Diferencia entre revisiones de «El ahogado»

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Mientras su cabeza ardía, un frío glacial comenzó a descender a lo largo de sus extremidades. Una sed ardiente le abrasó las fauces. Cogió la botella y llevándola a sus labios, bebió el líquido que encerraba hasta la última gota. Casi instantáneamente cesó el nervioso temblor y su mirada adquirió una fijeza extraña de alucinado. Ya no pensaba en el náufrago. El mar, los arrecifes, la gallarda nave, todo aquel panorama habíase desvanecido, borrándose de su vista como una niebla lejana. Veíase triunfante junto a Magdalena que le sonreía ruborosa a través de su blanco velo de desposada. Era el día de boda. La magnífica chalupa que los conducía de regreso al puerto era de su propiedad y volaba sobre las aguas, impulsada por sus ocho remos como una rauda gaviota.
 
De repente, su rostro transfigurado por una felicidad suprema se ensombreció. Conservando en la diestra la navaja y el portamonedas, su mirada se clvóclavó en el náufrago dura y fulgurante como la hoja de un puñal. Mientras hacía jugar el muelle del arma, aquel rostro juvenil vuelto hacia él con la expresión de angustioso terroterror le pareció el genio del mal que surgía de su antro, en las profundidades, para arrebatarle su felicidad. Un simple tajo en el caucho del salvavidas y aquel obstáculo desaparecería para siempre. Durante un minuto vaciló. Todo lo que en él había de generoso y noble pugnó por sobreponerse en la terrible lucha que se libraba en su corazón. Un golpe sordo en el agua hízole estremecer. Un gran pájaro marino se levantaba en un círculo de hirviente espuma, llevando en su férreo pico un vívido y plateado pez. Siguió al ave eben su vuelo y, de súbito, su cuerpo vibró de pies a cabeza, como se hubiese recibido el choque de una corriente galvánica. En el blanco velamen del barco, hundiéndose en el horizonte, vio al ballenero que volvía. Sus ojos adquirieron otra vez aquella inmóvil fijeza. Contemplaba de nuevo a Magdalena ataviada con su traje de novia, pero ya no era él el que estaba a su lado, junto al lecho nupcial, sino el otro. Mirábala sonreír mientras aquel rostro bestial, convulso por el deseo, se aproximaba al de ella, fresco y púrpureo como una rosa. Vio, en seguida, cómo una mano, más bien una garra, en cuyo dorso había grabada una ancha ancla, se posaba en el blanco y nacarado seno...
 
Un sordo rugido se escapó por entre sus dientes apretados y se inclinó veloz sobre la borda. El salvavidas se desinfló instantáneamente; la rubia cabeza se hundió en el agua y Sebastián vio durante un segundo los ojos azules del náufrago crecer, aumentar, salirse casi de las órbitas, sin que pudiera apartar sus ojos de la terrífica visión. El cuerpo inclinábase de espaldas hasta tomar la posición horizontal y, de pronto, le pareció que el descenso se interrumpía, sintiendo, al mismo tiempo, en la diestra un leve tirón. Desencogió las falenges y la navaja y el portamonedas atraídos por el delgado cordoncillo, saltaron por encima de la borda y desaparecieron en el mar.
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<div class=Parrafo>Seis días han transcurrido. Sebastián, sentado en el banco de popa de su esquife, déjase arrastrar por la corriente en dirección al sur. Los ojos del pescador tienen brillo y expresión extraños. Su lívido semblante, azorado e inquieto, sufre continuas transmutaciones. Sus ropas, en desorden, están cubiertas de fango. A veces sus miembros se crispan convulsivamente, los ojos parecen saltársele de las órbitas y se vuelve con presteza a la derecha o a la izquierda buscando la causa de aquel estruendo que, como un pistoletazo, acaba de resonar en sus oídos. Su existencia, durante la semnansemnana que acaba de transcurrir, ha sido una orgía continua. Aquella mañana se encontró tirado en el arroyo enfrente de la taberna. Se levantó y echó a andar como un autómata. Una vez en la caleta, un leve esfuerzo le bastó para que flotara el bote, pues la marea comenzaba ya a lamer su filosa quilla. Sentado en el banco, nada recuerda, en nada piensa. En su cerebro hay un enorme vacío y ve las más extrañas y raras figuras desfilar por delante de sus ojos. Todo lo que mira se transforma al punto en algo extravagante. El dorso de un arrecife es un disforme monstruo que le acecha a al distancia y la extremidad del remo se convierte en un diablillo que le hace burlescos visajes. Por todas partes seres extraños, con vestimentas azules o escarlatas, bailan infernales zarabandas.</div>
 
<div class=Parrafo>De súbito, un halcón marino se precipita de lo alto y se hunde en el agua, a pocos metros de un arrecife. El ruido de la caída y el blanco penacho de espuma que levanta el choque producen en el pescador una agitación extraordinaria. Mira con los ojos extraviados y el sopor de su espíritu se desvanece. Está en el sitio y muy cerca del escollo junto al cual se hundiera la rubia cabeza del náufrago. Y estremecido, presa de infinito terror, se acurruca en el fondo del bote. Aunque la vista del mar le causa invencible pavura, una fuerza más poderosa que su voluntad lo obliga a alzar poco a poco la cabeza. El temblor de sus miembros y el castañeo de sus dientes aumentan a medida que se asoma sobre la borda. Trata de resbalarse, pero, vencido, dominado por aquel irresistible poder, quédase inmóvil, con las pupilas inmensamente dilatadas fijas en el agua que acaricia los costados del bote con chasquidos que asemejan amorosos ósculos.</div>
 
<div class=Parrafo>En un principio sólo ve una masa líquida, de un matiz de esmeralda intenso. Mas, a medida que su vista se hunde en ella, las capas del agua se tornan más y más transparentes. Muy luego divisa el fondo de arena tapizado de conchas marinas y de prontoalgopronto algo confuso, de un tinte blanquecino, que destaca allí abajo, atrae toda su atención. Como a través de un cristal empañado que va perdiendo gradualmente su opacidad, los contornos de aquel objeto informe se precisan, adquieren relieve y el conjunto se destaca poco a poco con claridad y nitidez.</div>
 
<div class=Parrafo>De súbito una terrible sacudida agita de pies a cabeza a Sebastián.. El cuerpo está acostado de espaldas, con las piernas entreabiertas y los brazos en cruz. Su boca, sin labios, muestra dos hileras de dientes afilados y blancos, y de sus órbitas vacías brotan dos llamas que van a clavarse, como otros tantos dardos, en las verdes pupilas del homicida, quien, en el paroxismo del terror, trata inútilmente de sacudir la inercia de los miembros y huir de la pavorosa visión. Una fatal fascinación lo posee; quisiera cerrar los ojos, apartarse de la borda, pero ni uno solo de sus músculos le obedece.</div>
 
<div class=Parrafo>Y el muerto sube. Abandona suavemente su lecho de conchas y asciende en línea recta a la superficie sin cambiar de postura, extendido de espaldas, con las piernas entre abirtasentreabiertas y los brazos en cruz. En su horrible rostro hay uunauna expresión de venganza implacable, de aguada ferocidad. Un sordo estertor brota de la garganta de Sebastián. Su cuerpo tiembla como el de un epiléptico, mas no puede apartarse del flanco del bote.</div>
 
<div class=Parrafo>Y el ahogado sube, sube cada vez más a prisa. Ya está a diez brazas, ya está a cinco, luego a dos. Y en el instante en que los brazos del muerto se tienden para cogerle en un abrazo mortal, el pescador, dando un tremendo salto, va a caer de pie sobre la popa de la embarcación. De ahí brinca a un arrecife, donde el bote abandonado a sí mismo ha ido a chocar y, ganado la parte más alta de la roca, mira despavorido a su derredor. Mas, apenas su vista se ha posado en el borde del agua, cuando salta de allí a la parte opuesta para volver al mismo sitio un segundo después y, loco de terror, de un arrecife pasa a otro, con los cabellos erizados, flotando al viento.</div>
 
<div class=Parrafo>Es que él está ahí y lo persigue. El agua hierve en torno de los escollos con las arremetidas del ahogado que azota las olas como un delfín. Está en todas partes, de derecha a izquierda, delante y detrás. Sebastián oye rechinar sus dientes y ve, a través del agua, el cuerpo hinchado, mosntruosomonstruoso, con sus largos brazos prestos a asirle al menor descuido o al más ligero traspié. Y para evitarlo salta, se escurre, se agazapa, corre de aquí para allá desatentado, sin encontrar un refugio contra la horrenda y espantable aparición.</div>
 
<div class=Parrafo>De improviso se encuentra preso en un arrecife solitario. La marea le ha interceptado el paso y no puede ya avanzar ni retroceder. A medida que el agua sube y el peñasco se hunde, el ahogado estrecha el cerco y redobla sus acometidas. Varias veces el pescador ha creído sentir en sus desnudas piernas el contacto frío y viscoso de aquellos brazos que, como tentáculos de un pulpo, se tienden hacia él con una avidez implacable. El fugitivo multiplica sus movimientos, su pecho jadea, la fatiga lo abruma. De pronto, mientras agita sus manos en el vacío, y lanza un pavoroso grito, una ola viene a chocar contra sus piernas y lo precipita de cabeza al mar.</div>