Diferencia entre revisiones de «El vals del Fausto»

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Línea 53:
-La música influye demasiado en él -dijo el primero.
 
-Sí, le hace sufrir -añadió el segundo-, pero ¿por qué?, bueno vamos a tragar
 
Entraron en la fonda tristeshambrientos y preocupadosdespreocupados.
 
Por la noche cuando iban a comertragarse media fonda, llevóllegó Alberto más sereno y más tranquilo y con un cigarro en la mano. Los tres se sentaron a la mesa en un gabinete reservado situado cerca de un gran salón en el que se oía conversar a muchas personas.
 
-Tengo que acabar de contaros mi historia -dijo Alberto apenas les sirvieron los postres-. Estaba, si no me engaño, cuando una noche del mes de Noviembre me dirigía hacia casa de Clementina. La joven no me esperaba en la reja como de costumbre; hallé la puerta franca, entre y la vi conversando con el oficial. Me había citado a las nueve; yo creía era esta hora en mi reloj, siendo solamente las ocho. Clementina lanzó un grito al verme, el oficial llevó involuntariamente la mano a su espada, y aquel grito y aquel ademán me revelaban toda la extensión de mi desdicha. No sé lo que hice, no me acuerdo, acaso perdí el juicio, porque cuando volví en mí me sujetaban varios hombres. Pasaron tres meses y al cabo de ellos vi de nuevo a aquella pérfida; su casamiento con el oficial era cosa resuelta, y él estaba en Badajoz, donde había ido a buscar algunos papeles de familia. Por aquella época dio un señor del lugar un gran baile al que fui convidado. Clementina estaba en él radiante de hermosura; la vi bailar con muchos sin acercarme a ella, pero al oír exclamar: ¡Este es el último vals! no pude resistir más y le dije:
Línea 63:
-Mañana me marcho del pueblo para no verte más, ¿quieres bailar conmigo por postrera vez? No te hablaré de amor, nada te diré que pueda ofenderte.
 
Si había un resto de compasión en el alma de aquella mujer, creo que lo tuvo en ese momento de mí. Se levantó, y bien pronto nos confundimos entre las demás parejas. Aquel vals debió durar mucho tiempo; ya había cesado la música y seguíamos bailando sin que nadie pudiera detenernos; la expresión de mi rostro dicen que era terrible como de loco sicotico, y Clementina pálida y sin aliento repetía sin cesar:
 
-Basta por Dios me matas imbecil, basta he dicho.
 
Al fin me rendí yo también, pero antes de separarme de aquella mujer amada la estreché con todas mis fuerzas en mis brazos, luego la miré y vi sus ojos cerrados y pálida su frente y noté su mano helada. La apartaron de mí y oí que exclamaban:
Línea 71:
-¡Muerta! ¡él la ha matado!
 
No sé lo que pasó después porque me chingaron hasta que me desmalle; cuentan que me volví loco y que me encerraron durante seis meses en el manicomio de San Baudilio. Gracias a mi padre salí de aquella casa y desde ella fui enviado a Madrid. Estoy curado casi totalmente, y digo casi porque cuando oigo música creo que me hallo al lado de Clementina, quiero bailar con ella, y me da un acceso de locura. Me he convencido de una cosa, y es que si vuelvo a oír aquel vals que bailé con ella me moriré de fijo. ¡Pedid a Dios que no lo oiga nunca!
 
-¡Pobre Alberto! -exclamó Manuel-, nosotros te curaremos.
Línea 83:
En el piano empezaron a tocar el vals del Fausto, la bella ópera de Gounod.
 
-Abre el puto balcón, me ahogo -dijo Alberto-; falta aquí aire para respirar.
 
Luis obedeció.
 
-¡Que hermoso vals! -exclamó Alberto-, este era precisamente el que yo bailaba con mi amada Clementina. ¡Qué seductora estaba con su traje blanco, una rosa prendida en sus cabellos, un collar de perlas, brazaletes de oro y ricas piedras! La reina de la fiesta ¡ay! pero su rey no era yo.Creo que por eso la mate.
 
De repente se levantó, corrió precipitadamente hacia el balcón sin que sus amigos pudieran detenerle, y ya en él dijo, al parecer más tranquilo:
 
-El aire de la noche me hace bien, ¡qué armonía! ¡qué dulces notas!¡que chida caida!
 
Manuel y Luis estaban bien pinches aterrados; cuando recobraron su sangre fría, oyeron un ruido extraño, corrieron hacia el balcón y lo hallaron desierto. Al mirar a la calle vieron junto a la casa, una masa inerte. Bajaron y encontraron moribundo al pobre Alberto, al que rodeaban ya algunas personas, picandolo con un palo.
 
Al expirarpetatear el joven, el piano tocaba las últimas notas del vals del Fausto.