Diferencia entre revisiones de «Crimen y castigo (tr. anónima)/Segunda Parte/Capítulo III»
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‑Pues no creo que te haya costado menos de veinte kopeks.
‑¿Veinte kopeks, calamidad? ‑exclamó Rasumikhine, indignado‑. Hoy por veinte kopeks ni siquiera a ti se lo podría comprar... ¡Ochenta kopeks...! Pero la he comprado con una condición: la de que el año que viene, cuando ya esté vieja, te darán otra gratis. Palabra de honor que éste ha sido el trato... Bueno, pasemos ahora a los Estados Unidos, como
Y extendió ante Raskolnikof unos pantalones grises de una frágil tela estival.
‑Ni una mancha, ni un boquete; aunque usados, están nuevos. El chaleco hace juego con el pantalón, como exige la moda. Bien mirado, debemos
‑Pero ¿y si no le vienen bien? ‑preguntó Nastasia.
‑¿No venirle bien estas botas? Entonces, ¿para qué me he llevado esto? ‑replicó Rasumikhine, sacando del bolsillo una agujereada y sucia bota de Raskolnikof‑. He tomado mis precauciones. Las he medido con esta porquería. He procedido en todo concienzudamente. En cuanto a la ropa interior, me he entendido con la patrona. Ante todo, aquí tienes tres camisas de algodón con el plastrón de moda... Bueno, ahora hagamos cuentas: ochenta kopeks por la gorra, dos rublos veinticinco por los pantalones y el chaleco, uno cincuenta por las botas, cinco por la ropa interior (me ha hecho un precio por todo, sin detallar), dan un total de nueve rublos y cincuenta y cinco kopeks. O sea que tengo que devolverte cuarenta y cinco kopeks. Y ya estás completamente equipado, querido Rodia, pues tu gabán no sólo está en buen uso todavía, sino que conserva un sello de distinción. ¡He aquí la ventaja de vestirse en Charmar!
‑Déjame ‑le rechazó Raskolnikof. Seguía encerrado en una actitud sombría y había escuchado con repugnancia el alegre relato de su amigo.
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