Diferencia entre revisiones de «El casamiento engañoso (1825)»

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Línea 39:
>>En el tiempo que la visité, siempre hallé la casa desembarazada, sin que viese visiones en ella de parientes fingidos ni de amigos verdaderos; servíala una moza más taimada que simple. Finalmente, tratando mis amores como soldado que está en víspera de mudar, apuré a mi señora doña Estefanía de Caicedo (que éste es el nombre de la que así me tiene) y respondióme: "Señor alf&eacu te;rez Campuzano, simplicidad sería si yo quisiese venderme a v.m. por santa. Pecadora he sido y aún aora lo soy, pero no de manera que los vecinos me murmuren, ni los apartados me noten. Ni de mis padres, ni de otro pariente heredé h acienda alguna, y con todo esto vale el menaje de mi casa bien validos dos mil y quinientos escudos; y éstos en cosas que, puestas en almoneda, lo que se tardare en ponellas se tardará en convertirse en dineros. Con esta hacienda busco marid o a quien entregarme y a quien tener obediencia, a quien juntamente con la enmienda de mi vida le entregaré una increíble solicitud de regalarle y servirle; porque no tiene príncipe cocinero más goloso ni que mejor sepa dar el punto a los guisados que le sé dar yo cuando mostrando ser casera me quiero poner a ello. Sé ser mayordomo en casa, moza en la cocina y señora en la sala. En efe[c]to, sé mandar, y sé hacer que me obedezcan. No desperdic io nada y allego mucho; mi real no vale menos, sino mucho más, cuando se gasta por mi orden. La ropa blanca que tengo, que es mucha y muy buena, no se sacó de tiendas ni lenceros, estos pulgares y los de mis criadas la hilaron; y si pudiera tejerse en casa, se tejiera. Digo estas alabanzas mías porque no acarrean vituperio cuando es forzosa la necesidad de decirlas. Finalmente, quiero decir que yo busco marido que me ampare, me mande y me honre, y no galán que me sirva y me vit upere. Si vuesa merced gustare de aceptar la prenda que se le ofrece, aquí estoy moliente y corriente, sujeta a todo aquello que vuesa merced ordenare, sin andar en venta, que es lo mismo andar en lenguas de casamenteros, y no hay ninguno tan bueno para concertar el todo como las mismas partes."
 
>>Yo que tenía entonces el juicio no en la cabeza sino en los carcañares, haciéndoseme el deleite en aquel punto mayor de lo que en la imaginación le pintaba y ofreciéndoseme tan a la vista l a cantidad de hacienda que ya la contemplaba en dineros convertida, sin hacer otros discursos de aquellos a que daba lugar el gusto, que me tenía echados grillos al entendimiento, le dije q ue yo era el venturoso y bien afortunado en haberme dado el cielo casi por milagro tal compañera para hacerla señora de mi voluntad y de mi hacienda, que no era tan poca que no valiese, con aquella cadena que traía al cuello y con otr as joyuelas que tenía en casa y con deshacerme de algunas galas de soldado, más de dos mil ducados, que juntos con los dos mil y quinientos suyos eran suficiente cantidad para retirarnos a vivir a una aldea de donde yo era natural y adonde t enía algunas raíces; hacienda tal, que sobrellevada con el dinero, vendiendo los frutos a su tiempo, nos podía dar una vida alegre y descansada. En resolución, aquella vez se concertó nuestro desposorio y se dio traza c& oacute;mocómo los dos hiciésemos información de solteros, y en los tres días de fiesta que vinieron luego juntos en una pascua se hicieron las amonestaciones y al cuarto dí a nos desposamos, hallándose presentes al desposorio dos amigos míos y un mancebo que ella dijo ser primo suyo, a quien yo me ofrecí por pariente con palabras de mucho comedimiento, como lo habían sido todas las que hasta enton ces a mi nueva esposa había dado, con intención tan torcida y traidora que la quiero callar; porque aunque estoy diciendo verdades no son verdades de confesión que no pueden dejar de decirse.
 
>>Mudó mi criado el baúl de la posada a casa de mi mujer; encerré en él delante della mi magnífica cadena; mostréle otras tres o cuatro si no tan grandes de mejor hechura, con otros tr es o cuatro cintillos de diversas suertes; hícele patentes mis galas y mis plumas y entreguéle para el gasto de casa hasta cuatrocientos reales que tenía. Seis días gocé del pan de la boda, espaciándome en casa co mo el yerno ruin en la del suegro rico. Pisé ricas alhombras, ahajé sábanas de holanda, alumbrábame con candeleros de plata; almorzaba en la cama, levantábame a las once, comía a las doce y a las dos sesteaba en e l estrado, bailábanme doña Estefanía y la moza el agua delante. Mi mozo, que hasta allí le había conocido perezoso y lerdo, se había vuelto un corzo. El rato que doña Estefanía faltaba de mi lado le habían de hallar en la cocina toda solícita en ordenar guisados que me despertasen el gusto y me avivasen el apetito. Mis camisas, cuellos y pañuelos eran un nuevo Aranjuez de flores, según olían, bañados en la ag ua de ángeles y de azahar que sobre ellos se derramaba. Pasáronse estos días volando, como se pasan los años que están debajo de la jurisdi[c]ción del tiempo; en los cuales días, por verme tan regalado y ta n bien servido, iba mudando en buena la mala intención con que aquel negocio había comenzado. Al cabo de los cuales, una mañana (que aún estaba con doña Estefanía en la cama) llamaron con grandes golpes a la puert a de la calle. Asomóse la moza a la ventana, y quitándose al momento, dijo:
Línea 113:
Ofreciósele de nuevo el licenciado, admirándose de las cosas que le había contado.
 
–Pues de poco se maravilla vuesa merced, señor Peralta –dijo el alférez– que otros sucesos me quedan por decir que exceden a toda imaginación, pues van fuera de todos los términos de natura leza. No quiera vuesa merced saber más sino que son de suerte que doy por bien empleadas todas mis desgracias por haber sido parte de haberme puesto en el hospital donde vi lo que aora dir& eacute;diré, que es lo que aora, ni nunca, vuesa merced podrá creer, ni habrá persona en el mundo persona que lo crea.
 
Todos estos preámbulos y encarecimientos que el alférez hacía antes de contar lo que había visto, encendían el deseo de Peralta de manera que con no menores encarecimientos le pidió que lueg o luego le dijese las maravillas que le quedaban por decir.
Línea 131:
–Vuesa merced quede mucho en buen[h]ora, señor Campuzano, que hasta aquí estaba en duda si creería o no lo que de su casamiento me había contado, y esto que aora me cuenta de que oyó hablar lo s perros me ha hecho declarar por la parte de no creelle ninguna cosa. ¡Por amor de Dios! señor alférez, que no cuente estos disparates a persona alguna, si ya no fuere a quien sea tan su amigo como yo.
 
–No me tenga vuesa merced por tan ignorante –replicó Campuzano– que no entienda que si no es por milagro no pueden hablar los animales; que bien sé que si los tordos, picazas y papagayos hablan, no son s ino las palabras que aprenden y toman de memoria, y por tener la lengua estos animales cómoda para poder pronunciarlas; mas no por esto pueden hablar y responder con discurso concertado como estos perros hablaron. Y, así, muchas veces despu& eacute;sdespués que los oí yo mismo no he querido dar crédito a mí mismo y he querido tener por cosa soñada lo que realmente estando despierto con todos mis cinco sentidos, ta les cuales nuestro Señor fue servido de dármelos, oí, escuché, noté y finalmente escribí, sin faltar palabra, por su concierto; de donde se puede tomar indicio bastante que mueva y persuada a creer esta verdad que digo. Las cosas de que trataron fueron grandes y diferentes, y más para ser tratadas por varones sabios que para ser dichas por bocas de perros. Así que, pues yo no las pude inventar de mío a mi pesar y contra mi opinión vengo a creer que no soñaba y que los perros hablaban.
 
–¡Cuerpo de mí! –replicó el licenciado–. Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña cuando hablaban las calabazas; o el de Isopo cuando departía el gallo con la zorra y unos animales con otros.