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|autor=[[Benito Pérez Galdós]]
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<p>No se manifestaba en la mesa la sordidez de Jacoba Zah&oacute;nZahón, como vulgarmente cre&iacute;ancreían vecinos chismosos, y amigos desconocedores de las interioridades de la casa. Del trato comercial proced&iacute;aprocedía su fama de avaricia, y cuanto se dijese en este terreno era poco, pues no ha venido al mundo persona que con m&aacute;smás cruel ah&iacute;ncoahínco defendiera el ochavo. Los del gremio la tem&iacute;antemían; gimieron siempre los parroquianos entre sus u&ntilde;asuñas rapaces; en trat&aacute;ndosetratándose de negocio ping&uuml;epingüe, no reparaba en medios, ni hab&iacute;ahabía para ella compa&ntilde;erismocompañerismo, ni delicadeza, ni caridad. Reproduc&iacute;anseReproducíanse en ella todas las cualidades de su marido, Bartolom&eacute;Bartolomé Zah&oacute;nZahón, a quien lleg&oacute;llegó a sobrepujar en la frialdad de c&aacute;lculocálculo, en la codicia desmedida y en la dureza de las condiciones de venta o empe&ntilde;oempeño, aprovechando siempre, sin miramiento alguno, las ocasiones ventajosas. No perdonaba; hac&iacute;ahacía cumplir los contratos, implacable sacerdotisa de la letra, y al propio tiempo los cumpl&iacute;acumplía fielmente por su parte. Jam&aacute;sJamás la cogi&oacute;cogió nadie en renuncio legal; jam&aacute;sjamás tuvo que ver con la justicia humana. Viv&iacute;aVivía, pues, dentro de la estricta honradez social, del respeto de las leyes y costumbres. No tom&oacute;tomó nunca nada que en rigor de derecho no fuera suyo, ni dio a nadie parte m&iacute;nimamínima de su legal pertenencia. Con tal modo de ser, se fue labrando su fama de miseria, fundad&iacute;simafundadísima en todo, menos en los cuentos que corr&iacute;ancorrían acerca de la mala vida que se daba. Como en su casa entraban pocas personas, y las amistades y relaciones no pasaban de un c&iacute;rculocírculo estrecho, pocos sab&iacute;ansabían que la mesa de Jacoba no era escasa, que a veces era espl&eacute;ndidaespléndida, y que si ocurr&iacute;aocurría tener que obsequiar a alguien, lo hac&iacute;ahacía con decente abundancia y hasta con ostentaci&oacute;nostentación. As&iacute;Así queda explicado que la cena de aquella c&eacute;lebrecélebre noche fuera excelente, y que Calpena la encontrase muy superior a lo que hab&iacute;ahabía imaginado. A&ntilde;&aacute;daseAñádase que Lopresti era un h&aacute;bilhábil cocinero, que guisaba a la italiana y a la francesa, y pose&iacute;aposeía el secreto de algunos platos sabros&iacute;simossabrosísimos a estilo de La Valette y de Cagliari.</p>
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<p>Por milagro de Dios, Jacoba se sinti&oacute;sintió, despu&eacute;sdespués de anochecer, muy mejorada de los horrendos dolores que le hab&iacute;anhabían retorcido el cuerpo, y gozosa, renqueando de aqu&iacute;aquí para all&iacute;allí con el apoyo de su bast&oacute;nbastón, iba del comedor a la cocina, o al rev&eacute;srevés; sacaba de los armarios una manteler&iacute;amantelería riqu&iacute;simariquísima (que hab&iacute;ahabía ido a parar all&iacute;allí sabe Dios c&oacute;mocómo); exhumaba vajilla fina, alguna hermosa pieza de plata repujada, y en fin, lo dispon&iacute;adisponía todo para lucimiento de su casa y satisfacci&oacute;nsatisfacción de su amor propio. Digase tambi&eacute;ntambién que Jacoba Zah&oacute;nZahón, fuera de los asuntos mercantiles, era bastante agradable, de mucho mundo, conocedora de los usos que constituyen la etiqueta, de hablar ameno y correct&iacute;simocorrectísimo. Pero estas cualidades, junto al mostrador, troc&aacute;bansetrocábanse en una ferocidad ego&iacute;staegoísta que pon&iacute;aponía los pelos de punta al infeliz que trataba con ella. En esto segu&iacute;aseguía las tradiciones de su familia: no hac&iacute;ahacía m&aacute;smás que manifestarse en toda la plenitud de su ser, heredado de otros seres, consecuente con lo que los Zahones llevaron siempre en la masa de la sangre. Malta en tiempos remotos; despu&eacute;sdespués Mallorca, Gibraltar, Sevilla, y desde mediados del siglo pasado, C&aacute;dizCádiz, C&oacute;rdobaCórdoba y Madrid, fueron campo donde esta planta Zah&oacute;nicaZahónica creci&oacute;creció con varia lozan&iacute;alozanía. Algunos se enriquecieron; otros trabajaron con mediano fruto, y los &uacute;ltimosúltimos tuvieron no pocos reveses, que remedi&oacute;remedió el tino econ&oacute;micoeconómico de Bartolom&eacute;Bartolomé Zah&oacute;nZahón, y las dotes rapaces de su mujer. En la &eacute;pocaépoca en que encontramos a esta se&ntilde;oraseñora, toda estevadita, patizamba, y hecha una calamidad, la casa no era m&aacute;smás que sucursal de la establecida recientemente en C&oacute;rdobaCórdoba por Laureano Zah&oacute;nZahón, hijo &uacute;nicoúnico de Do&ntilde;aDoña Jacoba y su heredero. En C&oacute;rdobaCórdoba se hab&iacute;ahabía montado un taller, y all&iacute;allí se acumulaba la pedrer&iacute;apedrería m&aacute;smás usual conforme a las exigencias de una industria y comercio bastante activos. En Madrid s&oacute;losólo quedaba la compra y venta, la red tendida para recoger gangas, todo el g&eacute;nerogénero vagabundo que siempre fluct&uacute;afluctúa en grandes poblaciones; quedaban tambi&eacute;ntambién valiosos pr&eacute;stamospréstamos con prenda, que Do&ntilde;aDoña Jacoba sab&iacute;asabía hacer como nadie, a cencerros tapados, sin pagar contribuci&oacute;ncontribución de prestamista.</p>
<p>No se manifestaba en la mesa la sordidez de Jacoba Zah&oacute;n, como vulgarmente cre&iacute;an vecinos chismosos, y amigos desconocedores de las interioridades de la casa. Del trato comercial proced&iacute;a su fama de avaricia, y cuanto se dijese en este terreno era poco, pues no ha venido al mundo persona que con m&aacute;s cruel ah&iacute;nco defendiera el ochavo. Los del gremio la tem&iacute;an; gimieron siempre los parroquianos entre sus u&ntilde;as rapaces; en trat&aacute;ndose de negocio ping&uuml;e, no reparaba en medios, ni hab&iacute;a para ella compa&ntilde;erismo, ni delicadeza, ni caridad. Reproduc&iacute;anse en ella todas las cualidades de su marido, Bartolom&eacute; Zah&oacute;n, a quien lleg&oacute; a sobrepujar en la frialdad de c&aacute;lculo, en la codicia desmedida y en la dureza de las condiciones de venta o empe&ntilde;o, aprovechando siempre, sin miramiento alguno, las ocasiones ventajosas. No perdonaba; hac&iacute;a cumplir los contratos, implacable sacerdotisa de la letra, y al propio tiempo los cumpl&iacute;a fielmente por su parte. Jam&aacute;s la cogi&oacute; nadie en renuncio legal; jam&aacute;s tuvo que ver con la justicia humana. Viv&iacute;a, pues, dentro de la estricta honradez social, del respeto de las leyes y costumbres. No tom&oacute; nunca nada que en rigor de derecho no fuera suyo, ni dio a nadie parte m&iacute;nima de su legal pertenencia. Con tal modo de ser, se fue labrando su fama de miseria, fundad&iacute;sima en todo, menos en los cuentos que corr&iacute;an acerca de la mala vida que se daba. Como en su casa entraban pocas personas, y las amistades y relaciones no pasaban de un c&iacute;rculo estrecho, pocos sab&iacute;an que la mesa de Jacoba no era escasa, que a veces era espl&eacute;ndida, y que si ocurr&iacute;a tener que obsequiar a alguien, lo hac&iacute;a con decente abundancia y hasta con ostentaci&oacute;n. As&iacute; queda explicado que la cena de aquella c&eacute;lebre noche fuera excelente, y que Calpena la encontrase muy superior a lo que hab&iacute;a imaginado. A&ntilde;&aacute;dase que Lopresti era un h&aacute;bil cocinero, que guisaba a la italiana y a la francesa, y pose&iacute;a el secreto de algunos platos sabros&iacute;simos a estilo de La Valette y de Cagliari.</p>
 
<p>Por milagro de Dios, Jacoba se sinti&oacute;, despu&eacute;s de anochecer, muy mejorada de los horrendos dolores que le hab&iacute;an retorcido el cuerpo, y gozosa, renqueando de aqu&iacute; para all&iacute; con el apoyo de su bast&oacute;n, iba del comedor a la cocina, o al rev&eacute;s; sacaba de los armarios una manteler&iacute;a riqu&iacute;sima (que hab&iacute;a ido a parar all&iacute; sabe Dios c&oacute;mo); exhumaba vajilla fina, alguna hermosa pieza de plata repujada, y en fin, lo dispon&iacute;a todo para lucimiento de su casa y satisfacci&oacute;n de su amor propio. Digase tambi&eacute;n que Jacoba Zah&oacute;n, fuera de los asuntos mercantiles, era bastante agradable, de mucho mundo, conocedora de los usos que constituyen la etiqueta, de hablar ameno y correct&iacute;simo. Pero estas cualidades, junto al mostrador, troc&aacute;banse en una ferocidad ego&iacute;sta que pon&iacute;a los pelos de punta al infeliz que trataba con ella. En esto segu&iacute;a las tradiciones de su familia: no hac&iacute;a m&aacute;s que manifestarse en toda la plenitud de su ser, heredado de otros seres, consecuente con lo que los Zahones llevaron siempre en la masa de la sangre. Malta en tiempos remotos; despu&eacute;s Mallorca, Gibraltar, Sevilla, y desde mediados del siglo pasado, C&aacute;diz, C&oacute;rdoba y Madrid, fueron campo donde esta planta Zah&oacute;nica creci&oacute; con varia lozan&iacute;a. Algunos se enriquecieron; otros trabajaron con mediano fruto, y los &uacute;ltimos tuvieron no pocos reveses, que remedi&oacute; el tino econ&oacute;mico de Bartolom&eacute; Zah&oacute;n, y las dotes rapaces de su mujer. En la &eacute;poca en que encontramos a esta se&ntilde;ora, toda estevadita, patizamba, y hecha una calamidad, la casa no era m&aacute;s que sucursal de la establecida recientemente en C&oacute;rdoba por Laureano Zah&oacute;n, hijo &uacute;nico de Do&ntilde;a Jacoba y su heredero. En C&oacute;rdoba se hab&iacute;a montado un taller, y all&iacute; se acumulaba la pedrer&iacute;a m&aacute;s usual conforme a las exigencias de una industria y comercio bastante activos. En Madrid s&oacute;lo quedaba la compra y venta, la red tendida para recoger gangas, todo el g&eacute;nero vagabundo que siempre fluct&uacute;a en grandes poblaciones; quedaban tambi&eacute;n valiosos pr&eacute;stamos con prenda, que Do&ntilde;a Jacoba sab&iacute;a hacer como nadie, a cencerros tapados, sin pagar contribuci&oacute;n de prestamista.</p>
<p>Por causa de los achaques de su madre, el Zah&oacute;nZahón de C&oacute;rdobaCórdoba tiraba a suprimir completamente la casa de Madrid, llev&aacute;ndosellevándose todo all&aacute;allá, y as&iacute;así lo hab&iacute;ahabía convenido con Do&ntilde;aDoña Jacoba; pero dificultaba la traslaci&oacute;ntraslación la plaga de bandidos y ladrones que hab&iacute;ahabía por entonces en Sierra Morena, sin que justicia, ni polic&iacute;apolicía, ni aun el ej&eacute;rcitoejército pudiesen con ellos. El env&iacute;oenvío de alhajas se hac&iacute;ahacía muy lentamente, aprovechando coyunturas favorables que no se presentaban todos los d&iacute;asdías. Adem&aacute;sAdemás, Do&ntilde;aDoña Jacoba, por ley de inercia, lo dificultaba tambi&eacute;ntambién. El h&aacute;bitohábito de traficar, de allegar dinero, pod&iacute;apodía m&aacute;smás que todos los planos dictados por la raz&oacute;nrazón: sin darse cuenta de ello, dilataba las remesas, y cuando se propon&iacute;aproponía no hacer m&aacute;smás negocios, se le entraban por la puerta gangas incre&iacute;blesincreíbles... En fin, que la codicia y la costumbre daban un car&aacute;ctercarácter de s&oacute;lidasólida petrificaci&oacute;npetrificación al establecimiento de la calle de Milaneses.</p>
 
<p>De las relaciones de la Zah&oacute;nZahón con Maturana conviene dar alguna noticia. Ya se ha visto que era D. Carlos el primer perito y tasador de pedrer&iacute;aspedrerías que por aquel tiempo hab&iacute;ahabía en Espa&ntilde;aEspaña. Criado en los talleres del gran Mart&iacute;nezMartínez, y trabajando de continuo para Palacio y la Grandeza, su pr&aacute;cticapráctica era al fin tan notoria como hab&iacute;ahabía sido su habilidad. Sus viajes frecuentes le afinaron el gusto; el trato mercantil y el roce social hicieron de &eacute;lél un hombre en quien la urbanidad no desmerec&iacute;adesmerecía de la inteligencia. Exonerado de su cargo de diamantista de Palacio, a la vuelta del Rey, sin otro motivo aparente que la protecci&oacute;nprotección que le dispensara el Pr&iacute;ncipePríncipe de la Paz, hubo de lanzarse al comercio con buena suerte: del 15 al 35 habla reunido un buen capital. No ten&iacute;atenía taller, ni tienda, ni le hac&iacute;anhacían falta para nada, pues procuraba colocar prontamente el g&eacute;nerogénero, y remit&iacute;aremitía sus dineros a Par&iacute;sParís, a la casa del Sr. Aguado, Marqu&eacute;sMarqués de las Marismas, de su absoluta confianza.</p>
<p>En tiempos bastante lejanos, cuando a Jacoba no le hab&iacute;an salido las corcovas que agobiaban su cuerpo y aflig&iacute;an su existencia, y cuando Maturana, aunque de cuerpo chico, era un hombre de alientos, no exento de gracia, corrieron voces de si se entend&iacute;a o no se entend&iacute;a con la mujer de Bartolom&eacute; Zah&oacute;n; pero todo ello fue malicia, malquerencia de compa&ntilde;eros envidiosos. Siempre entr&oacute; D. Carlos en casa de sus amigos con la mayor limpieza de intenciones, y si all&iacute; permanec&iacute;a largo tiempo, era por menesteres periciales y mercantiles. Viv&iacute;a el diamantista honradamente con su mujer, que nunca sali&oacute; de Madrid, y ten&iacute;a dos hijas, casada la una con un teniente de la Guardia, y otra con un capit&aacute;n de lanceros.</p>
 
<p>Mir&aacute;bale siempre Jacoba como un buen amigo, con quien se asociaba en cualquier negocio que uno solo no pudiera emprender. La opini&oacute;n de Maturana en asuntos de pedrer&iacute;a era para ella cosa sagrada, y la confianza entre los dos, comercialmente hablando, no se alter&oacute; jam&aacute;s. Verdad que Jacoba, como hembra envidiosa, de un ego&iacute;smo implacable, no pod&iacute;a ocultar su rabia cuando Maturana hac&iacute;a un buen negocio en que ella no llevara parte, y le contradec&iacute;a, le hostilizaba por todos los medios, veng&aacute;ndose de su suerte con burlas y recriminaciones. Pero esto no estorbaba para la confianza, que era incondicional, absoluta. La Zah&oacute;n le entregaba sin ning&uacute;n recelo sus llaves; y &eacute;l, en justa correspondencia de esta fe ciega, le dejaba en dep&oacute;sito, cuando se iba al extranjero, cosas de grand&iacute;simo valor. En suma, socios alguna vez, rivales otras, amigos siempre.</p>
<p>En tiempos bastante lejanos, cuando a Jacoba no le hab&iacute;anhabían salido las corcovas que agobiaban su cuerpo y aflig&iacute;anafligían su existencia, y cuando Maturana, aunque de cuerpo chico, era un hombre de alientos, no exento de gracia, corrieron voces de si se entend&iacute;aentendía o no se entend&iacute;aentendía con la mujer de Bartolom&eacute;Bartolomé Zah&oacute;nZahón; pero todo ello fue malicia, malquerencia de compa&ntilde;eroscompañeros envidiosos. Siempre entr&oacute;entró D. Carlos en casa de sus amigos con la mayor limpieza de intenciones, y si all&iacute;allí permanec&iacute;apermanecía largo tiempo, era por menesteres periciales y mercantiles. Viv&iacute;aVivía el diamantista honradamente con su mujer, que nunca sali&oacute;salió de Madrid, y ten&iacute;atenía dos hijas, casada la una con un teniente de la Guardia, y otra con un capit&aacute;ncapitán de lanceros.</p>
<p>Sent&aacute;ronse a la mesa las dos damas y sus dos invitados a punto de las nueve. Todo estaba muy bien dispuesto, aunque con un poquito de precipitaci&oacute;n. Pudo admirar Calpena piezas hermos&iacute;simas de porcelana y de plata antigua; todo era heterog&eacute;neo, revelando, m&aacute;s que la casa del rico, la del comerciante o el coleccionista. Uno de los candelabros de dos velas con guardabrisas, era evidentemente de iglesia, y hab&iacute;a servido en mejores d&iacute;as para alumbrar el Sant&iacute;simo; el otro de estrado de casa grande; y por este estilo variaban las formas y abolengo de cuanto all&iacute; se ostentaba. De lo que cenaron, nada hab&iacute;a que decir, como no fuera para elogiarlo sin reservas. Todo era bueno, con tendencias a la condimentaci&oacute;n italiana, y revelaba la mano culinaria del atiplado malt&eacute;s. La mujer, vecina del tercero, que serv&iacute;a, h&iacute;zolo con destreza, y Jacoba no tuvo que reprenderla m&aacute;s que dos veces... por no perder la costumbre.</p>
 
<p>Obtenida venia de sus hu&eacute;spedes para no cambiar de vestido, la Zah&oacute;n ostentaba en la cabecera de la mesa su cara austriaca, su escofieta, sus jorobas y los trapos con que las envolv&iacute;a. A su derecha se sentaba Don Fernando, a su izquierda Maturana, Aura enfrente. No apartaba los ojos, y menos el pensamiento, de la hermosa doncella el enamorado Calpena, y pudo observar que en el comer no revelaba salvajismo ni desconocimiento de los h&aacute;bitos sociales, sino todo lo contrario: &laquo;Ella ser&aacute; salvaje en sus afectos, de inteligencia inculta; pero en sociedad sabe lo suficiente para dar relieve a sus extraordinarias gracias naturales... &iexcl;Qu&eacute; mujer, Dios m&iacute;o! &iquest;Pero de d&oacute;nde ha salido este sol que viene a alumbrar mi vida?... Ahora veo cuanto hay en el Universo... antes cre&iacute;a ver, y no ve&iacute;a nada&raquo;.</p>
<p>Mir&aacute;baleMirábale siempre Jacoba como un buen amigo, con quien se asociaba en cualquier negocio que uno solo no pudiera emprender. La opini&oacute;nopinión de Maturana en asuntos de pedrer&iacute;apedrería era para ella cosa sagrada, y la confianza entre los dos, comercialmente hablando, no se alter&oacute;alteró jam&aacute;sjamás. Verdad que Jacoba, como hembra envidiosa, de un ego&iacute;smoegoísmo implacable, no pod&iacute;apodía ocultar su rabia cuando Maturana hac&iacute;ahacía un buen negocio en que ella no llevara parte, y le contradec&iacute;acontradecía, le hostilizaba por todos los medios, veng&aacute;ndosevengándose de su suerte con burlas y recriminaciones. Pero esto no estorbaba para la confianza, que era incondicional, absoluta. La Zah&oacute;nZahón le entregaba sin ning&uacute;nningún recelo sus llaves; y &eacute;lél, en justa correspondencia de esta fe ciega, le dejaba en dep&oacute;sitodepósito, cuando se iba al extranjero, cosas de grand&iacute;simograndísimo valor. En suma, socios alguna vez, rivales otras, amigos siempre.</p>
<p>Entabl&oacute; Maturana la conversaci&oacute;n hablando de perlas. &laquo;Ya le dejo a usted los tres apartados, a saber: primera calidad, en <em>elencos</em> y <em>avemar&iacute;as</em>; segunda calidad, en alj&oacute;fares, <em>timpan&iacute;as</em> y <em>berruecos</em>, y, por &uacute;ltimo, g&eacute;nero <em>muerto</em>. Otro d&iacute;a que venga yo a buena hora pesaremos todo lo selecto, formando igualdades. En el primer apartado tiene usted un par de perlas de perfecta redondez y oriente superior, que juntas no pesan menos de 27 quilates. S&eacute; qui&eacute;n dar&iacute;a por ellas 350 duros. Las <em>muertas</em>, si usted quiere, me las llevar&eacute; a Par&iacute;s, donde conozco un platero que ha descubierto la manera de devolverles la irisaci&oacute;n por una <em>alquimia secreta</em>, en la cual entran, seg&uacute;n dicen, 83 drogas. Entre las <em>avemar&iacute;as</em> de segunda, veo una tandita de iguales, lind&iacute;simas, que, si no estoy equivocado, son las del medio collar que le cedi&oacute; a usted Negretti, el pap&aacute; de Aurorita&raquo;.</p>
 
<p>De esto tom&oacute; pie D. Fernando para llevar la conversaci&oacute;n a la familia de Aura, anhelando explorar aquel interesante mundo desconocido. Algo descubri&oacute; de lo que deseaba, y otras cosas quedaron en el misterio. Con mucha gracia describi&oacute; la joven algunos pasajes de su infancia; y respecto a su nacionalidad, que fue motivo en la mesa de grandes controversias, dijo lo siguiente: &laquo;Ver&aacute; usted, D. Fernando, el surtido de sangres que llevo en mis venas. Mi padre era hijo de un corso y de una espa&ntilde;ola, la cual, mi abuela, era hija de portugu&eacute;s, y catalana. &iquest;Qu&eacute; tal? Pues voy ahora con mi madre. Ver&aacute; usted qu&eacute; l&iacute;o. Mi madre era hija de un franc&eacute;s y de una griega, y no hab&iacute;a nacido en ning&uacute;n pa&iacute;s, sino en medio de la mar, viniendo sus padres de Sal&oacute;nica, donde ten&iacute;an comercio de oro y plata. Yo nac&iacute; en un pueblo cerca de Londres, que lo llaman Rochester, y a los tres a&ntilde;os me llevaron a Mallorca. De ni&ntilde;a hablaba ingl&eacute;s; pero luego se me olvid&oacute;, y s&oacute;lo recuerdo algunas palabras. De Mallorca pas&eacute; a La Valette, en Malta, donde habl&eacute; italiano, y volv&iacute; a saber un, poquito de ingl&eacute;s. A los diez a&ntilde;os, vuelta a Mallorca, despu&eacute;s a C&aacute;diz, y de C&aacute;diz a Madrid, donde me parece que estoy ahora, aunque no lo aseguro: tengo mis dudas de que est&eacute; yo ahora donde ustedes me ven... si es que me ven, que tambi&eacute;n lo dudo...</p>
<p>Sent&aacute;ronseSentáronse a la mesa las dos damas y sus dos invitados a punto de las nueve. Todo estaba muy bien dispuesto, aunque con un poquito de precipitaci&oacute;nprecipitación. Pudo admirar Calpena piezas hermos&iacute;simashermosísimas de porcelana y de plata antigua; todo era heterog&eacute;neoheterogéneo, revelando, m&aacute;smás que la casa del rico, la del comerciante o el coleccionista. Uno de los candelabros de dos velas con guardabrisas, era evidentemente de iglesia, y hab&iacute;ahabía servido en mejores d&iacute;asdías para alumbrar el Sant&iacute;simoSantísimo; el otro de estrado de casa grande; y por este estilo variaban las formas y abolengo de cuanto all&iacute;allí se ostentaba. De lo que cenaron, nada hab&iacute;ahabía que decir, como no fuera para elogiarlo sin reservas. Todo era bueno, con tendencias a la condimentaci&oacute;ncondimentación italiana, y revelaba la mano culinaria del atiplado malt&eacute;smaltés. La mujer, vecina del tercero, que serv&iacute;aservía, h&iacute;zolohízolo con destreza, y Jacoba no tuvo que reprenderla m&aacute;smás que dos veces... por no perder la costumbre.</p>
<p>-No le haga usted caso, se&ntilde;or Calpena -indic&oacute; la Zah&oacute;n ben&eacute;vola-. Todo el d&iacute;a la tiene usted pensando y diciendo estas extravagancias. Es un genio inflamado, y tan desigual, que si le da por re&iacute;r y alegrarse, nos atruena la casa con sus gorjeos; y si le da por las tristezas y por lo f&uacute;nebre, nos pone a todos con el coraz&oacute;n en un pu&ntilde;o. Trabaja como nadie, y hace mil primores cuando le da la ventolera; y cuando se pone a ser holgazana, no hay quien la aventaje. No es constante m&aacute;s que en dos cosas: limpieza, as&iacute; de su persona como de cuanto cae bajo su mano, y caridad. No deje usted en su poder cosa de valor, porque, de seguro, se la da al primero que se la pide... hablo de cosas met&aacute;licas o comestibles, &iquest;me entiende usted?</p>
 
<p>-S&iacute;, se&ntilde;ora: entiendo perfectamente.</p>
<p>Obtenida venia de sus hu&eacute;spedeshuéspedes para no cambiar de vestido, la Zah&oacute;nZahón ostentaba en la cabecera de la mesa su cara austriaca, su escofieta, sus jorobas y los trapos con que las envolv&iacute;aenvolvía. A su derecha se sentaba Don Fernando, a su izquierda Maturana, Aura enfrente. No apartaba los ojos, y menos el pensamiento, de la hermosa doncella el enamorado Calpena, y pudo observar que en el comer no revelaba salvajismo ni desconocimiento de los h&aacute;bitoshábitos sociales, sino todo lo contrario: &laquo;«Ella ser&aacute;será salvaje en sus afectos, de inteligencia inculta; pero en sociedad sabe lo suficiente para dar relieve a sus extraordinarias gracias naturales... &iexcl;Qu&eacute;¡Qué mujer, Dios m&iacute;omío! &iquest;¿Pero de d&oacute;ndedónde ha salido este sol que viene a alumbrar mi vida?... Ahora veo cuanto hay en el Universo... antes cre&iacute;acreía ver, y no ve&iacute;aveía nada&raquo;».</p>
<p>-Oiga usted m&aacute;s: rar&iacute;sima vez coge en su mano un libro aunque aqu&iacute; no faltan... La hemos puesto maestro de piano y canto, y de baile. &iquest;Querr&aacute; usted creer que toca lindamente y que baila con toda la gracia de Dios?</p>
 
<p>-Lo creer&eacute; si nos da esta noche una muestra de sus habilidades, en el piano y canto sobre todo, pues la danza es m&aacute;s bien para lucida en sociedad.</p>
<p>Entabl&oacute;Entabló Maturana la conversaci&oacute;nconversación hablando de perlas. &laquo;«Ya le dejo a usted los tres apartados, a saber: primera calidad, en <em>elencos</em> y <em>avemar&iacute;asavemarías</em>; segunda calidad, en alj&oacute;faresaljófares, <em>timpan&iacute;astimpanías</em> y <em>berruecos</em>, y, por &uacute;ltimoúltimo, g&eacute;nerogénero <em>muerto</em>. Otro d&iacute;adía que venga yo a buena hora pesaremos todo lo selecto, formando igualdades. En el primer apartado tiene usted un par de perlas de perfecta redondez y oriente superior, que juntas no pesan menos de 27 quilates. S&eacute; qui&eacute;nquién dar&iacute;adaría por ellas 350 duros. Las <em>muertas</em>, si usted quiere, me las llevar&eacute;llevaré a Par&iacute;sParís, donde conozco un platero que ha descubierto la manera de devolverles la irisaci&oacute;nirisación por una <em>alquimia secreta</em>, en la cual entran, seg&uacute;nsegún dicen, 83 drogas. Entre las <em>avemar&iacute;asavemarías</em> de segunda, veo una tandita de iguales, lind&iacute;simaslindísimas, que, si no estoy equivocado, son las del medio collar que le cedi&oacute;cedió a usted Negretti, el pap&aacute;papá de Aurorita&raquo;».</p>
<p>-&iquest;Y si no, no lo cree? Pues no toco -dijo Aura-. Tiene que creerlo antes. En estas cosas en necesaria la fe.</p>
 
<p>-Bueno, pues la tengo... Sin o&iacute;rla cantar, ya estoy proclamando que se deja usted tama&ntilde;ita a la Todi.</p>
<p>De esto tom&oacute;tomó pie D. Fernando para llevar la conversaci&oacute;nconversación a la familia de Aura, anhelando explorar aquel interesante mundo desconocido. Algo descubri&oacute;descubrió de lo que deseaba, y otras cosas quedaron en el misterio. Con mucha gracia describi&oacute;describió la joven algunos pasajes de su infancia; y respecto a su nacionalidad, que fue motivo en la mesa de grandes controversias, dijo lo siguiente: &laquo;Ver&aacute;«Verá usted, D. Fernando, el surtido de sangres que llevo en mis venas. Mi padre era hijo de un corso y de una espa&ntilde;olaespañola, la cual, mi abuela, era hija de portugu&eacute;sportugués, y catalana. &iquest;Qu&eacute;¿Qué tal? Pues voy ahora con mi madre. Ver&aacute;Verá usted qu&eacute;qué l&iacute;olío. Mi madre era hija de un franc&eacute;sfrancés y de una griega, y no hab&iacute;ahabía nacido en ning&uacute;nningún pa&iacute;spaís, sino en medio de la mar, viniendo sus padres de Sal&oacute;nicaSalónica, donde ten&iacute;antenían comercio de oro y plata. Yo nac&iacute;nací en un pueblo cerca de Londres, que lo llaman Rochester, y a los tres a&ntilde;osaños me llevaron a Mallorca. De ni&ntilde;aniña hablaba ingl&eacute;singlés; pero luego se me olvid&oacute;olvidó, y s&oacute;losólo recuerdo algunas palabras. De Mallorca pas&eacute;pasé a La Valette, en Malta, donde habl&eacute;hablé italiano, y volv&iacute;volví a saber un, poquito de ingl&eacute;singlés. A los diez a&ntilde;osaños, vuelta a Mallorca, despu&eacute;sdespués a C&aacute;dizCádiz, y de C&aacute;dizCádiz a Madrid, donde me parece que estoy ahora, aunque no lo aseguro: tengo mis dudas de que est&eacute;esté yo ahora donde ustedes me ven... si es que me ven, que tambi&eacute;ntambién lo dudo...</p>
<p>-Eso es burla. No tanto, se&ntilde;or m&iacute;o. Pero no vaya a creer que salgo ahora con modestias rid&iacute;culas. Sepa usted que canto muy bien. Digo, muy bien no; me quedo en el bien a secas. Ni me quito ni me pongo nada... Pero no cantar&eacute; esta noche... digo, s&iacute; cantar&eacute;, con tal que D. Carlos me prometa no dormirse.</p>
 
<p>-Lo prometo... -dijo Maturana-, sin responder, hija m&iacute;a, sin responder de nada.</p>
<p>-No le haga usted caso, se&ntilde;orseñor Calpena -indic&oacute;indicó la Zah&oacute;nZahón ben&eacute;volabenévola-. Todo el d&iacute;adía la tiene usted pensando y diciendo estas extravagancias. Es un genio inflamado, y tan desigual, que si le da por re&iacute;rreír y alegrarse, nos atruena la casa con sus gorjeos; y si le da por las tristezas y por lo f&uacute;nebrefúnebre, nos pone a todos con el coraz&oacute;ncorazón en un pu&ntilde;opuño. Trabaja como nadie, y hace mil primores cuando le da la ventolera; y cuando se pone a ser holgazana, no hay quien la aventaje. No es constante m&aacute;smás que en dos cosas: limpieza, as&iacute;así de su persona como de cuanto cae bajo su mano, y caridad. No deje usted en su poder cosa de valor, porque, de seguro, se la da al primero que se la pide... hablo de cosas met&aacute;licasmetálicas o comestibles, &iquest;¿me entiende usted?</p>
<p>-Yo emprender&iacute;a la completa educaci&oacute;n de Aura -dijo Jacoba, que no sab&iacute;a c&oacute;mo llegar al asunto que era su objeto principal aquella noche- si me dieran medios suficientes para ello. Y no es que la ni&ntilde;a carezca de patrimonio, pues lo tiene sobrado: s&oacute;lo que est&aacute; en manos que lo escatiman, que lo tasan en demas&iacute;a, como si desconfiaran de m&iacute;... Sr. D. Fernando, yo espero de usted un favor muy se&ntilde;alado. Me consta su amistad con nuestro gran Ministro, el Sr. Mendiz&aacute;bal; s&eacute; que Su Excelencia...</p>
 
<p>-Se&ntilde;ora, ya dije... -interrumpi&oacute; D. Fernando lleno de confusi&oacute;n-. El se&ntilde;or Ministro me trata como a todos sus subordinados, con cortes&iacute;a... y nada m&aacute;s.</p>
<p>-S&iacute;, se&ntilde;oraseñora: entiendo perfectamente.</p>
<p>-A un lado las modestias, caballerito -a&ntilde;adi&oacute; la diamantista-, y no me salga usted con negativas, que s&oacute;lo sirven para demostrarnos su delicadeza... Pues s&iacute; se&ntilde;or: espero de usted una prueba de amistad hacia m&iacute; y de inter&eacute;s por Aura. &iquest;No adivina lo que quiero? Que usted me ponga en comunicaci&oacute;n con su jefe, y si es posible, y quiere extremar el favor, que antes de llevarme a la audiencia, le hable de m&iacute;, pues me figuro que el Sr. Mendiz&aacute;bal tiene de esta servidora una idea equivocada. Sin duda le han llevado alg&uacute;n cuento... En fin, yo quiero ver a Su Excelencia, deseo hablarle, y que usted tome mi empe&ntilde;o como cosa propia...</p>
 
<p>Interesado en el asunto, por tratarse de la mujer que le fascinaba, Calpena quiso saber m&aacute;s, y descubrir qu&eacute; relaci&oacute;n pod&iacute;a existir entre la hermosa hija de Negretti, nieta de tan distintos abuelos, y el gran Mendiz&aacute;bal, relaci&oacute;n cuyo simple anuncio le sorprend&iacute;a y anonadaba. &iquest;Qu&eacute; era, Santo Dios? S&oacute;lo por tirarle de la lengua a la Zah&oacute;n y adquirir mayor conocimiento, cedi&oacute; en aquel punto de sus supuestas confianzas con el Ministro, y ni afirmaba ni negaba, dando a entender que favorecer&iacute;a las pretensiones de la jorobada, siempre que se le diese alguna explicaci&oacute;n de ellas. Por este medio sutil pudo averiguar que D. Juan &Aacute;lvarez era testamentario de Jenaro Negretti y depositario de su fortuna, con algo m&aacute;s de lo que referido queda.</p>
<p>-Oiga usted m&aacute;smás: rar&iacute;simararísima vez coge en su mano un libro aunque aqu&iacute;aquí no faltan... La hemos puesto maestro de piano y canto, y de baile. &iquest;Querr&aacute;¿Querrá usted creer que toca lindamente y que baila con toda la gracia de Dios?</p>
<p>No se paraba en barras la codiciosa diamantista, y desde que Mendiz&aacute;bal vino a Espa&ntilde;a y se puso a ministro, acarici&oacute; la idea de que deb&iacute;a transferirle a ella las facultades que le otorgaba el testamento de Negretti. &iexcl;Cosa m&aacute;s natural! Pues &iquest;c&oacute;mo pod&iacute;a administrar holgadamente los bienes de la ni&ntilde;a, un hombre abrumado de quehaceres pol&iacute;ticos, con tantas cosas dentro de la cabeza? &iexcl;Que la Hacienda, que el empr&eacute;stito, que las juntas, que el Estatuto, que los frailes...! Imposible atender a todo, Se&ntilde;or. De su peso se ca&iacute;a que deb&iacute;a entenderse con la Zah&oacute;n, y pedirle por favor que se encargarse de la tutela y gobierno de bienes de Aurora Negretti, pues algo habr&iacute;a en el testamento que tal abrogaci&oacute;n consintiera. No se le apartaba del mag&iacute;n esta temeraria idea, y si el horrible acceso reum&aacute;tico que en aquellos meses sufr&iacute;a no la imposibilitara totalmente, ya se habr&iacute;a presentado a D. Juan de Dios, a fin de proponerle lo que para &eacute;l era un alivio y para ella una carga muy de su gusto. Bien clara est&aacute; la raz&oacute;n de que, suponiendo al Don Fernando cordialmente ligado a Su Excelencia, le recibiera con finuras y agasajos, y echara la casa por la ventana en aquel desusado convite.</p>
 
<p>En los postres sirvieron <em>cura&ccedil;ao</em>, que era quiz&aacute;s la &uacute;nica pasi&oacute;n o debilidad del viejo Maturana. Aquel dulce licor le hac&iacute;a desmentir muy de tarde en tarde sus h&aacute;bitos de formalidad y grave continencia. Siempre que all&iacute; com&iacute;a o cenaba, Jacoba, por hacerle rabiar, aseguraba no tener <em>cura&ccedil;ao</em>; por fin, despu&eacute;s de mucho trasteo, hac&iacute;a traer la bebida y le daba un poquito, cuatro l&aacute;grimas, y as&iacute; se divert&iacute;a con &eacute;l, veng&aacute;ndose de alguna trastadilla que en los negocios le hab&iacute;a jugado. Pero aquella noche, antes de que la se&ntilde;ora empezase el sainete, le convid&oacute; Aura, y sacando del aparador la botella, le sirvi&oacute; cuanto &eacute;l quiso, y despu&eacute;s a Fernando. Mientras D. Carlos paladeaba con embeleso los primeros sorbitos y Jacoba le afeaba su vicio con afectado enojo, Calpena charl&oacute; brevemente con Aura, cuando esta a su asiento volv&iacute;a. Do&ntilde;a Jacoba no reparaba en ello, o se hac&iacute;a la distra&iacute;da, que tambi&eacute;n pudo ser, y Maturana se hall&oacute; bien pronto bajo la influencia embelesadora del rico n&eacute;ctar.</p>
<p>-Lo creer&eacute;creeré si nos da esta noche una muestra de sus habilidades, en el piano y canto sobre todo, pues la danza es m&aacute;smás bien para lucida en sociedad.</p>
<p>&laquo;&iquest;Y qu&eacute;?, &iquest;canta usted o no?&raquo;.</p>
 
<p>-No... me temo que D. Carlos no se duerma si canto. Pero si usted se empe&ntilde;a en ello...</p>
<p>-&iquest;¿Y si no, no lo cree? Pues no toco -dijo Aura-. Tiene que creerlo antes. En estas cosas en necesaria la fe.</p>
<p>-Deseo que usted cante... Si hablando es su voz tan divina, &iquest;qu&eacute; ser&aacute;...?</p>
 
<p>-&iquest;Cantando? Pues m&aacute;s divina todav&iacute;a... Bueno; pero conste que, si usted me manda cantar, hace una gran tonter&iacute;a.</p>
<p>-Bueno, pues la tengo... Sin o&iacute;rlaoírla cantar, ya estoy proclamando que se deja usted tama&ntilde;itatamañita a la Todi.</p>
<p>-&iquest;Qu&eacute; est&aacute; usted diciendo?</p>
 
<p>-Que hay otra cosa mejor que el canto m&iacute;o.</p>
<p>-Eso es burla. No tanto, se&ntilde;orseñor m&iacute;omío. Pero no vaya a creer que salgo ahora con modestias rid&iacute;culasridículas. Sepa usted que canto muy bien. Digo, muy bien no; me quedo en el bien a secas. Ni me quito ni me pongo nada... Pero no cantar&eacute;cantaré esta noche... digo, s&iacute; cantar&eacute;cantaré, con tal que D. Carlos me prometa no dormirse.</p>
<p>-&iquest;Qu&eacute;...?, &iexcl;por Dios!</p>
 
<p>-Hablar... que hablemos.</p>
<p>-Lo prometo... -dijo Maturana-, sin responder, hija m&iacute;amía, sin responder de nada.</p>
<p>-Chist... silencio.</p>
 
<p>-Yo emprender&iacute;aemprendería la completa educaci&oacute;neducación de Aura -dijo Jacoba, que no sab&iacute;asabía c&oacute;mocómo llegar al asunto que era su objeto principal aquella noche- si me dieran medios suficientes para ello. Y no es que la ni&ntilde;aniña carezca de patrimonio, pues lo tiene sobrado: s&oacute;losólo que est&aacute;está en manos que lo escatiman, que lo tasan en demas&iacute;ademasía, como si desconfiaran de m&iacute;... Sr. D. Fernando, yo espero de usted un favor muy se&ntilde;aladoseñalado. Me consta su amistad con nuestro gran Ministro, el Sr. Mendiz&aacute;balMendizábal; s&eacute; que Su Excelencia...</p>
 
<p>-Se&ntilde;oraSeñora, ya dije... -interrumpi&oacute;interrumpió D. Fernando lleno de confusi&oacute;nconfusión-. El se&ntilde;orseñor Ministro me trata como a todos sus subordinados, con cortes&iacute;acortesía... y nada m&aacute;smás.</p>
 
<p>-A un lado las modestias, caballerito -a&ntilde;adi&oacute;añadió la diamantista-, y no me salga usted con negativas, que s&oacute;losólo sirven para demostrarnos su delicadeza... Pues s&iacute; se&ntilde;orseñor: espero de usted una prueba de amistad hacia m&iacute; y de inter&eacute;sinterés por Aura. &iquest;¿No adivina lo que quiero? Que usted me ponga en comunicaci&oacute;ncomunicación con su jefe, y si es posible, y quiere extremar el favor, que antes de llevarme a la audiencia, le hable de m&iacute;, pues me figuro que el Sr. Mendiz&aacute;balMendizábal tiene de esta servidora una idea equivocada. Sin duda le han llevado alg&uacute;nalgún cuento... En fin, yo quiero ver a Su Excelencia, deseo hablarle, y que usted tome mi empe&ntilde;oempeño como cosa propia...</p>
 
<p>Interesado en el asunto, por tratarse de la mujer que le fascinaba, Calpena quiso saber m&aacute;smás, y descubrir qu&eacute;qué relaci&oacute;nrelación pod&iacute;apodía existir entre la hermosa hija de Negretti, nieta de tan distintos abuelos, y el gran Mendiz&aacute;balMendizábal, relaci&oacute;nrelación cuyo simple anuncio le sorprend&iacute;asorprendía y anonadaba. &iquest;Qu&eacute;¿Qué era, Santo Dios? S&oacute;loSólo por tirarle de la lengua a la Zah&oacute;nZahón y adquirir mayor conocimiento, cedi&oacute;cedió en aquel punto de sus supuestas confianzas con el Ministro, y ni afirmaba ni negaba, dando a entender que favorecer&iacute;afavorecería las pretensiones de la jorobada, siempre que se le diese alguna explicaci&oacute;nexplicación de ellas. Por este medio sutil pudo averiguar que D. Juan &Aacute;lvarezÁlvarez era testamentario de Jenaro Negretti y depositario de su fortuna, con algo m&aacute;smás de lo que referido queda.</p>
 
<p>No se paraba en barras la codiciosa diamantista, y desde que Mendiz&aacute;balMendizábal vino a Espa&ntilde;aEspaña y se puso a ministro, acarici&oacute;acarició la idea de que deb&iacute;adebía transferirle a ella las facultades que le otorgaba el testamento de Negretti. &iexcl;¡Cosa m&aacute;smás natural! Pues &iquest;c&oacute;mo¿cómo pod&iacute;apodía administrar holgadamente los bienes de la ni&ntilde;aniña, un hombre abrumado de quehaceres pol&iacute;ticospolíticos, con tantas cosas dentro de la cabeza? &iexcl;¡Que la Hacienda, que el empr&eacute;stitoempréstito, que las juntas, que el Estatuto, que los frailes...! Imposible atender a todo, Se&ntilde;orSeñor. De su peso se ca&iacute;acaía que deb&iacute;adebía entenderse con la Zah&oacute;nZahón, y pedirle por favor que se encargarse de la tutela y gobierno de bienes de Aurora Negretti, pues algo habr&iacute;ahabría en el testamento que tal abrogaci&oacute;nabrogación consintiera. No se le apartaba del mag&iacute;nmagín esta temeraria idea, y si el horrible acceso reum&aacute;ticoreumático que en aquellos meses sufr&iacute;asufría no la imposibilitara totalmente, ya se habr&iacute;ahabría presentado a D. Juan de Dios, a fin de proponerle lo que para &eacute;lél era un alivio y para ella una carga muy de su gusto. Bien clara est&aacute;está la raz&oacute;nrazón de que, suponiendo al Don Fernando cordialmente ligado a Su Excelencia, le recibiera con finuras y agasajos, y echara la casa por la ventana en aquel desusado convite.</p>
 
<p>En los postres sirvieron <em>cura&ccedil;aocuraçao</em>, que era quiz&aacute;squizás la &uacute;nicaúnica pasi&oacute;npasión o debilidad del viejo Maturana. Aquel dulce licor le hac&iacute;ahacía desmentir muy de tarde en tarde sus h&aacute;bitoshábitos de formalidad y grave continencia. Siempre que all&iacute;allí com&iacute;acomía o cenaba, Jacoba, por hacerle rabiar, aseguraba no tener <em>cura&ccedil;aocuraçao</em>; por fin, despu&eacute;sdespués de mucho trasteo, hac&iacute;ahacía traer la bebida y le daba un poquito, cuatro l&aacute;grimaslágrimas, y as&iacute;así se divert&iacute;adivertía con &eacute;lél, veng&aacute;ndosevengándose de alguna trastadilla que en los negocios le hab&iacute;ahabía jugado. Pero aquella noche, antes de que la se&ntilde;oraseñora empezase el sainete, le convid&oacute;convidó Aura, y sacando del aparador la botella, le sirvi&oacute;sirvió cuanto &eacute;lél quiso, y despu&eacute;sdespués a Fernando. Mientras D. Carlos paladeaba con embeleso los primeros sorbitos y Jacoba le afeaba su vicio con afectado enojo, Calpena charl&oacute;charló brevemente con Aura, cuando esta a su asiento volv&iacute;avolvía. Do&ntilde;aDoña Jacoba no reparaba en ello, o se hac&iacute;ahacía la distra&iacute;dadistraída, que tambi&eacute;ntambién pudo ser, y Maturana se hall&oacute;halló bien pronto bajo la influencia embelesadora del rico n&eacute;ctarnéctar.</p>
 
«¿Y qué?, ¿canta usted o no?».
 
<p>-No... me temo que D. Carlos no se duerma si canto. Pero si usted se empe&ntilde;aempeña en ello...</p>
 
<p>-Deseo que usted cante... Si hablando es su voz tan divina, &iquest;qu&eacute;¿qué ser&aacute;será...?</p>
 
<p>-&iquest;¿Cantando? Pues m&aacute;smás divina todav&iacute;atodavía... Bueno; pero conste que, si usted me manda cantar, hace una gran tonter&iacute;atontería.</p>
 
-¿Qué está usted diciendo?
 
<p>-Que hay otra cosa mejor que el canto m&iacute;omío.</p>
 
-¿Qué...?, ¡por Dios!
 
<p>-Hablar... que hablemos.</p>
 
<p>-Chist... silencio.</p>
 
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