|autor=[[Benito Pérez Galdós]]
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<p>No se manifestaba en la mesa la sordidez de Jacoba ZahónZahón, como vulgarmente creíancreían vecinos chismosos, y amigos desconocedores de las interioridades de la casa. Del trato comercial procedíaprocedía su fama de avaricia, y cuanto se dijese en este terreno era poco, pues no ha venido al mundo persona que con másmás cruel ahíncoahínco defendiera el ochavo. Los del gremio la temíantemían; gimieron siempre los parroquianos entre sus uñasuñas rapaces; en tratándosetratándose de negocio pingüepingüe, no reparaba en medios, ni habíahabía para ella compañerismocompañerismo, ni delicadeza, ni caridad. ReproducíanseReproducíanse en ella todas las cualidades de su marido, BartoloméBartolomé ZahónZahón, a quien llególlegó a sobrepujar en la frialdad de cálculocálculo, en la codicia desmedida y en la dureza de las condiciones de venta o empeñoempeño, aprovechando siempre, sin miramiento alguno, las ocasiones ventajosas. No perdonaba; hacíahacía cumplir los contratos, implacable sacerdotisa de la letra, y al propio tiempo los cumplíacumplía fielmente por su parte. JamásJamás la cogiócogió nadie en renuncio legal; jamásjamás tuvo que ver con la justicia humana. VivíaVivía, pues, dentro de la estricta honradez social, del respeto de las leyes y costumbres. No tomótomó nunca nada que en rigor de derecho no fuera suyo, ni dio a nadie parte mínimamínima de su legal pertenencia. Con tal modo de ser, se fue labrando su fama de miseria, fundadísimafundadísima en todo, menos en los cuentos que corríancorrían acerca de la mala vida que se daba. Como en su casa entraban pocas personas, y las amistades y relaciones no pasaban de un círculocírculo estrecho, pocos sabíansabían que la mesa de Jacoba no era escasa, que a veces era espléndidaespléndida, y que si ocurríaocurría tener que obsequiar a alguien, lo hacíahacía con decente abundancia y hasta con ostentaciónostentación. AsíAsí queda explicado que la cena de aquella célebrecélebre noche fuera excelente, y que Calpena la encontrase muy superior a lo que habíahabía imaginado. AñádaseAñádase que Lopresti era un hábilhábil cocinero, que guisaba a la italiana y a la francesa, y poseíaposeía el secreto de algunos platos sabrosísimossabrosísimos a estilo de La Valette y de Cagliari. </p>▼
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<p>Por milagro de Dios, Jacoba se sintiósintió, despuésdespués de anochecer, muy mejorada de los horrendos dolores que le habíanhabían retorcido el cuerpo, y gozosa, renqueando de aquíaquí para allíallí con el apoyo de su bastónbastón, iba del comedor a la cocina, o al revésrevés; sacaba de los armarios una manteleríamantelería riquísimariquísima (que habíahabía ido a parar allíallí sabe Dios cómocómo); exhumaba vajilla fina, alguna hermosa pieza de plata repujada, y en fin, lo disponíadisponía todo para lucimiento de su casa y satisfacciónsatisfacción de su amor propio. Digase tambiéntambién que Jacoba ZahónZahón, fuera de los asuntos mercantiles, era bastante agradable, de mucho mundo, conocedora de los usos que constituyen la etiqueta, de hablar ameno y correctísimocorrectísimo. Pero estas cualidades, junto al mostrador, trocábansetrocábanse en una ferocidad egoístaegoísta que poníaponía los pelos de punta al infeliz que trataba con ella. En esto seguíaseguía las tradiciones de su familia: no hacíahacía másmás que manifestarse en toda la plenitud de su ser, heredado de otros seres, consecuente con lo que los Zahones llevaron siempre en la masa de la sangre. Malta en tiempos remotos; despuésdespués Mallorca, Gibraltar, Sevilla, y desde mediados del siglo pasado, CádizCádiz, CórdobaCórdoba y Madrid, fueron campo donde esta planta ZahónicaZahónica creciócreció con varia lozaníalozanía. Algunos se enriquecieron; otros trabajaron con mediano fruto, y los últimosúltimos tuvieron no pocos reveses, que remedióremedió el tino económicoeconómico de BartoloméBartolomé ZahónZahón, y las dotes rapaces de su mujer. En la épocaépoca en que encontramos a esta señoraseñora, toda estevadita, patizamba, y hecha una calamidad, la casa no era másmás que sucursal de la establecida recientemente en CórdobaCórdoba por Laureano ZahónZahón, hijo únicoúnico de DoñaDoña Jacoba y su heredero. En CórdobaCórdoba se habíahabía montado un taller, y allíallí se acumulaba la pedreríapedrería másmás usual conforme a las exigencias de una industria y comercio bastante activos. En Madrid sólosólo quedaba la compra y venta, la red tendida para recoger gangas, todo el génerogénero vagabundo que siempre fluctúafluctúa en grandes poblaciones; quedaban tambiéntambién valiosos préstamospréstamos con prenda, que DoñaDoña Jacoba sabíasabía hacer como nadie, a cencerros tapados, sin pagar contribucióncontribución de prestamista. </p>▼
▲<p>No se manifestaba en la mesa la sordidez de Jacoba Zahón, como vulgarmente creían vecinos chismosos, y amigos desconocedores de las interioridades de la casa. Del trato comercial procedía su fama de avaricia, y cuanto se dijese en este terreno era poco, pues no ha venido al mundo persona que con más cruel ahínco defendiera el ochavo. Los del gremio la temían; gimieron siempre los parroquianos entre sus uñas rapaces; en tratándose de negocio pingüe, no reparaba en medios, ni había para ella compañerismo, ni delicadeza, ni caridad. Reproducíanse en ella todas las cualidades de su marido, Bartolomé Zahón, a quien llegó a sobrepujar en la frialdad de cálculo, en la codicia desmedida y en la dureza de las condiciones de venta o empeño, aprovechando siempre, sin miramiento alguno, las ocasiones ventajosas. No perdonaba; hacía cumplir los contratos, implacable sacerdotisa de la letra, y al propio tiempo los cumplía fielmente por su parte. Jamás la cogió nadie en renuncio legal; jamás tuvo que ver con la justicia humana. Vivía, pues, dentro de la estricta honradez social, del respeto de las leyes y costumbres. No tomó nunca nada que en rigor de derecho no fuera suyo, ni dio a nadie parte mínima de su legal pertenencia. Con tal modo de ser, se fue labrando su fama de miseria, fundadísima en todo, menos en los cuentos que corrían acerca de la mala vida que se daba. Como en su casa entraban pocas personas, y las amistades y relaciones no pasaban de un círculo estrecho, pocos sabían que la mesa de Jacoba no era escasa, que a veces era espléndida, y que si ocurría tener que obsequiar a alguien, lo hacía con decente abundancia y hasta con ostentación. Así queda explicado que la cena de aquella célebre noche fuera excelente, y que Calpena la encontrase muy superior a lo que había imaginado. Añádase que Lopresti era un hábil cocinero, que guisaba a la italiana y a la francesa, y poseía el secreto de algunos platos sabrosísimos a estilo de La Valette y de Cagliari.</p>
▲<p>Por milagro de Dios, Jacoba se sintió, después de anochecer, muy mejorada de los horrendos dolores que le habían retorcido el cuerpo, y gozosa, renqueando de aquí para allí con el apoyo de su bastón, iba del comedor a la cocina, o al revés; sacaba de los armarios una mantelería riquísima (que había ido a parar allí sabe Dios cómo); exhumaba vajilla fina, alguna hermosa pieza de plata repujada, y en fin, lo disponía todo para lucimiento de su casa y satisfacción de su amor propio. Digase también que Jacoba Zahón, fuera de los asuntos mercantiles, era bastante agradable, de mucho mundo, conocedora de los usos que constituyen la etiqueta, de hablar ameno y correctísimo. Pero estas cualidades, junto al mostrador, trocábanse en una ferocidad egoísta que ponía los pelos de punta al infeliz que trataba con ella. En esto seguía las tradiciones de su familia: no hacía más que manifestarse en toda la plenitud de su ser, heredado de otros seres, consecuente con lo que los Zahones llevaron siempre en la masa de la sangre. Malta en tiempos remotos; después Mallorca, Gibraltar, Sevilla, y desde mediados del siglo pasado, Cádiz, Córdoba y Madrid, fueron campo donde esta planta Zahónica creció con varia lozanía. Algunos se enriquecieron; otros trabajaron con mediano fruto, y los últimos tuvieron no pocos reveses, que remedió el tino económico de Bartolomé Zahón, y las dotes rapaces de su mujer. En la época en que encontramos a esta señora, toda estevadita, patizamba, y hecha una calamidad, la casa no era más que sucursal de la establecida recientemente en Córdoba por Laureano Zahón, hijo único de Doña Jacoba y su heredero. En Córdoba se había montado un taller, y allí se acumulaba la pedrería más usual conforme a las exigencias de una industria y comercio bastante activos. En Madrid sólo quedaba la compra y venta, la red tendida para recoger gangas, todo el género vagabundo que siempre fluctúa en grandes poblaciones; quedaban también valiosos préstamos con prenda, que Doña Jacoba sabía hacer como nadie, a cencerros tapados, sin pagar contribución de prestamista.</p>
<p>Por causa de los achaques de su madre, el ZahónZahón de CórdobaCórdoba tiraba a suprimir completamente la casa de Madrid, llevándosellevándose todo alláallá, y asíasí lo habíahabía convenido con DoñaDoña Jacoba; pero dificultaba la traslacióntraslación la plaga de bandidos y ladrones que habíahabía por entonces en Sierra Morena, sin que justicia, ni policíapolicía, ni aun el ejércitoejército pudiesen con ellos. El envíoenvío de alhajas se hacíahacía muy lentamente, aprovechando coyunturas favorables que no se presentaban todos los díasdías. AdemásAdemás, DoñaDoña Jacoba, por ley de inercia, lo dificultaba tambiéntambién. El hábitohábito de traficar, de allegar dinero, podíapodía másmás que todos los planos dictados por la razónrazón: sin darse cuenta de ello, dilataba las remesas, y cuando se proponíaproponía no hacer másmás negocios, se le entraban por la puerta gangas increíblesincreíbles... En fin, que la codicia y la costumbre daban un caráctercarácter de sólidasólida petrificaciónpetrificación al establecimiento de la calle de Milaneses.</p>
<p>De las relaciones de la ZahónZahón con Maturana conviene dar alguna noticia. Ya se ha visto que era D. Carlos el primer perito y tasador de pedreríaspedrerías que por aquel tiempo habíahabía en EspañaEspaña. Criado en los talleres del gran MartínezMartínez, y trabajando de continuo para Palacio y la Grandeza, su prácticapráctica era al fin tan notoria como habíahabía sido su habilidad. Sus viajes frecuentes le afinaron el gusto; el trato mercantil y el roce social hicieron de élél un hombre en quien la urbanidad no desmerecíadesmerecía de la inteligencia. Exonerado de su cargo de diamantista de Palacio, a la vuelta del Rey, sin otro motivo aparente que la protecciónprotección que le dispensara el PríncipePríncipe de la Paz, hubo de lanzarse al comercio con buena suerte: del 15 al 35 habla reunido un buen capital. No teníatenía taller, ni tienda, ni le hacíanhacían falta para nada, pues procuraba colocar prontamente el génerogénero, y remitíaremitía sus dineros a ParísParís, a la casa del Sr. Aguado, MarquésMarqués de las Marismas, de su absoluta confianza.</p>
<p>En tiempos bastante lejanos, cuando a Jacoba no le habían salido las corcovas que agobiaban su cuerpo y afligían su existencia, y cuando Maturana, aunque de cuerpo chico, era un hombre de alientos, no exento de gracia, corrieron voces de si se entendía o no se entendía con la mujer de Bartolomé Zahón; pero todo ello fue malicia, malquerencia de compañeros envidiosos. Siempre entró D. Carlos en casa de sus amigos con la mayor limpieza de intenciones, y si allí permanecía largo tiempo, era por menesteres periciales y mercantiles. Vivía el diamantista honradamente con su mujer, que nunca salió de Madrid, y tenía dos hijas, casada la una con un teniente de la Guardia, y otra con un capitán de lanceros.</p> ▼
<p>Mirábale siempre Jacoba como un buen amigo, con quien se asociaba en cualquier negocio que uno solo no pudiera emprender. La opinión de Maturana en asuntos de pedrería era para ella cosa sagrada, y la confianza entre los dos, comercialmente hablando, no se alteró jamás. Verdad que Jacoba, como hembra envidiosa, de un egoísmo implacable, no podía ocultar su rabia cuando Maturana hacía un buen negocio en que ella no llevara parte, y le contradecía, le hostilizaba por todos los medios, vengándose de su suerte con burlas y recriminaciones. Pero esto no estorbaba para la confianza, que era incondicional, absoluta. La Zahón le entregaba sin ningún recelo sus llaves; y él, en justa correspondencia de esta fe ciega, le dejaba en depósito, cuando se iba al extranjero, cosas de grandísimo valor. En suma, socios alguna vez, rivales otras, amigos siempre.</p> ▼
▲<p>En tiempos bastante lejanos, cuando a Jacoba no le habíanhabían salido las corcovas que agobiaban su cuerpo y afligíanafligían su existencia, y cuando Maturana, aunque de cuerpo chico, era un hombre de alientos, no exento de gracia, corrieron voces de si se entendíaentendía o no se entendíaentendía con la mujer de BartoloméBartolomé ZahónZahón; pero todo ello fue malicia, malquerencia de compañeroscompañeros envidiosos. Siempre entróentró D. Carlos en casa de sus amigos con la mayor limpieza de intenciones, y si allíallí permanecíapermanecía largo tiempo, era por menesteres periciales y mercantiles. VivíaVivía el diamantista honradamente con su mujer, que nunca saliósalió de Madrid, y teníatenía dos hijas, casada la una con un teniente de la Guardia, y otra con un capitáncapitán de lanceros. </p>
<p>Sentáronse a la mesa las dos damas y sus dos invitados a punto de las nueve. Todo estaba muy bien dispuesto, aunque con un poquito de precipitación. Pudo admirar Calpena piezas hermosísimas de porcelana y de plata antigua; todo era heterogéneo, revelando, más que la casa del rico, la del comerciante o el coleccionista. Uno de los candelabros de dos velas con guardabrisas, era evidentemente de iglesia, y había servido en mejores días para alumbrar el Santísimo; el otro de estrado de casa grande; y por este estilo variaban las formas y abolengo de cuanto allí se ostentaba. De lo que cenaron, nada había que decir, como no fuera para elogiarlo sin reservas. Todo era bueno, con tendencias a la condimentación italiana, y revelaba la mano culinaria del atiplado maltés. La mujer, vecina del tercero, que servía, hízolo con destreza, y Jacoba no tuvo que reprenderla más que dos veces... por no perder la costumbre.</p> ▼
<p>Obtenida venia de sus huéspedes para no cambiar de vestido, la Zahón ostentaba en la cabecera de la mesa su cara austriaca, su escofieta, sus jorobas y los trapos con que las envolvía. A su derecha se sentaba Don Fernando, a su izquierda Maturana, Aura enfrente. No apartaba los ojos, y menos el pensamiento, de la hermosa doncella el enamorado Calpena, y pudo observar que en el comer no revelaba salvajismo ni desconocimiento de los hábitos sociales, sino todo lo contrario: «Ella será salvaje en sus afectos, de inteligencia inculta; pero en sociedad sabe lo suficiente para dar relieve a sus extraordinarias gracias naturales... ¡Qué mujer, Dios mío! ¿Pero de dónde ha salido este sol que viene a alumbrar mi vida?... Ahora veo cuanto hay en el Universo... antes creía ver, y no veía nada».</p> ▼
▲<p>MirábaleMirábale siempre Jacoba como un buen amigo, con quien se asociaba en cualquier negocio que uno solo no pudiera emprender. La opiniónopinión de Maturana en asuntos de pedreríapedrería era para ella cosa sagrada, y la confianza entre los dos, comercialmente hablando, no se alteróalteró jamásjamás. Verdad que Jacoba, como hembra envidiosa, de un egoísmoegoísmo implacable, no podíapodía ocultar su rabia cuando Maturana hacíahacía un buen negocio en que ella no llevara parte, y le contradecíacontradecía, le hostilizaba por todos los medios, vengándosevengándose de su suerte con burlas y recriminaciones. Pero esto no estorbaba para la confianza, que era incondicional, absoluta. La ZahónZahón le entregaba sin ningúnningún recelo sus llaves; y élél, en justa correspondencia de esta fe ciega, le dejaba en depósitodepósito, cuando se iba al extranjero, cosas de grandísimograndísimo valor. En suma, socios alguna vez, rivales otras, amigos siempre. </p>
<p>Entabló Maturana la conversación hablando de perlas. «Ya le dejo a usted los tres apartados, a saber: primera calidad, en <em>elencos</em> y <em>avemarías</em>; segunda calidad, en aljófares, <em>timpanías</em> y <em>berruecos</em>, y, por último, género <em>muerto</em>. Otro día que venga yo a buena hora pesaremos todo lo selecto, formando igualdades. En el primer apartado tiene usted un par de perlas de perfecta redondez y oriente superior, que juntas no pesan menos de 27 quilates. Sé quién daría por ellas 350 duros. Las <em>muertas</em>, si usted quiere, me las llevaré a París, donde conozco un platero que ha descubierto la manera de devolverles la irisación por una <em>alquimia secreta</em>, en la cual entran, según dicen, 83 drogas. Entre las <em>avemarías</em> de segunda, veo una tandita de iguales, lindísimas, que, si no estoy equivocado, son las del medio collar que le cedió a usted Negretti, el papá de Aurorita».</p> ▼
<p>De esto tomó pie D. Fernando para llevar la conversación a la familia de Aura, anhelando explorar aquel interesante mundo desconocido. Algo descubrió de lo que deseaba, y otras cosas quedaron en el misterio. Con mucha gracia describió la joven algunos pasajes de su infancia; y respecto a su nacionalidad, que fue motivo en la mesa de grandes controversias, dijo lo siguiente: «Verá usted, D. Fernando, el surtido de sangres que llevo en mis venas. Mi padre era hijo de un corso y de una española, la cual, mi abuela, era hija de portugués, y catalana. ¿Qué tal? Pues voy ahora con mi madre. Verá usted qué lío. Mi madre era hija de un francés y de una griega, y no había nacido en ningún país, sino en medio de la mar, viniendo sus padres de Salónica, donde tenían comercio de oro y plata. Yo nací en un pueblo cerca de Londres, que lo llaman Rochester, y a los tres años me llevaron a Mallorca. De niña hablaba inglés; pero luego se me olvidó, y sólo recuerdo algunas palabras. De Mallorca pasé a La Valette, en Malta, donde hablé italiano, y volví a saber un, poquito de inglés. A los diez años, vuelta a Mallorca, después a Cádiz, y de Cádiz a Madrid, donde me parece que estoy ahora, aunque no lo aseguro: tengo mis dudas de que esté yo ahora donde ustedes me ven... si es que me ven, que también lo dudo...</p> ▼
▲<p>SentáronseSentáronse a la mesa las dos damas y sus dos invitados a punto de las nueve. Todo estaba muy bien dispuesto, aunque con un poquito de precipitaciónprecipitación. Pudo admirar Calpena piezas hermosísimashermosísimas de porcelana y de plata antigua; todo era heterogéneoheterogéneo, revelando, másmás que la casa del rico, la del comerciante o el coleccionista. Uno de los candelabros de dos velas con guardabrisas, era evidentemente de iglesia, y habíahabía servido en mejores díasdías para alumbrar el SantísimoSantísimo; el otro de estrado de casa grande; y por este estilo variaban las formas y abolengo de cuanto allíallí se ostentaba. De lo que cenaron, nada habíahabía que decir, como no fuera para elogiarlo sin reservas. Todo era bueno, con tendencias a la condimentacióncondimentación italiana, y revelaba la mano culinaria del atiplado maltésmaltés. La mujer, vecina del tercero, que servíaservía, hízolohízolo con destreza, y Jacoba no tuvo que reprenderla másmás que dos veces... por no perder la costumbre. </p>
<p>-No le haga usted caso, señor Calpena -indicó la Zahón benévola-. Todo el día la tiene usted pensando y diciendo estas extravagancias. Es un genio inflamado, y tan desigual, que si le da por reír y alegrarse, nos atruena la casa con sus gorjeos; y si le da por las tristezas y por lo fúnebre, nos pone a todos con el corazón en un puño. Trabaja como nadie, y hace mil primores cuando le da la ventolera; y cuando se pone a ser holgazana, no hay quien la aventaje. No es constante más que en dos cosas: limpieza, así de su persona como de cuanto cae bajo su mano, y caridad. No deje usted en su poder cosa de valor, porque, de seguro, se la da al primero que se la pide... hablo de cosas metálicas o comestibles, ¿me entiende usted?</p> ▼
<p>-Sí, señora: entiendo perfectamente.</p> ▼
▲<p>Obtenida venia de sus huéspedeshuéspedes para no cambiar de vestido, la ZahónZahón ostentaba en la cabecera de la mesa su cara austriaca, su escofieta, sus jorobas y los trapos con que las envolvíaenvolvía. A su derecha se sentaba Don Fernando, a su izquierda Maturana, Aura enfrente. No apartaba los ojos, y menos el pensamiento, de la hermosa doncella el enamorado Calpena, y pudo observar que en el comer no revelaba salvajismo ni desconocimiento de los hábitoshábitos sociales, sino todo lo contrario: ««Ella seráserá salvaje en sus afectos, de inteligencia inculta; pero en sociedad sabe lo suficiente para dar relieve a sus extraordinarias gracias naturales... ¡Qué¡Qué mujer, Dios míomío! ¿¿Pero de dóndedónde ha salido este sol que viene a alumbrar mi vida?... Ahora veo cuanto hay en el Universo... antes creíacreía ver, y no veíaveía nada »». </p>
<p>-Oiga usted más: rarísima vez coge en su mano un libro aunque aquí no faltan... La hemos puesto maestro de piano y canto, y de baile. ¿Querrá usted creer que toca lindamente y que baila con toda la gracia de Dios?</p> ▼
<p>-Lo creeré si nos da esta noche una muestra de sus habilidades, en el piano y canto sobre todo, pues la danza es más bien para lucida en sociedad.</p> ▼
▲<p>EntablóEntabló Maturana la conversaciónconversación hablando de perlas. ««Ya le dejo a usted los tres apartados, a saber: primera calidad, en <em>elencos</em> y <em> avemaríasavemarías</em>; segunda calidad, en aljófaresaljófares, <em> timpaníastimpanías</em> y <em>berruecos</em>, y, por últimoúltimo, génerogénero <em>muerto</em>. Otro díadía que venga yo a buena hora pesaremos todo lo selecto, formando igualdades. En el primer apartado tiene usted un par de perlas de perfecta redondez y oriente superior, que juntas no pesan menos de 27 quilates. SéSé quiénquién daríadaría por ellas 350 duros. Las <em>muertas</em>, si usted quiere, me las llevaréllevaré a ParísParís, donde conozco un platero que ha descubierto la manera de devolverles la irisaciónirisación por una <em>alquimia secreta</em>, en la cual entran, segúnsegún dicen, 83 drogas. Entre las <em> avemaríasavemarías</em> de segunda, veo una tandita de iguales, lindísimaslindísimas, que, si no estoy equivocado, son las del medio collar que le cediócedió a usted Negretti, el papápapá de Aurorita »». </p>
<p>-¿Y si no, no lo cree? Pues no toco -dijo Aura-. Tiene que creerlo antes. En estas cosas en necesaria la fe.</p> ▼
<p>-Bueno, pues la tengo... Sin oírla cantar, ya estoy proclamando que se deja usted tamañita a la Todi.</p> ▼
▲<p>De esto tomótomó pie D. Fernando para llevar la conversaciónconversación a la familia de Aura, anhelando explorar aquel interesante mundo desconocido. Algo descubriódescubrió de lo que deseaba, y otras cosas quedaron en el misterio. Con mucha gracia describiódescribió la joven algunos pasajes de su infancia; y respecto a su nacionalidad, que fue motivo en la mesa de grandes controversias, dijo lo siguiente: «Verá«Verá usted, D. Fernando, el surtido de sangres que llevo en mis venas. Mi padre era hijo de un corso y de una españolaespañola, la cual, mi abuela, era hija de portuguésportugués, y catalana. ¿Qué¿Qué tal? Pues voy ahora con mi madre. VeráVerá usted quéqué líolío. Mi madre era hija de un francésfrancés y de una griega, y no habíahabía nacido en ningúnningún paíspaís, sino en medio de la mar, viniendo sus padres de SalónicaSalónica, donde teníantenían comercio de oro y plata. Yo nacínací en un pueblo cerca de Londres, que lo llaman Rochester, y a los tres añosaños me llevaron a Mallorca. De niñaniña hablaba inglésinglés; pero luego se me olvidóolvidó, y sólosólo recuerdo algunas palabras. De Mallorca pasépasé a La Valette, en Malta, donde habléhablé italiano, y volvívolví a saber un, poquito de inglésinglés. A los diez añosaños, vuelta a Mallorca, despuésdespués a CádizCádiz, y de CádizCádiz a Madrid, donde me parece que estoy ahora, aunque no lo aseguro: tengo mis dudas de que estéesté yo ahora donde ustedes me ven... si es que me ven, que tambiéntambién lo dudo... </p>
<p>-Eso es burla. No tanto, señor mío. Pero no vaya a creer que salgo ahora con modestias ridículas. Sepa usted que canto muy bien. Digo, muy bien no; me quedo en el bien a secas. Ni me quito ni me pongo nada... Pero no cantaré esta noche... digo, sí cantaré, con tal que D. Carlos me prometa no dormirse.</p> ▼
<p>-Lo prometo... -dijo Maturana-, sin responder, hija mía, sin responder de nada.</p> ▼
▲<p>-No le haga usted caso, señorseñor Calpena - indicóindicó la ZahónZahón benévolabenévola-. Todo el díadía la tiene usted pensando y diciendo estas extravagancias. Es un genio inflamado, y tan desigual, que si le da por reírreír y alegrarse, nos atruena la casa con sus gorjeos; y si le da por las tristezas y por lo fúnebrefúnebre, nos pone a todos con el corazóncorazón en un puñopuño. Trabaja como nadie, y hace mil primores cuando le da la ventolera; y cuando se pone a ser holgazana, no hay quien la aventaje. No es constante másmás que en dos cosas: limpieza, asíasí de su persona como de cuanto cae bajo su mano, y caridad. No deje usted en su poder cosa de valor, porque, de seguro, se la da al primero que se la pide... hablo de cosas metálicasmetálicas o comestibles, ¿¿me entiende usted? </p>
<p>-Yo emprendería la completa educación de Aura -dijo Jacoba, que no sabía cómo llegar al asunto que era su objeto principal aquella noche- si me dieran medios suficientes para ello. Y no es que la niña carezca de patrimonio, pues lo tiene sobrado: sólo que está en manos que lo escatiman, que lo tasan en demasía, como si desconfiaran de mí... Sr. D. Fernando, yo espero de usted un favor muy señalado. Me consta su amistad con nuestro gran Ministro, el Sr. Mendizábal; sé que Su Excelencia...</p> ▼
<p>-Señora, ya dije... -interrumpió D. Fernando lleno de confusión-. El señor Ministro me trata como a todos sus subordinados, con cortesía... y nada más.</p> ▼
▲<p>- SíSí, señoraseñora: entiendo perfectamente. </p>
<p>-A un lado las modestias, caballerito -añadió la diamantista-, y no me salga usted con negativas, que sólo sirven para demostrarnos su delicadeza... Pues sí señor: espero de usted una prueba de amistad hacia mí y de interés por Aura. ¿No adivina lo que quiero? Que usted me ponga en comunicación con su jefe, y si es posible, y quiere extremar el favor, que antes de llevarme a la audiencia, le hable de mí, pues me figuro que el Sr. Mendizábal tiene de esta servidora una idea equivocada. Sin duda le han llevado algún cuento... En fin, yo quiero ver a Su Excelencia, deseo hablarle, y que usted tome mi empeño como cosa propia...</p> ▼
<p>Interesado en el asunto, por tratarse de la mujer que le fascinaba, Calpena quiso saber más, y descubrir qué relación podía existir entre la hermosa hija de Negretti, nieta de tan distintos abuelos, y el gran Mendizábal, relación cuyo simple anuncio le sorprendía y anonadaba. ¿Qué era, Santo Dios? Sólo por tirarle de la lengua a la Zahón y adquirir mayor conocimiento, cedió en aquel punto de sus supuestas confianzas con el Ministro, y ni afirmaba ni negaba, dando a entender que favorecería las pretensiones de la jorobada, siempre que se le diese alguna explicación de ellas. Por este medio sutil pudo averiguar que D. Juan Álvarez era testamentario de Jenaro Negretti y depositario de su fortuna, con algo más de lo que referido queda.</p> ▼
▲<p>-Oiga usted másmás: rarísimararísima vez coge en su mano un libro aunque aquíaquí no faltan... La hemos puesto maestro de piano y canto, y de baile. ¿Querrá¿Querrá usted creer que toca lindamente y que baila con toda la gracia de Dios? </p>
<p>No se paraba en barras la codiciosa diamantista, y desde que Mendizábal vino a España y se puso a ministro, acarició la idea de que debía transferirle a ella las facultades que le otorgaba el testamento de Negretti. ¡Cosa más natural! Pues ¿cómo podía administrar holgadamente los bienes de la niña, un hombre abrumado de quehaceres políticos, con tantas cosas dentro de la cabeza? ¡Que la Hacienda, que el empréstito, que las juntas, que el Estatuto, que los frailes...! Imposible atender a todo, Señor. De su peso se caía que debía entenderse con la Zahón, y pedirle por favor que se encargarse de la tutela y gobierno de bienes de Aurora Negretti, pues algo habría en el testamento que tal abrogación consintiera. No se le apartaba del magín esta temeraria idea, y si el horrible acceso reumático que en aquellos meses sufría no la imposibilitara totalmente, ya se habría presentado a D. Juan de Dios, a fin de proponerle lo que para él era un alivio y para ella una carga muy de su gusto. Bien clara está la razón de que, suponiendo al Don Fernando cordialmente ligado a Su Excelencia, le recibiera con finuras y agasajos, y echara la casa por la ventana en aquel desusado convite.</p> ▼
<p>En los postres sirvieron <em>curaçao</em>, que era quizás la única pasión o debilidad del viejo Maturana. Aquel dulce licor le hacía desmentir muy de tarde en tarde sus hábitos de formalidad y grave continencia. Siempre que allí comía o cenaba, Jacoba, por hacerle rabiar, aseguraba no tener <em>curaçao</em>; por fin, después de mucho trasteo, hacía traer la bebida y le daba un poquito, cuatro lágrimas, y así se divertía con él, vengándose de alguna trastadilla que en los negocios le había jugado. Pero aquella noche, antes de que la señora empezase el sainete, le convidó Aura, y sacando del aparador la botella, le sirvió cuanto él quiso, y después a Fernando. Mientras D. Carlos paladeaba con embeleso los primeros sorbitos y Jacoba le afeaba su vicio con afectado enojo, Calpena charló brevemente con Aura, cuando esta a su asiento volvía. Doña Jacoba no reparaba en ello, o se hacía la distraída, que también pudo ser, y Maturana se halló bien pronto bajo la influencia embelesadora del rico néctar.</p> ▼
▲<p>-Lo creerécreeré si nos da esta noche una muestra de sus habilidades, en el piano y canto sobre todo, pues la danza es másmás bien para lucida en sociedad. </p>
<p>«¿Y qué?, ¿canta usted o no?».</p>
<p>-No... me temo que D. Carlos no se duerma si canto. Pero si usted se empeña en ello...</p> ▼
▲<p>- ¿¿Y si no, no lo cree? Pues no toco -dijo Aura-. Tiene que creerlo antes. En estas cosas en necesaria la fe. </p>
<p>-Deseo que usted cante... Si hablando es su voz tan divina, ¿qué será...?</p> ▼
<p>-¿Cantando? Pues más divina todavía... Bueno; pero conste que, si usted me manda cantar, hace una gran tontería.</p> ▼
▲<p>-Bueno, pues la tengo... Sin oírlaoírla cantar, ya estoy proclamando que se deja usted tamañitatamañita a la Todi. </p>
<p>-¿Qué está usted diciendo?</p>
<p>-Que hay otra cosa mejor que el canto mío.</p> ▼
▲<p>-Eso es burla. No tanto, señorseñor míomío. Pero no vaya a creer que salgo ahora con modestias ridículasridículas. Sepa usted que canto muy bien. Digo, muy bien no; me quedo en el bien a secas. Ni me quito ni me pongo nada... Pero no cantarécantaré esta noche... digo, sísí cantarécantaré, con tal que D. Carlos me prometa no dormirse. </p>
<p>-¿Qué...?, ¡por Dios!</p>
<p>-Hablar... que hablemos.</p> ▼
▲<p>-Lo prometo... -dijo Maturana-, sin responder, hija míamía, sin responder de nada. </p>
<p>-Chist... silencio.</p> ▼
▲<p>-Yo emprenderíaemprendería la completa educacióneducación de Aura -dijo Jacoba, que no sabíasabía cómocómo llegar al asunto que era su objeto principal aquella noche- si me dieran medios suficientes para ello. Y no es que la niñaniña carezca de patrimonio, pues lo tiene sobrado: sólosólo que estáestá en manos que lo escatiman, que lo tasan en demasíademasía, como si desconfiaran de mímí... Sr. D. Fernando, yo espero de usted un favor muy señaladoseñalado. Me consta su amistad con nuestro gran Ministro, el Sr. MendizábalMendizábal; sésé que Su Excelencia... </p>
▲<p>- SeñoraSeñora, ya dije... - interrumpióinterrumpió D. Fernando lleno de confusiónconfusión-. El señorseñor Ministro me trata como a todos sus subordinados, con cortesíacortesía... y nada másmás. </p>
▲<p>-A un lado las modestias, caballerito - añadióañadió la diamantista-, y no me salga usted con negativas, que sólosólo sirven para demostrarnos su delicadeza... Pues sísí señorseñor: espero de usted una prueba de amistad hacia mímí y de interésinterés por Aura. ¿¿No adivina lo que quiero? Que usted me ponga en comunicacióncomunicación con su jefe, y si es posible, y quiere extremar el favor, que antes de llevarme a la audiencia, le hable de mímí, pues me figuro que el Sr. MendizábalMendizábal tiene de esta servidora una idea equivocada. Sin duda le han llevado algúnalgún cuento... En fin, yo quiero ver a Su Excelencia, deseo hablarle, y que usted tome mi empeñoempeño como cosa propia... </p>
▲<p>Interesado en el asunto, por tratarse de la mujer que le fascinaba, Calpena quiso saber másmás, y descubrir quéqué relaciónrelación podíapodía existir entre la hermosa hija de Negretti, nieta de tan distintos abuelos, y el gran MendizábalMendizábal, relaciónrelación cuyo simple anuncio le sorprendíasorprendía y anonadaba. ¿Qué¿Qué era, Santo Dios? SóloSólo por tirarle de la lengua a la ZahónZahón y adquirir mayor conocimiento, cediócedió en aquel punto de sus supuestas confianzas con el Ministro, y ni afirmaba ni negaba, dando a entender que favoreceríafavorecería las pretensiones de la jorobada, siempre que se le diese alguna explicaciónexplicación de ellas. Por este medio sutil pudo averiguar que D. Juan ÁlvarezÁlvarez era testamentario de Jenaro Negretti y depositario de su fortuna, con algo másmás de lo que referido queda. </p>
▲<p>No se paraba en barras la codiciosa diamantista, y desde que MendizábalMendizábal vino a EspañaEspaña y se puso a ministro, acaricióacarició la idea de que debíadebía transferirle a ella las facultades que le otorgaba el testamento de Negretti. ¡¡Cosa másmás natural! Pues ¿cómo¿cómo podíapodía administrar holgadamente los bienes de la niñaniña, un hombre abrumado de quehaceres políticospolíticos, con tantas cosas dentro de la cabeza? ¡¡Que la Hacienda, que el empréstitoempréstito, que las juntas, que el Estatuto, que los frailes...! Imposible atender a todo, SeñorSeñor. De su peso se caíacaía que debíadebía entenderse con la ZahónZahón, y pedirle por favor que se encargarse de la tutela y gobierno de bienes de Aurora Negretti, pues algo habríahabría en el testamento que tal abrogaciónabrogación consintiera. No se le apartaba del magínmagín esta temeraria idea, y si el horrible acceso reumáticoreumático que en aquellos meses sufríasufría no la imposibilitara totalmente, ya se habríahabría presentado a D. Juan de Dios, a fin de proponerle lo que para élél era un alivio y para ella una carga muy de su gusto. Bien clara estáestá la razónrazón de que, suponiendo al Don Fernando cordialmente ligado a Su Excelencia, le recibiera con finuras y agasajos, y echara la casa por la ventana en aquel desusado convite. </p>
▲<p>En los postres sirvieron <em> curaçaocuraçao</em>, que era quizásquizás la únicaúnica pasiónpasión o debilidad del viejo Maturana. Aquel dulce licor le hacíahacía desmentir muy de tarde en tarde sus hábitoshábitos de formalidad y grave continencia. Siempre que allíallí comíacomía o cenaba, Jacoba, por hacerle rabiar, aseguraba no tener <em> curaçaocuraçao</em>; por fin, despuésdespués de mucho trasteo, hacíahacía traer la bebida y le daba un poquito, cuatro lágrimaslágrimas, y asíasí se divertíadivertía con élél, vengándosevengándose de alguna trastadilla que en los negocios le habíahabía jugado. Pero aquella noche, antes de que la señoraseñora empezase el sainete, le convidóconvidó Aura, y sacando del aparador la botella, le sirviósirvió cuanto élél quiso, y despuésdespués a Fernando. Mientras D. Carlos paladeaba con embeleso los primeros sorbitos y Jacoba le afeaba su vicio con afectado enojo, Calpena charlócharló brevemente con Aura, cuando esta a su asiento volvíavolvía. DoñaDoña Jacoba no reparaba en ello, o se hacíahacía la distraídadistraída, que tambiéntambién pudo ser, y Maturana se hallóhalló bien pronto bajo la influencia embelesadora del rico néctarnéctar. </p>
«¿Y qué?, ¿canta usted o no?».
▲<p>-No... me temo que D. Carlos no se duerma si canto. Pero si usted se empeñaempeña en ello... </p>
▲<p>-Deseo que usted cante... Si hablando es su voz tan divina, ¿qué¿qué seráserá...? </p>
▲<p>- ¿¿Cantando? Pues másmás divina todavíatodavía... Bueno; pero conste que, si usted me manda cantar, hace una gran tonteríatontería. </p>
-¿Qué está usted diciendo?
▲<p>-Que hay otra cosa mejor que el canto míomío. </p>
-¿Qué...?, ¡por Dios!
▲<p>-Hablar... que hablemos. </p>
▲<p>-Chist... silencio. </p>
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