Diferencia entre revisiones de «Las metamorfosis: Libro XIV»

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Línea 664:
tocó su boca y lo hizo dios, al cual la muchedumbre de Quirino
nombra Índiges y en un templo y en aras lo ha acogido.
 
'''Los reyes latinos'''
 
Después, bajo el dominio de Ascanio, el de dos nombres, Alba
y el estado latino estuvo. Lo sucedió Silvio a él,
nacido del cual, tuvo repetidos Latino 610
sus nombres, junto con el antiguo cetro; el brillante Alba sigue a Latino.
Épito después de él es, tras éste Cápeto y Capis,
pero Capis antes estuvo. El reinado de ellos Tiberino
tomó, y hundido en las ondas de la corriente toscana
sus nombres dio a su agua, del cual Rémulo y el feroz 615
Ácrota fueron engendrados. Rómulo, más maduro en años,
de un rayo pereció -el imitador del rayo- por un golpe.
Que de su hermano más moderado, Ácrota, el cetro pasa
al fuerte Aventino, el cual, en el que había reinado,
en ese mismo monte yace depositado y atribuyó su vocablo a ese monte. 620
 
'''Vertumno y Pomona (I)'''
 
Y ya de la palatina gente el mando Proca tenía.
Bajo el rey tal Pomona vivió, que la cual, ninguna entre las latinas
Hamadríades ha honrado con más pericia los huertos
ni hubo más estudiosa otra del fruto del árbol,
de donde posee el nombre. No los bosques ella ni caudales, 625
el campo ama y las ramas que felices frutos llevan.
Y no de la jabalina pesada va, sino de la corva hoz, su diestra,
con la que ora su exceso modera y, extendidos por todas partes,
sus brazos contiene, ora en una hendida corteza una vara
injerta y sus jugos apresta para un prohijado ajeno, 630
y que sienta sed no tolera y las recurvas fibras
de la bebedora raíz riega con manantes aguas.
Éste su amor; éste su estudio, de Venus incluso ningún deseo tiene.
La fuerza aun así de los hombres del campo temiendo, sus pomares cierra
por dentro y los accesos prohíbe y rehúye masculinos. 635
¿Qué no los Sátiros, para los bailes apta esa juventud,
hicieron, y enceñidos de pino en sus cuernos los Panes,
y Sileno, siempre más juvenil que sus propios años,
y el dios que a los ladrones o con su hoz o con su entrepierna aterra,
para apoderarse de ella? Pero es así que los superaba amándola 640
a ellos incluso Vertumno, y no era más dichoso que ellos.
Oh cuántas veces, en el atavío de un duro segador, aristas
en una cesta le llevó, y de un verdadero segador fue la imagen.
Sus sienes muchas veces llevando con heno reciente trenzadas,
la segada grama podía parecer que había volteado. 645
Muchas veces en su mano rigurosa aguijadas portaba, tal que él
jurarías que cansados acababa de desuncir sus novillos.
Una hoz dada, deshojador era y de la vid podador.
Se vestía unas escalas: que iba a recoger frutos creerías.
Soldado era con una espada, pescador, la caña tomada. 650
Por fin, merced a esas muchas figuras acceso para sí muchas veces
encontró de modo que poseyera los goces de la contemplada hermosura.
Él incluso, coronadas sus sienes de una pintada mitra,
apoyándose en un bastón, puestas por esas sienes canas,
se simuló una vieja, y entró en los cultivados huertos 655
y de los frutos se admiró y: «Tanto más poderosa», dice,
y a la que un poco había alabado dio besos cuales nunca
verdadera hubiese dado una anciana, y en el terreno encorvada se sentó,
mirando arriba, curvas, del peso de su otoño, las ramas.
Un olmo había enfrente, especioso por sus brillantes uvas. 660
El cual, después que al par, con su compañera vid, hubo aprobado:
«Mas si se alzara», dice, «célibe sin el sarmiento su tronco,
nada, excepto sus frondas, por que se le buscara, tendría.
Ésta también, la que unido se le ha, la vid descansa en el olmo.
Si casado no se hubiera, a la tierra inclinada, yacería. 665
Tú, aun así, con el ejemplo no te inmutas del árbol este,
y de los concúbitos huyes, ni de casarte curas.
Y ojalá quisieras. Helena no por más pretendientes
se hubiese inquietado, ni la que de los Lápitas movió
a las batallas, ni la esposa del demasiado demorado Ulises. 670
Ahora también, aunque huyas y te apartes de los que te pretenden,
mil varones te desean, semidioses y dioses,
y cuantos númenes poseen los albanos montes.
Pero tú si supieras, si unirte tú bien y a la anciana
esta oír quieres, que a ti más que todos esos, 675
más de lo que crees, te amo: rehúsa esas vulgares antorchas
y a Vertumno de tu lecho por compañero para ti elige, por el cual a mí también
como prenda tenme, pues para sí mismo más conocido él no es
que para mí. Y no por doquier errante deambula por el orbe todo;
estos lugares grandes honra y no, cual parte grande de tus pretendientes, 680
a la que acaba de ver ama: tú el primer y el último ardor
para él serás y sola a ti ha consagrado sus años.
Añade que es joven, que natural tiene
de la hermosura el regalo, y en las figuras aptamente se finge todas,
y que lo que hayas de ordenarle, aunque le ordenes cualquier cosa, será. 685
Qué de que amáis lo mismo, que los frutos que por ti honrados
él el primero tiene y sostiene tus regalos con diestra dichosa.
Pero ni ya sus crías anhela, del árbol arrancadas,
ni, las que el huerto alimenta, con jugos tiernos las hierbas,
ni otra cosa que a ti: compadécete del que así arde y a él mismo, 690
quien te pide, en la boca mía, presente cree que te suplica,
y a los vengadores dioses y a la que los pechos duros aborrece,
a la Idalia, y la memorativa ira teme de la Ramnúside.
Y para que más lo temas -y en efecto a mí muchas cosas mi vejez
saber me ha dado- te referiré, en todo Chipre muy conocidos, 695
unos hechos con que virar fácilmente y enternecerte puedas.
 
'''Ifis y Anaxárete'''
 
«Había visto, generosa de la sangre del viejo Teucro,
Ifis a Anaxárete, de humilde estirpe creado.
La había visto y concibió en todos sus huesos un fervor;
y tras luchar mucho tiempo, después que con la razón su furor 700
vencer no pudo, suplicante a sus umbrales vino,
y ora a su nodriza confesándole su desgraciado amor,
que con él dura no fuera, por sus esperanzas en su ahijada, le pidió,
y ora de entre sus muchas compañeras enterneciendo a cualquiera
con acongojada voz, pretendía su propenso favor. 705
A menudo para que las llevaran dio sus palabras a tiernas tablillas,
a veces, mojadas del rocío de sus lágrimas, coronas
a sus jambas tendió y puso en su umbral duro
su tierno costado y, triste, a la cerradura insultos le gritó.
Más salvaje ella que el estrecho que se levanta al caer los Cabritos, 710
más dura también que el hierro que funde el fuego nórico,
y que la roca viva que todavía por su raíz se sostiene,
lo desprecia y de él se burla, y a sus actos despiadados añade
palabras soberbias, feroz, y de su esperanza incluso priva a su amante.
No soportó, incapaz de sufrirlos, los tormentos de ese largo dolor 715
Ifis, y ante sus puertas estas palabras últimas dijo:
«Vences, Anaxárete, y no tendrás tú hastíos algunos al fin
que soportar de mí: alegres triunfos apresta
y a Peán invita y cíñete de nítido laurel.
Pues vences, y muero con gusto: venga, férrea de ti, gózate. 720
Ciertamente a algo alabar de mi amor te verás obligada, en lo que a ti
te sea yo grato y el mérito confesarás nuestro.
No, aun así, antes mi anhelo por ti recuerda que me ha abandonado,
que la vida, y de mi gemela al par luz me he visto privado.
Y no a ti la fama ha de venir, nuncia de mi muerte: 725
yo mismo, no lo dudes, llegaré y estar presente pareceré,
para que de mi cuerpo exánime tus crueles ojos apacientes.
Si aun así, oh altísimos, los hechos mortales veis,
sed de mí memoriosos -nada más allá mi lengua suplicar
sostiene- y haced que de mí se cuente en una larga edad, 730
y, los que arrancasteis a mi vida, dad tiempos a mi fama.
Dijo, y a esas jambas, ornadas a menudo de sus coronas,
sus húmedos ojos y pálidos brazos levantando,
al atar a lo más alto de las puertas las ataduras de un lazo:
«Estas guirnaldas a ti te placen, cruel y despiadada», dijo, 735
e introdujo su cabeza, pero entonces también vuelto hacia ella,
y, peso infeliz, quebrada su garganta, se colgó.
Golpeada por el movimiento de sus pies, un sonido agitado y
que abrir ordenaba pareció haber dado, y abierta la puerta, el hecho
revela: gritan los sirvientes y en vano levantándolo 740
-pues su padre había sucumbido- lo reportan hasta los umbrales de su madre.
Lo recibe ella en su seno y abrazada a los fríos miembros
del hijo suyo, después que las palabras de los desgraciados padres
hubo expresado, y de las madres desgraciadas las operaciones concluyó,
los funerales guiaba, lacrimosa, por mitad de la ciudad, 745
y lívidos portaba sus miembros en el féretro que había de arder.
Por acaso, vecina su casa a la calle por la que, digna de llanto, iba
la pompa, estaba, y el sonido de los golpes de pecho, dura, a los oídos
llega de Anaxárate, a la cual ya un dios vengador trataba.
Conmovida, aun así: «Veamos», dice, «el desgraciado funeral», 750
y, de anchas ventanas, va al piso alto
y no bien, impuesto sobre el lecho, contempló a Ifis,
rígidos quedaron sus ojos y cálida fuera de su cuerpo su sangre,
sobrevenida a ella una palidez, huye, y al intentar
hacia atrás llevar sus pies, prendida estaba, y al intentar volver su rostro, 755
esto también no pudo, y poco a poco invade sus miembros,
la cual había estado ya hacía tiempo en su duro pecho, una roca.
Y para que esto fingido no creas, de su dueña con la imagen una estatua
conserva todavía Salamina, y de Venus también un templo, con el nombre
de la Contemplante, tiene. De las cuales cosas consciente, oh querida mía, tus lentos 760
orgullos deja, te lo suplico, y a tu enamorado únete, mi ninfa:
así a ti ni un primaveral frío queme tus nacientes
frutos, ni los abatan florecientes, robadores, los vientos».
 
'''Vertumno y Pomona (II)'''
 
Ello una vez que para nada el dios, apto a la figura de vieja,
hubo expresado, al joven volvió, y los aparejos 765
se quitó de anciana, y tal se apareció a ella,
cual cuando a él opuestas, nitidísima del sol la imagen,
vence a las nubes y sin que ninguna lo impida reluce,
y a la fuerza se dispone. Pero de fuerza no hay menester, y en la figura
del dios cautivada la ninfa fue, y mutuas heridas sintió. 770
 
'''Apoteosis de Rómulo y Hersilia'''
 
El próximo, el soldado del injusto Amulio, de Ausonia
gobernó las riquezas, y Númitor, el anciano, ellos perdidos, de su nieto
por regalo sus reinos cobró y en las fiestas de Pales de la ciudad
las murallas se fundan. Y Tacio y los padres sabinos
guerras hacen, y Tarpeya, por haber abierto de la ciudadela el camino, 775
de su aliento digno de castigo se despojó, amontonadas las armas.
Después los nacidos de Cures a la manera de los tácitos lobos,
en su boca reprimen sus voces y unos cuerpos vencidos del sopor
invaden y a las puertas van que con tranca firme
había cerrado el Iliada: una aun así la propia Saturnia 780
abre, y estrépito al girar el gozne no hizo.
Sola Venus que habían caído de la puerta los cerrojos sintió
y cerrado los hubiera, a no ser porque rescindir nunca
los dioses pueden los actos de los dioses. Unos lugares a Jano juntos poseían
las Náyades Ausonias, rorantes de un helado manantial. 785
A ellas ruega auxilio, y esas ninfas a la que cosas justas pedía
no se resistieron, a la diosa, y las corrientes del manantial suyo sacaron.
Todavía no, aun así, inaccesibles la bocas
de Jano, abierto, estaban, ni el camino había cerrado la onda:
lívidos ponen azufres bajo la fecunda fontana, 790
y encienden sus huecas venas con humeante betún.
Con las fuerzas estas y otras, un vapor penetró hasta lo más hondo
de la fontana y, al alpino modo, las que competir con la helada
osabais, aguas, no cedéis a los fuegos mismos.
Por esa aspersión llameante humean las jambas, 795
y la puerta, para nada prometida a los rigurosos sabinos,
por esta fontana nueva fue obstruida, mientras de Marte el soldado
se vestía de sus armas. Las cuales, después que Rómulo más allá
opuso, asolada quedó la tierra romana de cuerpos sabinos,
asolada quedó también de los suyos, y del yerno el crúor 800
con la sangre del suegro mezcló la impía espada.
Con la paz, aun así, que se detuviera la guerra, y no hasta lo último
a hierro dirimirla eligen, y que Tacio acceda al reino.
Había sucumbido Tacio: igualadas para dos pueblos,
Rómulo, sus leyes dabas, cuando, dejando su yelmo Mavorte 805
con tales cosas se dirige, de los dioses y de los hombres, al padre:
«El tiempo llega, padre, puesto que con fundamento grande
el estado romano vigoroso está y no de un único gobernante depende,
de cumplir -me han sido prometidos a mí y a tu digno nieto-
sus recompensas, y a él, arrancado de las tierras, imponerlo al cielo. 810
Tú a mí, presente un día el consejo de los dioses,
pues lo recuerdo y en mi memorioso corazón tus piadosas palabras escribí:
«Uno habrá al que tú subirás a los azules del cielo»
dijiste. Confirmada sea la suma de las palabras tuyas».
Asintió el todopoderoso, y el aire de nubes ciegas 815
ocultó y con trueno y su fulgor aterró el orbe.
Las cuales, a él prometidas, las sintió confirmadas, las señales de su robo:
y apoyado en su asta, a sus caballos, hundidos de su timón
ensangrentado, impávido sube Gradivo, y con un golpe
del látigo dio un estallido e inclinado, por el aire resbalando, 820
se posó en lo más alto del collado del nemoroso Palacio,
y a él, que daba a su Quirite no regias leyes,
lo arrebató, al Iliada. Su cuerpo mortal por las auras
tenues se diluyó, como por la ancha honda lanzada
suele, de plomo, la bala por la mitad consumirse del cielo. 825
Bella le viene una apariencia y de los divanes altos
más digna, cual es la hermosura de Quirino en trábea.
Le lloraba como perdido su esposa, cuando la regia Juno
a Iris, que hasta Hersilia descienda por su senda curva
le impera, y que a la viuda sus mandados así le refiera: 830
«Oh de la latina, oh de la gente sabina, matrona,
la principal honra, dignísima de tan gran varón
de haber sido antes la esposa, ahora de serlo de Quirino,
detén tus llantos y si el cuidado tuyo el de ver
a tu esposo es, conmigo de guía al bosque ven que en el collado de Quirino 835
verdea y al templo del romano rey da sombra».
Obedece, y a la tierra bajando por sus arcos pintos,
a Hersilia compele con las ordenadas palabras Iris.
Ella, en su vergonzoso rostro apenas levantando sus luces:
«Oh diosa -pues para mí, tanto no quién seas decir al alcance está, 840
cuanto sí es claro que eres una diosa- guíame, oh guíame», dice, «y ofréceme
de mi esposo el rostro, el cual, si sólo poder verlo
los hados una vez me dieran, el cielo haber recibido confesaría».
Y sin demora de Rómulo con la virgen Taumantea
se adentra en los collados: allí una estrella del éter deslizada 845
cae hasta las tierras. De cuya luz ardiendo
Hersilia, sus cabellos, con esa estrella pasó a las auras.
A ella con sus manos conocidas el fundador de la ciudad de Roma
la recibe, y su primitivo nombre, al par con su cuerpo,
le muda y Hora la llama, la cual, ahora diosa, se unió a Quirino. 850
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