Diferencia entre revisiones de «Una excursión a los indios ranqueles/XII»

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La impaciencia patriótica puede hacernos incurrir en grandes errores; el estudio paciente hará que no caigamos en la equivocación.
 
No puedo hablar como un sabio: hablo como un hombre observador.

Tengo la carta de la República en la imaginación y me falta el teodolito y el compás.
 
Los peligros para el trabajo son más imaginarios que reales. Oportunamente podría ocuparme de este tópico. Por el momento me atreveré a avanzar que yo con cien hombres armados y organizados de cierta manera, respondería de la vida y del éxito de los trabajadores.
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No he visto jamás en mis correrías por la India, por Africa, por Europa, por América, nada más solitario que estos montes del Cuero.
 
Leguas y leguas de árboles secos, abrasados por la quemazón; de cenizas que envueltas en la arena, se alzan al menor soplo de viento; cielo y tierra; he ahí el espectáculo.
 
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-Fíjense bien -dije antes de empezar-, que este cuento es bueno tenerlo presente cuando se viaja por entre montes tupidos.
 
Todos estrecharon la rueda del fogón, uno atizó el fuego, los ojos brillaron de curiosidad y me miraron, como diciendo: ya somos puras orejas, empiece usted a contar.
 
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El arriero era gaucho y jinete.
 
Descomponiéndose y componiéndose sobre el recado, anduvo mucho rato, hasta que en una de ésas, como tenía las mechas del pelo muy largas y ''porrudas'' se enganchó en el gajo de un algarrobo.
 
La mula siguió bellaqueando, se le salió de entre las piernas y él