Diferencia entre revisiones de «Veinte días en Génova: 11»

Contenido eliminado Contenido añadido
'''Página nueva''': {{encabezado2|Veinte días en Génova|Juan Bautista Alberdi}} {{capítulos |X |XI |[[Veinte días en Géno...
 
Sin resumen de edición
Línea 1:
{{encabezado2|[[Veinte días en Génova]]|Juan Bautista Alberdi}}
 
==- XI -==
 
:''Prolija descripción de los salones de audiencia del Senado. -Ceremonial de la apertura de la audiencia. -Vestiduras de los jueces y abogados. -El vestida llano comparado a la antigua toga. -Tono democrático del Senado. -Carácter de la palabra y discusión forense en Génova. -Conducta y porte de los abogados en la audiencia. -Castiglioni como orador. -Inconvenientes del exceso de llaneza. -Indulgencia y benignidad del Senado a este respecto. -Alegatos improvisados. -Conducta del debate y discusión. -El relator. -Autoridades doctrinarias más citadas. -Desprecio por los comentadores escolásticos. -Uso del idioma francés en la audiencia. -Analogía del foro francés y del italiano. ''
 
 
Antes de llegar a las cámaras de prefectura, se da con las dos salas destinadas a las dos secciones en que el Senado se divide, con el fin de facilitar y acelerar el despacho de los negocios: una y otra entienden alternativamente en lo criminal y civil, según los días de la semana; el martes, por ejemplo, conoce de lo criminal la primera sala; y la segunda el sábado de cada semana. Estas salas son de modesto y sencillo aparato; y sus puertas, notablemente pequeñas, nada previenen en favor de la suntuosidad con que debía aparecer este local destinado al culto de la justicia. La primera sala difiere de la segunda, por lo que hace a la composición del tribunal, en que la primera es presidida por el primer presidente y la otra por el segundo presidente. En cuanto a lo material de los salones, el primero es más rico en relieves y pinturas al fresco y al óleo. La segunda sala, primera en el tránsito para el que entra, es cuadrada y tiene quince varas de cada costado. Los dorados de la bóveda y del muro, ya deteriorados por la edad, son modestos. Hay tres grandes y hermosos cuadros: el uno del rey Vittorio Emmanuele, predecesor de Carlo Felice; otro en el muro opuesto, del Redentor crucificado; el último alegórico, representa a la Justicia. Todas las puertas y ventanas llevan cortinado de seda punzó. Una mesa grande, cuadrilonga, cubierta de paño verde, colocada a lo largo del salón y casi en medio de él, es la que los senadores tienen delante de sus asientos, situados sobre los tres costados de aquella, notándose que el presidente no ocupa la cabecera o costado del fondo, sino que se confunde modestamente entre los vocales sentados en los costados extremos de la mesa del tribunal. Las sillas de los senadores, de respaldo de paja, y cojín de zaraza amarilla ordinaria, están montadas sobre una tarima corrida, sin alfombra ni estera. Una estufa sencilla, cuyo mármol sostiene un reloj, se ve al lado de la pequeña mesa del escribano del tribunal, que sopa sus plumas en tinteros de estaño. Delante de cada senador hay un gran tintero de plata. Libros, expedientes, papeles varios y los sombreros de tres picos de los senadores están desparramados en la mesa, cuyo centro ocupan 80 o 100 volúmenes que forman la biblioteca elemental del tribunal; son los códigos, reglamentos, colecciones de disposiciones sueltas, actos del Gobierno, sentencias compiladas; en fin, todo lo que constituye el cuerpo de la legislación genovesa. Por supuesto que el Código Civil francés no falta de esta colección; es el padre y comentario natural del Código Albertino; como el derecho romano, que también está allí, lo es del derecho español.
 
Una baranda o barra de madera divide la sala de la audiencia en dos secciones, una de las cuales, la más exterior, como de una tercera parte del salón, es para los abogados, que hablan de pie apoyándose comúnmente en la mesa corrida que sostiene la barra, donde depositan sus libros, sus papeles y su bonete, cuando quieren quitárselo de la cabeza. El público, porque la audiencia es pública, se coloca también en este lugar.
 
La disposición de la primera sala es muy parecida a la segunda que acabo de describir. En esta se sienta el primer presidente a la cabecera de la mesa. A su espalda está el retrato de Carlo Felice, predecesor del actual rey; a su frente, en la otra extremidad, un Santo Cristo, pintado en lienzo, por Cambiasso. Este cuadro está puesto sobre otro, antiquísimo, cubierto por el polvo de unos cuantos siglos, perteneciente a las ricas tapicerías que los holandeses regalaron a Génova en la edad media por vía de remuneración a las leyes que ésta les dio. Los otros lados del salón están ornados de cuadros de esta misma especie, cuyas figuras están hechas con hilos de oro, plata y seda. También hace parte de este presente la campana suspendida en la torre del Palacio Ducal, que hoy sirve a las prácticas de policía y ceremonial del municipio en las tres o cuatro solemnidades a que este cuerpo concurre en el curso del año. Yo me hallé, por ejemplo, el día del patrón de la ciudad en que saludó la salida de los síndicos y de los decuriones desde el Palacio Ducal hasta la iglesia de San Lorenzo, donde se celebra la función de San Juan Bautista, patrón de todos los genoveses, y tocayo de una mitad de ellos. A la derecha del retrato de Carlo Felice, está un cuadro que representa la Justicia, obra de un gran maestro; a la izquierda otro que representa a Jano, otro en seguida, la Humildad, y por fin otro, que personifica la Fortaleza.
 
El Senado oye misa en cuerpo todos los días en que tiene despacho, antes de entrar en audiencia. La capilla en que llena esta formalidad, pertenece al mismo palacio de los tribunales, y es la que en otra época estaba destinada para el uso del Doge de la República, que presenciaba el santo oficio desde una tribuna o balcón elevado, situada en frente del altar. Este oratorio que es pequeño, de un solo cuerpo, está pintado en su bóveda y muros con la mayor magnificencia. Todos los hechos y personajes de honrosa memoria para Génova, están expresados por soberbias pinturas al fresco. La muy brillante que resplandece en la bóveda, es desempeñada por Carloni. Los pintores actuales ignoran absolutamente el secreto con que los antiguos maestros producían tan maravillosos efectos: el azul del cielo está tan vivamente representado en este cuadro, que un ojo poco versado puede llegar a creer que falta un pedazo de la bóveda. El altar, trabajado de mármol todo él, ornado de exquisitos relieves, tiene un nicho, que ocupa una estatua en mármol antiquísima, de una pieza, ejecutada por el Schiaffino, y representa a la Santa Virgen.
 
Los senadores, después que han oído su misa en cuerpo, se visten con sus togas negras de seda y golillas blancas, en una antesala destinada a este efecto, desde la cual parten en seguida a la sala de la audiencia. El alguacil vestido de toga punzó, marcha a la cabeza de la real corporación, conduciendo la maza presidencial, que es de madera dorada para los días ordinarios, y de oro para las funciones cívicas, la cual se deposita sobre la mesa delante del asiento del presidente. Los senadores se mantienen cubiertos o no en la audiencia, según les place, con su sombrero de tres picos, que completa estrictamente su vestidura de ceremonia. Su modo de estar es llano y desnudo de esas pretensiones de gravedad exterior con que suelen presentarse en actos semejantes los altos magistrados de algunas Repúblicas de América. Esta alusión no es dirigida ciertamente a los ministros de las cortes chilenas, cuya gravedad afable y simple recuerda los usos de las Cortes reales de Francia. Por lo regular son hombres de anciana edad, y sus cabellos blancos infunden por sí solos el respeto que no se empeñan en provocar por el gesto. He visto algunas veces a todo el Senado reunido en sesión general para conocer de una causa de revisión: era imponente el aspecto de aquel cuerpo compuesto de cerca de 20 figuras llenas de dignidad y distinción.
 
Los abogados asisten de bota al tribunal, de calzón de color y aún pueden asistir como les diere la gana, con tal que vistan corbata y golilla blancas y toga de seda negra. Los procuradores, que llevan el mismo traje, a excepción de la toga que debe ser de lana, acompañan en la barra ordinariamente a los abogados. Estos vestidos se toman antes de entrar al Senado, en la galería que da entrada a esta cámara, y todo el mundo de transeúntes casuales de este vestíbulo, se detiene a presenciar esta incomprensible transformación de un traje serio en otro que más tiene de bufón, para comparecer en un paraje solemne. Este cambio se hace por lo común a gran prisa; y el abogado se lanza al tribunal, muchas veces antes de haber acabado de acomodarse; un criado queda en la galería al cargo del sombrero redondo, papeles, libros, bastón, etc. ¡Cuánto más dignamente no van nuestros abogados en los tribunales de América, con su vestido ordinario pero lleno de conveniencia! En vez de que los letrados genoveses, con tal que vistan toga pueden llevar en desorden sus cabellos y sus barbas no afeitadas, como he visto presentarse a varios más de una vez.
 
Prescindiendo de estas exterioridades de mal gusto, resto del tiempo pasado y piezas de la añeja armazón monárquica de la justicia europea, la conducta externa y porte visible de esta cámara pueden servir de modelo a los tribunales de una república. Los genoveses, que en asuntos de arte y religión son la afectación misma, en lo concerniente a la práctica y administración de la justicia civil son modelos de naturalidad y sencillez. La razón de esto reside en que para ellos son los intereses civiles una cosa demasiado seria, para tratarse en otro modo que el de la verdad misma. En efecto, el abogado genovés no declama, no diserta, nada hay de artificial o convencional en el porte exterior de su alocución; hablando o tomando notas, se conduce en presencia del tribunal como si estuviese delante de un círculo particular de personas respetables, con porte digno, pero sin acatamiento. Habla de pie; las más veces apoyado en la barra. Acciona con calor, franqueza y verdad, cuando el caso es de accionar, sin incurrir ni acercarse a lo teatral o escénico, como tampoco a los medios exteriores de la cátedra o el púlpito. Sus recursos de dicción son simples; tienen costumbre de abstenerse de emplear guirnaldas y jazmines de retórica, que pudieran comprometer la austeridad sencilla de la verdad. No ponen más fuego que el de la convicción; lo que no quiere decir que hablen sin calor, pues el genovés habla habitualmente como hombre convencido. Son tan sobrios en expresiones de respeto y acatamiento hacia los jueces, como económicos en giros capaces de desagradar. Esta disposición se explica en parte por la del carácter del genovés, viejo republicano, que muestra todavía en todas las posiciones de la sociedad las nobles señales de su antigua y derrocada libertad; el genovés es delante de sus jueces, lo que es ante las damas y en todas partes; ni se quita el sombrero para saludar en la Acua Sola, ni dobla la rodilla para invocar justicia. Se agrega a esto que es comerciante por hábito y vocación, es sabido que el comercio, como la guerra y la libertad, engendra hábitos de una independencia brusca desprovista de amabilidad. He oído hablar varias veces en el Senado al señor Castiglioni, el más notable abogado de Génova, según lo he advertido en otra parte(sobre un punto de derecho comercial no era esta materia en que pudiera desplegarse elocuencia, pero sí los accidentes agradables y distinguidos que acompañan siempre a la palabra del hombre culto). Muy poco de esto advertí en el porte exterior del eminente abogado. Su modo de mantenerse delante del Senado no es garboso; gasta no sólo la llaneza, sino la negligencia misma de cuando está en su estudio. He visto hablar a otros que con tanta fama como él tienen menos importancia real; he notado que las formas externas de su alocución tenían algo del aire del procurador, más bien que del tono distinguido del abogado. Estoy lejos de preferir a la tosca desnudez de un discurso concienzudo y lógico, la frívola y pedantesca pompa de una palabra sin fondo ni energía; pero no por eso desdeñaré aquella sencilla y reservada continencia y gracia de porte, de estilo, que realzan y recomiendan, no diré el semblante, sino el fondo mismo del discurso, sea cual fuere el lugar en que se pronuncie. Se puede y debe exigir en la palabra forense aquella elegancia de formas con que el matemático Zussane quería que se expusiese la geometría misma, fundándose en que la elegancia de exposición da relieve y trasparencia al cuerpo de la verdad. Además de esto, ¿por qué vestir el pensamiento con grosera y desaseada túnica, en el recinto donde el abogado y el juez mismos están obligados a vestir brillante toga negra? Que el abogado se muestre franco, independiente, fácil, natural en la conducta de su discurso, sea enhorabuena; pero que a estos atributos reúna también la conveniencia de tono, que acompaña al hombre bien educado en todos los actos serios le la sociedad.
 
De todos modos es de alabarse la noble y alta tolerancia del Senado que autoriza o disimula en su presencia la práctica de esas inconveniencias, cuya represión pudiera quizás tomarse como restricción puesta al libre empleo de los medios de defensa.
 
En medio de esto, hay que reconocer en el abogado genovés la bella costumbre de no emplear jamás entre sus medios de discusión el arma inconveniente del dicterio y sarcasmo personales. Se puede decir que la galantería que falta a la parte exterior de su discurso reside abundantemente en el valor y peso de sus expresiones. Fríos como los sajones, los abogados de Génova se van a la razón helada y a los números; así es que la campanilla del presidente no suena sino para anunciar la apertura y conclusión de la audiencia.
 
Los discursos y alegatos son siempre improvisaciones que desenvuelven valiéndose de notas en que llevan consignados los datos principales de su discurso. Muchas veces las notas son tan largas, que su lectura textual, mezclada con los periodos hablados, forma una especie de discurso oral-escrito. Son detenidos e interpelados a veces por el presidente u otro senador, en el curso de su palabra, para que esclarezcan o insistan en un punto que se considera capaz de reflejar la luz que se busca. Esa bella práctica es tradición del foro francés, en que el presidente del tribunal, dueño y árbitro de la dirección que debe llevar la discusión o debate, hace hablar o callar al abogado, según las exigencias de la investigación que forma el objeto de la causa. Cuando tienen que dirigirse o nombrar al relator, lo hacen con los tratamientos de S. E. y de Ilustrísimo Relator, porque este cargo es desempeñado siempre por un miembro del Senado, que desde su silla de juez hace la lectura de la relación. Para esta operación se alternan y suceden unos a otros. Esta práctica, que también se observa en Francia, muestra toda la importancia que tiene el trabajo de relatar el estado de las cuestiones que constituyen un proceso. Se puede asegurar que toda la reputación y crédito de los altos tribunales está dependiente del celo y habilidad con que se desempeña este delicadísimo ministerio. El relator es el expediente vivo y personificado, sobre cuyas palabras funda las sentencias que pronuncia en nombre y a la faz de la nación.
 
Tratándose de una servidumbre urbana, asunto frecuentísimo en Génova con motivo de hallarse situada esta ciudad en un suelo sumamente irregular y lleno de accidentes, y cuya estrechez es causa de que sus edificios sean los más altos de Europa, al mismo tiempo que de complicada construcción y difícil alumbramiento; tratándose de esta materia, decía, en vez de acudir a la autoridad del derecho romano, tan fértil en doctrina sobre el caso, no he visto invocar otros que los de los tribunales de Francia, Piamonte y las doctrinas de Pardessus, Fredon, Toullier, etc. Sea cual fuere la materia que se ventile, en el Senado de Génova jamás deja de citarse a los jurisconsultos franceses; entre tanto que en Francia, su país, no se nombra hoy, ante las cortes de justicia, a ninguno de ellos, no porque sean autoridades viejas sino porque no está en uso nombrar autoridades doctrinales de persona alguna. Con todo, nunca se oye citar en las cámaras senatorias de Génova, la autoridad de ningún glosador o comentador escolástico. Los abogados los mantienen en sus estantes, como a soldados jubilados, en el reposo inalterable a que los hacen acreedores sus años y sus grandes servicios pasados. Las citas de los autores y leyes francesas se leen en idioma francés que todos los abogados y jueces hablan y escriben, por haber sido oficial para los Estados sardos, en tiempo de la conquista itálica, por la Francia. Hoy mismo está en vigencia la ley de Napoleón, escrita en francés, sobre el interés de 6 por ciento entre comerciantes, y un 5 por ciento, en los préstamos civiles, a que se refiere el Código Albertino, sin estatuir por sí. Las leyes de Francia no contentas con establecer su autoridad en los tribunales de Italia, han llevado consigo los modismos y caracteres geniales que acompañan a su aplicación y ejercicio, en los tribunales del país de su origen. Así el foro de Génova está lleno de esos ligeros rasgos y accidentes que dan tanta animación y colorido dramático a la audiencia de los tribunales de Europa y señaladamente de París. Un día, mientras el abogado Pellegrini (el anciano), hablaba como si lo hiciese en medio de un desasosegado sueño (que no tenía poco de endémico), su antagonista el abogado Morello, hombre al parecer ardiente, hacía una refutación pantomímica, desde su asiento, dirigiéndose con sus animados gestos, a los miembros del tribunal que, a veces, sonreían en presencia de esta especie singular de debate, entre un sonámbulo y un mudo no sordo.