Diferencia entre revisiones de «Mendizábal/II»

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|autor=[[Benito Pérez Galdós]]
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<p>-Seg&uacute;nSegún eso, es usted empleado.</p>
<div style='text-align:justify'>
 
<p>-Para todo lo que el se&ntilde;orseñor guste mandarme, me tiene de portero en el Ministerio de Hacienda. Miliciano nacional de artiller&iacute;aartillería en el glorioso trienio, fui colocado por el se&ntilde;orseñor Feliu. Qued&eacute;Quedé cesante el 23. Diez a&ntilde;osaños despu&eacute;sdespués me repuso el Sr. D. Francisco Javier de Burgos, que entr&oacute;entró en Fomento el 21 de Octubre del 33. En 7 de Febrero del a&ntilde;oaño siguiente pas&eacute;pasé a Hacienda con el Sr. D. Jos&eacute;José de Imaz; me conserv&oacute;conservó en mi puesto el se&ntilde;orseñor Conde de Toreno, que entro el 15 de Junio, y all&iacute;allí me tiene usted... Pero estoy entreteniendo al se&ntilde;orseñor m&aacute;smás de lo regular, sin pensar que se aproxima la hora de la cena. Antes querr&aacute;querrá quitarse el polvo del camino y lavarse cara y manos. Voy por agua, pues creo que tenemos el jarro vac&iacute;ovacío... Efectivamente... &iexcl;¡Y tanto que les encargu&eacute;encargué...! &iexcl;¡Cayetana!... &iexcl;¡Delfina!</p>
<p>-Seg&uacute;n eso, es usted empleado.</p>
 
<p>-Para todo lo que el se&ntilde;or guste mandarme, me tiene de portero en el Ministerio de Hacienda. Miliciano nacional de artiller&iacute;a en el glorioso trienio, fui colocado por el se&ntilde;or Feliu. Qued&eacute; cesante el 23. Diez a&ntilde;os despu&eacute;s me repuso el Sr. D. Francisco Javier de Burgos, que entr&oacute; en Fomento el 21 de Octubre del 33. En 7 de Febrero del a&ntilde;o siguiente pas&eacute; a Hacienda con el Sr. D. Jos&eacute; de Imaz; me conserv&oacute; en mi puesto el se&ntilde;or Conde de Toreno, que entro el 15 de Junio, y all&iacute; me tiene usted... Pero estoy entreteniendo al se&ntilde;or m&aacute;s de lo regular, sin pensar que se aproxima la hora de la cena. Antes querr&aacute; quitarse el polvo del camino y lavarse cara y manos. Voy por agua, pues creo que tenemos el jarro vac&iacute;o... Efectivamente... &iexcl;Y tanto que les encargu&eacute;...! &iexcl;Cayetana!... &iexcl;Delfina!</p>
<p>Sali&oacute;Salió presuroso, llamando a su esposa e hija, y a poco se presentaron estas con el agua y toallas limpias. Era la patrona regordeta y vivaracha, bastante m&aacute;smás joven que su marido; mala dentadura, pecho vacuno, que el cors&eacute;corsé levantaba a las alturas de la garganta; el habla gallega, manos de cocinera. La ni&ntilde;aniña, t&iacute;midatímida y rubicunda, habr&iacute;ahabría sido muy bonita si no torciera terriblemente los ojos. Preced&iacute;alasPrecedíalas el risue&ntilde;orisueño padre, que, al presentar a la familia, volvi&oacute;volvió a soltar la vena de su verbosidad.</p>
 
<p>El Sr. D. Fernando traer&iacute;atraería, seg&uacute;nsegún &eacute;lél, buen apetito. Pronto se le servir&iacute;aserviría la cena... Casa m&aacute;smás sosegada no se encontraba en todo Madrid, y como no admit&iacute;anadmitían sino hu&eacute;spedeshuéspedes recomendados, nunca ten&iacute;antenían m&aacute;smás de cinco o seis, y a la saz&oacute;nsazón, por ser verano, tan s&oacute;losólo dos, sin contar al Sr. D. Fernando, los cuales eran personas de mucho asiento y formalidad. A la hora de la cena les conocer&iacute;aconocería el nuevo hu&eacute;spedhuésped, y trabar&iacute;atrabaría con uno y otro sujeto relaciones cordiales... Dej&aacute;ronleDejáronle al fin para que se lavase, y despojado de su trajecito de mah&oacute;nmahón, se ocup&oacute;ocupó el hu&eacute;spedhuésped en sacar del ba&uacute;lbaúl la &uacute;nicaúnica ropita decente que tra&iacute;atraía, y camisa y corbata, para vestirse con toda la decencia compatible con su escaso peculio. Durante las operaciones de lavoteo y vestimenta, no cesaba de pensar en la ventura inesperada y misteriosa con que entraba en Madrid, y entre otras cosas que habr&iacute;anhabrían revelado su confusi&oacute;nconfusión si las pasara del pensamiento a los labios, se dijo: &laquo;«Es mucho cuento este. Se empe&ntilde;aempeña uno en ser cl&aacute;sicoclásico, y he aqu&iacute;aquí que el romanticismo le persigue, le acosa. Desea uno mantenerse en la regularidad, dentro del c&iacute;rculocírculo de las cosas previstas y ordenadas, y todo se le vuelve sorpresa, accidentes de poema o novel&oacute;nnovelón a la moda, enredo, arcano, <em>qu&eacute;qué ser&aacute;será</em>, y manos ocultas de deidades inc&oacute;gnitasincógnitas, que yo no cre&iacute;creí existiesen m&aacute;smás que en ciertos libros de gusto dudoso... Pues, se&ntilde;orseñor, veamos en qu&eacute;qué para esto, y Dios quiera que pare en bien. No las tengo todas conmigo, ni me resuelvo a entregarme a esta felicidad que me sale al encuentro abri&eacute;ndomeabriéndome los brazos, pues suelen los salteadores de caminos disfrazarse de personas decentes y ben&eacute;ficasbenéficas para sorprender mejor a los viajeros. Vigilemos, vivamos alerta...&raquo;».</p>
<p>Cenando migas excelentes con uvas de albillo, peces del Jarama fritos, y chuletas a la <em>papillote</em>, hizo conocimiento con los dos hu&eacute;spedes que la suerte le deparaba por compa&ntilde;eros de vivienda, y en verdad que tal conocimiento fue un nuevo halago de la escondida divinidad que tan visiblemente le proteg&iacute;a, porque ambos eran agradabil&iacute;simos, instruidos, graves y de perfecta educaci&oacute;n. El uno frisaba en los cincuenta a&ntilde;os, y en las primeras frases del coloquio se declar&oacute; manchego y patriota. Su locuacidad no molestaba; antes bien, instru&iacute;a deleitando, porque narraba los sucesos y expon&iacute;a las opiniones con singular donaire y una prolijidad pintoresca. Deb&iacute;a de tener muchas y buenas amistades con personas en aquel tiempo de gran viso, porque al nombrarlas empleaba casi siempre formas familiares.</p>
 
<p>Cuando Delfinita le serv&iacute;a las truchas, volviose a ella con viveza, dici&eacute;ndole: &laquo;No me han enterado ustedes de que hoy estuvo aqu&iacute; Salustiano dos veces&raquo;.</p>
<p>Cenando migas excelentes con uvas de albillo, peces del Jarama fritos, y chuletas a la <em>papillote</em>, hizo conocimiento con los dos hu&eacute;spedeshuéspedes que la suerte le deparaba por compa&ntilde;eroscompañeros de vivienda, y en verdad que tal conocimiento fue un nuevo halago de la escondida divinidad que tan visiblemente le proteg&iacute;aprotegía, porque ambos eran agradabil&iacute;simosagradabilísimos, instruidos, graves y de perfecta educaci&oacute;neducación. El uno frisaba en los cincuenta a&ntilde;osaños, y en las primeras frases del coloquio se declar&oacute;declaró manchego y patriota. Su locuacidad no molestaba; antes bien, instru&iacute;ainstruía deleitando, porque narraba los sucesos y expon&iacute;aexponía las opiniones con singular donaire y una prolijidad pintoresca. Deb&iacute;aDebía de tener muchas y buenas amistades con personas en aquel tiempo de gran viso, porque al nombrarlas empleaba casi siempre formas familiares.</p>
<p>-&iexcl;Ah!, s&iacute;... no me acordaba... -replic&oacute; la ni&ntilde;a de la casa-. &iexcl;Y que no se puso poco enojado la segunda vez, porque usted no estaba!</p>
 
<p>-&iexcl;Si ya le he visto, criatura! Por fin dio conmigo en el Caf&eacute; Nuevo, donde me hab&iacute;a citado mi tocayo Nicomedes para leerme dos art&iacute;culos de filosof&iacute;a, una comedia en verso y un proyecto de Constituci&oacute;n...</p>
<p>Cuando Delfinita le serv&iacute;aservía las truchas, volviose a ella con viveza, dici&eacute;ndolediciéndole: &laquo;«No me han enterado ustedes de que hoy estuvo aqu&iacute;aquí Salustiano dos veces&raquo;».</p>
<p>-Disp&eacute;nseme -dijo Calpena, que pronto empez&oacute; a tomar confianza-: ese Salustiano, &iquest;es Ol&oacute;zaga?</p>
 
<p>-El mismo. Le nombran Gobernador de Madrid...</p>
<p>-&iexcl;¡Ah!, s&iacute;... no me acordaba... -replic&oacute;replicó la ni&ntilde;aniña de la casa-. &iexcl;¡Y que no se puso poco enojado la segunda vez, porque usted no estaba!</p>
<p>-Subdelegado -apunt&oacute; el otro hu&eacute;sped, de quien se hablar&aacute; despu&eacute;s-, que as&iacute; se llaman ahora.</p>
 
<p>-Tanto monta, amigo Hillo... La denominaci&oacute;n que se adoptar&aacute; como definitiva es la de <em>jefes pol&iacute;ticos</em>. Por de pronto, empleemos la acepci&oacute;n que m&aacute;s f&aacute;cilmente comprende el pueblo: <em>gobernadores</em>... Pues pretende Salustiano llevarme de secretario; pero... no en mis d&iacute;as. Mientras yo no vea clara la situaci&oacute;n, mientras no vea un Gabinete decidido a marchar adelante, siempre adelante, enarbolando resueltamente la bandera del progreso, no me cogen, no me cogen... Nicomedes piensa lo mismo...</p>
<p>-&iexcl;¡Si ya le he visto, criatura! Por fin dio conmigo en el Caf&eacute;Café Nuevo, donde me hab&iacute;ahabía citado mi tocayo Nicomedes para leerme dos art&iacute;culosartículos de filosof&iacute;afilosofía, una comedia en verso y un proyecto de Constituci&oacute;nConstitución...</p>
<p>-O&iacute; decir esta tarde en el despacho de los Toros -indic&oacute; t&iacute;midamente el segundo hu&eacute;sped-, que ser&iacute;a secretario ese joven, tocayo de usted, que acaba de citar... Pastor.</p>
 
<p>-Atrasados est&aacute;n de noticias en el despacho de Toros, mi querido Hillo. Ser&aacute; secretario del Gobierno de Madrid mi amigo Manolo Bret&oacute;n.</p>
<p>-Disp&eacute;nsemeDispénseme -dijo Calpena, que pronto empez&oacute;empezó a tomar confianza-: ese Salustiano, &iquest;¿es Ol&oacute;zagaOlózaga?</p>
<p>-&iquest;El poeta... el autor de <em>Marcela</em>? -pregunt&oacute; Calpena con vivo inter&eacute;s.</p>
 
<p>-El mismo. Y a&ntilde;adir&eacute; que a m&iacute; me lo debe -afirm&oacute; con cierta fatuidad de buen tono el que llamamos <em>primer hu&eacute;sped</em>, y ahora Don Nicomedes. Conviene declarar, ante todo, que no es Pastor D&iacute;az. El hu&eacute;sped de la casa de M&eacute;ndez no ha pasado a la historia, aunque en verdad lo merec&iacute;a, por la agudeza de su entendimiento y la variedad de sus estudios. Menos a&ntilde;os contaba entonces el Nicomedes que despu&eacute;s adquiri&oacute; celebridad como pol&iacute;tico y publicista: ambos se hallaban ligados por estrecha y cordial amistad. El m&aacute;s joven hizo carrera literaria y pol&iacute;tica; el m&aacute;s viejo se fue a la Habana en tiempo del general Tac&oacute;n, y muri&oacute; de mala manera bajo el mando de Roncali. Apenas ha dejado rastro de s&iacute;, como no sea el descubierto con no poca diligencia por el que esto refiere; rastro apenas visible, apenas perceptible en el campo de la historia an&oacute;nima, es decir, de aquella historia que podr&iacute;a y deber&iacute;a escribirse sin personajes, sin figuras c&eacute;lebres, con los solos elementos del protagonista elemental, que es el macizo y santo pueblo, la raza, el <em>Fulano</em> colectivo.</p>
<p>-El mismo. Le nombran Gobernador de Madrid...</p>
<p>Bueno. Dir&eacute; algo ahora del segundo hu&eacute;sped, cl&eacute;rigo enjuto y amable, que entraba siempre en el comedor tarareando, y a veces tocando las casta&ntilde;uelas con los dedos, lo que no quiere decir que fuera un sacerdote casquivano, de estos que no saben llevar con decoro el sagrado h&aacute;bito que visten. La jovialidad del bon&iacute;simo D. Pedro Hillo, natural de Toro, era enteramente superficial, y a poco que se le tratara, se le ve&iacute;an las tristezas y el amargo desd&eacute;n que le andaba por dentro del alma, como una procesi&oacute;n interminable. Por lo dem&aacute;s, no se ha conocido hombre de costumbres m&aacute;s puras ni en la clase eclesi&aacute;stica ni en la civil; hombre que, si no derramaba el bien a manos llenas, era porque no se lo permit&iacute;a su mediano pasar, cercano a la pobreza; incapaz de ofender a nadie de palabra ni de obra; comedido en su trato; puntual en sus obligaciones; religioso de verdad, sin aspavientos. No ten&iacute;a m&aacute;s falta, si falta es, que gustar locamente de las funciones de toros. Su principal ciencia, entre las poquitas que atesoraba, era el entender del arte del toreo y mostrar profundo conocimiento de sus reglas, de su historia, y poder dar sobre tales materias opiniones que los devotos del cuerno o&iacute;an como la palabra divina. Pero d&iacute;gase en honor de D. Pedro Hillo que, lejos de la intimidad con otros taur&oacute;filos, no alardeaba de su conocimiento, ni usaba nunca los groseros terminachos que suelen ser lenguaje propio de esta singular afici&oacute;n. Como se disimula un rid&iacute;culo vicio, disimulaba el buen curita su autoridad en materia de quiebros, pases y estocadas.</p>
 
<p>Y para que se vea un ejemplo m&aacute;s de las complejidades del humano esp&iacute;ritu, s&eacute;pase que a este saber de cosas triviales un&iacute;a Don Pedro de otro de m&aacute;s sustancia. Era un apreciable ret&oacute;rico, de la escuela de Luz&aacute;n y Hermosilla; hab&iacute;a practicado durante m&aacute;s de veinte a&ntilde;os el magisterio del arte de hablar bien en prosa y verso, y orgulloso de estos conocimientos, trataba de lucirlos siempre que pod&iacute;a.</p>
<p>-Subdelegado -apunt&oacute;apuntó el otro hu&eacute;spedhuésped, de quien se hablar&aacute;hablará despu&eacute;sdespués-, que as&iacute;así se llaman ahora.</p>
<p>Se ignora por qu&eacute; dej&oacute; el bueno de Hillo, primero su c&aacute;tedra del Colegio Mayor de Zamora, despu&eacute;s el cargo de preceptor de los ni&ntilde;os del se&ntilde;or Duque de Pe&ntilde;aranda de Bracamonte. Lo que s&iacute; se ha podido averiguar es que en Septiembre de 1836 pretend&iacute;a una c&aacute;tedra de la Universidad Complutense, y que en aquella fecha llevaba a&ntilde;o y medio de in&uacute;tiles pasos y gestiones sin obtener m&aacute;s que buenas palabras. Eso s&iacute;: ni se cansaba de pretender, ni los desaires y aplazamientos marchitaban sus ilusiones, ni le rend&iacute;a el fatigoso y trist&iacute;simo <em>vuelva usted ma&ntilde;ana</em>.</p>
 
<p>D&iacute;gase tambi&eacute;n, para completar la figura, que D. Pedro profesaba o fing&iacute;a, en pol&iacute;tica, un escepticismo inalterable, rara condici&oacute;n en aquellos tiempos de lucha. Conocimiento y amistad ten&iacute;a con personas de una y otra bandera; pero de nada le val&iacute;an, sin duda por causa de su timidez, o por la vaguedad de sus opiniones, que tal vez le hac&iacute;a sospechoso a tirios y troyanos. Los patriotas le miraban con recelo crey&eacute;ndole arrimado al carlismo, y la gente templada le ten&iacute;a por afecto a las logias. Por esto dec&iacute;a &eacute;l, empleando la palabra griega que significa moraleja: &laquo;<em>Epimicion</em>: quien navega entre dos aguas, no llega nunca a una c&aacute;tedra&raquo;.</p>
<p>-Tanto monta, amigo Hillo... La denominaci&oacute;ndenominación que se adoptar&aacute;adoptará como definitiva es la de <em>jefes pol&iacute;ticospolíticos</em>. Por de pronto, empleemos la acepci&oacute;nacepción que m&aacute;smás f&aacute;cilmentefácilmente comprende el pueblo: <em>gobernadores</em>... Pues pretende Salustiano llevarme de secretario; pero... no en mis d&iacute;asdías. Mientras yo no vea clara la situaci&oacute;nsituación, mientras no vea un Gabinete decidido a marchar adelante, siempre adelante, enarbolando resueltamente la bandera del progreso, no me cogen, no me cogen... Nicomedes piensa lo mismo...</p>
<p>El primer hu&eacute;sped, D. Nicomedes Iglesias tambi&eacute;n pretend&iacute;a; mas no era f&aacute;cil traslucir el objeto de sus desatentadas ambiciones. Cosa extra&ntilde;a: Hillo hablaba poco, y sus prop&oacute;sitos y deseos se trasluc&iacute;an a las primeras palabras. Por los codos hablaba Iglesias y despu&eacute;s de o&iacute;rle perorar tres horas con gracia y facundia prodigiosa, nadie sab&iacute;a lo que pensaba, ni qu&eacute; planes o enredos se tra&iacute;a. No disimulaba el radicalismo de sus ideas, el cual no era obst&aacute;culo para que cultivase el trato de casi todas las notabilidades de aquella turbulenta generaci&oacute;n, siendo su mayor intimidad con los exaltados. Toda la tarde estaba fuera de casa, menos cuando daba cita en ella a un par de compinches, pas&aacute;ndose las horas muertas de concili&aacute;bulo a puerta cerrada. Despu&eacute;s de cenar se echaba invariablemente a la calle, y no volv&iacute;a hasta la madrugada; levant&aacute;base a la hora de comer, y al encontrarse en la mesa con su amigo D. Pedro, bromeaban un rato. El presb&iacute;tero ten&iacute;a siempre algo que decir de las nocturnidades de su compa&ntilde;ero; pero sin traspasar nunca los l&iacute;mites de una discreta confianza inofensiva: &laquo;&iquest;Qu&eacute; hay por la <em>casa de Tepa</em>?... Anoche, amigo Nicomedes, debieron ustedes tratar de ir disolviendo juntitas, para que no se enfade D. Juan de Dios &Aacute;lvarez... Mucho tuvieron que discutir anoche los del <em>rito escoc&eacute;s</em>, porque entr&oacute; usted cerca de las cuatro... &iquest;Y qu&eacute; se sabe del &iacute;nclito Aviraneta? &iquest;Le sueltan, o le hacen ministro, o le ahorcan?&raquo;.</p>
 
<p>Contestaba el otro a estas pullas inocentes con gracia y mesura, sin soltar prenda, ni clarearse m&aacute;s de lo que le conven&iacute;a. Desde la primera cena simpatiz&oacute; Calpena con sus dos compa&ntilde;eros de casa, y singularmente con el cl&eacute;rigo Hillo. El agrado que la conversaci&oacute;n de este le causaba aument&oacute; tan r&aacute;pidamente, que al segundo d&iacute;a eran amigos, y ambos cre&iacute;an que su trato databa de larga fecha. Verdad que los dos eran cl&aacute;sicos en lo literario, templados o neutrales en lo pol&iacute;tico, de pac&iacute;fico y blando genio, amantes de la regularidad y del vivir manso, sin emociones; semejanza que un atento observador habr&iacute;a podido apreciar, no obstante las diferencias que la edad marcaba en uno y otro. Hab&iacute;a, sin embargo, momentos en que Calpena se expresaba como un viejo, y D. Pedro como un muchacho.</p>
<p>-O&iacute; decir esta tarde en el despacho de los Toros -indic&oacute;indicó t&iacute;midamentetímidamente el segundo hu&eacute;spedhuésped-, que ser&iacute;asería secretario ese joven, tocayo de usted, que acaba de citar... Pastor.</p>
<p>El segundo d&iacute;a de hospedaje, desayun&aacute;ndose juntos, hablaron de pol&iacute;tica, que era en aquel tiempo la usual, la obligada comidilla, lo mismo al almuerzo que a la cena. &laquo;&iquest;Qu&eacute; le parece a usted, amigo D. Fernando? -dijo Hillo-. &iquest;Nos cumplir&aacute; ese Sr. Mendiz&aacute;bal todo lo que nos ha prometido? Porque ya ve usted si ha venido con &iacute;nfulas. Que acabar&aacute; la guerra carlista en seis meses, y que para entonces no veremos un faccioso ni busc&aacute;ndolo con candil. Que pondr&aacute; t&eacute;rmino a la anarqu&iacute;a, cortando el revesino a todas las juntas. Que arreglar&aacute; la Hacienda, y pronto rebosar&aacute;n las arcas del Tesoro. Que har&aacute; de la Espa&ntilde;a una naci&oacute;n tan grande y poderosa como la Inglaterra, y seremos todos felices y nos atracaremos de libertad y orden, de pan y trabajo, de buenas leyes, justicia, religi&oacute;n, libertad de imprenta, luces, ciencia, y, en fin, de todo aquello que ahora no comemos ni hemos comido nunca&raquo;.</p>
 
<p>-Atrasados est&aacute;nestán de noticias en el despacho de Toros, mi querido Hillo. Ser&aacute;Será secretario del Gobierno de Madrid mi amigo Manolo Bret&oacute;nBretón.</p>
 
<p>-&iquest;¿El poeta... el autor de <em>Marcela</em>? -pregunt&oacute;preguntó Calpena con vivo inter&eacute;sinterés.</p>
 
<p>-El mismo. Y a&ntilde;adir&eacute;añadiré que a m&iacute; me lo debe -afirm&oacute;afirmó con cierta fatuidad de buen tono el que llamamos <em>primer hu&eacute;spedhuésped</em>, y ahora Don Nicomedes. Conviene declarar, ante todo, que no es Pastor D&iacute;azDíaz. El hu&eacute;spedhuésped de la casa de M&eacute;ndezMéndez no ha pasado a la historia, aunque en verdad lo merec&iacute;amerecía, por la agudeza de su entendimiento y la variedad de sus estudios. Menos a&ntilde;osaños contaba entonces el Nicomedes que despu&eacute;sdespués adquiri&oacute;adquirió celebridad como pol&iacute;ticopolítico y publicista: ambos se hallaban ligados por estrecha y cordial amistad. El m&aacute;smás joven hizo carrera literaria y pol&iacute;ticapolítica; el m&aacute;smás viejo se fue a la Habana en tiempo del general Tac&oacute;nTacón, y muri&oacute;murió de mala manera bajo el mando de Roncali. Apenas ha dejado rastro de s&iacute;, como no sea el descubierto con no poca diligencia por el que esto refiere; rastro apenas visible, apenas perceptible en el campo de la historia an&oacute;nimaanónima, es decir, de aquella historia que podr&iacute;apodría y deber&iacute;adebería escribirse sin personajes, sin figuras c&eacute;lebrescélebres, con los solos elementos del protagonista elemental, que es el macizo y santo pueblo, la raza, el <em>Fulano</em> colectivo.</p>
 
<p>Bueno. Dir&eacute;Diré algo ahora del segundo hu&eacute;spedhuésped, cl&eacute;rigoclérigo enjuto y amable, que entraba siempre en el comedor tarareando, y a veces tocando las casta&ntilde;uelascastañuelas con los dedos, lo que no quiere decir que fuera un sacerdote casquivano, de estos que no saben llevar con decoro el sagrado h&aacute;bitohábito que visten. La jovialidad del bon&iacute;simobonísimo D. Pedro Hillo, natural de Toro, era enteramente superficial, y a poco que se le tratara, se le ve&iacute;anveían las tristezas y el amargo desd&eacute;ndesdén que le andaba por dentro del alma, como una procesi&oacute;nprocesión interminable. Por lo dem&aacute;sdemás, no se ha conocido hombre de costumbres m&aacute;smás puras ni en la clase eclesi&aacute;sticaeclesiástica ni en la civil; hombre que, si no derramaba el bien a manos llenas, era porque no se lo permit&iacute;apermitía su mediano pasar, cercano a la pobreza; incapaz de ofender a nadie de palabra ni de obra; comedido en su trato; puntual en sus obligaciones; religioso de verdad, sin aspavientos. No ten&iacute;atenía m&aacute;smás falta, si falta es, que gustar locamente de las funciones de toros. Su principal ciencia, entre las poquitas que atesoraba, era el entender del arte del toreo y mostrar profundo conocimiento de sus reglas, de su historia, y poder dar sobre tales materias opiniones que los devotos del cuerno o&iacute;anoían como la palabra divina. Pero d&iacute;gasedígase en honor de D. Pedro Hillo que, lejos de la intimidad con otros taur&oacute;filostaurófilos, no alardeaba de su conocimiento, ni usaba nunca los groseros terminachos que suelen ser lenguaje propio de esta singular afici&oacute;nafición. Como se disimula un rid&iacute;culoridículo vicio, disimulaba el buen curita su autoridad en materia de quiebros, pases y estocadas.</p>
 
<p>Y para que se vea un ejemplo m&aacute;smás de las complejidades del humano esp&iacute;rituespíritu, s&eacute;pasesépase que a este saber de cosas triviales un&iacute;aunía Don Pedro de otro de m&aacute;smás sustancia. Era un apreciable ret&oacute;ricoretórico, de la escuela de Luz&aacute;nLuzán y Hermosilla; hab&iacute;ahabía practicado durante m&aacute;smás de veinte a&ntilde;osaños el magisterio del arte de hablar bien en prosa y verso, y orgulloso de estos conocimientos, trataba de lucirlos siempre que pod&iacute;apodía.</p>
 
<p>Se ignora por qu&eacute;qué dej&oacute;dejó el bueno de Hillo, primero su c&aacute;tedracátedra del Colegio Mayor de Zamora, despu&eacute;sdespués el cargo de preceptor de los ni&ntilde;osniños del se&ntilde;orseñor Duque de Pe&ntilde;arandaPeñaranda de Bracamonte. Lo que s&iacute; se ha podido averiguar es que en Septiembre de 1836 pretend&iacute;apretendía una c&aacute;tedracátedra de la Universidad Complutense, y que en aquella fecha llevaba a&ntilde;oaño y medio de in&uacute;tilesinútiles pasos y gestiones sin obtener m&aacute;smás que buenas palabras. Eso s&iacute;: ni se cansaba de pretender, ni los desaires y aplazamientos marchitaban sus ilusiones, ni le rend&iacute;arendía el fatigoso y trist&iacute;simotristísimo <em>vuelva usted ma&ntilde;anamañana</em>.</p>
 
<p>D&iacute;gaseDígase tambi&eacute;ntambién, para completar la figura, que D. Pedro profesaba o fing&iacute;afingía, en pol&iacute;ticapolítica, un escepticismo inalterable, rara condici&oacute;ncondición en aquellos tiempos de lucha. Conocimiento y amistad ten&iacute;atenía con personas de una y otra bandera; pero de nada le val&iacute;anvalían, sin duda por causa de su timidez, o por la vaguedad de sus opiniones, que tal vez le hac&iacute;ahacía sospechoso a tirios y troyanos. Los patriotas le miraban con recelo crey&eacute;ndolecreyéndole arrimado al carlismo, y la gente templada le ten&iacute;atenía por afecto a las logias. Por esto dec&iacute;adecía &eacute;lél, empleando la palabra griega que significa moraleja: &laquo;«<em>Epimicion</em>: quien navega entre dos aguas, no llega nunca a una c&aacute;tedra&raquo;cátedra».</p>
 
<p>El primer hu&eacute;spedhuésped, D. Nicomedes Iglesias tambi&eacute;ntambién pretend&iacute;apretendía; mas no era f&aacute;cilfácil traslucir el objeto de sus desatentadas ambiciones. Cosa extra&ntilde;aextraña: Hillo hablaba poco, y sus prop&oacute;sitospropósitos y deseos se trasluc&iacute;antraslucían a las primeras palabras. Por los codos hablaba Iglesias y despu&eacute;sdespués de o&iacute;rleoírle perorar tres horas con gracia y facundia prodigiosa, nadie sab&iacute;asabía lo que pensaba, ni qu&eacute;qué planes o enredos se tra&iacute;atraía. No disimulaba el radicalismo de sus ideas, el cual no era obst&aacute;culoobstáculo para que cultivase el trato de casi todas las notabilidades de aquella turbulenta generaci&oacute;ngeneración, siendo su mayor intimidad con los exaltados. Toda la tarde estaba fuera de casa, menos cuando daba cita en ella a un par de compinches, pas&aacute;ndosepasándose las horas muertas de concili&aacute;buloconciliábulo a puerta cerrada. Despu&eacute;sDespués de cenar se echaba invariablemente a la calle, y no volv&iacute;avolvía hasta la madrugada; levant&aacute;baselevantábase a la hora de comer, y al encontrarse en la mesa con su amigo D. Pedro, bromeaban un rato. El presb&iacute;teropresbítero ten&iacute;atenía siempre algo que decir de las nocturnidades de su compa&ntilde;erocompañero; pero sin traspasar nunca los l&iacute;miteslímites de una discreta confianza inofensiva: &laquo;&iquest;Qu&eacute;«¿Qué hay por la <em>casa de Tepa</em>?... Anoche, amigo Nicomedes, debieron ustedes tratar de ir disolviendo juntitas, para que no se enfade D. Juan de Dios &Aacute;lvarezÁlvarez... Mucho tuvieron que discutir anoche los del <em>rito escoc&eacute;sescocés</em>, porque entr&oacute;entró usted cerca de las cuatro... &iquest;¿Y qu&eacute;qué se sabe del &iacute;nclitoínclito Aviraneta? &iquest;¿Le sueltan, o le hacen ministro, o le ahorcan?&raquo;».</p>
 
<p>Contestaba el otro a estas pullas inocentes con gracia y mesura, sin soltar prenda, ni clarearse m&aacute;smás de lo que le conven&iacute;aconvenía. Desde la primera cena simpatiz&oacute;simpatizó Calpena con sus dos compa&ntilde;eroscompañeros de casa, y singularmente con el cl&eacute;rigoclérigo Hillo. El agrado que la conversaci&oacute;nconversación de este le causaba aument&oacute;aumentó tan r&aacute;pidamenterápidamente, que al segundo d&iacute;adía eran amigos, y ambos cre&iacute;ancreían que su trato databa de larga fecha. Verdad que los dos eran cl&aacute;sicosclásicos en lo literario, templados o neutrales en lo pol&iacute;ticopolítico, de pac&iacute;ficopacífico y blando genio, amantes de la regularidad y del vivir manso, sin emociones; semejanza que un atento observador habr&iacute;ahabría podido apreciar, no obstante las diferencias que la edad marcaba en uno y otro. Hab&iacute;aHabía, sin embargo, momentos en que Calpena se expresaba como un viejo, y D. Pedro como un muchacho.</p>
 
<p>El segundo d&iacute;adía de hospedaje, desayun&aacute;ndosedesayunándose juntos, hablaron de pol&iacute;ticapolítica, que era en aquel tiempo la usual, la obligada comidilla, lo mismo al almuerzo que a la cena. &laquo;&iquest;Qu&eacute;«¿Qué le parece a usted, amigo D. Fernando? -dijo Hillo-. &iquest;¿Nos cumplir&aacute;cumplirá ese Sr. Mendiz&aacute;balMendizábal todo lo que nos ha prometido? Porque ya ve usted si ha venido con &iacute;nfulasínfulas. Que acabar&aacute;acabará la guerra carlista en seis meses, y que para entonces no veremos un faccioso ni busc&aacute;ndolobuscándolo con candil. Que pondr&aacute;pondrá t&eacute;rminotérmino a la anarqu&iacute;aanarquía, cortando el revesino a todas las juntas. Que arreglar&aacute;arreglará la Hacienda, y pronto rebosar&aacute;nrebosarán las arcas del Tesoro. Que har&aacute;hará de la Espa&ntilde;aEspaña una naci&oacute;nnación tan grande y poderosa como la Inglaterra, y seremos todos felices y nos atracaremos de libertad y orden, de pan y trabajo, de buenas leyes, justicia, religi&oacute;nreligión, libertad de imprenta, luces, ciencia, y, en fin, de todo aquello que ahora no comemos ni hemos comido nunca&raquo;».</p>
 
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