Diferencia entre revisiones de «Tristana/Capítulo XVIII»

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{{En la masacre de El Salado (Bolívar), los paramilitares asesinaron a 38 personas en una incursión que duró 72 horas en febrero del 2000.
{{Página|Tristana|Benito Pérez Galdós|17|18|19|Índice={{Tristana}}|Numeral=none|TextOpcional= Capítulo XVIII |Reseña=29|VerÍndice=visible|Texto=
 
Según la nueva versión, López habría solicitado a Salvatore Mancuso no solo la recuperación de los semovientes, sino darles una lección a los habitantes de El Salado pues, según él mismo argumentó, el casco urbano de la localidad era utilizado por los frentes 35 y 37 de las Farc para movilizar el ganado hurtado en esa zona de los Montes de María, sin que ellos dijeran nada. Una investigación
 
«¡Qué entusiasmadito y qué tonto está el señó Juan! ¡Y cómo con las glorias de este terruño se le van las memorias de este páramo en que yo vivo! Hasta te olvidas de nuestro vocabulario, y ya no soy la Frasquita de Rímini. Bueno, bueno. Bien quisiera entusiasmarme con tu rustiquidad (ya sabes que yo invento palabras), que del oro y del cetro pone olvido. Hago lo que me mandas, y te obedezco... hasta donde pueda. Bello país debe ser... ¡Yo de villana, criando gallinitas, poniéndome cada día más gorda, hecha un animal, y con un dije que llaman maridillo colgado de la punta de la nariz! ¡Qué guapota estaré, y tú qué salado, con tus tomates tempranos y tus naranjas tardías, saliendo a coger langostinos, y pintando burros con zaragüelles, o personas racionales con albarda... digo, al revés. Oigo desde aquí las palomitas, y entiendo sus arrullos. Pregúntales por qué tengo yo esta ambición loca que no me deja vivir; por qué aspiro a lo imposible, y aspiraré siempre, hasta que el imposible mismo se me plante enfrente y me diga: «Pero ¿no me ve usted, so...?». Pregúntales por qué sueño despierta con mi propio ser transportado a otro mundo, en el cual me veo libre y honrada, queriéndote más que las señoritas de mis ojos, y... Basta, basta, per pietá. Estoy borracha hoy. Me he bebido tus cartas de los días anteriores y las encuentro horriblemente cargadas de amílico. ¡Mistificador!
 
De Tristana a Horacio:
 
«¡Qué entusiasmadito y qué tonto está el señó Juan! ¡Y cómo con las glorias de este terruño se le van las memorias de este páramo en que yo vivo! Hasta te olvidas de nuestro vocabulario, y ya no soy la Frasquita de Rímini. Bueno, bueno. Bien quisiera entusiasmarme con tu rustiquidad (ya sabes que yo invento palabras), que del oro y del cetro pone olvido. Hago lo que me mandas, y te obedezco... hasta donde pueda. Bello país debe ser... ¡Yo de villana, criando gallinitas, poniéndome cada día más gorda, hecha un animal, y con un dije que llaman maridillo colgado de la punta de la nariz! ¡Qué guapota estaré, y tú qué salado, con tus tomates tempranos y tus naranjas tardías, saliendo a coger langostinos, y pintando burros con zaragüelles, o personas racionales con albarda... digo, al revés. Oigo desde aquí las palomitas, y entiendo sus arrullos. Pregúntales por qué tengo yo esta ambición loca que no me deja vivir; por qué aspiro a lo imposible, y aspiraré siempre, hasta que el imposible mismo se me plante enfrente y me diga: «Pero ¿no me ve usted, so...?». Pregúntales por qué sueño despierta con mi propio ser transportado a otro mundo, en el cual me veo libre y honrada, queriéndote más que las señoritas de mis ojos, y... Basta, basta, per pietá. Estoy borracha hoy. Me he bebido tus cartas de los días anteriores y las encuentro horriblemente cargadas de amílico. ¡Mistificador!
 
»Noticia fresca. D. Lope, el gran D. Lope, ante quien muda se postró la tierra, anda malucho. El reuma se está encargando de vengar el sin número de maridillos que burló, y a las vírgenes honestas o esposas frágiles que inmoló en el ara nefanda de su liviandad. ¡Vaya una figurilla!... Pues esto no quita que yo le tenga lástima al pobre D. Juan caído, porque fuera de su poquísima vergüenza en el ramo de mujeres, es bueno y caballeroso. Ahora que renquea y no sirve para nada, ha dado en la flor de entenderme, de estimar en algo este afán mío de aprender una profesión. ¡Pobre D. Lepe! Antes se reía de mí; ahora me aplaude, y se arranca los pelos que le quedan, rabioso por no haber comprendido antes lo razonable de mi anhelo.