Diferencia entre revisiones de «Una excursión: Capítulo 16»

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:'''El embajador del cacique Ramón y Bustos. Desconfianza del cacique. Quién era Bustos. Caniupán. Otra vez el embajador de Ramón y Bustos. Un bofetón a tiempo. ''Mari Purrá Wentru ''. Recepción. Retrato de Ramón. Exigencia de Caniupán. ¡Lo mando al diablo! Conformidad.'''
 
 
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Habló con Bustos, parando la oreja todos los indios que me rodeaban, porque lo hacía con aire misterioso.
 
Bustos contestaba con monosílabos que me parecían significar solamente sí y no. Dirigiéndose a los circunstantes, me dijo:
 
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-Amigo, repáremelo al coronel, por si quiere conversar con alguno.
 
La resolución con que se separó Mora de mi lado, acompañado del embajador, produjo un efecto inesperado en los indios. Cesaron sus impertinencias, continuando, sin embargo, las de algunos cristianos.
A uno de mis soldados se le fue la mano y le plantificó un bofetón al más atrevido de ellos, diciéndole:
 
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El cristiano quiso hacer barullo, pero los otros colegas no le ayudaron, y menos los indios.
 
El soldado era un diablo. Echó el bofetón a la risa, y esgrimiendo un chifle de aguardiente, gritaba encarándose con los que le parecían más capaces de una avería: Bebiendo, peñi ( ''peñi'' quiere decir ''hermano '').
 
Por algunos indios sueltos que llegaron, supe que el cacique Ramón no estaba en su toldo, sino que se hallaba allí cerca, dentro del monte; que Mora ya estaba con él, que se hacían los preparativos para recibirme.
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-Bueno, amigo, déjelos así formados en ala como están.
 
Y dirigiéndose al propio, le dijo: entre otras cosas, ''Mari purrá wentrú '', palabras que comprendí y que querían decir ''dieciocho hombres''.
 
Mientras mi gente permanecía formada, mis tropillas andaban solas. Yo estaba con el Jesús en la boca, viendo la hora en que me dejaban con los caballos montados.
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-Salude a los indios primero, amigo, después saludará al cacique..
 
Y haciendo de ''cicerone '', empezó la ceremonia por el primer indio del ala izquierda que había cerrado el círculo.
 
Consistía ésta en un fuerte apretón de manos, y en un grito, en una especie de hurra dado por cada uno de los indios que iba saludando, en medio de un coro de otros gritos que no se interrumpían, articulados abriendo la boca y golpeándosela con la palma de la mano.
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-¡Viva el cacique Ramón! ¡Viva el Presidente de la República! ¡Vivan los indios argentinos!
 
Y el círculo de jinetes y de lanzas se quebró en todas partes, desparramándose los indios al son de las dianas que no cesaban, haciendo molinetes con las lanzas, dándose de pechadas los unos a los otros, cayendo aquí, levantándose allá, ostentando los más diestros su habilidad, ''rayando'' los corceles, hasta que jadeantes de fatiga les corría el sudor como espuma.
 
Los gritos de regocijo se perdían por los aires. El cacique Ramón y yo, rodeados de pedigüeños, tomamos el camino de Aillancó.
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La tarde se acercaba, y las visitas raleaban.
 
Llegó un hijo de Mariano Rosas, con unos cuantos. Mandábame saludar nuevamente su padre; quería saber cómo me había ido; recomendarme sobre todo, en todos los tonos, ''tuviera mucho cuidado con los caballos ''.
 
Contesté secamente.
 
Marchóse el mensajero, se puso el sol, acomodáronse los caballos teniéndolos a ''ronda cerrada '', se recogió bastante leña, se hizo un fogón, nos pusimos en torno, circuló el mate, y comenzó la charla.
Discurriendo sobre lo que había pasado durante el día, cambiando ideas con Mora, no me quedó duda de que los indios temían un lazo. Iban, por consiguiente, a hacerme demorar en el camino con pretextos, hasta que regresasen sus descubiertas y se aseguraran y persuadieran de que tras de mí no venían fuerzas.