Diferencia entre revisiones de «Crimen y castigo (tr. anónima)/Sexta Parte/Capítulo II»

Contenido eliminado Contenido añadido
Sin resumen de edición
Sin resumen de edición
Línea 90:
‑¿Qué importa que le convenga o no? Si está usted convencido, tiene el deber de hacerlo.
 
‑Mi convicción no tiene importancia. Hasta este momento sólo se basa en hipótesis. ¿Por qué he de darle una tregua haciéndolo detener? Usted sabe muy bien que esto sería para usted un descanso, ya que lo pide. También podría traerle al hombre que le envié para confundirle. Pero usted le diría: « Eres un borracho. ¿Quién me ha visto contigo? Te miré simplemente como a un hombre embriagado, pues lo estabas.» ¿Y qué podría replicar yo a esto? Sus palabras tienen más verosimilitud que las del otro, que descansan únicamente en la psicología y, por lo tanto, sorprenderían, al proceder de un hombre inculto. En cambio, usted habría tocado un punto débil, pues ese bribón es un bebedor empedernido. Ya le he dicho otras veces que estos procedimientos psicológicos son armas de dos filos, y en este caso pueden obrar en su favor, sobre todo teniendo en cuenta que pongo en juego la única prueba que tengo contra usted hasta el momento presente. Pero no le quepa duda de que acabaré haciéndole detener. He venido para avisarlo; pero le confieso que no me servirá de nada. Además, he venido a su casa para...
 
‑Hablemos de ese segundo objeto de su visita ‑dijo Raskolnikof, que todavía respiraba con dificultad.
Línea 110:
‑Sus palabras son ridículas e incluso imprudentes. Aun suponiendo que yo fuera culpable, cosa que no admito de ningún modo, ¿para qué quiere usted que vaya a presentarme a la justicia? ¿No dice usted que la estancia en la cárcel sería un descanso para mí?
 
‑Oiga, Rodion Romanovitch, no tome mis palabras demasiado al pie de la letra. Acaso no encuentre usted en la cárcel ningún reposo. En fin de cuentas, esto no es más que una teoría, y personal por añadidura. Por lo visto, soy una autoridad para usted. Por otra parte, quién sabe si le oculto algo. Usted no me puede exigir que le revele todos mis secretos. ¡Je, je!
 
»Pasemos a la segunda cuestión, al provecho que obtendría usted de una confesión espontánea. Este provecho es indudable. ¿Sabe usted que aminoraría considerablemente su pena? Piense en el momento en que haría usted su propia denuncia. Por favor, reflexione. Usted se presentaría cuando otro se ha acusado del crimen, trastornando profundamente el proceso. Y yo le juro ante Dios que me las compondría de modo que a la vista del tribunal gozara usted de todos los beneficios de su acto, el cual parecería completamente espontáneo. Le prometo que destruiríamos toda esa psicología y que reduciría usted a la nada todas las sospechas que pesan sobre usted, de modo que su crimen apareciese como la consecuencia de una especie de arrebato, cosa que en el fondo es cierta. Yo soy un hombre honrado, Rodion Romanovitch, y mantendré mi palabra.
Línea 122:
Raskolnikof le miró con expresión grave y triste.
 
‑No, no dé por terminada su existencia ‑continuó Porfirio‑. Tiene usted ante sí muchos años de idavida. No comprendo que no quiera usted una disminución de pena. Es usted un hombre difícil de contentar.
 
‑¿Qué puedo ya esperar?