Diferencia entre revisiones de «La familia de León Roch : 2-06»
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{{encabezado|[[La familia de León Roch]]<br>Segunda Parte<br>Capítulo VI <br> El marqués de Fú
<p>Desde entonces la enfermedad de Ramona no ofreció cuidado, y, conocido en Madrid el buen término de ella, llenose el palacio de amigos que corrían a felicitar, como antes habían ido a compadecer. Hay gentes que viven así, felicitando y compadeciendo todo el año, y que se morirían de tedio si no hubiera muertes y bautizos, coches y tarjetas.</p>
<p>León partió a Madrid cuando los blasonados coches empezaban a entrar en el parque de Suertebella. A medio camino volvió para advertir que no olvidara dar a la convaleciente una medicina que ordenó el médico. Esto le preocupaba tanto, que en todo el día no cesaba de decir para sí: «Si la levantarán antes de tiempo... si no la abrigarán... si echarán demasiado cloral en el jarabe... si le darán golosinas...». Aquella tarde despachó en su casa varios asuntos, hizo luego algunas visitas indispensables y por la noche se retiró temprano. No vio a su mujer, ni su mujer hizo por verle a él. A la mañana siguiente tomó el camino de Suertebella, donde una grata sorpresa le esperaba. El marqués de Fúcar acababa de llegar acompañado de un ilustre extranjero, el barón de Soligny, que era el gran <i>Fúcar</i> de la nación vecina; hombre que andaba olfateando las naciones en busca de esos negocios enormes, fáciles, que nacen más espontánea y frondosamente en el seno de los pueblos desgraciados. Del mismo modo crecen ciertos árboles en los terrenos muy cargados de basura. No tardaría en venir de Madrid el Sr. D. Joaquín Onésimo, ya marqués de Onésimo, llamado por Fúcar para conferenciar sin pérdida de tiempo sobre el proyectado empréstito nacional.</p>
<p>León encontró al marqués muy pensativo y un sí es no es preocupado, vacilando entre la tristeza y la alegría, cosa difícil de explicar, porque los negocios más arduos no alteraban jamás la pasta dulce y blanda de aquel carácter enteramente mundano. Al hablarse de la enfermedad de Monina y de su milagrosa curación, D. Pedro, que quería muchísimo a su nieta, se mostró muy contento; después miró al suelo, frunciendo ligeramente el ceño, se sonrió un poco, volvió a ponerse serio y tomando a León por un brazo y llevándole a otro aposento, le dijo:</p>
<p>-Es preciso preparar a Pepilla para una mala noticia.</p>
<p>-¿Mala noticia?</p>
<p>-Sí, y digo mala por... qué se yo por qué. Realmente la noticia de una muerte, quién quiera que el difunto sea, es una noticia deplorable.</p>
<p>Y el marqués revolvió sus bolsillos llenos de papeles, sobres de cartas, tarjetas, todo cubierto de números trazados rápidamente con lápiz en el <i>wagón</i>, en el hotel, en el coche.</p>
<p>-Aquí está el parte... Es un acontecimiento terrible: el naufragio de un vapor americano entre Puerto Cabello y Savanilla... Los periódicos de aquí no han dicho nada todavía; pero mi corresponsal de la Habana... ¿Ves el telegrama?... vapor <i>City of Tampico</i>.</p>
<p>León palideció al leer el parte.</p>
<p>-De modo que Pepa... -murmuró.</p>
<p>-Pst... silencio... Puede oír y no está preparada. Efectivamente, mi hija se ha quedado viuda.</p>
<nowiki><nowiki>Inserte aquí texto sin formato</nowiki></nowiki>és, como si volviera en sí, recordando el deber que imponían la dignidad humana y la caridad, dijo:</p>▼
<p>León Roch estaba perplejo.</p>
<p>-Aquí en confianza de amigos -dijo don Pedro acercando sus labios al oído del joven para hablarle secretamente-, aparte de lo lamentable de la catástrofe, es una suerte para mi hija y para mí. Si Federico vuelve a Europa, acaba con ella y conmigo. Parece que Dios ha querido resolver de un modo trágico y brusco la situación comprometida en que mi querida hija se puso y me puso a mí casándose con ese perdido, jugador, falsario. Aquí tienes un capricho de la niña que a todos nos salió muy caro. Mira, León: hazme el favor de cerrar esa puerta para que podamos hablar con libertad: me carga el secreteo.</p>
<p>León cerró la puerta.</p>
<p>-Usted -dijo este- es el más a propósito para darle la noticia.</p>
<p>-No habrá más remedio... Entre paréntesis, no creo que el dolor de Pepa sea muy grande, ni aun creo que sea un dolor pequeño... será más bien una sorpresa dolorosa... menos, tal vez. Aquí entre los dos (y diciendo esto bajó mucho la voz a pesar de estar la puerta cerrada), yo creo que Pepa quiere a su marido lo menos que se puede querer a un marido, ¿me entiendes tú? Puede ser que sus sentimientos hacia ese chalán de alto vuelo corran parejas con los míos, y yo no oculto a nadie que le aborrezco, que le aborrecía con todo mi corazón... Pepitinilla no derramará muchas lágrimas... ¡qué demonio!, si es muy posible que no derrame ninguna.</p>
<p>El marqués se frotó las manos una contra otra, como hacía siempre que remataba un gran negocio. ¡Ah!, la Hacienda pública temblaba en lo profundo de sus arcas hueras cuando sentía aquel fregoteo de manos.</p>
<p>-Ha sido una suerte, una verdadera suerte para ella y para mí -repitió cual si hablara consigo mismo-. La Providencia nos ha salvado... Si ese hombre vuelve a Europa... Y habría vuelto cuando se le hubiera acabado el dinero... ¡Ah!, ¡vampiro! No te contentaste con saquearme en Madrid, sino que levantaste todos los fondos de mi corresponsal de la Habana. No te contentaste con falsificar aquellas letras para sacarme los treinta mil duros que tenía en Londres en casa de <i>Fergusson Brothers</i>, sino que cuando te enviamos a Cuba aún abusaste de mi nombre... ¡Maldito, execrable juego! Pero Dios castiga... Dios no consiente que los pillos...</p>
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<p>-Pero ha llegado el momento de perdonar. Yo perdono de todo corazón. Su castigo ha sido terrible. ¡Qué espantosos son los incendios de esos buques americanos! Después de que los hacen de madera, tienen la poca aprensión de cargarlos de petróleo... Ya se ve... En el incendio y naufragio del <i>City of Tampico</i> no se salvaron más que dos grumetes y un cuáquero loco. Federico se había embarcado en él para ir a Colón con objeto de pasar a California, tierra propicia a los aventureros; había sacado de la Habana todos los fondos que tengo allí... ¡Qué sabiamente atajó la Providencia sus criminales pasos! Luego diréis los libre-pensadores que Dios es demasiado grande para mezclarse en nuestras miserias. Yo digo que se mezcla, yo digo que se mezcla... Conviene no exagerar: no sostendré yo que Dios esté siempre atento a tanta cosilla como se le pide. Ya ves; mi hija llenó de velas de cera la casa cuando Moninilla estaba enferma... Se expidieron memoriales a todos los santos. Ya tendrían faena los de arriba si hicieran caso de las madres siempre que un chico tose o tiene calentura. Pero los grandes crímenes, las grandes estafas...</p>
<p>León no quiso decir nada sobre aquella interpretación de los trabajos de la Providencia.</p>
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