|autor=[[Benito Pérez Galdós]]
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<p>- SegúnSegún eso, es usted empleado. </p>▼
<div style='text-align:justify'>
<p>-Para todo lo que el señorseñor guste mandarme, me tiene de portero en el Ministerio de Hacienda. Miliciano nacional de artilleríaartillería en el glorioso trienio, fui colocado por el señorseñor Feliu. QuedéQuedé cesante el 23. Diez añosaños despuésdespués me repuso el Sr. D. Francisco Javier de Burgos, que entróentró en Fomento el 21 de Octubre del 33. En 7 de Febrero del añoaño siguiente pasépasé a Hacienda con el Sr. D. JoséJosé de Imaz; me conservóconservó en mi puesto el señorseñor Conde de Toreno, que entro el 15 de Junio, y allíallí me tiene usted... Pero estoy entreteniendo al señorseñor másmás de lo regular, sin pensar que se aproxima la hora de la cena. Antes querráquerrá quitarse el polvo del camino y lavarse cara y manos. Voy por agua, pues creo que tenemos el jarro vacíovacío... Efectivamente... ¡¡Y tanto que les encarguéencargué...! ¡¡Cayetana!... ¡¡Delfina! </p>▼
▲<p>-Según eso, es usted empleado.</p>
▲<p>-Para todo lo que el señor guste mandarme, me tiene de portero en el Ministerio de Hacienda. Miliciano nacional de artillería en el glorioso trienio, fui colocado por el señor Feliu. Quedé cesante el 23. Diez años después me repuso el Sr. D. Francisco Javier de Burgos, que entró en Fomento el 21 de Octubre del 33. En 7 de Febrero del año siguiente pasé a Hacienda con el Sr. D. José de Imaz; me conservó en mi puesto el señor Conde de Toreno, que entro el 15 de Junio, y allí me tiene usted... Pero estoy entreteniendo al señor más de lo regular, sin pensar que se aproxima la hora de la cena. Antes querrá quitarse el polvo del camino y lavarse cara y manos. Voy por agua, pues creo que tenemos el jarro vacío... Efectivamente... ¡Y tanto que les encargué...! ¡Cayetana!... ¡Delfina!</p>
<p>SalióSalió presuroso, llamando a su esposa e hija, y a poco se presentaron estas con el agua y toallas limpias. Era la patrona regordeta y vivaracha, bastante másmás joven que su marido; mala dentadura, pecho vacuno, que el corsécorsé levantaba a las alturas de la garganta; el habla gallega, manos de cocinera. La niñaniña, tímidatímida y rubicunda, habríahabría sido muy bonita si no torciera terriblemente los ojos. PrecedíalasPrecedíalas el risueñorisueño padre, que, al presentar a la familia, volvióvolvió a soltar la vena de su verbosidad.</p>
<p>El Sr. D. Fernando traeríatraería, segúnsegún élél, buen apetito. Pronto se le serviríaserviría la cena... Casa másmás sosegada no se encontraba en todo Madrid, y como no admitíanadmitían sino huéspedeshuéspedes recomendados, nunca teníantenían másmás de cinco o seis, y a la sazónsazón, por ser verano, tan sólosólo dos, sin contar al Sr. D. Fernando, los cuales eran personas de mucho asiento y formalidad. A la hora de la cena les conoceríaconocería el nuevo huéspedhuésped, y trabaríatrabaría con uno y otro sujeto relaciones cordiales... DejáronleDejáronle al fin para que se lavase, y despojado de su trajecito de mahónmahón, se ocupóocupó el huéspedhuésped en sacar del baúlbaúl la únicaúnica ropita decente que traíatraía, y camisa y corbata, para vestirse con toda la decencia compatible con su escaso peculio. Durante las operaciones de lavoteo y vestimenta, no cesaba de pensar en la ventura inesperada y misteriosa con que entraba en Madrid, y entre otras cosas que habríanhabrían revelado su confusiónconfusión si las pasara del pensamiento a los labios, se dijo: ««Es mucho cuento este. Se empeñaempeña uno en ser clásicoclásico, y he aquíaquí que el romanticismo le persigue, le acosa. Desea uno mantenerse en la regularidad, dentro del círculocírculo de las cosas previstas y ordenadas, y todo se le vuelve sorpresa, accidentes de poema o novelónnovelón a la moda, enredo, arcano, <em>quéqué seráserá</em>, y manos ocultas de deidades incógnitasincógnitas, que yo no creícreí existiesen másmás que en ciertos libros de gusto dudoso... Pues, señorseñor, veamos en quéqué para esto, y Dios quiera que pare en bien. No las tengo todas conmigo, ni me resuelvo a entregarme a esta felicidad que me sale al encuentro abriéndomeabriéndome los brazos, pues suelen los salteadores de caminos disfrazarse de personas decentes y benéficasbenéficas para sorprender mejor a los viajeros. Vigilemos, vivamos alerta...»».</p>
<p>Cenando migas excelentes con uvas de albillo, peces del Jarama fritos, y chuletas a la <em>papillote</em>, hizo conocimiento con los dos huéspedes que la suerte le deparaba por compañeros de vivienda, y en verdad que tal conocimiento fue un nuevo halago de la escondida divinidad que tan visiblemente le protegía, porque ambos eran agradabilísimos, instruidos, graves y de perfecta educación. El uno frisaba en los cincuenta años, y en las primeras frases del coloquio se declaró manchego y patriota. Su locuacidad no molestaba; antes bien, instruía deleitando, porque narraba los sucesos y exponía las opiniones con singular donaire y una prolijidad pintoresca. Debía de tener muchas y buenas amistades con personas en aquel tiempo de gran viso, porque al nombrarlas empleaba casi siempre formas familiares.</p> ▼
<p>Cuando Delfinita le servía las truchas, volviose a ella con viveza, diciéndole: «No me han enterado ustedes de que hoy estuvo aquí Salustiano dos veces».</p> ▼
▲<p>Cenando migas excelentes con uvas de albillo, peces del Jarama fritos, y chuletas a la <em>papillote</em>, hizo conocimiento con los dos huéspedeshuéspedes que la suerte le deparaba por compañeroscompañeros de vivienda, y en verdad que tal conocimiento fue un nuevo halago de la escondida divinidad que tan visiblemente le protegíaprotegía, porque ambos eran agradabilísimosagradabilísimos, instruidos, graves y de perfecta educacióneducación. El uno frisaba en los cincuenta añosaños, y en las primeras frases del coloquio se declaródeclaró manchego y patriota. Su locuacidad no molestaba; antes bien, instruíainstruía deleitando, porque narraba los sucesos y exponíaexponía las opiniones con singular donaire y una prolijidad pintoresca. DebíaDebía de tener muchas y buenas amistades con personas en aquel tiempo de gran viso, porque al nombrarlas empleaba casi siempre formas familiares. </p>
<p>-¡Ah!, sí... no me acordaba... -replicó la niña de la casa-. ¡Y que no se puso poco enojado la segunda vez, porque usted no estaba!</p> ▼
<p>-¡Si ya le he visto, criatura! Por fin dio conmigo en el Café Nuevo, donde me había citado mi tocayo Nicomedes para leerme dos artículos de filosofía, una comedia en verso y un proyecto de Constitución...</p> ▼
▲<p>Cuando Delfinita le servíaservía las truchas, volviose a ella con viveza, diciéndolediciéndole: ««No me han enterado ustedes de que hoy estuvo aquíaquí Salustiano dos veces »». </p>
<p>-Dispénseme -dijo Calpena, que pronto empezó a tomar confianza-: ese Salustiano, ¿es Olózaga?</p> ▼
<p>-El mismo. Le nombran Gobernador de Madrid...</p> ▼
▲<p>- ¡¡Ah!, sísí... no me acordaba... - replicóreplicó la niñaniña de la casa-. ¡¡Y que no se puso poco enojado la segunda vez, porque usted no estaba! </p>
<p>-Subdelegado -apuntó el otro huésped, de quien se hablará después-, que así se llaman ahora.</p> ▼
<p>-Tanto monta, amigo Hillo... La denominación que se adoptará como definitiva es la de <em>jefes políticos</em>. Por de pronto, empleemos la acepción que más fácilmente comprende el pueblo: <em>gobernadores</em>... Pues pretende Salustiano llevarme de secretario; pero... no en mis días. Mientras yo no vea clara la situación, mientras no vea un Gabinete decidido a marchar adelante, siempre adelante, enarbolando resueltamente la bandera del progreso, no me cogen, no me cogen... Nicomedes piensa lo mismo...</p> ▼
▲<p>- ¡¡Si ya le he visto, criatura! Por fin dio conmigo en el CaféCafé Nuevo, donde me habíahabía citado mi tocayo Nicomedes para leerme dos artículosartículos de filosofíafilosofía, una comedia en verso y un proyecto de ConstituciónConstitución... </p>
<p>-Oí decir esta tarde en el despacho de los Toros -indicó tímidamente el segundo huésped-, que sería secretario ese joven, tocayo de usted, que acaba de citar... Pastor.</p> ▼
<p>-Atrasados están de noticias en el despacho de Toros, mi querido Hillo. Será secretario del Gobierno de Madrid mi amigo Manolo Bretón.</p> ▼
▲<p>- DispénsemeDispénseme -dijo Calpena, que pronto empezóempezó a tomar confianza-: ese Salustiano, ¿¿es OlózagaOlózaga? </p>
<p>-¿El poeta... el autor de <em>Marcela</em>? -preguntó Calpena con vivo interés.</p> ▼
<p>-El mismo. Y añadiré que a mí me lo debe -afirmó con cierta fatuidad de buen tono el que llamamos <em>primer huésped</em>, y ahora Don Nicomedes. Conviene declarar, ante todo, que no es Pastor Díaz. El huésped de la casa de Méndez no ha pasado a la historia, aunque en verdad lo merecía, por la agudeza de su entendimiento y la variedad de sus estudios. Menos años contaba entonces el Nicomedes que después adquirió celebridad como político y publicista: ambos se hallaban ligados por estrecha y cordial amistad. El más joven hizo carrera literaria y política; el más viejo se fue a la Habana en tiempo del general Tacón, y murió de mala manera bajo el mando de Roncali. Apenas ha dejado rastro de sí, como no sea el descubierto con no poca diligencia por el que esto refiere; rastro apenas visible, apenas perceptible en el campo de la historia anónima, es decir, de aquella historia que podría y debería escribirse sin personajes, sin figuras célebres, con los solos elementos del protagonista elemental, que es el macizo y santo pueblo, la raza, el <em>Fulano</em> colectivo.</p> ▼
▲<p>-El mismo. Le nombran Gobernador de Madrid... </p>
<p>Bueno. Diré algo ahora del segundo huésped, clérigo enjuto y amable, que entraba siempre en el comedor tarareando, y a veces tocando las castañuelas con los dedos, lo que no quiere decir que fuera un sacerdote casquivano, de estos que no saben llevar con decoro el sagrado hábito que visten. La jovialidad del bonísimo D. Pedro Hillo, natural de Toro, era enteramente superficial, y a poco que se le tratara, se le veían las tristezas y el amargo desdén que le andaba por dentro del alma, como una procesión interminable. Por lo demás, no se ha conocido hombre de costumbres más puras ni en la clase eclesiástica ni en la civil; hombre que, si no derramaba el bien a manos llenas, era porque no se lo permitía su mediano pasar, cercano a la pobreza; incapaz de ofender a nadie de palabra ni de obra; comedido en su trato; puntual en sus obligaciones; religioso de verdad, sin aspavientos. No tenía más falta, si falta es, que gustar locamente de las funciones de toros. Su principal ciencia, entre las poquitas que atesoraba, era el entender del arte del toreo y mostrar profundo conocimiento de sus reglas, de su historia, y poder dar sobre tales materias opiniones que los devotos del cuerno oían como la palabra divina. Pero dígase en honor de D. Pedro Hillo que, lejos de la intimidad con otros taurófilos, no alardeaba de su conocimiento, ni usaba nunca los groseros terminachos que suelen ser lenguaje propio de esta singular afición. Como se disimula un ridículo vicio, disimulaba el buen curita su autoridad en materia de quiebros, pases y estocadas.</p> ▼
<p>Y para que se vea un ejemplo más de las complejidades del humano espíritu, sépase que a este saber de cosas triviales unía Don Pedro de otro de más sustancia. Era un apreciable retórico, de la escuela de Luzán y Hermosilla; había practicado durante más de veinte años el magisterio del arte de hablar bien en prosa y verso, y orgulloso de estos conocimientos, trataba de lucirlos siempre que podía.</p> ▼
▲<p>-Subdelegado - apuntóapuntó el otro huéspedhuésped, de quien se hablaráhablará despuésdespués-, que asíasí se llaman ahora. </p>
<p>Se ignora por qué dejó el bueno de Hillo, primero su cátedra del Colegio Mayor de Zamora, después el cargo de preceptor de los niños del señor Duque de Peñaranda de Bracamonte. Lo que sí se ha podido averiguar es que en Septiembre de 1836 pretendía una cátedra de la Universidad Complutense, y que en aquella fecha llevaba año y medio de inútiles pasos y gestiones sin obtener más que buenas palabras. Eso sí: ni se cansaba de pretender, ni los desaires y aplazamientos marchitaban sus ilusiones, ni le rendía el fatigoso y tristísimo <em>vuelva usted mañana</em>.</p> ▼
<p>Dígase también, para completar la figura, que D. Pedro profesaba o fingía, en política, un escepticismo inalterable, rara condición en aquellos tiempos de lucha. Conocimiento y amistad tenía con personas de una y otra bandera; pero de nada le valían, sin duda por causa de su timidez, o por la vaguedad de sus opiniones, que tal vez le hacía sospechoso a tirios y troyanos. Los patriotas le miraban con recelo creyéndole arrimado al carlismo, y la gente templada le tenía por afecto a las logias. Por esto decía él, empleando la palabra griega que significa moraleja: «<em>Epimicion</em>: quien navega entre dos aguas, no llega nunca a una cátedra».</p> ▼
▲<p>-Tanto monta, amigo Hillo... La denominacióndenominación que se adoptaráadoptará como definitiva es la de <em>jefes políticospolíticos</em>. Por de pronto, empleemos la acepciónacepción que másmás fácilmentefácilmente comprende el pueblo: <em>gobernadores</em>... Pues pretende Salustiano llevarme de secretario; pero... no en mis díasdías. Mientras yo no vea clara la situaciónsituación, mientras no vea un Gabinete decidido a marchar adelante, siempre adelante, enarbolando resueltamente la bandera del progreso, no me cogen, no me cogen... Nicomedes piensa lo mismo... </p>
<p>El primer huésped, D. Nicomedes Iglesias también pretendía; mas no era fácil traslucir el objeto de sus desatentadas ambiciones. Cosa extraña: Hillo hablaba poco, y sus propósitos y deseos se traslucían a las primeras palabras. Por los codos hablaba Iglesias y después de oírle perorar tres horas con gracia y facundia prodigiosa, nadie sabía lo que pensaba, ni qué planes o enredos se traía. No disimulaba el radicalismo de sus ideas, el cual no era obstáculo para que cultivase el trato de casi todas las notabilidades de aquella turbulenta generación, siendo su mayor intimidad con los exaltados. Toda la tarde estaba fuera de casa, menos cuando daba cita en ella a un par de compinches, pasándose las horas muertas de conciliábulo a puerta cerrada. Después de cenar se echaba invariablemente a la calle, y no volvía hasta la madrugada; levantábase a la hora de comer, y al encontrarse en la mesa con su amigo D. Pedro, bromeaban un rato. El presbítero tenía siempre algo que decir de las nocturnidades de su compañero; pero sin traspasar nunca los límites de una discreta confianza inofensiva: «¿Qué hay por la <em>casa de Tepa</em>?... Anoche, amigo Nicomedes, debieron ustedes tratar de ir disolviendo juntitas, para que no se enfade D. Juan de Dios Álvarez... Mucho tuvieron que discutir anoche los del <em>rito escocés</em>, porque entró usted cerca de las cuatro... ¿Y qué se sabe del ínclito Aviraneta? ¿Le sueltan, o le hacen ministro, o le ahorcan?».</p> ▼
<p>Contestaba el otro a estas pullas inocentes con gracia y mesura, sin soltar prenda, ni clarearse más de lo que le convenía. Desde la primera cena simpatizó Calpena con sus dos compañeros de casa, y singularmente con el clérigo Hillo. El agrado que la conversación de este le causaba aumentó tan rápidamente, que al segundo día eran amigos, y ambos creían que su trato databa de larga fecha. Verdad que los dos eran clásicos en lo literario, templados o neutrales en lo político, de pacífico y blando genio, amantes de la regularidad y del vivir manso, sin emociones; semejanza que un atento observador habría podido apreciar, no obstante las diferencias que la edad marcaba en uno y otro. Había, sin embargo, momentos en que Calpena se expresaba como un viejo, y D. Pedro como un muchacho.</p> ▼
▲<p>- OíOí decir esta tarde en el despacho de los Toros - indicóindicó tímidamentetímidamente el segundo huéspedhuésped-, que seríasería secretario ese joven, tocayo de usted, que acaba de citar... Pastor. </p>
<p>El segundo día de hospedaje, desayunándose juntos, hablaron de política, que era en aquel tiempo la usual, la obligada comidilla, lo mismo al almuerzo que a la cena. «¿Qué le parece a usted, amigo D. Fernando? -dijo Hillo-. ¿Nos cumplirá ese Sr. Mendizábal todo lo que nos ha prometido? Porque ya ve usted si ha venido con ínfulas. Que acabará la guerra carlista en seis meses, y que para entonces no veremos un faccioso ni buscándolo con candil. Que pondrá término a la anarquía, cortando el revesino a todas las juntas. Que arreglará la Hacienda, y pronto rebosarán las arcas del Tesoro. Que hará de la España una nación tan grande y poderosa como la Inglaterra, y seremos todos felices y nos atracaremos de libertad y orden, de pan y trabajo, de buenas leyes, justicia, religión, libertad de imprenta, luces, ciencia, y, en fin, de todo aquello que ahora no comemos ni hemos comido nunca».</p> ▼
▲<p>-Atrasados estánestán de noticias en el despacho de Toros, mi querido Hillo. SeráSerá secretario del Gobierno de Madrid mi amigo Manolo BretónBretón. </p>
▲<p>- ¿¿El poeta... el autor de <em>Marcela</em>? - preguntópreguntó Calpena con vivo interésinterés. </p>
▲<p>-El mismo. Y añadiréañadiré que a mímí me lo debe - afirmóafirmó con cierta fatuidad de buen tono el que llamamos <em>primer huéspedhuésped</em>, y ahora Don Nicomedes. Conviene declarar, ante todo, que no es Pastor DíazDíaz. El huéspedhuésped de la casa de MéndezMéndez no ha pasado a la historia, aunque en verdad lo merecíamerecía, por la agudeza de su entendimiento y la variedad de sus estudios. Menos añosaños contaba entonces el Nicomedes que despuésdespués adquirióadquirió celebridad como políticopolítico y publicista: ambos se hallaban ligados por estrecha y cordial amistad. El másmás joven hizo carrera literaria y políticapolítica; el másmás viejo se fue a la Habana en tiempo del general TacónTacón, y muriómurió de mala manera bajo el mando de Roncali. Apenas ha dejado rastro de sísí, como no sea el descubierto con no poca diligencia por el que esto refiere; rastro apenas visible, apenas perceptible en el campo de la historia anónimaanónima, es decir, de aquella historia que podríapodría y deberíadebería escribirse sin personajes, sin figuras célebrescélebres, con los solos elementos del protagonista elemental, que es el macizo y santo pueblo, la raza, el <em>Fulano</em> colectivo. </p>
▲<p>Bueno. DiréDiré algo ahora del segundo huéspedhuésped, clérigoclérigo enjuto y amable, que entraba siempre en el comedor tarareando, y a veces tocando las castañuelascastañuelas con los dedos, lo que no quiere decir que fuera un sacerdote casquivano, de estos que no saben llevar con decoro el sagrado hábitohábito que visten. La jovialidad del bonísimobonísimo D. Pedro Hillo, natural de Toro, era enteramente superficial, y a poco que se le tratara, se le veíanveían las tristezas y el amargo desdéndesdén que le andaba por dentro del alma, como una procesiónprocesión interminable. Por lo demásdemás, no se ha conocido hombre de costumbres másmás puras ni en la clase eclesiásticaeclesiástica ni en la civil; hombre que, si no derramaba el bien a manos llenas, era porque no se lo permitíapermitía su mediano pasar, cercano a la pobreza; incapaz de ofender a nadie de palabra ni de obra; comedido en su trato; puntual en sus obligaciones; religioso de verdad, sin aspavientos. No teníatenía másmás falta, si falta es, que gustar locamente de las funciones de toros. Su principal ciencia, entre las poquitas que atesoraba, era el entender del arte del toreo y mostrar profundo conocimiento de sus reglas, de su historia, y poder dar sobre tales materias opiniones que los devotos del cuerno oíanoían como la palabra divina. Pero dígasedígase en honor de D. Pedro Hillo que, lejos de la intimidad con otros taurófilostaurófilos, no alardeaba de su conocimiento, ni usaba nunca los groseros terminachos que suelen ser lenguaje propio de esta singular aficiónafición. Como se disimula un ridículoridículo vicio, disimulaba el buen curita su autoridad en materia de quiebros, pases y estocadas. </p>
▲<p>Y para que se vea un ejemplo másmás de las complejidades del humano espírituespíritu, sépasesépase que a este saber de cosas triviales uníaunía Don Pedro de otro de másmás sustancia. Era un apreciable retóricoretórico, de la escuela de LuzánLuzán y Hermosilla; habíahabía practicado durante másmás de veinte añosaños el magisterio del arte de hablar bien en prosa y verso, y orgulloso de estos conocimientos, trataba de lucirlos siempre que podíapodía. </p>
▲<p>Se ignora por quéqué dejódejó el bueno de Hillo, primero su cátedracátedra del Colegio Mayor de Zamora, despuésdespués el cargo de preceptor de los niñosniños del señorseñor Duque de PeñarandaPeñaranda de Bracamonte. Lo que sísí se ha podido averiguar es que en Septiembre de 1836 pretendíapretendía una cátedracátedra de la Universidad Complutense, y que en aquella fecha llevaba añoaño y medio de inútilesinútiles pasos y gestiones sin obtener másmás que buenas palabras. Eso sísí: ni se cansaba de pretender, ni los desaires y aplazamientos marchitaban sus ilusiones, ni le rendíarendía el fatigoso y tristísimotristísimo <em>vuelva usted mañanamañana</em>. </p>
▲<p>DígaseDígase tambiéntambién, para completar la figura, que D. Pedro profesaba o fingíafingía, en políticapolítica, un escepticismo inalterable, rara condicióncondición en aquellos tiempos de lucha. Conocimiento y amistad teníatenía con personas de una y otra bandera; pero de nada le valíanvalían, sin duda por causa de su timidez, o por la vaguedad de sus opiniones, que tal vez le hacíahacía sospechoso a tirios y troyanos. Los patriotas le miraban con recelo creyéndolecreyéndole arrimado al carlismo, y la gente templada le teníatenía por afecto a las logias. Por esto decíadecía élél, empleando la palabra griega que significa moraleja: ««<em>Epimicion</em>: quien navega entre dos aguas, no llega nunca a una cátedra»cátedra». </p>
▲<p>El primer huéspedhuésped, D. Nicomedes Iglesias tambiéntambién pretendíapretendía; mas no era fácilfácil traslucir el objeto de sus desatentadas ambiciones. Cosa extrañaextraña: Hillo hablaba poco, y sus propósitospropósitos y deseos se traslucíantraslucían a las primeras palabras. Por los codos hablaba Iglesias y despuésdespués de oírleoírle perorar tres horas con gracia y facundia prodigiosa, nadie sabíasabía lo que pensaba, ni quéqué planes o enredos se traíatraía. No disimulaba el radicalismo de sus ideas, el cual no era obstáculoobstáculo para que cultivase el trato de casi todas las notabilidades de aquella turbulenta generacióngeneración, siendo su mayor intimidad con los exaltados. Toda la tarde estaba fuera de casa, menos cuando daba cita en ella a un par de compinches, pasándosepasándose las horas muertas de conciliábuloconciliábulo a puerta cerrada. DespuésDespués de cenar se echaba invariablemente a la calle, y no volvíavolvía hasta la madrugada; levantábaselevantábase a la hora de comer, y al encontrarse en la mesa con su amigo D. Pedro, bromeaban un rato. El presbíteropresbítero teníatenía siempre algo que decir de las nocturnidades de su compañerocompañero; pero sin traspasar nunca los límiteslímites de una discreta confianza inofensiva: «¿Qué«¿Qué hay por la <em>casa de Tepa</em>?... Anoche, amigo Nicomedes, debieron ustedes tratar de ir disolviendo juntitas, para que no se enfade D. Juan de Dios ÁlvarezÁlvarez... Mucho tuvieron que discutir anoche los del <em>rito escocésescocés</em>, porque entróentró usted cerca de las cuatro... ¿¿Y quéqué se sabe del ínclitoínclito Aviraneta? ¿¿Le sueltan, o le hacen ministro, o le ahorcan? »». </p>
▲<p>Contestaba el otro a estas pullas inocentes con gracia y mesura, sin soltar prenda, ni clarearse másmás de lo que le conveníaconvenía. Desde la primera cena simpatizósimpatizó Calpena con sus dos compañeroscompañeros de casa, y singularmente con el clérigoclérigo Hillo. El agrado que la conversaciónconversación de este le causaba aumentóaumentó tan rápidamenterápidamente, que al segundo díadía eran amigos, y ambos creíancreían que su trato databa de larga fecha. Verdad que los dos eran clásicosclásicos en lo literario, templados o neutrales en lo políticopolítico, de pacíficopacífico y blando genio, amantes de la regularidad y del vivir manso, sin emociones; semejanza que un atento observador habríahabría podido apreciar, no obstante las diferencias que la edad marcaba en uno y otro. HabíaHabía, sin embargo, momentos en que Calpena se expresaba como un viejo, y D. Pedro como un muchacho. </p>
▲<p>El segundo díadía de hospedaje, desayunándosedesayunándose juntos, hablaron de políticapolítica, que era en aquel tiempo la usual, la obligada comidilla, lo mismo al almuerzo que a la cena. «¿Qué«¿Qué le parece a usted, amigo D. Fernando? -dijo Hillo-. ¿¿Nos cumplirácumplirá ese Sr. MendizábalMendizábal todo lo que nos ha prometido? Porque ya ve usted si ha venido con ínfulasínfulas. Que acabaráacabará la guerra carlista en seis meses, y que para entonces no veremos un faccioso ni buscándolobuscándolo con candil. Que pondrápondrá términotérmino a la anarquíaanarquía, cortando el revesino a todas las juntas. Que arreglaráarreglará la Hacienda, y pronto rebosaránrebosarán las arcas del Tesoro. Que haráhará de la EspañaEspaña una naciónnación tan grande y poderosa como la Inglaterra, y seremos todos felices y nos atracaremos de libertad y orden, de pan y trabajo, de buenas leyes, justicia, religiónreligión, libertad de imprenta, luces, ciencia, y, en fin, de todo aquello que ahora no comemos ni hemos comido nunca »». </p>
{{Plantilla:EN Mendizábal}}
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