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Periódico El Hurón

Número III

Son como el último asilo de la libertad: el pueblo que sufre el despotismo de una administración corrompida no ha perdido la esperanza de recobrar sus derechos bajo principios de orden, si conserva el ejercicio de la soberanía en la libre elección de sus mandatarios: la opinión pública, que rara vez se engaña, encontrará hombres dotados de la firmeza necesaria para ser inflexibles en el desempeño de sus funciones y hacer frente a los choques de la arbitrariedad; mas cuando la intriga y el espíritu de facción han penetrado hasta las elecciones populares, entonces puede decirse que la tiranía se halla calculada y establecida bajo un sistema que no puede destruirse por los medios ordinarios, sino por la energía de un Brutus, o por las terribles reacciones que produce alguna vez la violencia de la opresión; por eso el club aristocrático se propuso que aquellos actos fuesen obra exclusiva de su influjo, bajo principios que ofrecimos descubrir en nuestro número anterior; ahora emprendemos este trabajo con preferencia a oros objetos que llaman urgentemente nuestra atención, porque se acerca el tiempo de elegir el Cabildo de Buenos Aires, que es de la mayor importancia entre nosotros y que ocupa en estos momentos a los Jacobinos. Esa corporación tan respetable como poderosa se ha adquirido un derecho para ser considerada como centro de unidad y de confianza pública en el conflicto de las convulsiones, en que desorganizada la máquina política, disueltos los vínculos sociales y encendidas las pasiones, se ve el pueblo expuesto a ser víctima de una anarquía devoradora, o dominado por la facción que tenga más audacia en sus maniobras. No está hoy distante aquel conflicto en que la suerte del Estado se fiará a la prudencia y virtudes del Cabildo; y entre tanto, los tiranos que recelosos de su situación como empeñados en conservar el poder que han adquirido, se han propuesto divertir la opinión pública por medio de un cambio aparente en la administración, harían una herida cruel a la patria y un paso gigante en la carrera de sus crímenes, si formando un Cabildo de criaturas del club encontrasen en él la sanción de sus intrigas, o la tabla para asirse en el naufragio que les amenaza.

Toda elección popular es precedida de otra secreta que se verifica en la Logia: allí se proponen y discuten los individuos que han de optar a los cargos; allí las pasiones o resentimientos de cada miembro vierten a su salvo el veneno de la envidia o de la venganza y oponen un obstáculo invencible al mérito y la virtud, y allí por fin, se resuelve los que han de ser electos, y los que electores, que no son otra cosa que instrumentos para sancionar los decretos de la Logia: cuando ella no era tan numerosa ni tan atrevida se contentaba alguna vez con encontrar personas débiles o prostituidas que se dejasen dominar por su influjo aunque no fuesen del círculo; pero como la audacia crece en proporción de la impunidad, y la desconfianza y aspiraciones a medida que el poder, ya actualmente ha arrojado la máscara y fijado principios sobre el sistema de elecciones sujetando a demostración el dominio positivo de la Logia en todas las corporaciones y empleos de importancia: así ha resuelto que en adelante los intendentes de provincia sean necesariamente tomados de su seno, y que se asegure el influjo en todos los cabildos proponiéndose establecer comisiones del club encargadas de estas maniobras en aquellas provincias en que aun no las hay.

Por iguales principios estaba calculado el ascendiente sobre el Cabildo de la capital: se permitía que fuesen miembros de él algunos ciudadanos beneméritos e incorruptibles, en tanto que la pluralidad se compusiese de algún individuo del club, otros de la sociedad masónica y de personas con cuyo voto pudiese contarse por relaciones de interés o amistad: este sistema se adoptó para los dos últimos cabildos; pero ahora se quiere llevar más adelante la seguridad y la prostitución; ya no basta el influjo, se pretende establecer un poder conocido aunque sea necesario atropellar respetos y consideraciones. ¡Cómo se indignaría el pueblo de Buenos Aires si hubiese podido observar a la Logia sancionando la proposición siguiente hecha por su orador Tagle! "El Cabildo entrante debe ser absolutamente gobernado por la Logia, y al efecto de componerse de hermanos nuestros y de masones de la confianza del venerable Álvarez en su mayor parte: los demás han de ser individuos de baja extracción y conocidamente venales, para que no estén relacionados con personas de importancia y haya seguridad de que venderán su voto en cualquiera de las circunstancias delicadas que pueden presentarse";. Este es el Cabildo que se prepara para el año [18]19: la discusión fue acalorada; hubo en ella algunos votos singulares y ridículos, pero triunfó el crédito e influjo del orador.

El antiguo sistema de la Logia era asegurar el nombramiento de sus electores por la pluralidad de los sufragios: el novísimo consta de dos partes; votos grandes y votos supuestos, de manera que la elección al paso que más segura resulta, también más espectable y aparentemente apoyada en la opinión general: resuelta la elección en el club cada miembro lleva una minuta y se encarga de ganar el voto de sus amigos y especialmente el de algunos alcaldes de cuartel, para que éstos conviden y dirijan con su influjo a una porción de ciudadanos sencillos fáciles a dejarse conducir; otra minuta lleva a la Logia masónica el presidente Julián Álvarez que la presenta acompañada de una arenga pomposa y ridícula, para demostrar que aquella medida es conveniente a la conservación del orden público; su orador y algún otro de su confianza, que ya están prevenidos, se empeña en imitar el discurso de su digno jefe, y cada masón resulta humildemente obligado no solo a prestar su sufragio, sino también a ganar el de sus amigos y, si es posible, el de algún alcalde del mismo modo que los del club, todo en obsequio de la salud pública.

Pero la Logia no satisfecha con un sistema que fía algo a la suerte y empeñada ya en sujetar a demostración la seguridad de sus decretos, ha añadido a aquella medida la de los votos supuestos. Por el estatuto se previene que cada votante presente el suyo bajo un sobre en que estará su firma: el acto es presidido por un individuo del Cabildo presente un escribano; éste está vendido al orador Tagle, por interés o por miedo, y se pone de acuerdo con el regidor en cuyo poder se depositan las cédulas: reunidas éstas se extraen sagazmente de los sobres los votos de todos los que no pertenecen a personas ganadas o muy notables, y se colocan bajo la misma cubierta las cédulas que manda Tagle, el que remite además un número considerable de ellas bajo sobres y firmas supuestas, tomando los nombres de las listas de cívicos, sepan o no escribir. Como los sufragios no tienen otra verificación que el acto en que se extraen las cédulas, queda asegunda esa sucia intriga y revestida del aparato de espíritu público: este es el origen de esas elecciones asombrosas de seiscientos votos (que tanto celebra el editor de la Gaceta como si no estuviera en el secreto) y que si se despojaran de los supuestos no alcanzarían acaso a la sexta parte.

¡Asombraos americanos del descaro con que se abusa de vuestra sencillez y del modo con que se pretende prostituir todas las autoridades, convirtiendo los actos más solemnes de vuestros derechos en apoyo de aquellos que solo se ocupan de privaros de su ejercicio y de sacrificaros a una ambición insaciable! En vano el Gobierno se empeñará en justificarse por medio de sus prosélitos y de vagas declamaciones: se quiere desmentirnos y destruir la acusación que aquí se le hace sobre hechos positivos; si de buena fe aspira a que el Cabildo sea nombrado según la voluntad del pueblo, disponga que se reúna en un punto pública y libremente para la elección y abandone por esta vez las medidas de policía inquisitorial con que pretende en vano burlar nuestros esfuerzos. Si pudiesen vencerse con oportunidad los obstáculos para la circulación, nosotros llevaremos hasta la evidencia la demostración de nuestra verdad, publicando la nota secreta de electores que sancione el club antes que se verifique la elección pública; pero si después de este aviso y de la prevención que producirá, todavía los jacobinos se empeñasen en llevar a efecto su intriga y consiguiesen un Cabildo esclavo de la Logia, podrá decirse que la audacia de ella ha llegado a un extremo solo comparable al tamaño de los males que puede ocasionar y a la paciencia del pueblo que los tolera; porque todo anuncia una crisis terrible que ha de producir en el año [18]19 acontecimientos muy notables en nuestra revolución, y en que el Cabildo ha de tener un influjo señalado para desgracia o felicidad de las provincias de Sud América.


Guerra a Santa-Fe y Entre Ríos.

El pueblo de Buenos Aires está sobre un volcán espantoso que amenaza envolverlo en ruina y desolación; el Gobierno se empeña en ocultarle el peligro que los progresos de la combustión le harán advertir acaso cuando su suerte esté decretada sin remedio; la ominosa guerra contra Santa Fe; esa terrible lucha de los déspotas contra los pueblos se enciende hoy con un furor desconocido en el siglo XIX y la mayor parte de los habitantes de la capital ignora la causa de esta desgracia y los resultados que ofrece a nuestras armas. ¿Por qué está el Gobierno tan vigilante en distraer la atención pública y en ocultar los principios y las consecuencias de este delicado negocio? Porque ellas demuestran hasta qué punto se sacrifican los intereses, las vidas, los derechos de los ciudadanos a la ambición insaciable de la facción dominante; porque se teme que a la vista del peligro que corre la capital, nada sea capaz a contener la indignación del pueblo engañado, y que los tiranos sean víctimas de su furor. Para destruir sus artificios daremos una idea de las causas que han ocasionado esta guerra y del estado actual de ella, y continuaremos anunciando sus progresos en lo sucesivo.

Los sucesos del año 18[19], disolviendo los vínculos de las provincias y pueblos, condujeron al de Santa Fe a arreglar por sí mismo su administración. El Gobierno de Buenos Aires sancionó su independencia y se comprometió a sostenerla más allá de lo que los interesados exigían; pero esta promesa falaz era dirigida a adormecerlos para sacrificarlos: bajo pretextos frívolos fue enviado en calidad de huésped y amigo un cuerpo de tropas destinado a sembrar la discordia entre los habitantes pacíficos y tranquilos, y a cooperar con la fuerza a que se despedazasen entre sí o se entregasen como esclavos al yugo de los mandatarios de Buenos Aires. ¡Horrible proyecto y más horribles sus consecuencias! Cuando los santafesinos comprendieron su situación se convirtieron todos contra sus enemigos, resueltos a perecer antes que sujetarse a la tiranía y aunque inferiores en recursos y en táctica, debieron a su resolución y a la escuela de la desgracia triunfos continuados que humillaron vergonzosamente nuestras armas: hasta ahora se ignora el número de víctimas que de una y otra parte se sacrificaron en esta guerra horrible, ni la ruina y desolación que causaron los jefes de la capital en aquel desgraciado pueblo, que fatigado de padecimientos suspiraba por un gobierno capaz de inspirarle confianza y de restablecer la armonía sobre bases sólidas: así los principios de aparente moderación y justicia que adoptó Pueyrredón en los primeros días de su mando produjeron la tranquilidad y empezaron a cicatrizar las heridas de la guerra civil. ¿Por qué fatalidad se han abierto de nuevo y se ha encendido la discordia con extraordinario furor?

No creáis, americanos de la capital, que es la causa la elevación de un partido poderoso que pide auxilios al Gobierno para estrechar sus relaciones con él, como se pretende persuadiros; en Santa Fe no hay otro partido que el de defenderse contra la tiranía y éste le siguen ciegamente los habitantes de todas clases, sexos y edades; es tan profunda y terrible la impresión de sus pasadas desgracias, que horrorizados al contemplarlas, resuelven perecer con las armas en la mano antes que sufrirlas de nuevo; es un sentimiento de defensa natural el que les ha dirigido en su marcha; tiempo hacía que el Director se empeñaba secretamente en imitar la traición de su antecesor Álvarez, aspirando a que se admitiesen sus tropas a la sombra del engaño y de la intriga; como los santafesinos enseñados por una triste experiencia no quisieron ser segunda vez víctimas de su confianza, y los jacobinos estaban resueltos a que lo fuesen de su ambición sacrílega, proyectaron en silencio la marcha de un ejército destinado a consumar sus planes por el fuego y el acero; he aquí el origen de la guerra.

No la temen los tiranos en su obstinación, sino que, lisonjeándose de la superioridad de sus recursos, los ponen todos en movimiento, arrancan al labrador del arado, desmembran un ejército que observa a los enemigos exteriores y añaden la fuerza disponible que, conducida por jefes de la facción, se dirija sobre el desgraciado pueblo a tomar venganza de su resistencia a la opresión; él previene el conflicto, adopta medidas proporcionadas al horror que le inspira su enemigo, y hace sentir las consecuencias de su resolución desesperada; varios destacamentos han sido destruidos, la sangre americana ha corrido con profusión para saciar a los mandatarios de Buenos Aires; así las tropas de Bustos sorprendidas en Fraile Muerto pudieron con mucha dificultad resistir los choques de los paisanos que se arrojaban furiosos sobre las bayonetas del cuadro de infantería y que le presentaran un obstáculo y una batalla en cada paso de su marcha; así el fascinado Hereñú, batido completamente en el Palmar y reunido hoy en la Bajada con su hermano, habrá sido atacado por las fuerzas combinadas de Ramírez y Rodríguez, mientras que Andresito prepara las suyas para coadyuvar los esfuerzos de Artigas en defensa de Santa Fe; así este pueblo enfurecido que, llevando los acentos de la desesperación hasta las tolderías del Chaco, ha hecho resonar en ellas el odio y guerra contra los tiranos, se resuelve a reproducir los siglos de barbarie y carnicería con el auxilio de los indios que espera, además de los dos mil que ya le ha conducido Aldao, uno de sus diputados; y así por fin, se prepara la conflagración universal que amenaza al virtuoso pueblo de Buenos Aires con el peso de los males que hacen sufrir los mandatarios a los pueblos indignados.

No es la resolución de Santa Fe hija del acaloramiento de un instante de excitación; es el resultado de detenidas meditaciones sobre su suerte y los partidos que ella le ofrece. Aquellos ciudadanos verdaderamente heroicos no se han engañado sobre la calidad de sus recursos ni de sus peligros y se resuelven con el conocimiento de los grandes sacrificios que les prepara esta lucha, pero con la certidumbre de salir triunfantes en ella; saben que no pueden presentar un ejército que contenga el de la capital, y se proponen dejarle libre el paso y cambiar su situación; pero están decididos del modo que los rusos a abandonar sus fortunas, sus hogares y familias, a entregar la ciudad y los campos a las llamas y a esperar de sus esfuerzos cuanto puede producir la necesidad y la desesperación: cuando Balcárcel haya penetrado hasta su destino, ellos reunirán todas sus fuerzas y las llevarán hasta Buenos Aires; no harán la guerra de recursos, sino la guerra de la ruina, de la desolación y de la muerte; su conducta será calculada por el tamaño de sus males, los hombres que lo hayan perdido todo ¿qué les quedará que respetar? Hasta aquí solo los tiranos son la causa y el objeto de sus prevenciones y la tempestad podría disolverse en tiempo, subrogando al partido dominante una administración que inspirase confianza y mereciese la opinión pública; pero cuando el territorio haya sido invadido y las pasiones lleguen a su crisis ¿quién podrá contener el torrente? ¿Quién calcular los efectos de la desesperación ni hasta dónde se llevará la venganza de unos males que se atribuyen a la tolerancia con que la capital permite los abusos de los tiranos? Este es el prospecto de la guerra que en el año [18]19 va a decidir la suerte del virtuoso pueblo de Buenos Aires, si él antes no se declara en insurrección contra la tiranía.


Artículos comunicados.

Aviso a los españoles.

Ha salido para Lima la fragata mercante española la Trinidad, que siendo uno de los transportes de la expedición destinada a los puertos del Pacífico, llegó a nuestras playas por haberse sublevado las tropas que conducía. Lleva licencia y salvoconducto, o pasaporte de nuestro buen Director para todos los corsarios y bajeles de guerra de Sud América. La fragata ha hecho escala en Montevideo para recibir un rico cargamento y una pacotilla de oficiales españoles de mérito que han fugado de esta capital. Ignoramos las profundas miras de nuestro sabio Gobierno en proteger las propiedades enemigas y proporcionar nuevos recursos al Virrey de Lima. Los fieles vasallos de S.M.C. que quieran comunicar noticias exactas del estado militar, político y mercantil de las provincias disidentes del Río de la Plata, podrán verificarlo con seguridad en dicho trasporte.

Advertencia al soberano Congreso.

En el manifiesto del Excelentísimo Cabildo-Gobernador a las provincias del Estado y al mundo entero sobre la feliz revolución del 16 de abril de 1815, se lee lo siguiente: "Todos hemos visto con asombro promulgarse por disposición de la Asamblea la suspensión del decreto de seguridad individual y atacarse enseguida a la inocencia, y a ese derecho sagrado que es el único premio del sacrificio que hace el hombre civil de su natural independencia. Seis meses se señalaron a ese infernal entredicho de la sociedad, y de la confianza recíproca del ciudadano. La tiranía necesitó de más tiempo: se prorrogaron otros dos; y la humanidad afligida, temblando aún en la misma situación de su conciencia, no ha escuchado la revocación de una ley la más sacrílega o impudente [sic], a que jamás se atrevió la crueldad de los tiranos de los siglos bárbaros. Pero era preciso esta preparación sangrienta para las escenas de horror que después nos han llenado de espanto"... Sírvanse Vuestras Excelencias tenerlo presente, Soberano Señor.

Oficio al Director.

Excelentísimo Señor: Nos congratulamos los amigos del Gobierno y felicitamos a V.E. por el tino, prudencia, moderación y sabiduría con que ha hecho V.E. la primera saca de ciudadanos, que por más inocentes que sean, no han hecho mérito para entrar en el complot soberano de la Logia. En caso de duda es bueno que V.E. se agarre al tutiorismo; pero es muy poco lo que V.E. habrá adelantado contra los Huronistas, sino hace otra resaca cada quince días. La medida no tiene otro inconveniente que la evidencia de arruinar cien familias patriotas útiles al Estado; ¿pero qué es esto en comparación de las ventajas que debe reportar la facción reinante? Confinando y expatriando V.E. a troche y moche se consigue intimidar a los débiles, vengar resentimientos pasados, alejar los maridos que tengan mujeres bonitas y obligar a los que quieran redimirse de la cautividad, a que den una buena cuota para el bolsillo secreta. Continúe V.E., pero tenga un poco de cuidado con algunos logistas y congresantes, que sospechamos muy metidos en el complot. Acaso sería bueno que V.E. diese un nuevo plan de señas y contraseñas para distinguir los individuos de la Gran Logia, los de la masónica, los del departamento del espionaje y los de la asociación íntima del duque de O... ropesa... porque todos son complots, con diferentes intereses. Pero V.E., que a todos pertenece, no necesita de consejo. Somos de V.E. sus eternos admiradores.

Los amigos del Gobierno.

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