Diferencia entre revisiones de «Las metamorfosis: Libro III»

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Línea 374:
No a él de Ceres, no a él cuidado de descanso abstraerlo de ahí puede, sino que en la opaca hierba derramado contempla con no colmada luz la mendaz forma y por los ojos muere él suyos, y un poco alzándose, a las circunstantes espesuras tendiendo sus brazos: «¿Es que alguien, io espesuras, más cruelmente», dijo, «ha amado?
Pues lo sabéis, y para muchos guaridas oportunas fuisteis. ¿Es que a alguien, cuando de la vida vuestra tantos siglos pasan, que así se consumiera, recordáis, en el largo tiempo?
 
Me place, y lo veo, pero lo que veo y me place,
Me place, y lo veo, pero lo que veo y me place, no, aun así, hallo: tan gran error tiene al amante. Y por que más yo duela, no a nosotros un mar separa ingente, ni una ruta, ni montañas, ni murallas de cerradas puertas. Exigua nos prohíbe un agua. Desea él tenido ser, pues cuantas veces, fluentes, hemos acercado besos a las linfas, él tantas veces hacia mí, vuelta hacia arriba, se afana con su boca. Que puede tocarse creerías: mínimo es lo que a los amantes obsta. Quien quiera que eres, aquí sal, ¿por qué, muchacho único, me engañas, o a dónde, buscado, marchas? Ciertamente ni una figura ni una edad es la mía de la que huyas, y me amaron a mí también ninfas.
no, aun así, hallo: tan gran error tiene al amante.
 
Y por que más yo duela, no a nosotros un mar separa ingente,
Una esperanza no sé cuál con rostro prometes amigo, y cuando yo he acercado a ti los brazos, los acercas de grado, cuando he reído sonríes; lágrimas también a menudo he notado yo al llorar tuyas; asintiendo también señas remites y, cuanto por el movimiento de tu hermosa boca sospecho, palabras contestas que a los oídos no llegan nuestros…
ni una ruta, ni montañas, ni murallas de cerradas puertas.
Exigua nos prohíbe un agua. Desea él tenido ser, 450
Éste yo soy. Lo he sentido, y no me engaña a mí imagen mía: me abraso en amor de mí, llamas muevo y llamas llevo. ¿Qué he de hacer? ¿Sea yo rogado o ruegue? ¿Qué desde ahora rogaré? Lo que deseo conmigo está: pobre a mí mi provisión me hace.
pues cuantas veces, fluentes, hemos acercado besos a las linfas,
 
él tantas veces hacia mí, vuelta hacia arriba, se afana con su boca.
Oh, ojalá de nuestro cuerpo separarme yo pudiera, voto en un amante nuevo: quisiera que lo que amamos estuviera ausente… Y ya el dolor de fuerzas me priva y no tiempos a la vida mía largos restan, y en lo primero me extingo de mi tiempo, y no para mí la muerte grave es, que he de dejar con la muerte los dolores. Éste, el que es querido, quisiera más duradero fuese. Ahora dos, concordes, en un aliento moriremos solo». Dijo, y al rostro mismo regresó, mal sano, y con lágrimas turbó las aguas, y oscura, movido el lago, le devolvió su figura, la cual como viese marcharse: «¿A dónde rehúyes? Quédate y no a mí, cruel, tu amante, me abandona», clamó. «Pueda yo, lo que tocar no es, contemplar, y a mi desgraciado furor dar alimento».
Que puede tocarse creerías: mínimo es lo que a los amantes obsta.
 
Quien quiera que eres, aquí sal, ¿por qué, muchacho único, me engañas,
Y mientras se duele, la ropa se sacó arriba desde la orilla y con marmóreas palmas se sacudió su desnudo pecho. Su pecho sacó, sacudido, de rosa un rubor, no de otro modo que las frutas suelen, que, cándidas en parte, en parte rojean, o como suele la uva en los varios racimos llevar purpúreo, todavía no madura, un color.
o a dónde, buscado, marchas? Ciertamente ni una figura ni una edad 455
 
es la mía de la que huyas, y me amaron a mí también ninfas.
Lo cual una vez contempló, transparente de nuevo, en la onda, no lo soportó más allá, sino como consumirse, flavas, con un fuego leve las ceras, y las matutinas escarchas, el sol al templarlas, suelen, así, atenuado por el amor, se diluye y poco a poco cárpese por su tapado fuego, y ni ya su color es el de, mezclado al rubor, candor, ni su vigor y sus fuerzas, y lo que ahora poco visto complacía, ni tampoco su cuerpo queda, un día el que amara Eco. a cual, aun así, cuando lo vio, aunque airada y memoriosa, ondo se dolió, y cuantas veces el muchacho desgraciado: «Ahay», había dicho, ella con resonantes voces iteraba, «ahay». cuando con las manos se había sacudido él los brazos suyos, lla también devolvía ese sonido, de golpe de duelo, mismo.
Una esperanza no sé cuál con rostro prometes amigo,
 
y cuando yo he acercado a ti los brazos, los acercas de grado,
La última voz fue ésta del que se contemplaba en la acostumbrada onda: Ay, en vano querido muchacho», y tantas otras palabras remitió el lugar, y díchose adiós, «adiós» dice también Eco.
cuando he reído sonríes; lágrimas también a menudo he notado
 
yo al llorar tuyas; asintiendo también señas remites 460
Él su cabeza cansada en la verde hierba abajó, sus luces la muerte cerró, que admiraban de su dueño la figura.
y, cuanto por el movimiento de tu hermosa boca sospecho,
 
palabras contestas que a los oídos no llegan nuestros…
Entonces también, a sí, después que fue en la infierna sede recibido, en la estigia agua se contemplaba. En duelo se golpearon sus hermanas las Náyades, y a su hermano depositaron sus cortados cabellos, en duelo se golpearon las Dríades: sus golpes asuena Eco. Y ya la pira y las agitadas antorchas y el féretro preparaban: en ninguna parte el cuerpo estaba; zafranada, en vez de cuerpo, una flor encuentran, a la que hojas en su mitad ceñían blancas.
Éste yo soy. Lo he sentido, y no me engaña a mí imagen mía:
 
me abraso en amor de mí, llamas muevo y llamas llevo.
===Pen
¿Qué he de hacer? ¿Sea yo rogado o ruegue? ¿Qué desde ahora rogaré? 465
teo y Baco (I)===
Lo que deseo conmigo está: pobre a mí mi provisión me hace.
Oh, ojalá de nuestro cuerpo separarme yo pudiera,
voto en un amante nuevo: quisiera que lo que amamos estuviera ausente…
Y ya el dolor de fuerzas me priva y no tiempos a la vida
mía largos restan, y en lo primero me extingo de mi tiempo, 470
y no para mí la muerte grave es, que he de dejar con la muerte los dolores.
Éste, el que es querido, quisiera más duradero fuese.
Ahora dos, concordes, en un aliento moriremos solo».
Dijo, y al rostro mismo regresó, mal sano,
y con lágrimas turbó las aguas, y oscura, movido 475
el lago, le devolvió su figura, la cual como viese marcharse:
«¿A dónde rehúyes? Quédate y no a mí, cruel, tu amante,
me abandona», clamó. «Pueda yo, lo que tocar no es,
contemplar, y a mi desgraciado furor dar alimento».
Y mientras se duele, la ropa se sacó arriba desde la orilla 480
y con marmóreas palmas se sacudió su desnudo pecho.
Su pecho sacó, sacudido, de rosa un rubor,
no de otro modo que las frutas suelen, que, cándidas en parte,
en parte rojean, o como suele la uva en los varios racimos
llevar purpúreo, todavía no madura, un color. 485
Lo cual una vez contempló, transparente de nuevo, en la onda,
no lo soportó más allá, sino como consumirse, flavas,
con un fuego leve las ceras, y las matutinas escarchas,
el sol al templarlas, suelen, así, atenuado por el amor,
se diluye y poco a poco cárpese por su tapado fuego, 490
y ni ya su color es el de, mezclado al rubor, candor,
ni su vigor y sus fuerzas, y lo que ahora poco visto complacía,
ni tampoco su cuerpo queda, un día el que amara Eco.
La cual, aun así, cuando lo vio, aunque airada y memoriosa,
hondo se dolió, y cuantas veces el muchacho desgraciado: «Ahay», 495
había dicho, ella con resonantes voces iteraba, «ahay».
Y cuando con las manos se había sacudido él los brazos suyos,
ella también devolvía ese sonido, de golpe de duelo, mismo.
La última voz fue ésta del que se contemplaba en la acostumbrada onda:
«Ay, en vano querido muchacho», y tantas otras palabras 500
remitió el lugar, y díchose adiós, «adiós» dice también Eco.
Él su cabeza cansada en la verde hierba abajó,
sus luces la muerte cerró, que admiraban de su dueño la figura.
Entonces también, a sí, después que fue en la infierna sede recibido,
en la estigia agua se contemplaba. En duelo se golpearon sus hermanas 505
las Náyades, y a su hermano depositaron sus cortados cabellos,
en duelo se golpearon las Dríades: sus golpes asuena Eco.
Y ya la pira y las agitadas antorchas y el féretro preparaban:
en ninguna parte el cuerpo estaba; zafranada, en vez de cuerpo, una flor
encuentran, a la que hojas en su mitad ceñían blancas. 510