Diferencia entre revisiones de «Las metamorfosis: Libro III»

Contenido eliminado Contenido añadido
Línea 393:
Entonces también, a sí, después que fue en la infierna sede recibido, en la estigia agua se contemplaba. En duelo se golpearon sus hermanas las Náyades, y a su hermano depositaron sus cortados cabellos, en duelo se golpearon las Dríades: sus golpes asuena Eco. Y ya la pira y las agitadas antorchas y el féretro preparaban: en ninguna parte el cuerpo estaba; zafranada, en vez de cuerpo, una flor encuentran, a la que hojas en su mitad ceñían blancas.
 
===Penteo y Baco (I)===
===Pen
 
teo y Baco (I)===
Conocida la cosa, una merecida fama al adivino por las acaidas
ciudades aportó, y el nombre era del augur ingente;
le desdeñó el Equiónida, aun así, a él, de todos el único,
despreciador de los altísimos, Penteo, y de las présagas palabras
se ríe del viejo y sus tinieblas y la calamidad de su luz arrancada 515
le imputa. Él, moviendo sus blanqueantes sienes de canas:
«Qué feliz serías si tú también de la luz esta
huérfano», dice, «quedaras, y los báquicos sacrificios no vieras.
Pues un día llegará, que no lejos auguro que está,
en el que nuevo aquí venga, prole de Sémele, Líber, 520
al cual, si no de sus templos hubieres dignado con el honor,
por mil lugares destrozado te esparcirás y de sangre las espesuras
mancharás, y a la madre tuya, y de tu madre a las hermanas.
Ocurrirá, puesto que no dignarás al numen con su honor,
y de que yo, en estas tinieblas, demasiado he visto te quejarás». 525
Al que tal decía empuja de Equíon el nacido;
a sus palabras la confirmación sigue, y las respuestas del adivino suceden.
Líber llega, y con festivos alaridos rugen los campos:
la multitud se lanza y, mezcladas con los hombres madres y nueras,
pueblo y próceres a los desconocidos sacrificios vanse. 530
«¿Qué furor, hijos de la serpiente, prole de Mavorte, las mentes
ha suspendido vuestras?», Penteo dice; «¿los bronces tanto,
con bronces percutidos, pueden, y de combado cuerno la tibia
y los mágicos engaños, que a quienes no la bélica espada,
no la tuba aterrara, no de empuñadas armas las columnas, 535
voces femeninas y movida una insania del vino
y obscenos rebaños e inanes tímpanos venzan?
¿A vosotros, ancianos, he de admirar, quienes, por largas superficies viajando
en esta sede vuestra Tiro, en ésta vuestros prófugos penates pusisteis,
ahora permitís que sin Marte se os cautive? ¿O a vosotros, más áspera edad, 540
oh, jovénes, y más cercana a la mía, a los que armas sostener,
no tirsos, y de gálea cubriros, no de fronda, decoroso era?
Tened, os ruego, presente, de qué estirpe fuisteis creados
y ánimos cobrad de aquella, que a muchos perdió ella sola,
la serpiente. Por sus manantiales ella y su lago 545
pereció: mas vosotros por la fama venced vuestra.
Ella dio a la muerte a valientes; vosotros rechazad a unos débiles
y el honor retened patrio. Si los hados vedaban
que se alce largo tiempo Tebas, ojalá que máquinas y hombres
sus murallas derruyeran, y hierro y fuego sonaran. 550
Seríamos desgraciados sin crimen y nuestra suerte de lamentar,
no de esconder habríamos, y nuestras lágrimas de pudor carecerían;
mas ahora Tebas es cautivada por un muchacho inerme,
al que ni las guerras agradan ni las armas ni el uso de caballos,
sino empapado de mirra el pelo y las muelles coronas 555
y la púrpura y entretejido en las pintas ropas el oro,
al cual, ciertamente, yo ahora mismo -vosotros sólo apartaos- obligaré
a que supuesto a su padre, e inventados sus sacrificios, confiese.
¿Es que bastante valor Acrisio tiene para desdeñar el vano
numen, y las argólicas puertas, al venir, cerrarle, 560
y a Penteo aterrorizará, con toda Tebas, ese extranjero?
Id rápidos -a sus sirvientes esto impera-, id y a su jefe
atraed aquí atado. De mis órdenes la demora lenta se aparte».
A él su abuelo, a él Atamante, a él la restante multitud de los suyos
lo corren con sus razones y en vano por contenerlo se esfuerzan; 565
más áspera con la advertencia es, y se excita retenida
y crece su rabia, y las moderaciones mismas perjudiciales eran:
así yo al torrente, por donde nada se le oponía al él pasar,
más dulcemente y con módico estrépito bajar he visto;
mas, por donde quiera que un tronco o en contra erigidas rocas lo sujetaban, 570
espúmeo e hirviente y por el impedimento más salvaje iba.
He aquí que cruentos vuelven y, Baco dónde estuviera,
a su señor, que preguntaba, que a Baco habían visto negaron.
«A éste», dijeron, «aun así, su compañero y servidor de sus sacrificios
capturamos», y entregan, las manos tras la espalda atadas, 575
los sacrificios del dios a uno, del tirreno pueblo, que había seguido.
Lo contempla a él Penteo, con ojos que la ira estremecedores
hiciera, y aunque de los castigos apenas los tiempos difiere:
«Oh, quien has de morir y que con la muerte tuya has de dar enseñanza a otros»,
dice, «revela tu nombre y el nombre de tus padres 580
y tu patria, y, de costumbre nueva, por qué estos sacrificios frecuentas».
 
===Los navegantes tirrenos===
 
Él, de miedo vacío: «El nombre mío», dijo, «Acetes,
mi patria Meonia es, de la humilde plebe mis padres.
No a mí, que duros novillos cultivaran, mi padre campos,
o lanadas greyes, no manadas algunas me dejó; 585
pobre también él fue y con lino solía y anzuelos
engañar, y con cálamo coger, saltarines peces.
Esta arte suya su hacienda era; al transmitirme su arte:
«Recibe, las que tengo, de mi esfuerzo sucesor y heredero»,
dijo, «estas riquezas», y al morir a mí nada él me dejó 590
salvo aguas: sólo esto puedo denominar paterno.
Pronto yo, para no en las peñas quedarme siempre mismas,
aprendí además el gobernalle de la quilla, por mi diestra moderado,
a guiar, y de la Cabra Olenia la estrella pluvial,
y Taígete y las Híadas y en mis ojos la Ursa anoté, 595
y de los vientos las casas, y los puertos para las popas aptos.
Por azar yendo a Delos, de la quía tierra a las orillas
me acoplo, y me acerco a los litorales con diestros remos,
y doy unos leves saltos y me meto en la húmeda arena:
la noche cuando consumida fue -la Aurora a rojecer a lo primero 600
empezaba-, me levanto, y linfas que traigan recientes
encomiendo, y les muestro la ruta que lleve a esas ondas;
yo, qué el aura a mí prometa, desde un túmulo alto
exploro, y a los compañeros llamo y regreso a la quilla.
«Aquí estamos», dice de los socios el primero, Ofeltes, 605
y, según cree que botín en el desierto campo hallado ha,
de virgínea hermosura a un muchacho conduce por los litorales.
Él, de vino puro y sueño pesado, titubar parece,
y apenas seguirle; miro su ornato, su faz y su paso:
nada allí que creerse pudiera mortal veía. 610
Lo sentí y lo dije a mis socios: «Qué numen en este
cuerpo hay, dudo; pero en el cuerpo este una divinidad hay.
Quien quiera que eres, oh, sénos propicio, y nuestros afanes asiste;
a estos también des tu venia». «Por nosotros deja de suplicar»,
Dictis dice, que él no otro en ascender a lo alto 615
de las entenas más raudo, y estrechando la escota descender;
esto Libis, esto el flavo, de la proa tutela, Melanto,
esto aprueba Alcimedonte y quien descanso y ritmo
con su voz daba a los remos, de los ánimos estímulo, Epopeo,
esto todos los otros: de botín tan ciego el deseo es. 620
«No, aun así, que este pino se viole con su sagrado peso
toleraré», dije; «la parte mía aquí la mayor es del derecho»,
y en la entrada me opongo a ellos. Se enfurece el más audaz de todo
el grupo, Licabas, que expulsado de su toscana ciudad,
exilio como castigo por un siniestro asesinato cumplía. 625
Él a mí, mientras resisto, con su juvenil puño la garganta
me rompió, y golpeado me habría mandado a las superficies si no
me hubiera yo quedado, aunque amente, en una cuerda retenido.
La impía multitud aprueba el hecho; entonces por fin Baco,
pues Baco fuera, cual si por el clamor disipado 630
sea el sopor, y del vino vuelvan a su pecho sus sentidos,
«¿Qué hacéis? ¿Cuál este clamor?», dice. «Por qué medio, decid,
aquí he arribado? ¿A dónde a llevarme os disponéis?».
«Deja tu miedo», Proreo, «y qué puertos alcanzar,
di, quieres», dijo, «en la tierra pedida se te dejará». 635
«A Naxos», dice Líber, «los cursos volved vuestros.
Aquella la casa mía es, para vosotros será hospitalaria tierra».
Por el mar, falaces, y por todos los númenes juran
que así sería, y a mí me ordenan a la pinta quilla dar velas.
Diestra Naxos estaba: por la diestra a mí, que linos daba: 640
«¿Qué haces, oh demente? ¿Qué furor hay en ti» dice, «Acetes?».
Por sí cada uno teme: «A la izquierda ve». La mayor parte
con un gesto me indica, parte qué quiere en el oído me susurra.
Quedéme suspendido y: «Coja alguno los gobernalles», dije,
y del ministerio de la impiedad y del de mi arte me privé. 645
Me increpan todos, y todo murmura el grupo,
de los cuales Etalión: «Así es que toda en ti solo
nuestra salvación depositada está», dice, y sube y él mismo la obra
cumple mía y Naxos abandonada, marcha a lo opuesto.
Entonces el dios, burlándose, como si ahora al fin el engaño 650
sintiera, desde la popa combada el ponto explora,
y al que llora semejante: «No estos litorales, marineros»,
«a mí me prometisteis», dice, «no esta tierra por mí rogada ha sido».
¿Por qué hecho he merecido este castigo? ¿Cuál la gloria vuestra es,
si a un muchacho unos jóvenes, si muchos engañáis a uno?». 655
Hacía tiempo lloraba yo: de las lágrimas nuestras ese puñado impío
se ríe y empuja las superficies con apresurados remos.
Por él mismo a ti ahora -y no más presente que él
hay un dios- te juro, que tan verdaderas cosas yo a ti te refiero
como mayores que de la verdad la fe: se quedó quieta en la superficie la popa 660
no de otro modo que si su seco astillero la retuviera.
Ellos, asombrándose, de los remos en el golpe persisten
y las velas bajan, y con geminada ayuda correr intentan.
Impiden hiedras los remos y con su nexo recurvo
serpean y con grávidos corimbos separan las velas. 665
Él, de racimadas uvas su frente circundado,
agita su velada asta de pampíneas frondas;
del cual alrededor, tigres y apariencias inanes de linces,
y de pintas panteras yacen los fieros cuerpos.
Fuera saltaron los hombres, bien si esto la insania hizo 670
o si el temor, y el primero Medón a negrecer empezó
por el cuerpo y en una prominente curvatura de su espina a doblarse
empieza. A éste Licabas: «¿En qué portentos», dijo,
«te tornas?», y anchas las comisuras y encorvada del que hablaba
la nariz era y escama su piel endurecida sacaba. 675
Mas Libis, que se resistían, mientras quiere revolver los remos,
a un espacio breve atrás saltar sus manos vio, y que ellas
ya no eran manos, que ya aletas podían llamarse.
Otro, a las enroscadas cuerdas deseando echar los brazos,
brazos no tenía y, recorvado, con un trunco cuerpo 680
a las olas saltó: falcada en lo postrero su cola es,
cuales de la demediada luna se curvan los cuernos.
Por todos lados dan saltos y con su mucha aspersión todo rocían
y emergen otra vez y regresan bajo las superficies de nuevo
y de un coro en la apariencia juegan y retozones lanzan 685
sus cuerpos y el recibido mar por sus anchas narinas exhalan.
De hace poco veinte -pues tantos la balsa aquella llevaba-
quedaba solo yo: pávido y helado, temblándome
el cuerpo, y apenas en mí, me afirma el dios, «Sacude», diciendo,
«de tu corazón el miedo y Día alcanza». Arribado a ella 690
accedí a sus sacrificios y los báqueos sacrificios frecuento».
 
===Penteo y Baco (II)===
 
«Hemos prestado a tus largos», Penteo, «rodeos oídos»
dice, «para que mi ira con la demora fuerzas soltar pudiera.
De cabeza, servidores, llevaos a éste, y tras ser torturados con siniestros
tormentos sus miembros, bajadlos a estigia noche». 695
En seguida, arrastrado el tirreno Acetes, en sólidos
techos es encerrado; y mientras los crueles instrumentos
de la ordenada muerte y hierro y fuegos se preparan,
por sí mismas se abrieron las puertas y deslizáronse de sus brazos,
por sí mismas, fama es, sin que nadie las soltara, sus cadenas. 700
Persiste el Equiónida y no ya ordena ir, sino que él mismo
camina adonde, elegido para hacerse los sacrificios, el Citerón
con cantos y clara de las bacantes la voz sonaba.
Como brama áspero el caballo cuando, bélico, con su bronce canoro,
señales dio el trompeta, y de la batalla cobra el amor, 705
a Penteo así, herido por los largos aullidos, el éter
conmueve, y oído el clamor de nuevo se encandeció su ira.
Del monte casi en la mitad hay, con espesuras los extremos ciñendo,
puro de árboles, visible de todas partes, un llano:
Aquí a él, que con ojos profanos contemplaba los sacrificios, 710
la primera vio, la primera arrojóse con insana carrera,
la primera al Penteo suyo violentó arrojándole su tirso
su madre y: «Oh, gemelas hermanas», clamó, «acudid.
Ese jabalí que en nuestros campos vaga, inmenso,
ese jabalí yo de herir he». Se lanza toda contra uno solo 715
la multitud enfurecida, todas se unen y tembloroso le persiguen,
ya tembloroso, ya palabras menos violentas diciendo,
ya a sí condenándose, ya que él había pecado confesando.
Herido él, aun así: «Préstame ayuda, tía», dijo,
«Autónoe. Muevan tus ánimos de Acteón las sombras». 720
Ella qué Acteón no sabe y la diestra del que suplicaba
arrancó, de Ino lacerada fue la otra por el rapto.
No tiene, infeliz, qué brazos a su madre tender,
sino truncas mostrando las heridas de los arrebatados miembros:
«Contémplame, madre», dice. A aquello que vio aulló Ágave 725
y su cuello agitó y movió por los aires su melena,
y arrancándole la cabeza, a ella abrazada con dedos cruentos
clama: «Io, compañeras, esta obra la victoria nuestra es».
No más rápido unas frondas, por el frío del otoño tocadas,
y ya mal sujetas, las arrebata de su alto árbol el viento, 730
que fueron los miembros del hombre por manos nefandas despedazados.
Con tales ejemplos advertidas los nuevos sacrificios frecuentan
e inciensos dan y honran las Isménides las santas aras.