que dijo el sacerdote,
 
–«¡Escucha! ¡Oh, luna adorada!,
que exclama con alegría
el pobre chico decía:–
y de mansedumbre lleno:
¡dile por Dios, a mi amada,
–«Yo hago intención de ser bueno
lo que siente el alma mía!
todas las horas del día.
 
¡Dile cuánto es mi sufrir!
No soy un malvado, ¡no!
¡Dile cuánto es mi dolor!
Y pues la intención me basta,
Y que me voy a morir
nadie en limosna se gasta
si no responde a mi amor.»
lo que estoy gastando yo.»
 
Creyó el pobre ¡qué tontuna!
Y es verdad. Como le pida
que a Inés se lo contaría,
limosna algún pobrecillo,
y hasta la fecha, la luna
se echa la mano al bolsillo
yno sacadijo unesta duroboca enes seguidamía.
 
Viendo, con honda aflicción,
Y luego, sin vacilar,
que la dama de sus sueños
y casi sin enseñárselo,
no daba contestación
hace la intención de dárselo...
a sus amantes empeños,
¡y se lo vuelve a guardar!
el triste vate ¡oh, locura!
fuese a contar sus amores
al céfiro, que murmura
entre las pintadas flores.
 
–«Vuela ¡oh, céfiro!, exclamó,
a besar sus blondos rizos,
y dile a mi Inés, que yo
me muero por sus hechizos.
¡Dile qué el desdén me mata,
que sufro horrible tortura,
y pide a esa bella ingrata
que calme mi desventura!»
 
Pero ¡ay! Inés ignoró
de su amante el padecer,
pues el céfiro le oyó
como quien oye llover.
 
Sin atender a razones,
tercera vez desatina
contando sus aflicciones
a una veloz golondrina.
 
Y hubo aquello de: –«¡Sus galas
muéstrale a Inés, por favor,
y llévale entre tus alas
el suspiro de mi amor!
¡Vuela a fabricar tu nido
encima de su ventana,
y dile cuánto he sufrido
por ser con mi amor tirana!»
 
Pero ¡ay, desgraciado amante!
la golondrina ligera,
huyó del pueblo al instante
sin despedirse siquiera.
 
- - -
 
Triste el poeta quedó,
y en su afán siempre intranquilo,
cien mensajeros buscó
todos por el mismo estilo.
 
Por fin, un día le hablé
queriendo saber su mal.
–¿Qué tal de amor? –¡No lo sé!
–¿Oyó tus quejas? –¡No tal!
–¿Y aun la quieres? –¡Ya lo ves!
–¡Eres terco y me encocoras!
Si tú deseas que Inés
llegue a saber que la adoras,
escucha bien mis razones,
porque te conviene oírlas,
no des esas comisiones
a quien no sabe cumplirlas.
 
Cesa en tu necia rutina;
no hagas petición ninguna
a la veloz golondrina,
ni al céfiro, ni a la luna.
 
Pues yo, francamente, creo
que fuera mucho mejor,
dar ese encargo al correo,
y, si acaso, al aguador.
 
- - -
 
Mi amigo el consejo oyó,
y poco tiempo después,
a una carta que escribió
grata repuesta dio Inés.
 
¡Ya Pueden cantar albricias!
¡Ya satisfechos están!
Y según ciertas noticias
muy pronto se casarán.
 
Si él no sigue mi consejo
y no le escribe a su amada,
¡se hubiera muerto de viejo
sin que ella supiese nada!
 
</poem>