En cuanto volvió a ver el capitán a su hermano le dijo:
-— ¿Qué? ¿Has hablado con Gaspar I? ¿Cómo te ha recibido?
-— Con una bondad que no olvidaré nunca.
-— Me alegro mucho.
-— ¡Oh Jorge! ¡Qué hombre!
-— ¿Qué hombre? Un hombre como casi todos, que tienen un poco más de ambición y de paciencia que mis lacayos..., sin hablar de la diferencia de origen... El nacimiento de M. de Chatillon ha hecho mucho en favor suyo.
-— ¿Y fue su nacimiento el que le ha enseñado el arte de la guerra y le ha hecho el primer capitán de nuestro tiempo?
-— No, sin duda; pero su mérito no ha evitado que le derrotasen siempre... ¡Bah! ¡Dejemos esto!... Hoy has conocido al almirante. ¡Muy bien! A tal señor, tal honor... Te convenía comenzar a hacer la corte a M. de Chatillon... Ahora, dime: ¿quieres venir mañana de caza? Te presentaré a una persona que merece ser conocida: a Carlos, rey de Francia.
-— ¿Que iré a la cacería real?
-— Sin duda, y en ella verás a las más bonitas damas y a los mejores caballos de la corte. La cita es en el castillo de Madrid, adonde debemos ir temprano. Te cedo mi caballo tordo y te aseguro que no necesitarás usar las espuelas para estar siempre al lado de los perros.
Un lacayo entró en la habitación y entregó a Mergy una carta que acababa de traer un paje del rey. Mergy la abrió y su sorpresa fue tanta como la de su hermano, al encontrarse con un título de teniente. El sello real estaba agregado al pergamino y el nombramiento venía extendido en buena forma.
-— ¡Demonio! -gritó—gritó Jorge-Jorge—. Vaya un favor repentino e inesperado. ¿Pero cómo Carlos IX, que no sabe que existes en el mundo, te envía un título de teniente?
-— Creo deberle el favor al almirante -— dijo Mergy, y refirió a su hermano la historia de la carta misteriosa que había abierto con tanta valentía. El capitán se rió mucho de la aventura, y sin piedad alguna hizo burlas de su hermano.
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