Diferencia entre revisiones de «La familia de León Roch : 1-15»

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{{encabe
|título=[[La familia de León Roch]]<br>Primera Parte<br>Capítulo XV <br> Un convenio como los que la diplomacia llama &laquo;«modus vivendi&raquo;»
|autor=[[Benito Pérez Galdós]]
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Pasó algún tiempo. De pronto, María lanzó un grito agudo, desgarrador. León fue corriendo a la alcoba y vio a su mujer incorporada en el lecho, con los brazos tendidos, los ojos extraviados.
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-León, León -dijo con espanto-. ¿Eres tú?, ¿dónde estás? ¡Ah!, ya te veo... Abrázame... ¡Qué horrible pesadilla!
<p>Pas&oacute; alg&uacute;n tiempo. De pronto, Mar&iacute;a lanz&oacute; un grito agudo, desgarrador. Le&oacute;n fue corriendo a la alcoba y vio a su mujer incorporada en el lecho, con los brazos tendidos, los ojos extraviados.</p>
 
<p>-Le&oacute;n, Le&oacute;n -dijo con espanto-. &iquest;Eres t&uacute;?, &iquest;d&oacute;nde est&aacute;s? &iexcl;Ah!, ya te veo... Abr&aacute;zame... &iexcl;Qu&eacute; horrible pesadilla!</p>
<p>Le&oacute;nLeón procur&oacute;procuró tranquilizarla, y la verdad es que se tranquiliz&oacute;tranquilizó pronto con la apreciaci&oacute;napreciación de la realidad, panacea de los desvar&iacute;osdesvaríos de la imaginaci&oacute;nimaginación.</p>
 
<p>-&iexcl;Qu&eacute; sue&ntilde;o!... &iexcl;Fig&uacute;rate... so&ntilde;&eacute; que te hab&iacute;as muerto y que desde lo m&aacute;s hondo de un hoyo negro me estabas mirando, mirando, y ten&iacute;as una cara...! Despu&eacute;s aquello pas&oacute;... Estabas vivo; quer&iacute;as a otra... Yo no quiero que quieras a otra.</p>
-¡Qué sueño!... ¡Figúrate... soñé que te habías muerto y que desde lo más hondo de un hoyo negro me estabas mirando, mirando, y tenías una cara...! Después aquello pasó... Estabas vivo; querías a otra... Yo no quiero que quieras a otra.
<p>Encaden&oacute; con sus brazos el cuello de su marido.</p>
 
<p>-&iquest;Qu&eacute; hora es? -le pregunt&oacute;.</p>
Encadenó con sus brazos el cuello de su marido.
<p>-Tarde. Duerme otra vez, que ya no tendr&aacute;s m&aacute;s pesadillas.</p>
 
<p>-Y t&uacute;, &iquest;no duermes?</p>
-¿Qué hora es? -le preguntó.
<p>-No tengo sue&ntilde;o.</p>
 
<p>-Entonces vas a velar toda la noche. &iquest;Qu&eacute; haces? &iquest;Lees?</p>
-Tarde. Duerme otra vez, que ya no tendrás más pesadillas.
<p>-Medito.</p>
 
<p>-&iquest;Piensas en aquello que hablamos?</p>
-Y tú, ¿no duermes?
<p>-En aquello y en ti.</p>
 
<p>-Eso, eso; piensa mucho en las verdades que te he dicho, y as&iacute; te ir&aacute;s preparando sin saberlo... Me parece que oigo campanas. Tocan a fuego.</p>
-No tengo sueño.
<p>Los dos escuchaban. O&iacute;anse ladridos de perros, que en aquella zona de Madrid, donde por cada casa hay diez solares vac&iacute;os y solitarios, suelen reunirse para buscar despojos de cocina en los vertederos. O&iacute;ase asimismo el lejano chirrido de las ruedas del &uacute;ltimo tranv&iacute;a, y tambi&eacute;n el ritmo met&aacute;lico, tenue, seguro, invariable del reloj que Le&oacute;n ten&iacute;a en el bolsillo de su chaleco. Todo se o&iacute;a menos campanas.</p>
 
<p>-No es todav&iacute;a hora de tocar a misa -dijo &eacute;l-. Du&eacute;rmete.</p>
-Entonces vas a velar toda la noche. ¿Qué haces? ¿Lees?
<p>-No tengo sue&ntilde;o, no quiero dormir -replic&oacute; Mar&iacute;a echando atr&aacute;s su cabeza-. Me parece que he de volver a verte en el fondo del hoyo, mir&aacute;ndome. T&uacute; te reir&aacute;s de esto. &iexcl;Qu&eacute; sandez! &iexcl;Mirar y ver despu&eacute;s de la muerte quien cree y afirma que con la vida se acaba todo!</p>
 
<p>-&iquest;Te he dicho yo eso alguna vez? -manifest&oacute; Le&oacute;n con enfado.</p>
-Medito.
<p>-No me has dicho eso; pero yo s&eacute; que eso es lo que t&uacute; piensas; yo lo s&eacute;.</p>
 
<p>-&iquest;Por qu&eacute;? &iquest;Por d&oacute;nde lo sabes? &iquest;Qui&eacute;n te lo ha dicho?</p>
-¿Piensas en aquello que hablamos?
<p>-Yo lo s&eacute;; yo s&eacute; lo que tienen en el fondo de su cabeza ciertos fil&oacute;sofos; lo s&eacute; todo; y t&uacute; eres de esos. Yo no leo tus obras porque no las entiendo; pero quien las entiende las ha le&iacute;do.</p>
 
<p>Le&oacute;n se apart&oacute; de su mujer vivamente afectado. Dio algunos pasos para salir de la alcoba; pero retrocediendo bruscamente, volvi&oacute; al lado de Mar&iacute;a, le tom&oacute; una mano, y con voz severa le dijo:</p>
-En aquello y en ti.
<p>-Mar&iacute;a, voy a pronunciar la &uacute;ltima palabra, la &uacute;ltima... He tenido en este momento una idea que me parece salvadora; idea que si es aceptada y practicada por ambos, nos sacar&aacute; de este infierno...</p>
 
<p>Sobrecogida de emoci&oacute;n y respeto al ver la gravedad con que su esposo hablaba, Mar&iacute;a no supo decir nada.</p>
-Eso, eso; piensa mucho en las verdades que te he dicho, y así te irás preparando sin saberlo... Me parece que oigo campanas. Tocan a fuego.
<p>-En dos palabras te expondr&eacute; mi idea... &iexcl;Proyecto feliz!... No s&eacute; c&oacute;mo no me hab&iacute;a ocurrido antes... Es lo siguiente: yo me comprometo a sacrificarte mis estudios y mis tertulias, te sacrifico la doble amistad de los libros y de los amigos. Mi biblioteca se tapiar&aacute;, como la de D. Quijote, y en nuestra casa no se volver&aacute; a o&iacute;r ni siquiera un concepto sospechoso, ni una observaci&oacute;n mundana y ligera sobre las cosas m&aacute;s graves del esp&iacute;ritu, ni se hablar&aacute; de ciencias ni de historia; en una palabra, no se hablar&aacute; de nada.</p>
 
<p>-&iexcl;Qu&eacute; felicidad! -dijo Mar&iacute;a, incorpor&aacute;ndose para besar las manos de su marido-. &iquest;Es cierto que me lo prometes y que cumplir&aacute;s lo que me prometes?</p>
Los dos escuchaban. Oíanse ladridos de perros, que en aquella zona de Madrid, donde por cada casa hay diez solares vacíos y solitarios, suelen reunirse para buscar despojos de cocina en los vertederos. Oíase asimismo el lejano chirrido de las ruedas del último tranvía, y también el ritmo metálico, tenue, seguro, invariable del reloj que León tenía en el bolsillo de su chaleco. Todo se oía menos campanas.
<p>-Te lo juro por lo m&aacute;s sagrado. Pero no cantes victoria antes de tiempo. Ya comprender&aacute;s que no se hacen concesiones de esta clase sino a cambio de otras. Ya te he dicho mi parte; ahora falta la tuya. Yo te sacrifico lo que llamas est&uacute;pidamente mi ate&iacute;smo, cuando es cosa muy distinta, sacrif&iacute;came t&uacute; ahora lo que llamas tu piedad, muy problem&aacute;tica por cierto. Para que nos entendamos, has de renunciar a las devociones diarias e interminables, a confesar todas las semanas con un mismo padre, a ocuparte de los accidentes teatrales del culto. Ir&aacute;s a misa los domingos y fiestas, y confesar&aacute;s una vez al a&ntilde;o, sin previa elecci&oacute;n de sacerdote.</p>
 
<p>-&iexcl;Oh!, es mucho, es mucho -dijo Mar&iacute;a, moviendo sobre la almohada su linda cabeza, cual si se compadeciera a s&iacute; misma por la deplorable mezquindad a que sus piedades quedaban reducidas.</p>
-No es todavía hora de tocar a misa -dijo él-. Duérmete.
<p>-&iexcl;Mucho, te parece mucho, tonta! Bueno: aumentar&eacute; mi parte. Te concedo m&aacute;s; te concedo que si reduces tus visitas a la iglesia, ir&eacute; a ella contigo.</p>
 
<p>-&iexcl;Ir&aacute;s conmigo! -exclam&oacute; Mar&iacute;a, saltando bruscamente en el lecho como un pez reci&eacute;n sacado del agua. &iquest;Es verdad lo que dices?... T&uacute; me enga&ntilde;as.</p>
-No tengo sueño, no quiero dormir -replicó María echando atrás su cabeza-. Me parece que he de volver a verte en el fondo del hoyo, mirándome. Tú te reirás de esto. ¡Qué sandez! ¡Mirar y ver después de la muerte quien cree y afirma que con la vida se acaba todo!
<p>-Ir&eacute;, s&iacute;; ir&eacute;... los domingos.</p>
 
<p>-&iquest;Nada m&aacute;s que los domingos?</p>
-¿Te he dicho yo eso alguna vez? -manifestó León con enfado.
<p>-Nada m&aacute;s.</p>
 
<p>-&iquest;Y confesar&aacute;s una vez siquiera cada a&ntilde;o, como yo?</p>
-No me has dicho eso; pero yo sé que eso es lo que tú piensas; yo lo sé.
<p>-Eso... -murmur&oacute; Le&oacute;n.</p>
 
<p>-&iquest;Vas a decir que no?</p>
-¿Por qué? ¿Por dónde lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?
<p>-Eso no... &iexcl;Oh!, t&uacute; pides demasiado de una vez. Mi sacrificio es inmenso, mientras el tuyo es insignificante. Te desprendes de lo superfluo, qued&aacute;ndote con lo justo y razonable; te arrancas las feas tocas de mojigata para mostrarte con toda la belleza de mujer cristiana. Esto no es sacrificio: el m&iacute;o s&iacute; que es grande, doloroso, pues poniendo a tus pies mis estudios y mis amigos te pongo delante lo mejor de mi vida para que lo pisotees.</p>
 
<p>-Pero no es bastante, no -dijo Mar&iacute;a con abandono-. &iquest;Qu&eacute; te importa dejar de leer, si piensas, piensas y pensar&aacute;s siempre lo mismo? Me acompa&ntilde;ar&aacute;s a la iglesia por f&oacute;rmula; entrar&aacute; tu cuerpo, y tu alma se quedar&aacute; en la puerta; y cuando veas alzada la Hostia sagrada en las manos del sacerdote, soltar&aacute;s dentro de ti una carcajada diab&oacute;lica, si no es que est&aacute;s pensando en los insectillos que ves en el microscopio, y que son, seg&uacute;n t&uacute;, la causa del sentir y el pensar en nuestra divina alma.</p>
-Yo lo sé; yo sé lo que tienen en el fondo de su cabeza ciertos filósofos; lo sé todo; y tú eres de esos. Yo no leo tus obras porque no las entiendo; pero quien las entiende las ha leído.
<p>-No me hacen efecto tus burlas... Conozco el origen de esos juicios rid&iacute;culos. Y te prometo una asistencia respetuosa y una atenci&oacute;n sincera... &iexcl;Ah!, me olvidaba de otra particularidad. Tambi&eacute;n has de sacrificarme... bien lo merezco... la residencia en Madrid. Nos iremos a vivir a otra parte. Elige t&uacute;.</p>
 
<p>-Mucho pides... &iexcl;qu&eacute; abuso! -exclam&oacute; la dama con entonaci&oacute;n de un ni&ntilde;o mimoso-. &iquest;Y qu&eacute; me das t&uacute;? Una farsa de catolicismo, una m&aacute;scara de fe puesta sobre tu cara de incr&eacute;dulo. No, Le&oacute;n, no puedo aceptar.</p>
León se apartó de su mujer vivamente afectado. Dio algunos pasos para salir de la alcoba; pero retrocediendo bruscamente, volvió al lado de María, le tomó una mano, y con voz severa le dijo:
<p>-No hay salvaci&oacute;n para m&iacute; -exclam&oacute; Le&oacute;n golpeando su cabeza con ambas manos. Despu&eacute;s de un instante de agitaci&oacute;n muda, mir&oacute; fr&iacute;amente a su mujer y con solemne acento le dijo:</p>
 
<p>-Mar&iacute;a, nuestra separaci&oacute;n es inevitable. Yo no puedo vivir as&iacute;. Dentro de unos d&iacute;as todo se arreglar&aacute; definitivamente. T&uacute; te quedar&aacute;s en esta casa o ir&aacute;s a vivir con tus padres, seg&uacute;n quieras; yo me marchar&eacute; al extranjero para no volver jam&aacute;s, jam&aacute;s.</p>
-María, voy a pronunciar la última palabra, la última... He tenido en este momento una idea que me parece salvadora; idea que si es aceptada y practicada por ambos, nos sacará de este infierno...
<p>Se levant&oacute;. La dama piadosa a la moda le tom&oacute; las manos, y estrech&aacute;ndolas contra su seno, rompi&oacute; a llorar.</p>
 
<p>-&iexcl;Separarnos! -murmur&oacute;, sollozando-. T&uacute; est&aacute;s tonto... &iexcl;Ingrato!</p>
Sobrecogida de emoción y respeto al ver la gravedad con que su esposo hablaba, María no supo decir nada.
<p>Mar&iacute;a Egipc&iacute;aca sent&iacute;a por su marido un afecto semejante al que &eacute;l sent&iacute;a por ella. Podr&iacute;a existir un abismo, un divorcio absoluto entre sus almas; pero &iexcl;separarse!... &iexcl;dejar de ser marido y mujer!</p>
 
<p>-Mi resoluci&oacute;n es irrevocable -dijo con entereza Le&oacute;n.</p>
-En dos palabras te expondré mi idea... ¡Proyecto feliz!... No sé cómo no me había ocurrido antes... Es lo siguiente: yo me comprometo a sacrificarte mis estudios y mis tertulias, te sacrifico la doble amistad de los libros y de los amigos. Mi biblioteca se tapiará, como la de D. Quijote, y en nuestra casa no se volverá a oír ni siquiera un concepto sospechoso, ni una observación mundana y ligera sobre las cosas más graves del espíritu, ni se hablará de ciencias ni de historia; en una palabra, no se hablará de nada.
<p>-Acepto, acepto todo lo que quieras.</p>
 
<p>Y m&aacute;s tarde, despu&eacute;s de algunas horas de sue&ntilde;o, volvi&oacute; a o&iacute;rse el grito de espanto y la explicaci&oacute;n de la pesadilla.</p>
-¡Qué felicidad! -dijo María, incorporándose para besar las manos de su marido-. ¿Es cierto que me lo prometes y que cumplirás lo que me prometes?
<p>-&iexcl;Qu&eacute; horrible visi&oacute;n! Ahora me he visto a m&iacute; misma muerta, y mir&aacute;ndote desde el fondo del hoyo negro y profundo... Estabas abrazado a otra, besando a otra... &iquest;Pero es ya de d&iacute;a? Ahora s&iacute; que suenan campanas.</p>
 
<p>En efecto, o&iacute;anse chillonas y discordes las esquilas colgadas en las torres de esa multitud de barracas enyesadas que en Madrid llevan el nombre de iglesias, dando testimonio as&iacute; de la religiosidad de este pueblo.</p>
-Te lo juro por lo más sagrado. Pero no cantes victoria antes de tiempo. Ya comprenderás que no se hacen concesiones de esta clase sino a cambio de otras. Ya te he dicho mi parte; ahora falta la tuya. Yo te sacrifico lo que llamas estúpidamente mi ateísmo, cuando es cosa muy distinta, sacrifícame tú ahora lo que llamas tu piedad, muy problemática por cierto. Para que nos entendamos, has de renunciar a las devociones diarias e interminables, a confesar todas las semanas con un mismo padre, a ocuparte de los accidentes teatrales del culto. Irás a misa los domingos y fiestas, y confesarás una vez al año, sin previa elección de sacerdote.
<p>-Llaman a las primeras misas -pens&oacute; Mar&iacute;a-. Me muero de sue&ntilde;o... &iexcl;a dormir!... Dan las ocho y siguen tocando, siguen llam&aacute;ndome... No, no puedo ir; he dado mi palabra... &iexcl;Jes&uacute;s, las nueve! Perd&oacute;n, perd&oacute;n, campanitas de mi alma; no puedo ir hasta el domingo.</p>
 
-¡Oh!, es mucho, es mucho -dijo María, moviendo sobre la almohada su linda cabeza, cual si se compadeciera a sí misma por la deplorable mezquindad a que sus piedades quedaban reducidas.
 
-¡Mucho, te parece mucho, tonta! Bueno: aumentaré mi parte. Te concedo más; te concedo que si reduces tus visitas a la iglesia, iré a ella contigo.
 
-¡Irás conmigo! -exclamó María, saltando bruscamente en el lecho como un pez recién sacado del agua. ¿Es verdad lo que dices?... Tú me engañas.
 
-Iré, sí; iré... los domingos.
 
-¿Nada más que los domingos?
 
-Nada más.
 
-¿Y confesarás una vez siquiera cada año, como yo?
 
-Eso... -murmuró León.
 
-¿Vas a decir que no?
 
-Eso no... ¡Oh!, tú pides demasiado de una vez. Mi sacrificio es inmenso, mientras el tuyo es insignificante. Te desprendes de lo superfluo, quedándote con lo justo y razonable; te arrancas las feas tocas de mojigata para mostrarte con toda la belleza de mujer cristiana. Esto no es sacrificio: el mío sí que es grande, doloroso, pues poniendo a tus pies mis estudios y mis amigos te pongo delante lo mejor de mi vida para que lo pisotees.
 
-Pero no es bastante, no -dijo María con abandono-. ¿Qué te importa dejar de leer, si piensas, piensas y pensarás siempre lo mismo? Me acompañarás a la iglesia por fórmula; entrará tu cuerpo, y tu alma se quedará en la puerta; y cuando veas alzada la Hostia sagrada en las manos del sacerdote, soltarás dentro de ti una carcajada diabólica, si no es que estás pensando en los insectillos que ves en el microscopio, y que son, según tú, la causa del sentir y el pensar en nuestra divina alma.
 
-No me hacen efecto tus burlas... Conozco el origen de esos juicios ridículos. Y te prometo una asistencia respetuosa y una atención sincera... ¡Ah!, me olvidaba de otra particularidad. También has de sacrificarme... bien lo merezco... la residencia en Madrid. Nos iremos a vivir a otra parte. Elige tú.
 
-Mucho pides... ¡qué abuso! -exclamó la dama con entonación de un niño mimoso-. ¿Y qué me das tú? Una farsa de catolicismo, una máscara de fe puesta sobre tu cara de incrédulo. No, León, no puedo aceptar.
 
-No hay salvación para mí -exclamó León golpeando su cabeza con ambas manos. Después de un instante de agitación muda, miró fríamente a su mujer y con solemne acento le dijo:
 
-María, nuestra separación es inevitable. Yo no puedo vivir así. Dentro de unos días todo se arreglará definitivamente. Tú te quedarás en esta casa o irás a vivir con tus padres, según quieras; yo me marcharé al extranjero para no volver jamás, jamás.
 
Se levantó. La dama piadosa a la moda le tomó las manos, y estrechándolas contra su seno, rompió a llorar.
 
-¡Separarnos! -murmuró, sollozando-. Tú estás tonto... ¡Ingrato!
 
María Egipcíaca sentía por su marido un afecto semejante al que él sentía por ella. Podría existir un abismo, un divorcio absoluto entre sus almas; pero ¡separarse!... ¡dejar de ser marido y mujer!
 
-Mi resolución es irrevocable -dijo con entereza León.
 
-Acepto, acepto todo lo que quieras.
 
Y más tarde, después de algunas horas de sueño, volvió a oírse el grito de espanto y la explicación de la pesadilla.
 
-¡Qué horrible visión! Ahora me he visto a mí misma muerta, y mirándote desde el fondo del hoyo negro y profundo... Estabas abrazado a otra, besando a otra... ¿Pero es ya de día? Ahora sí que suenan campanas.
 
En efecto, oíanse chillonas y discordes las esquilas colgadas en las torres de esa multitud de barracas enyesadas que en Madrid llevan el nombre de iglesias, dando testimonio así de la religiosidad de este pueblo.
 
-Llaman a las primeras misas -pensó María-. Me muero de sueño... ¡a dormir!... Dan las ocho y siguen tocando, siguen llamándome... No, no puedo ir; he dado mi palabra... ¡Jesús, las nueve! Perdón, perdón, campanitas de mi alma; no puedo ir hasta el domingo.
 
{{Plantilla:La familia de León Roch}}