Diferencia entre revisiones de «El ahogado»

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Línea 19:
Un domingo por la mañana, de vuelta de la misa, marchando las muchachas adelante y los mozos atrás la voz airada de la joven que lo llamaba.
-¡Sebastián, Sebastián!
<div class=Parrafo></div>De un salto salvó el espacoespacio que de ella lo separaba y vio al aborrecido rival que, sujetando por un brazo a la indignada muchacha, trataba, entre las risas de las demás, de cogerla por la cintura.
 
La escena del pugilato aparecíasele envuelta en una espesa bruma. Todo había sido cosa de un momento. Entre la admiración de todos hizo morder el polvo al cínico galanteador y si no se lo arrancan de entre las manos, habrían allí, robablementeprobablemente, terminado sus valentías.
 
Por algún tiempo nada se supo de él hasta que llegó la noticia de que, jurando vengarse de su descalabro, se había embarcado a bordo de un ballenero que zarpaba para una larga expedición a los mares del sur.
 
Sebastián alzó la cabeza. De la ribera ascendía una ligera niebla que iba perdiéndose en los flancos de la escarpada costa. Ahora venía una época de relativa calma. Entregado con ardor en su trabajo, procuraba reunir el dinero necesario para adquirir una embarcación de más valíaquevalía que el diminutocachuchodiminuto cachucho. Mas, esto iba para largoylargo y empezaba a comprender que con sólo el trabajo de sus manos tal vez no la conseguiría nunca. Entonces, la sorda hostilidad de la madre de Magdalena, aquella vieja avarienta y vanidosa a la vez, se hizo de día en día más desembozada y tenaz. Él no era un partido digno para su hija. Con su inexperiencia de muchacho y seguro del afecto de Magdalena, burlábase de aquella oposición. Ahora comprendía cuán torpe había sido al despreciar tan temible adversario. Mas, ya era tarde para remediar el mal. Sólo le restaba la venganza. Al llegar a este punto, un relámpago pareció animar las apagadas pupilas del pecadorpescador. En su rostro se dibujó una expresión de amenaza y de cólera intensa y honda. Mas esta exitaciónexcitación fue pasajera y volvió a abismarse en sus reflexiones. La escena de la taberna lo sumió en una profunda meditación. Aunque esa tarde había bebido copiosamente, recordaba todos los detalles. En medio de su embriaguez el padre de la joven había soltado la verdad, brutalmente.Hacía un mes que había llegado la carta. Estaba fechada a bordo del ballenero y había sido traída por la goleta que había completado, primero que el bergatín, su cargamento. Estaba dirigida a la madre de Magdalena y en ella decía su rival que la expedición a la cual pertenecía, había realizado ganancias fabulosas de las cuales correspondíale, en su calidad de contramaestre, una no pequeña parte. Relataba algunas incidencias del viaje y concluía solicitándosolicitando a Magdalena en matrimonio, pues sus intenciones eran establecerse en la ensenada de pesca, a las cuales asociaría a su futuro suegro.
 
El viejo terminó su confidencia diciendo que Magdalena, que había empezado por rechazar abiertamente todo compromiso con el marinero, había ido, poco a poco, cediendo a las instancias maternales y a la sazón, aunque no mostraba gran entusiasmo por el nuevo y ventajoso partido que se le proporcionaba, su repugancia se había debilitado en gran parte. Todo aquello, dicho por la estropajosa voz del viejo que excusaba su debilidad con la voluntad indomable de su mujer, a a la cual había estado siempre subordinado, le produjo el efecto de un mazazo en el cerebro. Mas luego estalló en él una ira terrible. De un empellón derribó al vejete que quería retenerlo, y se abalanzó a comprobar, de la propia boca de Magdalena, la veracidad de aquella noticia. Pero, la excitación producida por la cólera y las libaciones convirtió aquella explicación en reyerta, que terminó en un rompimiento definitivo.
 
A las palabras duras que le dirigiera, contestó la joven con otras ásperas e incisivas que lo volvieron loco furioso. Aquella actitud suya había sido una nueva torpeza, pues tenía la convicción íntima de que Magdalena lo amaba, siendo la maléfica influencia de su madre la que la apartaba de sus brazos. ¡Si él tviesetuviese algún dinero! Y el deseo furiosos de ser rico, de poseer riquezas, penetró como un dardo en su cerebro sobreexcitado. ¡Ah, si pudiera evocar los espíritus infernales, no titubearía un instante en vender su sangre, su alma, a cambio de ese puñado de oro, cuya falta era la causa única de su infelicidad! Pensó en los tesoros que guardaba avaro en su seno el mar. En las leyendas fantásticas de cofres llenos de corales y de perlas, flotando a merced de las olas y que el genio de las aguas ponía al alcance de un humilde pescador.
 
El insomnio de la noche, los efectos de la orgía de la víspera, el derrumbe de sus esperanzas y los atroces celosquecelos que le atenaceaban el alma, marcaban sus huellas profundas en su semblante. Sentía una sed vivísima. Se levantó del banco y buscó debajo de la proa, extrayendo de un escondteescondite hábilmente disimulado una botella. Quitó la tapa y bebió con ansia. Poco a poco su rostro se coloreó. Un principio de embriaguez se pintó en sus verdes pupilas. Cogió el remo y se puso a cinglar para salir de la corriente y acercarse más a la costa. De improviso, al doblar un cordón de arrecifes, distinguió por la proa, flotando sobre el agua, un objeto redondeado que llamó poderosamente su atención. Con un golpe de remo enderezó el rumbo y marchó en línea recta en demanda de aquello que despertaba su curiosidad. A medida que se aproximaba, su extrañeza se convertía en asombro. Luego, toda duda fuele ya imposible: lo que sobresalía del agua a pocos metros de él era la cabeza de un hombre. Se acercó un poco más y un espectáculo extraño se presentó ante su vista. Un joven, casi un niño, completamente desnudo, yacía sumergido hasta el cuello el las frías y salobres ondas. Su posición casi vertical se debía a un salvavidas sujeto debajo de los brazos, en el que se destacaba con letras azules este nombre: "Fany".
<div class=Parrafo></div>Es un desertor, pensó Sebastián, recordando la fragata que al anochecer del día anterior había anclado cerca de la costa. Buscó con la vista el barco y lo distinguió navegando a velas desplegadas afuera del golfo. Como el nordeste que lo obligara a recalar allí cambiase horas después, había levantado anclas y emprendido de nuevo su ruta desconocida.