{{Página|Los abismos|Felipe Trigo|02|03|04|TextTítulo=Los abismos- Primera parte |Índice={{Los abismos| Primera parte }}|Numeral=none|TextOpcional= Capítulo III |Reseña=23|VerÍndice=visible|Texto=
Salió el pintor. Salió el marido...; y ella, que, con sonrisa mártir, había recibido el beso del insensatamente venturoso, vuelta en el sillón dorado y perla, se quedó escuchando hasta que sonó el portón a lo largo del pasillo. Entonces, brusca, se dobló a sus brazos sobre el brazo del sitial en una explosión de llanto.
Fue breve. Estaba harta de llorar.
Alzó enseguida la cabeza. Su faz había cambiado a lo espantoso.
Miró el retrato.
¡Ah, sus lujos! ¡Cómo en el lienzo aquel, cómo en la obra del artista insigne, para eterna afrenta de no se supiese que sórdida catástrofe, iban a quedar representados!
Más que un drama, sin que el confiadísimo Eliseo pudiera sospechar que ella lo tendría y que en él iba a arrastrarle.