Diferencia entre revisiones de «Crimen y castigo (tr. anónima)/Segunda Parte/Capítulo IV»
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Línea 46:
‑¿A qué se dedica?
‑Ha pasado su vida vegetando como jefe de correos en una pequeña población. Tiene una modesta remuneración y ha cumplido ya los sesenta y cinco. No vale la pena hablar de él, aunque
‑¿Es también pariente tuyo?
Línea 58:
‑¿Zamiotof? Te agradeceré que me digas lo que tú o él ‑indicó al enfermo con un movimiento de cabeza‑ tenéis que ver con ese Zamiotof.
‑¡Ya salió aquello! Los principios... Tú estás sentado sobre tus principios como sobre muelles, y no
‑Pero no demasiado escrupuloso en cuanto a los medios para enriquecerse.
‑Admitamos que sea así. Eso a mí no me importa. ¿Qué importancia tiene? ‑exclamó Rasumikhine con una especie de afectada indignación‑. ¿Acaso he alabado yo este rasgo suyo? Yo sólo digo que es un buen hombre en su género. Además, si vamos a juzgar a los hombres aplicándoles las reglas generales, ¿cuántos quedarían verdaderamente puros? Apostaría cualquier cosa a que si se mostraran tan exigentes conmigo, resultaría que no valgo un bledo... ni aunque
‑No exageres: yo daría dos bledos por ti.
‑Pues a mí me parece que tú no vales más de uno... Bueno, continúo. Zamiotof no es todavía más que un muchacho, y yo le tiro de las orejas. Siempre es mejor tirar que rechazar. Si rechazas a un hombre, no podrás obligarlo a enmendarse, y menos si se trata de un muchacho. Debemos ser muy comprensivos con estos mozalbetes... Pero vosotros, estúpidos progresistas, vivís en las nubes. Despreciáis a la gente y no veis que así os perjudicáis a vosotros mismos... Y
‑Me gustaría saber qué asunto es ése.
Línea 78:
‑Ya tenía noticias de ese asunto. Me enteré por los periódicos. Por eso sólo me interesó hasta cierto punto. Bueno, explícame.
‑También asesinaron a Lisbeth ‑dijo de pronto Nastasia dirigiéndose a Raskolnikof. (Se había quedado en la habitación, apoyada en la pared, escuchando el diálogo
‑¿Lisbeth? ‑murmuró Raskolnikof, con voz apenas perceptible.
Línea 92:
‑¿Hay cargos contra él?
‑Sí, y, fundándose en ellos, se le ha detenido. Pero, en realidad, estos cargos no son tales cargos, y esto es lo que pretendemos demostrar. La policía sigue ahora una falsa pista, como la siguió al principio con..., ¿cómo se llaman...? Koch y Pestriakof... Por muy poco que le afecte a uno el asunto, uno no puede menos de sublevarse ante una investigación conducida tan torpemente. Es posible que Pestriakof pase dentro de un rato por mi casa... A propósito, Rodia. Tú debes de estar enterado de todo esto, pues ocurrió antes de tu enfermedad, precisamente la víspera del día en que
‑¿Quieres que te diga una cosa, Rasumikhine? ‑dijo Zosimof‑. Te estoy observando desde hace un momento y veo que
‑¡Qué importa! Eso no cambia en nada la cuestión ‑exclamó Rasumikhine dando un puñetazo en la mesa‑. Lo más indignante de este asunto no son los errores de esa gente: uno puede equivocarse; las equivocaciones conducen a la verdad. Lo que me saca de mis casillas es que, aún equivocándose, se creen infalibles. Yo aprecio a Porfirio, pero... ¿Sabes lo que les desorientó al principio? Que la puerta estaba cerrada, y cuando Koch y Pestriakof volvieron a subir con el portero, la encontraron abierta. Entonces dedujeron que Pestriakof y Koch eran los asesinos de la vieja. Así razonan.
‑No
‑No es un sujeto recomendable. También compraba pagarés. ¡Que el diablo se lo lleve! lo que me pone fuera de mí es la rutina, la anticuada e innoble rutina de esa gente. Éste era el momento de renunciar a los viejos procedimientos y seguir nuevos sistemas. Los datos psicológicos bastarían para darles una nueva pista. Pero ellos dicen: «Nos atenemos a los hechos.» Sin embargo, los hechos no son lo único que interesa. El modo de interpretarlos influye en un cincuenta por ciento como mínimo en el éxito de las investigaciones.
Línea 104:
‑¿Y tú sabes interpretar los hechos?
‑Lo que
‑Estoy esperando todavía la historia de ese pintor de paredes.
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