Diferencia entre revisiones de «Emilio/Libro V»

Contenido eliminado Contenido añadido
'''Página nueva''': Ya hemos llegado al último acto de la juventud, pero no estamos aún en el desenlace. No es conveniente que el hombre esté solo. Emilio es hombre, le hemos prometido una comp...
 
Sin resumen de edición
Línea 1:
{{encabezado2|[[Emilio|Emilio o De la educación]]<br>Libro V|Jean-Jacques Rousseau}}
 
Ya hemos llegado al último acto de la juventud, pero no estamos aún en el desenlace.
 
Línea 21 ⟶ 23:
¿Quién pudo pensar que la naturaleza había prescrito las mismas provocaciones al uno y al otro, y que el primero que sintiese deseos también fuera el primero que los manifestase? ¡Qué extraña depravación de juicio! Si la empresa trae tan distintas consecuencias para los dos sexos, ¿es natural que la acometan con la misma osadía? ¿Quién no se da cuenta de que existiendo tal desigualdad en la puesta común, si el recato no impusiera la moderación a uno, que al otro le impone la naturaleza, en breve resultaría la ruina de los dos y perecería el linaje humano por los mismos medios que para su conservación fueron establecidos? Con la facilidad que tienen las mujeres para inflamar los sentidos de los hombres y encender en el interior de su corazón las chispas de un temperamento casi apagado, si hubiese algún malhadado clima en la tierra donde la filosofía hubiera introducido esta práctica, especialmente en los países cálidos, donde nacen más mujeres que hombres, tiranizados ellos por ellas, al fin serían sus víctimas y todos se verían arrastrados a la muerte sin poderse defender nunca.
 
Si las hembras de los animales no tienen la misma vergüenza, ¿qué se deduce de esto? ¿Tal vez tienen, como las mujeres, los deseos sin límites a que esta vergüenza sirve de freno? Los deseos son fruto de la necesidad, y una vez satisfecho el deseo, cesa; no repelen al macho por fingimiento[1] <ref>Yo he notado que las repulsas por melindres y provocativas son comunes en casi todas las hembras, incluso en los animales, y hasta cuando están más dispuestas a rendirse; es preciso no haber observado nunca sus procedimientos para discrepar de esta opinión. </ref>, sino de verdad, y hacen todo lo contrario de lo que hacía la hija de Augusto, y cuando ha cargado el navío, no admiten más pasajeros. Aun cuando están libres, sus épocas de buena voluntad son cortas y efímeras, el instinto las impele y el instinto las detiene. ¿Cuál será en las mujeres el suplemento de este instinto negativo, si les quitáis el pudor? Esperar que ellas no se cuiden de los hombres es lo mismo que esperar que ellos no sirvan para nada.
 
El Ser supremo quiso en todo honrar a la especie humana, y si da desmedidas inclinaciones al hombre al mismo tiempo le da la ley que regula, para que sea libre y mande en sí mismo; s1 le deja abandonado a pasiones inmoderadas, con estas pasiones junta la razón para que las rija; si abandona a deseos sin límites la mujer, con estos deseos une el pudor que los contiene, y para cúmulo añade una actual recompensa al buen uso de sus facultades, es decir, el gusto que toma por las cosas honestas quien las hace norma de sus acciones. Esto va bien, creo yo, al instinto de las bestias.
Línea 29 ⟶ 31:
Observad aquí una tercera consecuencia de la constitución de los sexos, y es que el más fuerte aparentemente es el dueño, cuando en realidad depende del más débil, y esto sucede así, no por un frívolo galanteo, ni por una altiva generosidad del protector, sino por una invariable ley de la naturaleza, que ofreciendo a la mujer mayores facilidades para excitar sus deseos que al hombre para que los satisfaga, le subordina a él, mal de su grado a la buena voluntad de ella, y necesita serle agradable para que ella consienta en dejarle que sea el más fuerte. Luego, lo que más complace al hombre en su victoria es dudar si la flaqueza es la que cede a la fuerza o si es la voluntad lo que se rinde, y la común astucia de la mujer es dejar que subsista esta viuda entre él y ella. En esto corresponde perfectamente el espíritu de las mujeres a su constitución, pues lejos de sonrojarse de su debilidad, presumen de ella; aparentan que no pueden alzar del suelo ni los más ligeros pesos y las avergonzaría ser fuertes. ¿Por qué obran de este modo? No sólo por parecer delicadas, sino por una precaución más astuta: desde muy lejos buscan disculpas y el derecho de ser débiles cuando lo crean necesario.
 
El progreso de las luces adquiridas con nuestros vicios ha cambiado mucho en este punto entre nosotros las antiguas opiniones, y ya no se habla de violencias desde que son tan poco necesarias, y los hombres ya no creen en su eficacia[2] <ref>Puede haber tanta desproporción en la edad y en la fuerza que haya una violencia real, pero como aquí trato del estado relativo de los sexos según el orden de la naturaleza, los considero ambos en la relación común que constituye este estado.</ref>, pero en las remotas antigüedades griegas y judaicas eran muy frecuentes, debido a que estas opiniones son propias de la sencillez de la naturaleza, y sólo la experiencia de lo pervertido de las costumbres ha podido desarraigarlas. Si en los tiempos actuales se registran menos actos de violencia, no es porque los hombres sean más templados, sino porque son menos crédulos, y porque una lamentación que antiguamente hubiera persuadido a pueblos sencillos hoy no haría otra cosa que provocar la risa de los burlones, de forma que se gana más con callarse. En el Deuteronomío hay una ley en virtud de la cual la soltera de quien habían abusado era castigada junto con el seductor si el delito se había cometido dentro del pueblo, pero si se había cometido en el campo o en parajes solitarios, únicamente era castigado el hombre, porque, dice la ley, ala doncella gritó, pero no la oyeron». Esta interpretación tan benigna enseñaba a las doncellas a no dejarse sorprender en parajes frecuentados.
 
El efecto de estas diversas opiniones se hace sensible en las costumbres; la galantería moderna es consecuencia de ellas. Convencidos los hombres de que sus gustos dependían más de la voluntad del bello sexo de lo que habían creído, han cautivado esta voluntad por medio de condescendencias que ha remunerado con usura.
Línea 41 ⟶ 43:
No importa que únicamente sea fiel la mujer, sino que su marido la tenga por tal, sus parientes y todo el mundo; importa que sea modesta, recatada, atenta y que los extraños, no menos que su propia conciencia, den testimonio de su virtud. En una palabra, si es muy importante que el padre ame a sus hijos, también lo es que ame a la madre de sus hijos. Estas son las razones que constituyen la apariencia misma como una obligación de las mujeres, siéndoles la honra y la reputación no menos indispensables que la castidad. De estos principios, con la diferencia moral de los sexos, proviene un nuevo motivo de obligación y decoro que exige especialmente a las mujeres velar con la mayor escrupulosidad su conducta y sus maneras. El sostener de una forma vaga que son iguales los dos sexos, y que poseen unas mismas obligaciones, es perderse a manifestaciones vanas, sin decir nada que no se pueda rechazar.
 
Responder con excepciones a leyes generales tan bien fundadas, ¿es una manera sólida de razonar? Vosotros decís que no están siempre embarazadas las mujeres. No, pero su destino es estarlo. Porque hay en el universo un centenar de ciudades populosas donde viviendo las mujeres de forma licenciosa paren poco, ¿tenéis la pretensión de que el estado de las mujeres consiste en que queden raramente embarazadas? ¿Adónde irían a parar vuestras ciudades si las aldeas, donde viven con más sencillez las mujeres y también con mayor castidad, no reparasen la esterilidad de las damas? ¿En cuántas provincias son tenidas como poco fecundas las mujeres que sólo han tenido cuatro o cinco partos?[3] <ref>Sin eso la especie humana forzosamente iría a menos; para que ésta se conserve, es indispensable que, compensándolo todo, cada mujer tenga cuatro hijos sin demasiado tiempo entre uno y otro, ya que muriendo cerca de la mitad de los niños que nacen, es necesario que queden dos para representar al padre y la madre. Obsérvese si las ciudades dan esa población.</ref>. En fin, que esta o aquella mujer tenga pocos, ¿qué importa? ¿Por eso deja de ser el estado propio de la mujer el de ser madre? ¿Y no deben afianzar este estado con leyes generales las costumbres y la naturaleza? Aun cuando hubiese entre los embarazos tan largos intervalos como se supone, ¿cambiaría por eso una mujer brusca y alternativamente su manera de vivir, sin correr peligro? ¿Será hoy nodriza y mañana guerrera? ¿Variará de temperamento y gustos, como de colores un camaleón? ¿Pasará repentinamente de la sombra de su techo y sus tareas domésticas a la intemperie del aire, a las faenas, a las fatigas, a los peligros de la guerra? ¿Será unas veces tímida[4] <ref>La timidez; de las mujeres también es un instinto de la naturaleza contra el doble peligro que corren durante su embarazo.</ref> y otras animosa, unas delicada y otras robusta? Si los jóvenes educados en las grandes ciudades realizan con tantas dificultades los ejercicios de las armas, las mujeres que jamás han arrostrado el sol y que apenas saben andar, ¿se acostumbrarán a él después de cincuenta años de molicie? ¿Tomarán este duro ejercicio a la edad en que lo dejan los hombres?
 
Hay países en los cuales las mujeres alumbran casi sin dolor y crían a sus hijos con un esfuerzo mínimo, y lo admito, pero en esos mismos países, los hombres andan en todo tiempo casi desnudos, luchan a brazo partido con las fieras, llevan un bote al hombro, como unas alforjas, hacen cacerías de setecientas a ochocientas leguas, duermen al sereno en el suelo, aguantan increíbles fatigas y pasan muchos días sin comer. Cuando las mujeres se robustecen, todavía se robustecen más los hombres, y cuando los hombres se apoltronan, igual se apoltronan las mujeres, cuando los dos términos varían, la diferencia sigue siendo la misma.
Línea 105 ⟶ 107:
En lo referente a la verdad de esta observación, me refiero a todo observador de buena fe, y no quiero que examinemos a las casadas, porque nuestras instituciones, que tanto las sujetan, pueden haber aguzado su inteligencia; quiero que se examinen las doncellas, las niñas que acaban, por decirlo así, de nacer; que sean comparadas con muchachos de la misma edad, y si ellos no parecen majaderos, atolondrados, tontos, al lado de ellas, sin duda alguna estoy equivocado. Permítaseme un solo ejemplo escogido en pleno candor de la niñez.
 
Es una cosa muy generalizada el prohibir a las criaturas que pidan nada en la mesa, debido a que se cree que su educación ha de salir mejor cuando se carga con inútiles preceptos, como si fuera tan difícil darles o negarles un pedazo de esto o de aquello[5] <ref>Un niño es inoportuno cuando se da cuenta de que le conviene serlo, pero nunca pedirá dos veces la misma cosa si la primera negativa ha sido irrevocable.</ref>, sin hacer que se muera una pobre criatura de un ansia que aumenta la esperanza. Todo el mundo conoce la astucia de que se valió un chico sujeto a esta prohibición, que habiéndose olvidado de servirle el plato, se le ocurrió pedir sal, etc. No diré que le podían reñir por haber pedido directamente sal y carne indirectamente; la misión era tan cruel, que aunque hubiera violado de un modo patente el mandato y manifestado sin rodeos que tenía hambre, no puedo creer que le hubieran castigado. Pero he aquí lo que hizo una chiquilla en mi presencia y en una situación mucho más apurada, porque además de que le habían impuesto una prohibición. rigurosa de pedir nunca nada directa ni indirectamente, la desobediencia no hubiera merecido perdón, ya que había comido de todos los platos menos de uno que se habían olvidado de servirle y del cual ella tenía gran deseo. Pues para conseguir que reparasen este olvido sin que pudiesen acusarla de desobediente, fue señalando todos los platos con el dedo, y diciendo en voz alta a medida que los señalaba: «Yo he comido de eso, yo he comido de eso», pero con una visible afectación y sin decir nada pasó el dedo por encima del plato que no había comido, lo que hizo que se diese cuenta uno de los convidados, quien le dijo: «Y de eso, ¿has comido?» «¡Ah, no; de eso, no!», repuso con voz sumisa y bajando los ojos la golosilla. No añado más; compárese ahora: esta treta es una astucia de chica, y la otra es una astucia de muchacho.
 
Lo que hay es bueno, y no hay ninguna ley general que sea mala. Esta astucia particular dispensada al sexo es una muy justa indemnización de la fuerza que le falta, sin la cual la mujer no sería la compañera, sino la esclava del hombre, y por esta superioridad de talento se mantiene en igual suyo, y le gobierna obedeciéndole. La mujer lo tiene todo contra ella, nuestros defectos, su cortedad v su debilidad, y en su favor no tiene más que su habilidad y su belleza. El que cultive una y otra, ¿no es justo? Pero no es la belleza física que puede ser destruida por mil azares, que se va con los años, y la costumbre termina con su eficacia. El verdadero recurso del sexo está en el ingenio, pero no es ese ingenio necio que tanto aprecia el mundo y que en nada contribuye a hacer la vida feliz, sino el ingenio de su estado, el arte de sacar utilidad del nuestro y valerse de nuestras propias ventajas. Ignoramos el grado de provecho que tiene para nosotros esa misma astucia de las mujeres, el embeleso que añade a la sociedad de ambos sexos, cuánto sirve para reprimir la petulancia de las criaturas, cuántos maridos brutales refrena, cuántos buenos matrimonios mantiene, que sin eso se verían malogrados por la discordia. Las mujeres arteras y malas sé muy bien que abusan de ella, pero, ¿de qué no abusa el vicio? No destruyamos los instrumentos de la felicidad, porque algunas veces los malos se sirven de ellos para seguir siendo malos.
Línea 113 ⟶ 115:
Cuando yo viera a la niña presumir con su atuendo, haría como que pensaba en lo que dirían de ella disfrazada de ese modo, y diría: «Todos esos adornos la desfiguran demasiado, y es una verdadera lástima. ¿No crees tú que le bastaría llevar unos adornos más sencillos? ¿Es tan hermosa que le podamos quitar esto o aquello?». Quizá ella misma rogará entonces que le quiten uno y otro adorno, y entonces es la ocasión de alabarla, si hay razón para ello. Cuanto con más sencillez estuviera vestida, tanto más yo la elogiaría. Cuando ella vea las galas sólo corno suplemento de las gracias personales y convenga en que no necesita socorro para agradar, no estará ufana con su traje, sino muy humilde, y si vistiendo más engalanada de lo acostumbrado oye que le dicen: «¡Qué hermosa está!», enrojecerá de despecho.
 
Por lo demás, si hay figuras que necesitan adornos, no hay ninguna que exija ricos atavíos. Los costosos adornos son una vanidad de la clase y no de la persona, y dependen únicamente de la preocupación. La coquetería a veces es rebuscada, pero jamás es ostentosa, y Juno se engalanaba con mayor riqueza que Venus. «No pudiendo hacerla hermosa, la haces rica», decía Apeles a un mal pintor que pintaba a Elena cargada de adornos. También he podido darme cuenta de que las alhajas más preciosas eran llevadas por mujeres feas; no es posible tener una vanidad más desgraciada. Procurad que una joven tenga gusto y desprecie la moda, cintas, gasas, muselina y flores, y sin diamantes, dijes ni encajes[6] <ref>Las mujeres que tienen la piel tan blanca que no necesitan encajes, darían mucho que sentir a las otras si no los usasen. Casi siempre son las feas las que introducen las modas, a las que las bonitas se someten tontamente.</ref>, va a idear un traje que dé cien veces más realce a su hermosura que todos los brillantes harapos de la modista más encopetada.
 
Como lo que está bien siempre sienta bien, y como siempre es necesario parecer lo mejor que sea posible, las mujeres que más entienden de vestidos escogen los que les sientan bien, y los conservan, y como no cambian todos los días, se ocupan menos de sus trajes que las que no saben los que han de llevar. El verdadero arte requiere poco tocador. Las señoritas solteras rara vez gastan tocados aparatosos; la labor y las lecciones les ocupan el día, y, no obstante, por lo general, van tan bien vestidas como las señoras casadas y muchas veces con mayor gusto. El abuso del tocador no es lo que se piensa, ya que más procede de aburrimiento que de vanidad. Una mujer sabe muy bien que gasta seis horas en su tocador, que no sale de él mejor puesta que la que no está en el suyo más de media hora, pero es el tiempo ganado a la pesada duración del día, y más vale divertirse consigo que fastidiarse con todo. ¿Qué se podría hacer después de comer hasta las nueve de la noche, si no tuviesen el tocador? Se reúnen otras mujeres a su alrededor y se divierte en impacientarlas, eso ya es algo-, se evitan las conversaciones a solas con el marido, que sólo se ve a esta hora, y eso todavía es más, y luego vienen las modistas, los petimetres, los pequeños autores, los versos y las canciones del día. Sin el tocador nunca se podría tocarlo y discutirlo todo, pero el único beneficio real que ella le saca es lucirse algo más cuando está vestida, aunque ese beneficio no es tanto como se piensa, ni de él sacan tanto las mujeres como se figuran. Dad sin escrúpulo una educación de mujer a las mujeres, procurad que se aficionen a las tareas de su sexo, que sean modestas, que sepan cuidar y gobernar su casa, y se les olvidará muy pronto el abuso del tocador, y no se las verá con peor gusto. A medida que van creciendo, lo primero que observan las niñas es que todos estos adornos extraños no bastan para quien no los tiene en su propia persona. Nadie se puede dar a sí mismo hermosura, ni se adquiere tan pronto el arte de agradar a los hombres, pero ya es posible dar a los ademanes un giro agradable, a la voz un acento melodioso, presentarse con sencillez, andar con ritmo, tomar posturas que tengan gracia y sacar ventaja de todo. La voz alcanza mayor intensidad, adquiere consistencia y metal, se desenvuelven los brazos, se afirma el paso, y de cualquier manera que una vaya vestida, sabe que hay un arte para lograr que la miren. Entonces ya no se trata sólo de aguja y de industria; se presentan nuevas habilidades y su utilidad es más que evidente.
Línea 193 ⟶ 195:
LA MAESTRA: ¿Y tú envejecerás como ella?
 
[7]LA NIÑA: No lo sé <ref>Si donde he puesto no la sé, la chica responde de otro modo, conviene no fiarse de su respuesta y hacérsela explicar con claridad. </ref>.
LA NIÑA: No lo sé[7].
 
LA MAESTRA: ¿Dónde están tus vestidos del año pasado?
Línea 233 ⟶ 235:
LA MAESTRA: ¿Qué ha sido de tu abuelo?
 
[8]LA NIÑA: Murió. <ref>La chica dirá esto porque lo ha oído decir, pero hay que asegurarse de si tiene una verdadera idea de la muerte, porque esta idea no es tan sencilla, ni está tan al alcance de los niños como se cree. En el poemita Abel puede verse un ejemplo del modo cómo se le debe dar. Esta deliciosa obra respira una sencillez que encanta y de la que nunca se saturará demasiado quien haya de conversar con las criaturas. </ref>
LA NIÑA: Murió.[8]
 
LA MAESTRA: ¿Y por qué murió?
Línea 283 ⟶ 285:
LA NIÑA: Sus hijos...
 
Siguiendo este camino se hallan, mediante inducciones sensibles, un principio y un fin al linaje humano, como a todas las cosas; es decir, un padre y una madre que no tuvieron ni padre ni madre, y unos hijos que no tendrán hijos[9] <ref>La idea de la eternidad no se puede aplicar a las generaciones humanas más que con el consentimiento del espíritu. Toda sucesión numérica reducida en acto es incompatible con esta idea.</ref>.
 
Sólo después de una larga serie de preguntas análogas, estará bastante preparada la del catecismo de que hemos hecho mención. Pero desde aquí hasta la respuesta a la pregunta «¿Quién es Dios?», que es, por decirlo así, la definición de la divina esencia, ¡qué inmenso salto! ¿Cuándo se llenará este intervalo? Dios es un espíritu. ¿Y qué es el espíritu? ¿Iré a meter el espíritu de una criatura en esa oscura metafísica a la que con tanta dificultad llegan los hombres? No pertenece a una niña resolver estas cuestiones; le pertenecería, si acaso, el proponerlas. Entonces le respondería con sencillez «Me preguntas qué es Dios, y no es fácil decírtelo: no podemos oírle, verle ni tocarle; sólo le conocemos por sus obras. Espera saber lo que ha hecho para entender lo que es.»
Línea 327 ⟶ 329:
Né con tuti, né sempre un stesso volto
 
[10]Serba; ma cangia a tempo atto e semblante. <ref>«La mujer recurre a todas las astucias para coger en sus redes a un nuevo amante. Con nadie ni nunca aparece con el mismo rostro. Según el momento, cambia de actitud y de aspecto» </ref>
Serba; ma cangia a tempo atto e semblante.[10]
 
¿En qué consiste ese arte si no en sagaces y continuas observaciones que a cada instante le dicen lo que sucede en el corazón de los hombres y le facilitan el que a cada secreto movimiento que distingue emplee la fuerza necesaria para suspenderle o acelerarle? ¿Pero se aprende ese arte? No; nace con las mujeres y todas lo poseen, pero los hombres nunca lo consiguen en el mismo grado. Este es uno de los caracteres distintivos del sexo. La presencia de espíritu, la penetración, las sutiles observaciones constituyen la ciencia de las mujeres, y en la habilidad para servirse de ella radica su talento.
Línea 333 ⟶ 335:
Esto es lo que hay, y ya hemos visto por qué tiene que ser así. Las mujeres son falsas, nos dicen. Se hacen falsas. Su propio don es la habilidad y no la falsedad, y las verdaderas inclinaciones de su sexo, ni cuando mienten son falsas. ¿Por qué esperáis lo que va a decir si no es ella la que debe hablar? Observad sus ojos, su color, su respiración, su tímido ademán, su débil resistencia... Ese es el idioma que les ha dado la naturaleza para que os respondan. La boca siempre dice «no», y lo debe decir, pero a ese «no» le da un acento que no es siempre el mismo, y ese acento no sabe mentir. ¿No tiene las mismas necesidades la mujer que el hombre, sin tener el mismo derecho de expresarlas? Su suerte seria muy cruel si hasta para sus legítimos deseos no poseyera un lenguaje equivalente al que no se atreve a emplear. ¿Su pudor ha de hacerla desdichada? ¿No necesita un arte para comunicar, sin descubrirlas, sus inclinaciones? ¡Qué habilidad se necesita para inducir a que le roben lo que desea conceder! ¡ Cuánto le importa aprender a agitar el corazón del hombre y que parezca que no le hace caso! ¡Qué discurso más seductor el de la manzana de Galatea y su hábil fuga! ¿Qué ha de añadir a eso? ¿Ha de ir a decirle al pastor que la sigue por entre los sauces que sólo huye con la intención de atraerle? Mentiría, por decirlo así, porque entonces no le atraería. Cuanto más recatada es una mujer, más arte debe usar, hasta con su marido. Yo sostengo que no rebasando los límites de la coquetería, es más modesta y sincera, sin transgredir por ello de la honestidad.
 
La virtud es una, decía muy bien uno de mis adversarios; no se puede descomponer para admitir una parte y desechar otra. Quien la ama, lo hace con toda su integridad; cuando puede, cierra su boca a los efectos que no debe sentir. Lo que es, no es la verdad moral, sino lo que es bueno; lo que es malo no debiera ser, y nunca se debe confesar, especialmente cuando le da esta confesión una eficacia que sin ella no hubiera tenido. Si yo tuviese intención de robar, y tentara a otro para que fuese mi cómplice diciéndoselo, ¿no sería sucumbir a la tentación el declarárselo? ¿Por qué decís que el pudor hace falsas a las mujeres? ¿Acaso son más ingenuas las que lo han perdido que las otras? Y no es así, pues son mil veces más falsas. No hay ninguna que llegue a esta depravación como no sea a fuerza de vicios, y los conserva todos, protegidos por un cúmulo de intrigas y de embustes[11] <ref>Sé muy bien que las mujeres que han tomado su resolución en cierto aspecto, pretenden hacerse estimar por su franqueza, y juran que, excluida ésta, poseen todas las otras dotes estimables, pero también sé que nunca han persuadido a nadie más que a necios. Quitado el freno más poderoso de su sexo, ¿qué les queda que las contenga? ¿Qué honor han apreciado las que han renunciado al suyo? Habiendo dado rienda suelta a sus pasiones, ya no tienen ningún interés en resistirlas. Nec femina, amissa pudictia, alia abnuerit, «Que la mujer, perdido el pudor, a nada se niega». ¿Conoció algún autor el corazón humano, mejor que quien dijo esto?</ref>. Por el contrario, las que aún no han perdido la vergüenza, las que no se enorgullecen de sus culpas, las que saben ocultar sus deseos a los mismos que los inspiran, las que más trabajo cuesta arrancarles su consentimiento, son las más verídicas, las más sinceras, las más constantes en cumplir sus promesas y con cuya fe se puede generalmente contar.
 
El único caso de que yo tengo noticia, que pueda citarse como excepción a estas observaciones, es el de Ninón de Lenclós, y por eso fue mirada como un portento. Despreciando las virtudes de su sexo, dicen que había conservado las del nuestro; alaban su sinceridad, su rectitud, lo seguro de su trato, su fidelidad en la amistad; por último, para completar la pintura de su gloria, dicen que se hizo hombre. Enhorabuena, pero a pesar de su fama, yo no hubiera querido a ese hombre ni para amigo ni para amante.
Línea 353 ⟶ 355:
Para que se prefiera la vida pacífica y doméstica es indispensable conocerla, y es preciso haber probado su dulzura desde la niñez. Sólo en la casa paterna se adquiere el cariño a la propia casa, y toda mujer que no ha sido educada por su madre, no tendrá voluntad para educar a sus hijos. Desgraciadamente ya no hay educación privada en las grandes ciudades. En ellas la sociedad es tan general y tan mezclada, que no queda asilo para el retiro, y están las gentes en público incluso en sus casas. A fuerza de vivir con todo el mundo, ya nadie tiene familia, los parientes apenas se conocen, se ven como extraños y se extingue la sencillez de las costumbres domésticas al mismo tiempo que la dulce familiaridad que era su encanto. De este modo nace ya en el amanecer de la vida la afición a los deleites del siglo y a las máximas que reinan en él.
 
A las solteras les imponen una aparente sujeción para hallar insensatos que por su aspecto se casen con ellas, pero observad un instante a estas jóvenes, las cuales, con unas actitudes afectadas, encubren malamente el ansia que las consume, y en sus ojos ya se lee el ardiente deseo de imitar a sus madres. No sienten ansias por un marido, sino por los excesos del matrimonio. ¿Qué necesidad tienen de esposo con tantos medios para prescindir de él? Pero lo necesitan para que sea la tapadera de sus medios[12] <ref>Una de las cuatro cosas que no podía comprender el sabio era la vida del hombre en su juventud; la quinta era el descaro de la mujer adúltera. Qua comedit, et tergens os suum dicit: Non sum operata malum. «Que come, y limpiándose la boca, dice: No he obrado mal». Prov. XXX, vers. 20.</ref>. Está retratada en su semblante la modestia, y la disolución alienta en su corazón, indicando esa misma modestia fingida que sólo pretenden quedar libres cuanto antes de toda sujeción. Mujeres de París y de Londres, os ruego que me disculpéis; no hay regla sin excepción, pero yo no sé de ninguna, y si una de vosotras tiene el alma honesta, yo no entiendo ninguna palabra de vuestras instituciones.
 
Todas esas distintas educaciones inspiran igualmente en las doncellas la afición a les deleites del mundo y a las pasiones que pronto nacen de esta afición. En las ciudades populosas la depravación empieza con la vida, y en las de poco vecindario comienza con la razón. Las jóvenes provincianas, instruidas en menospreciar la dichosa sencillez de sus costumbres, se dan prisa por ir a la capital y participar de la corrupción de las nuestras; los vicios adornados con el pomposo nombre de talentos, son el único objeto del viaje, y avergonzadas por llegar de tan lejos, al verse muy distantes todavía del noble desenfreno de las mujeres del país, no tardan en hacer méritos para ser también ellas vecinas de la capital. ¿Me preguntareis dónde comienza el daño, adónde le proyectan, o dónde lo llevan a cabo?
Línea 371 ⟶ 373:
Cuanto más penosas y mayores son las obligaciones, más palpables y fuertes deben ser las razones en que se fundan. Existe un cierto lenguaje devoto con el cual aturden los oídos de las jóvenes en las materias más graves, sin lograr persuadirlas. De este lenguaje tan desproporcionado con sus ideas, y del poco aprecio que en secreto hacen de él, nace la facilidad de ceder en sus propensiones, no hallando motivo de resistencia en la misma naturaleza de las cosas. Una doncella educada con piedad y discreción, sin duda está fuertemente armada contra las tentaciones, pero aquella cuyo corazón, o mejor sus oídos no han recogido más que las monsergas de la devoción, infaliblemente será presa del primer seductor astuto que la pretenda. Nunca una persona hermosa y joven despreciará su cuerpo, ni se afligirá de verdad por los pecados que su belleza le haga cometer, ni llorará con sinceridad ante Dios porque sea objeto de deseos, ni se creerá que sean invención de Satanás los sentimientos más dulces del corazón. Dadle otras razones sacadas de la esencia de las cosas y propias para ella, porque éstas no la convencen. Aún será peor si, como nunca faltan, se le dictan ideas contradictorias; si después de haberla humillado, envileciendo su cuerpo y sus gracias como torpezas del pecado, le dicen luego que ese mismo cuerpo que le han pintado tan despreciable lo ha de respetar como el templo de Jesucristo. Tan sublimes y tan bajas ideas son igualmente insuficientes y no se pueden asociar; se precisan razones que no rebasen la capacidad propia de la edad y del sexo. Las consideraciones sobre el deber no tienen más fuerza que los motivos que nos llevan a cumplirlo. No se sospecharía que es Ovidio quien emite un juicio tan severo.
 
¿Queréis, pues, inspirar a las jóvenes la afición a las buenas costumbres? Pues sin decirles continuamente que sean recatadas, tratad de que lo sean; hacedles comprender la importancia del recato y se lo haréis amar. No es suficiente mostrarles desde lejos ese interés para el porvenir; presentádselo en el instante actual, en las relaciones de su edad y en el carácter de sus amores. Les debéis pintar el hombre de bien y el hombre de mérito; enseñadles a que lo reconozcan y lo quieran por su propia felicidad, probadles que, sean amigas, esposas o amantes, sólo él puede hacerlas dichosas. Llevadlas a la virtud por la razón, que comprendan que el imperio y las ventajas de su sexo no sólo dependen de sus buenas costumbres y su conducta, sino también de las de los hombres, pues las mujeres tienen poca influencia en los espíritus viles y soeces, y el que sabe servir a su dama sabe servir a la virtud. Estad seguros de que pintándoles las modernas costumbres, les inspiraréis hacia ellas una sincera repugnancia; con mostrarles a las personas de moda, se las haréis despreciar; les infundiréis antipatía a sus máximas, aversión a sus sentimientos y desdén a su vano galanteo; les despertaréis una más noble ambición: la de reinar en almas grandes y fuertes, como las mujeres espartanas, que mandaban a los hombres. Una mujer atrevida, descarada, intrigante, que sólo por la coquetería sabe atraer a sus amantes, y sólo los conserva por sus favores, hace que la obedezcan como lacayos en cosas comunes y serviles, pero en las importantes y graves no tienen ninguna autoridad sobre ellos. En cambio, la mujer honesta, amable y prudente, que consigue que los suyos la respeten; la que tiene modestia y recato, la que con la estimación sostiene el amor, por ella irán al fin del mundo, al combate, a la gloria, a la muerte, adonde ella quiera[13] <ref>Dice Brantome que, en tiempos de Francisco I, una joven que tenía un amante muy locuaz le impuso un ilimitado y absoluto silencio, y con tanta exactitud obedeció durante dos años que creyeron que por alguna enfermedad se había vuelto mudo. Un día, en medio de una gran concurrencia, su dama, que en aquellos tiempos en que guardaban secreto los enamorados no era conocida por tal, alardeó de que le curaría inmediatamente, y lo hizo con esta sola palabra: «Hablad». ¿No hay algo heroico y grande en este amor? ¿Qué más hubiera hecho con todo su empaque la filosofía de Pitágoras? ¿Imaginamos a una divinidad que con una sola palabra da el órgano de la voz a un mortal? No es posible que yo crea que la belleza sin virtud consiguiese semejante Milagro. Todas las mujeres de hoy, a pesar de sus artificios, se verían muy apuradas para conseguirlo.</ref>. Hermoso es este imperio y creo que es tentador el conseguirlo.
 
Ese es el espíritu en que ha sido educada Sofía, con más cuidados que afanes y más bien siguiendo sus gustos que violentándolos. Digamos ahora una palabra de su persona conforme al retrato que de ella le he hecho a Emilio, y según él mismo se figura la esposa que puede hacerle feliz.
Línea 613 ⟶ 615:
Por mala suerte, el camino es muy accidentado y el país muy montuoso. Nos perdemos; él lo advierte antes, y sin impacientarse, sin quejarse, pone el mayor celo en encontrar la senda; le cuesta encontrarla, pero no pierde la serenidad. Esto no quiere decir nada para nadie, pero mucho para mí, que conozco sus arrebatos. Ahora veo el fruto de los afanes que me he tomado para endurecerle desde su niñez contra los golpes de la necesidad.
 
Por fin llegamos, y el recibimiento es mucho más sencillo y más afectuoso que la primera vez; ya somos conocidos antiguos. Emilio y Sofía se saludan con un poco de cortedad y todavía no se hablan; ¿qué se han de decir en nuestra presencia? La conversación que necesitan no quiere testigos. Nos paseamos por el jardín, el cual, en vez de parterres, tiene un huerto muy bien distribuido, y en vez de césped, árboles frutales de todas clases, con algunos riatillos y caballones llenos de flores. «¡Qué hermoso sitio! -exclama Emilio, lleno de su Hornero y siempre con su entusiasmo-. Me parece que estoy en los jardines de Alcinoo.» La niña desea saber quién era Alcinoo, y se lo pregunta a su madre. «Alcinoo -les digo yo- era un rey de Corfú, cuyo jardín, que Homero describe, las personas de gusto lo encuentran demasiado sencillo y poco adornado[14]. Este<ref>«Al Alcinoosalir teníadel unapalacio simpáticase hijaencuentra queun lagran vísperajardín de recibircuatro unaranzadas, extranjeroacotado hospitalidady envallado, casacon degrandes suárboles padrefloridos, soñóy quedan prontoperas, tendríamanzanas, marido.»granadas Sofíay seotras sonroja,frutas bajade loslas ojosmás ybellas seespecies, muerdehigueras losde labios;dulce nofruto esy posibleverdes imaginarolivos. unaDurante confusiónel semejante. Su padreaño, quenunca seestán diviertesin enfruto aumentarla,estos intervienehermosos en laárboles; conversacióninvierno y añadeverano, queel ladulce princesasoplo jovendel ibaviento adel lavarOeste la ropahace al río.mismo ¿Estiempo deprender creerunos quey nomadurar seotros. habíaSe llevadoven lasla servilletaspera suciasy porquela olíanmanzana aque comida?se Sofía,pasan contray quiense vasecan laen el indirectaárbol, seel olvidahigo deen sula timidez naturalhiguera y seel excusaracimo conen viveza.el Susarmiento, padrela sabeinagotable quevid no hubieracesa habidode otradar lavanderauvas mejornuevas; queunas ellalas si se lo hubiese permitido[15],cuecen y conpasan laal mejorsol alegríaen siun searca, lomientras hubiesenotras ordenado. Diciendolas estovendimian, medejando miraen dela refilónplanta conlas unaque inquietudaún queestán meen hace sonreírflor, leyendo en suagraz ingenuoo corazóncomienzan ela sobresalto que la obliga atomar contestarcolor. SuEn padreuno tienede lalos crueldadextremos, dedos aguzarcuadros subien desconciertocultivados preguntándoley concubiertos tonode burlónflores a quépor obedecetodo el hablaralto, deadornados ellacon mismados yfuentes, si tiene algouna de comúnlas concuales lase hijareparte depor Alcinoo.el Avergonzadajardín y temblando,la nootra seatraviesa atreveel apalacio respirary nillega a mirarun aedificio nadie.de ¡Encantadorala niña!ciudad Yapara nosurtir puedesde fingir;agua sin darte cuenta tea hassus declaradohabitantes.
Esta es la descripción del jardín real de Alcinoo, en el séptimo libro de la odisea; jardín en el que, para mengua de Hornero, el soñador caduco, y de los príncipes de su época, no se ven ni verjas, ni estatuas, ni cascadas, ni cenadores.</ref>. Este Alcinoo tenía una simpática hija que la víspera de recibir un extranjero hospitalidad en casa de su padre, soñó que pronto tendría marido.» Sofía se sonroja, baja los ojos y se muerde los labios; no es posible imaginar una confusión semejante. Su padre, que se divierte en aumentarla, interviene en la conversación y añade que la princesa joven iba a lavar la ropa al río. ¿Es de creer que no se había llevado las servilletas sucias porque olían a comida? Sofía, contra quien va la indirecta, se olvida de su timidez natural y se excusa con viveza. Su padre sabe que no hubiera habido otra lavandera mejor que ella si se lo hubiese permitido <ref>Confieso que le agradezco a la madre de Sofía que no haya dejado que unas manos tan suaves, como las de su hila, que tantas veces ha de besar Emilio, se endurecieran lavando ropa.</ref>, y con la mejor alegría si se lo hubiesen ordenado. Diciendo esto, me mira de refilón con una inquietud que me hace sonreír, leyendo en su ingenuo corazón el sobresalto que la obliga a contestar. Su padre tiene la crueldad de aguzar su desconcierto preguntándole con tono burlón a qué obedece el hablar de ella misma y si tiene algo de común con la hija de Alcinoo. Avergonzada y temblando, no se atreve a respirar ni a mirar a nadie. ¡Encantadora niña! Ya no puedes fingir; sin darte cuenta te has declarado.
 
Pronto esta pequeña escena es olvidada o lo parece. Por suerte de Sofía, el único que no ha comprendido nada es Emilio. Continúa el paseo, y nuestros jóvenes, que al principio iban a nuestro lado y seguían con dificultad la lentitud de nuestra marcha, poco a poco se adelantan y nosotros los vemos bastante lejos. Sofía parece atenta y reposada; Emilio habla y acciona vivamente; no parece que les aburra la conversación. Bastante después de una hora regresamos, los llamamos, pero vienen lentamente y se ve que aprovechan el tiempo. Luego dejan de hablar antes que les podamos oír, y aceleran el paso para reunirse con nosotros. Emilio llega con rostro franco y alegre, en sus ojos brilla el júbilo y los dirige con un poco de inquietud hacia la madre de Sofía, para ver cómo le recibirá. Sofía no tiene un aspecto muy tranquilo; al acercarse parece turbada por verse sola con. un joven, ella que tantas veces ha estado con. otros sin confusión y sin que lo hayan visto mal. Se apresura a ir al lado de su madre, titubeando un poco y diciendo palabras sin significado, como queriendo demostrar que hace ya un rato que ha llegado.
Línea 687 ⟶ 690:
Todas las observaciones contribuyen a demostrar que el furor celoso de los machos en algunas especies de animales, no prueba nada con respecto al hombre, y hasta la excepción de los climas meridionales, donde se halla establecida la poligamia, no hace más que confirmar este principio, porque de la pluralidad de las mujeres proviene la tiránica precaución de los maridos, y el sentimiento de su propia flaqueza incita al hombre a que recurra a la sujeción para eludir las leyes de la naturaleza.
 
Entre nosotros, donde estas mismas leyes menos eludidas en esta parte lo son en sentido contrario y más odioso, el motivo de los celos se funda más en las pasiones sociales que en el instinto primitivo. En la mayor parte de las relaciones de amor, el amante más odia a sus rivales que lo que quiere a su amada, y si teme no ser el único favorecido, es debido al, amor propio, cuyo origen he demostrado, y su vanidad sufre mucho más que su amor. Por otra parte, nuestras torpes instituciones han hecho a nuestras mujeres tan disimuladas[16] <ref>Esta clase de disimulo de que hablo, es opuesto al que les conviene y deben a la naturaleza, el cual consiste en encubrir los afectos que sienten y el otro es fingir lo que no sienten.Todas las mujeres se pasan la vida haciendo gala de su pretendida sensibilidad, y en realidad sólo se aman a si mismas.</ref>, y han inflamado tanto sus apetitos, que casi no se puede contar con el cariño mejor probado, y ellas ya no pueden demostrar preferencias que extingan el miedo a los rivales.
 
En cuanto al verdadero amor, es una cosa muy distinta. Ya observé en el escrito señalado antes que este afecto no es tan natural como se piensa, y que existe una gran diferencia entre el dulce hábito que aficiona al hombre a su compañera y el ardor desenfrenado que le embriaga. Esta pasión, que sólo respira exclusiones y preferencias, se diferencia de la vanidad en que, como ésta todo lo exige y nada otorga, siempre es inicua, y el amor, dándole todo lo que exige, es por sí mismo un afecto lleno de equidad. Por otra parte, cuanto mayor es su exigencia, mayor es su credulidad; la misma ilusión que le causa facilita el convencerle. Si el amor es inquieto, la estimación es confiada, y nunca en un corazón honrado ha existido amor sin estimación, porque nadie ama en el objeto amado otras cualidades que las que aprecia.
Línea 729 ⟶ 732:
Los días que no la ve no permanece ocioso y sedentario; esos días todavía es Emilio, y no está transformado. La mayor parte de las veces recorre las campiñas inmediatas, sigue su historia natural, observa, examina las tierras, sus producciones y su cultivo; compara las labores que ve con las que ya conoce y averigua los motivos de las diferencias; cuando juzga otros métodos que son preferibles a los usados en el país, se los enseña a los labradores; si propone un tipo de arado mejor, lo manda construir conforme a su dibujo; si encuentra una veta de marga les enseña su uso, ignorado en el país; muchas veces, él mismo pone mano a la obra; se quedan atónitos al contemplar que maneja con más habilidad que ellos sus aperos, que abre surcos más derechos y profundos que los suyos, que siembra con mayor igualdad y traza los arriates con más seguridad. No se burlan de él como de un peripuesto charlatán de agricultura, pues se dan cuenta de que verdaderamente sabe. En una palabra, su celo y sus afanes abrazan todo le bueno y útil, y no se limita a eso: visita las casas de los labradores, se informa de su estado, de sus familias, del número de sus hijos, de la extensión de sus tierras, de la naturaleza de las producciones, de su venta, de sus cargas y sus deudas. Da poco dinero, pues sabe que generalmente lo emplean mal, pero él mismo se cuida de su empleo y procura que les sea provechoso incluso contra su voluntad. Les ofrece operarios y muchas veces les paga los jornales para las labores que necesitan.
 
A uno le hace reparar o techar su choza medio agrietada, al otro desmontar su tierra abandonada por alta de medios, a éste otro le da una vaca, una mula, o unas reses que le compensen de las que ha perdido; dos vecinos que entablen un pleito, los persuade y reconcilia; si enferma un aldeano, le hace cuidar y le cuida él mismo[17] <ref>Cuidar a un campesino que está enfermo no consiste en purgarle ni darle medicinas, ni mandarle el médico. Esas pobres gentes no necesitan nada de eso en sus dolencias, sino alimento de mayor sustancia y más abundante. Estad vosotros a dieta cuando tengáis calentura, pero cuando los jornaleros del campo la tengan, dadles carne y vino; casi todas sus enfermedades proceden de inanición y miseria; tenéis en vuestra bodega la más eficaz tisana para ellos y su único boticario debe ser vuestro carnicero.</ref>; otro sufre la opresión de un vecino poderoso, y él lo recomienda y le ampara; si dos jóvenes pobres se quieren casar, les ofrece su ayuda para que se casen; si una infeliz mujer ha perdido a su hijo, le hace una visita, la consuela y la acompaña durante un largo rato; no desdeña a los miserables, y muchas veces come en casa de los rústicos que asiste, como también acepta las invitaciones de vecinos que no le necesitan; es el bienhechor de unos y amigo de otros, y nunca deja de ser el mismo. Por último; siempre hace tanto bien con su persona como con su dinero.
 
Alguna vez dirige sus paseos hacia la venturosa mansión; tal vez espere divisar a Sofía, verla paseando sin que ella lo advierta. Pero Emilio no gasta rodeos en su modo de obrar, ni sabe ni quiere eludir nada. Posee aquella amable delicadeza que con el buen testimonio de sí mismo alimenta el amor propio y le halaga. Cumple rigurosamente su destierro, y nunca se acerca lo suficiente para alcanzar del acaso lo que sólo quiere deber a Sofía. En cambio, vaga placenteramente en las inmediaciones buscando de hallar las huellas de los pasos de su amada, enterneciéndose con la molestia que se ha tomado y las caminatas que ha realizado por condescendencia de él. La víspera de los días que la debe ver, entra en un caserío inmediato a preparar una merienda para el día siguiente. Dirige su paseo hacia esta parte como por casualidad, entran en el caserío, y se encuentran con frutas, pasteles y nata. Estas atenciones complacen mucho a la golosa Sofía, y agradece nuestra previsión, pues yo siempre tomo parte en el cumplimento, aunque no haya tenido ninguna en la diligencia que la motiva, pero es una astucia de muchacha para dar las gracias con mas afecto. Su padre y yo comemos unos bollos y bebemos vino, pero Emilio se pega a las mujeres, estando siempre al acecho para coger el plato de nata en el que Sofía haya metido la cuchara.
Línea 963 ⟶ 966:
Pasando luego al derecho de esclavitud, miraremos si de una forma legítima un hombre puede enajenarse a otro, sin resistencia ni reserva, ni ninguna clase de condición, o sea, si puede renunciar a su persona, a su vida, a su razón, a «su yo» a toda moralidad en sus acciones; en una palabra, dejar de existir antes de -su muerte contra la voluntad de la naturaleza, que le encarga su propia conservación, y contra su conciencia y su razón, que le ordena lo que debe hacer y de lo que se debe abstener.
 
Y si hay alguna reserva, alguna restricción en el acta de esclavitud, deliberaremos si el acta no se convierte en un verdadero contrato, en el cual, no teniendo ambos contrayentes, en calidad de tales, un superior común[18] <ref>Si uno tuviese este superior común, no sería otro que el soberano, y el derecho de esclavitud, fundándose entonces en el de soberanía, no sería su principio.</ref>, permanecen sus jueces propios en cuanto a las condiciones del contrato, libres, por consiguiente, en esta parte y árbitros para romperlo en cuanto se consideren perjudicados.
 
Y si un esclavo no puede liberarse sin reserva de su duelo, ¿cómo un pueblo puede liberase sin reserva de su caudillo? Y si el esclavo sigue siendo juez del cumplimiento del contrato por su dueño, ¿cómo no ha de seguir siendo juez el pueblo de la observación del contrato por su caudillo?
Línea 997 ⟶ 1000:
Si el soberano sólo puede hablar por medio de las leyes, y si la ley nunca puede tener otro objeto que no sea general y relativo a todos los miembros del Estado por igual, se deduce que el soberano nunca está facultado para estatuir sobre un objeto particular, y como es importante, para la conservación del Estado, que se decida también acerca de los asuntos particulares, estudiaremos de qué forma se puede hacer.
 
Las actas del soberano únicamente pueden ser actas de voluntad general, o sea, leyes; después son precisas actas determinantes, actas de fuerza o de gobierno, para la ejecución de estas mismas leyes, las cuales, por el contrario, sólo pueden tener objetos particulares. Así, el acta por la cual el soberano estatuye que se elija un jefe es una ley, y el acta por la cual se elige, en cumplimiento de la ley, ese jefe, sólo es un acta de gobierno. Así tenemos el tercer aspecto bajo el cual podemos considerar al pueblo congregado, es decir, como magistrado o ejecutor de la ley que como soberano ha dictado[19] <ref>La mayor parte de estas cuestiones y proposiciones están extractadas del Tratado del contrato Social, el cual es el extracto de una obra de más envergadura, pero emprendida sin antes haber consultado mis fuerzas y abandonado hace ya mucho tiempo. Será publicado aparte el breve tratado que he sacado de ella y cuyo resumen ofrezco aquí.</ref>.
 
Haremos un examen para ver si es posible que el pueblo se desprenda de su derecho de soberanía para que recaiga en un hombre o en muchos, pues al no ser el acta de elección una ley, ni siendo soberano el mismo pueblo, no vemos cómo puede transmitir un derecho de que carece.
Línea 1043 ⟶ 1046:
Todavía hay más: como bajo diferentes puntos de vista cada uno de estos Gobiernos puede subdividirse en diversas partes, una administrada de una manera y otra de distinta forma, de la combinación de estas tres formas pueden resultar numerosas formas mixtas, cada una de las cuales se puede multiplicar por todas las formas simples.
 
Se ha discutido siempre en todos los tiempos sobre la mejor forma de Gobierno, sin tener en cuenta que cada una es la mejor en un caso determinado y la peor en otros. Por lo que afecta a nosotros, si en los diversos Estados el número de los magistrados[20] <ref>Se debe tener presente que aquí sólo hablo de los magistrados supremos o jefes de la nación, no siendo los otros más que sustitutos suyos en tal o cual parte.</ref> debe ser inverso al de los ciudadanos, concluiremos, que en general, conviene el Gobierno democrático a los Estados pequeños, el aristocrático a los medianos y el monárquico a los grandes.
 
Por el curso de estas investigaciones llegaremos a saber cuáles son los deberes y derechos de los ciudadanos y si es posible separar unos de otros, qué es la patria, en qué consiste precisamente y por dónde cada uno puede comprender si tiene o no tiene patria.
Línea 1051 ⟶ 1054:
Por último analizaremos la especie de remedios que contra estos inconvenientes se han imaginado con las ligas y confederaciones que, dejando a cada Estado árbitro suyo en lo interior, lo arman en lo exterior contra todo agresor injusto. Indagaremos el modo cómo se puede establecer una buena asociación federativa, que es lo que puede hacerla duradera y hasta qué punto puede extenderse el derecho de la confederación, sin causar perjuicio al de la soberanía.
 
El abate de Saint-Pierre propuso una asociación todos los Estados de Europa con el fin de mantener entre ellos una paz perpetua. ¿Era practicable esta asociación? Y suponiendo que se hubiera establecido, ¿era de presumir que hubiera durado?[21] <ref>Después de haber escrito esto, se han deducido las razones en favor del extracto de este proyecto; las razones contrarias, o las que me han parecido sólidas, se hallarán en la colección de mis obras, a continuación de este mismo extracto.</ref>. Estas indagaciones nos conducen directamente hacia todas las cuestiones de derecho público, que pueden ayudar a aclarar las de derecho político.
 
Finalmente, pondremos los verdaderos principios del derecho de guerra, y veremos por qué Grocio y los otros no han hecho más que sentar principios falsos.
Línea 1069 ⟶ 1072:
En estos sitios alejados, un pueblo se caracteriza y se manifiesta tal como es, sin mezcla, y es donde se observan mejor los buenos y malos efectos del Gobierno, como en el extremo de un radio mayor es más exacta la medida de los arcos.
 
Las necesarias relaciones de las costumbres con el Gobierno se hallan tan bien explicadas en el libro el Espíritu de las leyes, que lo mejor es leer esta obra para estudiar esas relaciones. Pero, en general, hay dos reglas fáciles y sencillas para juzgar de la bondad relativa de los Gobiernos. Una es la población. En todo país que se despuebla, el Estado propende a su ruina, y el que aumenta de población aunque sea el más pobre, es el mejor gobernado[22] <ref>No conozco más que una excepción de esta regla, la China.</ref>.
 
Mas para ello es preciso que este aumento sea producido por un efecto natural del Gobierno y de las costumbres, porque si resultase de colonias o de otras causas accidentales y transitorias, entonces probarían el mal por el remedio. Las leyes promulgadas por Augusto contra el celibato, eran una muestra de la decadencia del Imperio romano. Es preciso que la bondad del Gobierno induzca a los ciudadanos a casarse, y no que lo hagan obligados por la ley; no debe analizarse lo que se hace a la fuerza, pues la ley que impone la Constitución se evita y se frustra, más que lo que se hace por la influencia de las costumbres y la bondad del Gobierno, pues sólo estos medios tienen una eficacia constante. La política del buen abate de Saint-Pierre era siempre buscar un medicamento para cada dolencia particular en vez de subir a su fuente común y ver si podía curarlos a todos al mismo tiempo. No se trata de curar separadamente cada úlcera en el cuerpo de un enfermo, sino de purificar la sangre que las produce. Dicen que en Inglaterra se premia a la agricultura; no quiero saber más, pues no prosperará mucho tiempo.
Línea 1137 ⟶ 1140:
Se miran sonriendo y burlándose de mi simplicidad. Emilio me agradece mis palabras y me dice que cree que Sofía tiene una receta mejor que la mía y que a él con eso le basta. Sofía aprueba, y parece muy confiada; no obstante, en medio de su risueña expresión, creo percibir cierta curiosidad. Observo a Emilio; sus ardientes ojos devoran los encantos de su esposa; es lo único que le interesa, y mis razonamientos no le dicen nada. Yo me sonrío diciéndome que pronto conseguiré que me haga caso.
 
La diferencia casi imperceptible de estos movimientos secretos señalan una muy característica en los dos sexos y muy contraria a las preocupaciones admitidas, y es que, por regla general, los hombres son más inconstantes que las mujeres y se fatigan más pronto del amor satisfecho. Desde muy atrás, la mujer presiente la inconstancia del hombre y se alarma[23] <ref>En Francia, se apartan primero las mujeres: será porque teniendo poco temperamento, y no pretendiendo más que homenajes, cuando el marido ya no responde, dejan de preocuparse por él. Por el contrario, en los demás países, es el marido quien se aparta primero, lo que quizá es así porque las mujeres, fieles pero indiscretas, los abonen con sus caprichos y se cansan de ellas. Estas verdades generales pueden tener muchas excepciones, pero ahora creo que son verdades generales.</ref>. Esto la vuelve celosa. Cuando él empieza a entibiarse, ella aumenta los cuidados que le dedicó en otros tiempos para serle grata, y llora, se humilla y pocas veces con buen resultado. El cariño y los obsequios se ganan los corazones, pero no tienen el poder de recobrarlos. Vuelvo a mi receta contra el enfriamiento del amor en el matrimonio.
 
»Es fácil y sencillo: el secreto está en que sigan siendo amantes cuando son esposos.» «Efectivamente -dice Emilio, riéndose del secreto-. Esta receta no nos será pesada seguirla.» «Pesada será para vos que habláis de lo que no sabéis. Dejad que me explique.
Línea 1174 ⟶ 1177:
 
Al cabo de algunos meses, Emilio entra en mi habitación y dándome un abrazo me dice: «Maestro mío, felicitad a vuestro hijo, pues espera para muy pronto tener el honor de ser padre. ¡Oh, cuántos desvelos nos esperan y cuánto vamos a necesitar de vos! Que Dios no permita que yo os deje educar a mi hijo después de haber educado a su padre, ni que otro que sea yo desempeñe un deber tan dulce y santo, aunque pudiese escoger con tanto acierto para él como escogieron para mí. Pero queremos que seáis el maestro de los maestros jóvenes. Aconsejadnos, dirigidnos, pues nosotros seremos dóciles, y mientras yo viva, tendré siempre necesidad de vos. Os necesito más que nunca, porque ahora comienzan mis funciones de hombre. Vos habéis cumplido las vuestras; guiadme para imitaros. Ha llegado el tiempo de que descanséis».
 
== Notas ==
<references/>
 
 
{{Emilio}}
[1] Yo he notado que las repulsas por melindres y provocativas son comunes en casi todas las hembras, incluso en los animales, y hasta cuando están más dispuestas a rendirse; es preciso no haber observado nunca sus procedimientos para discrepar de esta opinión.
[[Categoría:Emilio]]
[2] Puede haber tanta desproporción en la edad y en la fuerza que haya una violencia real, pero como aquí trato del estado relativo de los sexos según el orden de la naturaleza, los considero ambos en la relación común que constituye este estado.
[3] Sin eso la especie humana forzosamente iría a menos; para que ésta se conserve, es indispensable que, compensándolo todo, cada mujer tenga cuatro hijos sin demasiado tiempo entre uno y otro, ya que muriendo cerca de la mitad de los niños que nacen, es necesario que queden dos para representar al padre y la madre. Obsérvese si las ciudades dan esa población.
[4] La timidez; de las mujeres también es un instinto de la naturaleza contra el doble peligro que corren durante su embarazo.
[5] Un niño es inoportuno cuando se da cuenta de que le conviene serlo, pero nunca pedirá dos veces la misma cosa si la primera negativa ha sido irrevocable.
[6] Las mujeres que tienen la piel tan blanca que no necesitan encajes, darían mucho que sentir a las otras si no los usasen. Casi siempre son las feas las que introducen las modas, a las que las bonitas se someten tontamente.
[7] Si donde he puesto no la sé, la chica responde de otro modo, conviene no fiarse de su respuesta y hacérsela explicar con claridad.
[8] La chica dirá esto porque lo ha oído decir, pero hay que asegurarse de si tiene una verdadera idea de la muerte, porque esta idea no es tan sencilla, ni está tan al alcance de los niños como se cree. En el poemita Abel puede verse un ejemplo del modo cómo se le debe dar. Esta deliciosa obra respira una sencillez que encanta y de la que nunca se saturará demasiado quien haya de conversar con las criaturas.
[9] La idea de la eternidad no se puede aplicar a las generaciones humanas más que con el consentimiento del espíritu. Toda sucesión numérica reducida en acto es incompatible con esta idea.
[10] «La mujer recurre a todas las astucias para coger en sus redes a un nuevo amante. Con nadie ni nunca aparece con el mismo rostro. Según el momento, cambia de actitud y de aspecto»
[11] Sé muy bien que las mujeres que han tomado su resolución en cierto aspecto, pretenden hacerse estimar por su franqueza, y juran que, excluida ésta, poseen todas las otras dotes estimables, pero también sé que nunca han persuadido a nadie más que a necios. Quitado el freno más poderoso de su sexo, ¿qué les queda que las contenga? ¿Qué honor han apreciado las que han renunciado al suyo? Habiendo dado rienda suelta a sus pasiones, ya no tienen ningún interés en resistirlas. Nec femina, amissa pudictia, alia abnuerit, «Que la mujer, perdido el pudor, a nada se niega». ¿Conoció algún autor el corazón humano, mejor que quien dijo esto?
[12] Una de las cuatro cosas que no podía comprender el sabio era la vida del hombre en su juventud; la quinta era el descaro de la mujer adúltera. Qua comedit, et tergens os suum dicit: Non sum operata malum. «Que come, y limpiándose la boca, dice: No he obrado mal». Prov. XXX, vers. 20.
[13] Dice Brantome que, en tiempos de Francisco I, una joven que tenía un amante muy locuaz le impuso un ilimitado y absoluto silencio, y con tanta exactitud obedeció durante dos años que creyeron que por alguna enfermedad se había vuelto mudo. Un día, en medio de una gran concurrencia, su dama, que en aquellos tiempos en que guardaban secreto los enamorados no era conocida por tal, alardeó de que le curaría inmediatamente, y lo hizo con esta sola palabra: «Hablad». ¿No hay algo heroico y grande en este amor? ¿Qué más hubiera hecho con todo su empaque la filosofía de Pitágoras? ¿Imaginamos a una divinidad que con una sola palabra da el órgano de la voz a un mortal? No es posible que yo crea que la belleza sin virtud consiguiese semejante Milagro. Todas las mujeres de hoy, a pesar de sus artificios, se verían muy apuradas para conseguirlo.
[14] «Al salir del palacio se encuentra un gran jardín de cuatro aranzadas, acotado y vallado, con grandes árboles floridos, y dan peras, manzanas, granadas y otras frutas de las más bellas especies, higueras de dulce fruto y verdes olivos. Durante el año, nunca están sin fruto estos hermosos árboles; invierno y verano, el dulce soplo del viento del Oeste hace al mismo tiempo prender unos y madurar otros. Se ven la pera y la manzana que se pasan y se secan en el árbol, el higo en la higuera y el racimo en el sarmiento, la inagotable vid no cesa de dar uvas nuevas; unas las cuecen y pasan al sol en un arca, mientras otras las vendimian, dejando en la planta las que aún están en flor, en agraz o comienzan a tomar color. En uno de los extremos, dos cuadros bien cultivados y cubiertos de flores por todo el alto, adornados con dos fuentes, una de las cuales se reparte por el jardín y la otra atraviesa el palacio y llega a un edificio de la ciudad para surtir de agua a sus habitantes.
Esta es la descripción del jardín real de Alcinoo, en el séptimo libro de la odisea; jardín en el que, para mengua de Hornero, el soñador caduco, y de los príncipes de su época, no se ven ni verjas, ni estatuas, ni cascadas, ni cenadores.
 
[15] Confieso que le agradezco a la madre de Sofía que no haya dejado que unas manos tan suaves, como las de su hila, que tantas veces ha de besar Emilio, se endurecieran lavando ropa.
[16] Esta clase de disimulo de que hablo, es opuesto al que les conviene y deben a la naturaleza, el cual consiste en encubrir los afectos que sienten y el otro es fingir lo que no sienten.Todas las mujeres se pasan la vida haciendo gala de su pretendida sensibilidad, y en realidad sólo se aman a si mismas.
[17] Cuidar a un campesino que está enfermo no consiste en purgarle ni darle medicinas, ni mandarle el médico. Esas pobres gentes no necesitan nada de eso en sus dolencias, sino alimento de mayor sustancia y más abundante. Estad vosotros a dieta cuando tengáis calentura, pero cuando los jornaleros del campo la tengan, dadles carne y vino; casi todas sus enfermedades proceden de inanición y miseria; tenéis en vuestra bodega la más eficaz tisana para ellos y su único boticario debe ser vuestro carnicero.
[18] Si uno tuviese este superior común, no sería otro que el soberano, y el derecho de esclavitud, fundándose entonces en el de soberanía, no sería su principio.
[19] La mayor parte de estas cuestiones y proposiciones están extractadas del Tratado del contrato Social, el cual es el extracto de una obra de más envergadura, pero emprendida sin antes haber consultado mis fuerzas y abandonado hace ya mucho tiempo. Será publicado aparte el breve tratado que he sacado de ella y cuyo resumen ofrezco aquí.
[20] Se debe tener presente que aquí sólo hablo de los magistrados supremos o jefes de la nación, no siendo los otros más que sustitutos suyos en tal o cual parte.
[21] Después de haber escrito esto, se han deducido las razones en favor del extracto de este proyecto; las razones contrarias, o las que me han parecido sólidas, se hallarán en la colección de mis obras, a continuación de este mismo extracto.
[22] No conozco más que una excepción de esta regla, la China.
[23] En Francia, se apartan primero las mujeres: será porque teniendo poco temperamento, y no pretendiendo más que homenajes, cuando el marido ya no responde, dejan de preocuparse por él. Por el contrario, en los demás países, es el marido quien se aparta primero, lo que quizá es así porque las mujeres, fieles pero indiscretas, los abonen con sus caprichos y se cansan de ellas. Estas verdades generales pueden tener muchas excepciones, pero ahora creo que son verdades generales.