Diferencia entre revisiones de «Los partidos y la Unión Nacional»

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unas visitas para sancionar estas fallas.
Conferencia dada por [[Manuel González Prada]] el 21 de agosto de 1898.
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NATALIA BENEDETTI MUÑOZ
Señores:
 
C.C. No. 45.529.237 de Cartagena.
Cumpliendo con el mandato de la Unión Nacional, vengo a dirigir una palabra de aliento a los pocos hombres que después de muchas tentaciones y de muchos combates, permanecen fieles a nuestra causa. Hablaré de las agrupaciones políticas y sus caudillos, de la última guerra civil y sus consecuencias, de la Unión Nacional y sus deberes en las actuales circunstancias.
 
CARTAGENA SÍ SE PUEDE
No esperen ustedes de mis labios reticencias, medias palabras, contemporizaciones, ni tiros solapados y cobardes: expreso clara y toscamente las ideas; sin máscara ni puñal, ataco de frente a los malos hombres públicos. No hablo para incensar a los que mandan ni para servir de vocero a los que sueñan con arrebatar el poder, sino para decir cuanto me parece necesario y justo, hiera los intereses que hiriere, subleve las iras que sublevare.
 
La empresa Metrocar ha traído de Sincelejo una cantidad de busetas de color gris con verde, que transitan por toda la ciudad sin portar las placas con nomenclaturas de Cartagena. A cada lado tienen pintadas las placas de servicio público, pero con nomenclaturas de Sincelejo. Parece ser que les hicieron un traslado de cuentas para esta ciudad, ya que los cupos para esta clase de vehículos hay que hacerlos por reposición de equipos, porque en Cartagena están agotados
unas visitas para sancionar estas fallas.
 
NATALIA BENEDETTI MUÑOZ
==I==
 
C.C. No. 45.529.237 de Cartagena.
¿Qué fueron por lo general nuestros partidos en los últimos años? sindicatos de ambiciones malsanas, clubs eleccionarios o sociedades mercantiles. ¿Qué nuestros caudillos? agentes de las grandes sociedades financieras, paisanos astutos que hicieron de la política una faena lucrativa o soldados impulsivos que vieron en la Presidencia de la República el último grado de la carrera militar.
 
CARTAGENA SÍ SE PUEDE
No faltaron hombres empeñados en constituir partidos homogéneos y sólidos; mas al fin quedaron aislados, sin colaboradores ni discípulos, y tuvieron que enmudecer para siempre o limitarse a ejercer un apostolado solitario. )Dónde se encuentran los miembros del último Partido Liberal? Es que en los cerebros peruanos hay fosforescencias, nada más que fosforescencias de emancipación: todos renegamos hoy de las convicciones que invocábamos ayer, todos pisoteamos en la vejez las ideas que fueron el orgullo y la honra de nuestra juventud. Y ¡ojalá solamente los viejos prevaricaran!
 
La empresa Metrocar ha traído de Sincelejo una cantidad de busetas de color gris con verde, que transitan por toda la ciudad sin portar las placas con nomenclaturas de Cartagena. A cada lado tienen pintadas las placas de servicio público, pero con nomenclaturas de Sincelejo. Parece ser que les hicieron un traslado de cuentas para esta ciudad, ya que los cupos para esta clase de vehículos hay que hacerlos por reposición de equipos, porque en Cartagena están agotados
Nosotros no clasificamos a los individuos en republicanos o monárquicos, radicales o conservadores, anarquistas o autoritarios, sino en electores de un aspirante a la Presidencia. Al agruparnos formamos partidos que degeneran en clubs eleccionarios, o mejor dicho, establecemos clubs eleccionarios que se arrogan el nombre de partidos. Verdad, las ideas encarnan en los hombres; pero verdad también que desde hace muchos años, ninguno de nuestros hombres públicos representó ni siquiera la falsificación de una idea. Veamos hoy mismo. ¿Qué grupos se denominan partidos? ¿Quiénes se levantan con ínfulas de jefes?
En todas partes las revoluciones vienen como dolorosa y fecunda gestación de los pueblos: derraman sangre pero crean luz, suprimen hombres pero elaboran ideas. En el Perú, ¿Quién se ha levantado un palmo del suelo? ¿Quién ha manifestado grandeza de corazón o superioridad de inteligencia? ¿Cuál de todos esos que chapotearon y se hundieron en la charca de sangre surgió trayendo en sus manos la perla de una idea generosa o de un sentimiento noble? La mediocridad y la bajeza en todo y en todos. Vedles inmediatamente después del triunfo, cuando no se han secado todavía los charcos de sangre ni se han desvanecido los miasmas del cadáver en putrefacción: la primera faena de los héroes victoriosos se reduce a caer sobre los destinos de la Nación desangrada y empobrecida, como los buitres se lanzan sobre la carne de la res desbarrancada y moribunda. Simultáneamente, se dan corridas de toros, funciones de teatro y opíparas comilonas. Civilistas, cívicos y demócratas, todos se congratulan, comen y beben en cínica y repugnante promiscuidad. Todos convierten su cerebro en una prolongación del tubo digestivo. Como cerdos escapados de diferentes pocilgas, se juntan amigablemente en la misma espuerta y en el mismo bebedero. Y (ni una sola voz protesta! ¡ni un solo estómago siente asco y náuseas! Y ¡todos comen y beben sin que los manjares les hiedan a muerto, sin que el vino les deje sabor a sangre! Y ¡Piérola mismo preside los ágapes fúnebres y pronuncia los brindis congratulatorios! No valía la pena de clamar 25 años contra el Civilismo, sembrar odios implacables, acaudillar revoluciones sangrientas y cargar el rifle de Montoya, para concluir con perdones mutuos y abrazos fraternales.
 
No contemos con el Civilismo de 1872, con ese núcleo de ''consignatarios'' reunidos y juramentados para reaccionar contra Dreyfus. Los corifeos del Partido Civil fueron simples negociantes con disfraz de políticos, desde los banqueros que a fuerza de emisiones fraudulentas convirtieron en billete depreciado el oro de la nación hasta los cañaveleros o barones chinos que transformaron en jugo sacarino la sangre de los desventurados coolíes. La parte sana del Civilismo, la juventud que había seguido a Pardo, animada por un anhelo de reformas liberales, se corrompió en contacto con los malos elementos o, segregándose a tiempo, vivió definitivamente alejada de la política.
 
Pardo incurrió en graves errores económicos renovando el sistema de empréstitos y adelantos sobre el guano, sistema que él mismo había combatido; pero sufría los efectos de causas creadas por sus antecesores, luchaba con resistencias superiores a sus fuerzas; se veía encerrado en estrecho círculo de hierro. Se comete, pues, una grave injusticia cuando se le atribuye toda la culpa en la bancarrota nacional, iniciada por Castilla, continuada por Echenique y casi rematada por el Ministro Piérola con el contrato Dreyfus.
 
Sobre el Civilismo gravita una responsabilidad menos eludible que la bancarrota; dándose un nombre que implicaba el reto a una clase social, partiendo en guerra contra los militares, olvidó que si las capas inferiores de la Tierra descansan en el granito, las sociedades nuevas se apoyan en el hierro. Este olvido contribuyó eficazmente a nuestro descalabro en la última guerra exterior. Chile tuvo la inmensa ventaja de combatir, en el mar contra buques viejos y mal artillados, en tierra contra pelotones de reclutas a órdenes de militares bisoños, cuando no de comerciantes, doctores o hacendados8. Castilla, soldado sin educación ni saber pero inteligente y avisado, comprendió muy bien que al Perú le convenía ser potencia marítima. ''Cuando los chilenos construyan un buque de guerra'', decía, ''nosotros debemos construir dos''. Pardo prefirió las alianzas dudosas y problemáticas a la fuerza real de los cañones, y solía repetir con una ligereza indigna de su gran suspicacia: ''Mis dos blindados son Bolivia y la República Argentina''. Con todo, puede también disculpársele de no haber aumentado nuestra marina: tuvo que malgastar en combatir contra Piérola el oro que debió invertir en buques de guerra.
 
Muerto Pardo, que era la cabeza y la vida, el Partido Civil sufrió una desagregación cadavérica. Los civilistas, dispersos, sin cohesión suficiente para reconstituir una combinación estable, se resignaron a entrar como partes accesorias en las nuevas combinaciones. Han sido sucesiva y hasta simultáneamente, pradistas, calderonistas, iglesistas, caceristas, bermudistas, cívicos, coalicionistas y demócratas. Y no marchan todos a una, en masa compacta; poseen su táctica individual: así cuando estalla una revolución o surge algún caudillo con probabilidades de arribar hasta la cumbre, los impacientes se afilian en el acto, mientras los malignos y cautos se conservan in statu quo, aguardando el resultado de la lucha para ir a engrosar el cortejo del vencedor. Hasta en el seno de una misma familia vemos a unos hermanos que se enrolan en el Partido Demócrata o en el Constitucional, a la vez que otros permanecen como miembros natos del Civilismo. De modo que el tal Partido Civil es hoy para muchos el arte de comer en todas las mesas y meter las manos en todos los sacos.
 
Los civilistas constituyen una calamidad ineludible: no se debe gobernar con ellos porque trasmiten el virus9, no se puede sin ellos porque se imponen con el oro y la astucia.
 
Excluyamos también a la Unión Cívica, o propiamente hablando, camarilla parlamentaria, que pretendió surgir como panacea cuando vino como nuevo caso patológico. Nació con varias cabezas y, como todas las monstruosidades, vivió poco y miserablemente, aunque duró lo necesario para servir de puente decoroso entre el Civilismo, y el Pierolismo, pues muchos hombres que no habrían tenido el descaro de saltar violentamente desde civilistas hasta demócratas, se deslizaron suavemente de civilistas a cívicos, de cívicos a coalicionistas y de coalicionistas a demócratas.
 
¿Pudo la Unión Cívica realizar algo mejor, dado su origen? Todos sabemos la historia de los Congresos peruanos, desde el que humildemente se arrodilló ante Bolívar para conferirle la dictadura hasta el que sigilosamente acaba de sancionar el Protocolo y conceder el premio gordo a la fructífera virginidad de un tartufo. En nuestros cuerpos legislativos, en esa deforme aglomeración de hombres incoloros, incapaces y hasta inconscientes, hubo casi siempre la feria de intereses individuales, muy pocas veces la lucha por una idea ni por un interés nacional. Las Cámaras se compusieron de mayorías reglamentadas y disciplinadas; así, cuando una minoría independiente y proba quiso levantar la voz, esa minoría fue segregada por un golpe de autoridad o tuvo que enmudecer entre la algazara y los insultos de una mayoría impudente y mercenaria. Y entre los Congresos inicuos ocupa lugar preferente el Congreso del Contrato Grace, el Congreso descaradamente venal, el Congreso que por una especie de cisma produjo a la Unión Cívica.
 
Al disolverse la camarilla parlamentaria, algunos de sus miembros se plegaron en bloque al Partido Demócrata (que dio muestras de rechazarles y acabó por admitirles) mientras muchos regresaron contritamente al Partido Constitucional, porque vivían ligados a Cáceres con negocios de trastienda y misterios de alcoba. Si algo unió a los ''prohombres'' de la Unión Cívica, fue lo que más separa, el crimen: ellos antes de amalgamarse para formar un seudo partido, habían ejecutado la carnicería de Santa Catalina, ese crimen inútil y cobarde que será la deshonra de Morales Bermúdez, como Tebes lo es de Cáceres.
 
Quedan el Cacerismo y el Pierolismo que no deben llamarse partidos homogéneos sino agrupaciones heterogéneas, acaudilladas por dos hombres igualmente abominables y funestos: Cáceres que un día representaba los intereses de Grace, Piérola que no sabemos si continúa favoreciendo los negocios de Dreyfus. Al ver la encarnizada guerra de pierolistas y caceristas, cualquiera se habría figurado que sus jefes personificaban dos políticas diametralmente opuestas, que el uno proclamaba las ideas conservadoras hasta el absolutismo, cuando el otro llevaba las ideas avanzadas hasta la anarquía. Nada de eso: retamos al hombre más sutil para que trace una línea demarcadora entre pierolistas y caceristas, para que nos diga cuáles reformas no aceptaría Cáceres y cuáles reformas rechazaría Piérola. Prescindiendo de la cuestión financiera, o más bien, suprimiendo a Grace y Dreyfus, Cáceres habría firmado un programa de Piérola, así como Piérola habría suscrito un manifiesto de Cáceres. Ambos representan una contradicción viviente: Cáceres es un constitucional ilegal y despótico, Piérola un demócrata clerical y autocrático.
 
Los dos antagonistas guardan muchos puntos de analogía, salvo que el Dictador de 1879 se reviste de hipocresía para estrangular con la mano izquierda y santiguarse con la derecha, en tanto que el Jefe de la Breña denuncia los instintos del hombre prehistórico y tiene sus ''francas y leales'' escapadas a la selva primitiva. En ambos, el mismo orgullo, el mismo espíritu de arbitrariedad, la misma sed de mando y hasta igual manía de las grandezas, pues si el uno se cree Dictador ''in partibus'', el otro considera la Presidencia como el término legal de su carrera. En la vida de Cáceres brilla una época gloriosa: cuando luchaba con Chile y se había convertido en el Grau de tierra; en la existencia de Piérola se destaca siempre la figura borrosa del conspirador y signatario de ''contratos''. Rodeado por algunos hombres honrados y de sanas intenciones, Cáceres pudo ser un buen mandatario; Piérola, circundado por un ministerio de Catones, daría los frutos que da. Uno representa la ignorancia o el cofre medio vacío, el otro la mala instrucción o el canasto lleno de cachivaches y vejeces. En Cáceres, los defectos se compensan con cierta caballerosidad militar y cierta arrogancia varonil: sus adversarios se hallan frente a un hombre que aborrecen y respetan; en Piérola, todas las acciones, por naturales que parezcan, descubren algo hechizo y juglaresco: sus enemigos se ven ante un cómico de la legua o payaso que les infunde risa. A Cáceres se le pega un tiro, a Piérola se le lanza un silbido.
 
Ya les vimos como Dictadores o Presidentes: con Piérola tuvimos despilfarro económico, pandemónium político, desbarajuste militar y Dictadura ungida con óleo de capellán castrense y perfumada con mixtura de madre abadesa; con Cáceres, rapiña casera, flagelación en cuarteles y prisiones, fusilamiento en despoblado y la peor de todas las tiranías, la tiranía con máscara de legalidad. En resumen: ¿qué es Piérola? un García Moreno de ópera bufa; ¿qué es Cáceres? un Melgarejo abortado en su camino.
 
Pierolismo y Cacerismo patentizan una sola cosa: la miseria intelectual y moral del Perú.
 
II
 
Sí, miseria que será incurable y eterna si la mayoría sana y expoliada no realiza un heroico esfuerzo para extirpar a la minoría enferma y expoliadora.
 
Y no se tome por síntoma regenerador la última guerra civil. Todos los infelices indios que derramaron su sangre en las calles de Lima, no fueron ciudadanos movidos por una idea de justicia y mejoramiento social, sino seres medio inconscientes, cogidos a lazo en las punas, empujados con la punta de la bayoneta y lanzados los unos contra los otros, como se lanza una fiera contra una fiera, una locomotora sobre una locomotora. En las revoluciones de Castilla contra Echenique y de Prado contra Pezet hubo formidables y espontáneos levantamientos de provincias enteras, ejércitos sometidos a la disciplina y combates humanos aunque sangrientos; pero, en la guerra civil de 1894, los pueblos se mantuvieron en completa indiferencia y sólo vimos hordas de montoneros capitaneadas por bandidos, imponedores de cupos, taladores de haciendas, flageladores de reclutas, violadores de mujeres, fusiladores de prisioneros, en fin, bárbaros tan bárbaros al defender la risible legalidad del Gobierno como al proclamar el monstruoso engendro de la Coalición. ¿Qué importa el valor desplegado en la toma de Lima? Nada tan fácil como hacer de un ignorante una bestia feroz. Si el valor reflexivo y generoso denota la grandeza moral del individuo, la cólera ciega y brutal, la sed de sangre, el matar por matar, el destruir por destruir, prueban un regreso a la salvajez primitiva. Cuando dos hombres civilizados apelan al duelo, el vencedor tiende la mano al vencido; cuando un par de caníbales se disputan la misma presa, el vencedor se come presa y vencido.
 
En todas partes las revoluciones vienen como dolorosa y fecunda gestación de los pueblos: derraman sangre pero crean luz, suprimen hombres pero elaboran ideas. En el Perú, ¿Quién se ha levantado un palmo del suelo? ¿Quién ha manifestado grandeza de corazón o superioridad de inteligencia? ¿Cuál de todos esos que chapotearon y se hundieron en la charca de sangre surgió trayendo en sus manos la perla de una idea generosa o de un sentimiento noble? La mediocridad y la bajeza en todo y en todos. Vedles inmediatamente después del triunfo, cuando no se han secado todavía los charcos de sangre ni se han desvanecido los miasmas del cadáver en putrefacción: la primera faena de los héroes victoriosos se reduce a caer sobre los destinos de la Nación desangrada y empobrecida, como los buitres se lanzan sobre la carne de la res desbarrancada y moribunda. Simultáneamente, se dan corridas de toros, funciones de teatro y opíparas comilonas. Civilistas, cívicos y demócratas, todos se congratulan, comen y beben en cínica y repugnante promiscuidad. Todos convierten su cerebro en una prolongación del tubo digestivo. Como cerdos escapados de diferentes pocilgas, se juntan amigablemente en la misma espuerta y en el mismo bebedero. Y (ni una sola voz protesta! ¡ni un solo estómago siente asco y náuseas! Y ¡todos comen y beben sin que los manjares les hiedan a muerto, sin que el vino les deje sabor a sangre! Y ¡Piérola mismo preside los ágapes fúnebres y pronuncia los brindis congratulatorios! No valía la pena de clamar 25 años contra el Civilismo, sembrar odios implacables, acaudillar revoluciones sangrientas y cargar el rifle de Montoya, para concluir con perdones mutuos y abrazos fraternales.
 
¿Pudo la revolución producir mejores resultados? Donde la pobreza sube a tanto que el hambre concluirá por llamarse un hábito nacional, ¿qué hacen los hombres sino disputarse la presa y devorarse? Revolucionario que triunfa, coge el destino y come, embiste a la Caja Fiscal y roba. Y como el caído tiene hambre y grita, hay que cerrarle la boca y hacerle callar, algunas veces para siempre. Ya estamos viendo la lucha por el bocado, el tú o yo sin misericordia, en las entrañas de una selva. Nuestras revoluciones han sido (y serán por mucho tiempo) industrias ¡lícitas como el contrabando, como el progenitismo; y en el fragor de los combates se oirá, no sólo el estampido de armas que hieren y matan, sino el ruido de manos que se arañan en el fondo de un saco.