Diferencia entre revisiones de «Las metamorfosis: Libro III»

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Línea 6:
Y ya el dios, dejada del falaz toro la imagen,
él se había confesado, y los dicteos campos tenía;
cuando su padre, de ello ignorante, a Cadmo perquirir a la raptada
impera, y de castigo, si no la encontrara, añade
el exilio, por tal hecho él piadoso, y execrable él por el mismo. 5
Todo el orbe lustrado (¿pues quién sorprender pueda
los hurtos de Júpiter?), prófugo, su patria y la ira de su padre
evita el Agenórida, y de Febo los oráculos suplicante
consulta, y cuál sea la tierra que ha de habitar requiere:
«Una res», Febo dice, «a tu encuentro saldrá en unos solitarios campos, 10
sin haber sufrido ningún yugo, y de curvo arado inmune.
Con ella de guía coge las rutas y, en la hierba que descanse,
unas murallas ponte a fundar y beocias las llama».
No bien Cadmo había descendido de la castalia caverna,
incustodiada, lentamente ve ir a una novilla, 15
sin que ningún signo de servidumbre en su cerviz llevara.
La sigue, y, marcado, lee las huellas de su paso,
y al autor de su ruta, a Febo, taciturno, adora.
Ya los vados del Cefiso, y de Pánope había evadido los campos:
la res se detuvo y levantando, especiosa con sus cuernos altos, 20
al cielo su frente, con mugidos impulsó las auras,
y así, volviéndose a mirar a los acompañantes que sus espaldas seguían,
se postró, y su costado abajó en la tierna hierba.
Cadmo da las gracias y a esa peregrina tierra besos
une, y desconocidos montes y campos saluda. 25
Sus sacrificios a Júpiter a hacer iba: manda ir a unos ministros
y buscar, las que libaran, de las vivas fontanas ondas.
Una espesura vieja se alzaba, por ninguna segur violada,
y una gruta en el medio, de varas y mimbre densa,
efectuando, humilde en sus ensambladuras de piedra, un arco, 30
fecunda en fértiles aguas; donde, escondida en su caverna,
una serpiente de Marte había, por sus crestas insigne y su oro:
de fuego rielan sus ojos, su cuerpo henchido todo de veneno,
y tres rielan sus lenguas, en tríplice orden se alzan sus dientes.
Esta floresta, después de que los marchados del pueblo tirio 35
con infausto paso tocaron, y, bajada a las ondas,
la urna hizo un sonido, la cabeza sacó de su larga caverna
la azulada serpiente y horrendos silbidos lanzó.
Se derramaron las urnas de sus manos, y la sangre abandonó
su cuerpo y un súbito temblor ocupa atónitos sus miembros. 40
Ella, escamosos, en volubles nexos sus orbes
tuerce, y de un salto se curva en inmensos arcos,
y en más de media parte erguida hacia las leves auras
bajo sí contempla todo el bosque y de tan grande cuerpo es, cuanto,
si toda la contemplas, la que separa a las gemelas Osas. 45
Y no hay demora, a los fenicios, ya si para ella las armas preparaban
ya si la huida, ya si el mismo temor les prohibía ambas cosas,
ocupa: a éstos de un mordisco, de largos abrazos a aquéllos,
a éstos mata con el aflato de su funesto -de su podre- veneno.
Había hecho exiguas ya el sol, altísimo, las sombras: 50
qué demora sea la de sus compañeros asombra de Agenor al nacido,
y rastrea a los hombres. Su cobertor, desgarrado de un león,
el pellejo era, su arma una láncea de esplendente hierro,
y una jabalina, y, más prestante que arma alguna, su ánimo.
Cuando al bosque entró y matados sus cuerpos vio 55
y vencedor sobre ellos, de espacioso cuerpo, al enemigo,
sus tristes heridas lamiendo con sanguínea lengua:
«O el vengador, fidelísimos cuerpos, de vuestra muerte,
o su compañero», dice, «seré». Así dijo, y con la diestra una molar
levantó y, grande, con gran conato se la mandó. 60
De ella con el empuje, aunque, arduas con sus torres excelsas,
murallas movido se habrían, la serpiente sin herida quedó,
de una loriga al modo por sus escamas defendida, y de su negro
pellejo con la dureza, vigorosos, con la piel repelió los golpes.
Mas no con la dureza misma la jabalina también venció, 65
la cual, en mitad de la curvatura de su flexible espina clavada,
se irguió y todo descendió en sus ijares su hierro.
Ella, del dolor feroz, la cabeza para sus espaldas retorció
y sus heridas miró y el clavado astil mordió,
y éste, cuando con fuerza mucha lo hubo inclinado a parte toda, 70
apenas de su espalda lo arrebató; el hierro, aun así, en sus huesos quedó prendido.
Entonces, en verdad, después de que a sus acostumbradas iras se allegó
un motivo reciente, se hincharon sus gargantas de sus llenas venas,
y una espuma blanquecina circunfluye por sus pestíferas comisuras,
y la tierra suena raída por sus escamas, y el hálito que sale 75
negro de su boca estigia, corrompidas, infecta las auras.
Ella, ora en espiras que un inmenso orbe hacen
se ciñe, a las veces, que una larga viga más recta se yergue,
con una embestida ahora vasta, cual concitado por las lluvias un caudal,
muévese, y, a ella opuestas, arrasa con su pecho las espesuras. 80
Se retira el Agenórida un poco, y con el despojo del león
sostiene sus incursos y su acosante boca retarda,
su cúspide tendiéndole delante; se enfurece ella e inanes heridas
da al duro hierro y clava en la punta los dientes.
Y ya de su venenífero paladar sangre a manar 85
había empezado, y con su aspersión había bañado, verdes, las hierbas.
Pero leve la herida era, porque que ella a sí se retraía del golpe
y sus heridos cuellos daba atrás, y que tajo asestara
retirándose impedía, y no más lejos ir permitía,
hasta que el Agenórida, puesto el hierro en la garganta, 90
sin dejar de seguirla la empujó, mientras, yendo ella hacia atrás, una encina
le cerró el paso, y clavada quedó al par, con el madero, su cerviz.
Del peso de la serpiente curvóse el árbol, y por la parte
inferior al ser flagelada de la cola, su madera gimió.
Mientras el espacio el vencedor considera de su vencido enemigo, 95
una voz de repente oída fue, y no estaba reconocer de dónde
al alcance, pero oída fue: «¿Por qué, de Agenor el nacido, la perecida
serpiente miras? También tú mirado serás como serpiente».
Él, largo tiempo asustado, al par con la mente el color
había perdido, y de gélido terror sus cabellos se arreciaron: 100
he aquí que de este varón la bienhechora, deslizándose por las superiores auras,
Palas llega, y removida ordena someter a la tierra
los viborinos dientes, incrementos del pueblo futuro.
Obedece, y cuando un surco hubo abierto, hundido el arado
esparce en la tierra, mortales simientes, los ordenados dientes. 105
Después -que la fe cosa mayor- los terrones empezaron a moverse,
y primera de los surcos el filo apareció de un asta,
las coberturas luego de sus cabezas, cabeceando con su pintado cono,
luego los hombros y el pecho y cargados los brazos de armas
sobresalen, y crece un sembrado, escudado, de varones: 110
así, cuando se retiran los tapices de los festivos teatros,
surgir las estatuas suelen, y primero mostrar los rostros,
lo demás poco a poco, y en plácido tenor sacadas,
enteras quedan a la vista, y en el inferior margen sus pies ponen.
Aterrado por este enemigo nuevo, Cadmo a empuñar las armas se preparaba: 115
«No empuña», de este pueblo, al que la tierra había creado, uno
exclama, «y no en civiles guerras te mezcla».
Y así, de sus terrígenas hermanos a uno, de cerca,
con su rígida espada hiere; por una jabalina cae, de lejos, él mismo.
Este también que a la muerte le diera, no más largo que aquél 120
vive, y expira las auras que ora recibiera,
y con ejemplo parejo se enfurece toda la multitud, y por su propio
Marte caen por sus mutuas heridas los súbitos hermanos.
Y ya, con tal espacio de breve vida la agraciada juventud,
a su sanguínea madre golpes de duelo daba en su tibio pecho, 125
cinco los sobrevivientes: de los cuales fue uno Equíon.
Él sus armas arrojó al suelo por consejo de la Tritónide,
y de fraterna paz palabra pidió y dio.
Éstos de su obra por acompañantes tuvo el sidonio huésped,
cuando puso, ordenado por las venturas de Febo, la ciudad. 130
Ya se alzaba Tebas; pudieras ya, Cadmo, parecer
en tu exilio feliz: suegros a ti Marte y Venus
te habían tocado; aquí añade la alcurnia de esposa tan grande,
tantas hijas e hijos y, prendas queridas, tus nietos,
éstos también, ya jóvenes; pero claro es que su último día 135
siempre de aguardar el hombre ha, y decirse dichoso
antes de su óbito nadie, y de sus supremos funerales, debe.
 
===Diana y Acteón===