Diferencia entre revisiones de «Ovidio Amores II»

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Estólido, si no tienes necesidad de vigilar los pasos de tu mujer, vigílala por mí y me la harás mucho más apetecible. Lo que se nos permite lo estimamos en poco; lo que se nos prohíbe enciende nuestro ardor. Tiene un corazón de hierro el que acepta lo que otro le consiente; los amantes debemos esperar y temer a la vez, y como estímulo de nuestra ansiedad llevar alguna que otra repulsa. ¿ De qué me sirve la fortuna si no puede engañar nunca mis aspiraciones? Yo amo lo que es capaz de ocasionarme un tormento. La astuta Corina advirtió en mí este flaco, y adivinó con sagacidad los medios más hábiles para prenderme. ¡Ah!, ¡cuántas veces estando sana fingió atroces dolores de cabeza, y me despidió y ordenó retirarme con paso lento!; ¡cuántas a su capricho simuló conocer mis traiciones, y siendo ella la culpable aparecía con el disfraz de la inocencia! Pero después de atormentarme y atizar el fuego casi apagado, satisfacía dulce y rendida mis exigencias. ¡Qué de caricias, qué tiernas palabras me decía y qué de besos, grandes dioses, tan ardientes me prodigaba! Tú que hace poco cautivaste también mis ojos, muéstrate temerosa de la falsedad; rogada niega tus favores,
 
y deja que tendido en el umbral de tu puerta me hielen los rigurosos, fríos de una noche de invierno. Así perdura mi pasión y cobra bríos sin cesar; esto me estimula, éste es el alimento que conviene a mi ánimo. El amor tranquilo y demasiado fácil acarrea pronto el tedio, como un manjar dulce en extremo perjudica al estómago. Si, la torre de bronce no, encerrase nunca a Dánae, Júpiter no la habría hecho, madre; y mientras Juno vigila a la coronada de cuernos, ésta aparece más graciosa que antes a la vista del padre de los dioses. El que se contenta con los placeres fáciles y lícitos, vaya a coger las hojas de los árboles y tome el agua en la corriente de un río caudaloso. La que pretenda reinar largo tiempo, sepa engañar al amante. ¡Ay de mí!; que no me vea atormentado por mis propios consejos. Sea lo que quiera, me repugna un grato acogimiento a todas horas; huyo de la que me sigue, y acoso a la que huye de mí. Mas tú que vives tan seguro de la fidelidad de tu hermosa compañera, comienza a cerrar tu puerta a la proximidad de la noche, comienza a indagar quién golpea furtivamente sus umbrales, y por qué ladran los perros en medio del nocturno silencio; qué tablillas le trae y le lleva una ladina sirvienta y qué causa la obliga a dormir tantas veces en lecho separado. Que esta zozobra muerda alguna vez las medulas de tus huesos y preste ocasión y materia a mis astucias. El que pueda amar a la esposa de un estólido, puede lo mismo robar las, arenas de la desierta playa; y, en fin, te lo prevengo, si no vigilas celoso a tu mujer, no tardaré en dejar de ser su amante. He sufrido mucho y por, largo tiempo esperé con paciencia que un día vigilases su conducta de modo que no me avergonzase yo de mis solícitos afanes, y sigues tan tranquilo aguantando lo que no tolera ningún marido, y tendré que poner fin a unas relaciones que tú permites. ¿Seré siempre tan infeliz que nunca se me prohíba la entrada en tu casa? ¿No me asustará ninguna noche el vengador de sus ultrajes? ¿No temeré a nadie durante el sueño ni lanzaré suspiros de terror? ¿No harás alguna demostración por la cual yo desee con motivo tu muerte? ¿Qué tengo de común con un marido tan tolerante que es el cómplice de su mujer? Tu vil consentimiento emponzoña mis placeres, ¿Por qué no buscas otro que se huelgue de tanta paciencia? Si quieres que yo sea tu rival, prohíbemelo ser.
 
 
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