Diferencia entre revisiones de «Napoleón en Chamartín/I»

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{{encabezado|[[Napoleón en Chamartín]] : 1|[[Benito Pérez Galdós]]}}
 
<p>El Sr. D. Diego Hip&oacute;lito F&eacute;lix de Cantalicio Af&aacute;n de Ribera, Alfoz, etc., etc., conde de Rumbl[[Imagen:Alvaro.jpg]][[Imagen:Alvaro.jpg]][[Imagen:Alvaro.jpg]][[Imagen:Alvaro.jpg]][[Imagen:Alvaro.jpg]][[Imagen:Alvaro.jpg]]arRumblar y de Pe&ntilde;a-Horadada, hac&iacute;a en Madrid la siguiente vida: </p>
<p>Levant&aacute;base tarde, y despu&eacute;s de dar cuerda a sus relojes, se pon&iacute;a a disposici&oacute;n del peluquero, quien en poco m&aacute;s de hora y media le arreglaba la cabeza por fuera, que por dentro s&oacute;lo Dios pudiera hacerlo. Luego daba al reloj de su cuerpo <i>la cuerda del necesario alimento</i>, como dec&iacute;a Comella, la cual cuerda pasaba a&uacute;n m&aacute;s all&aacute; de la media docena de bollos de Jes&uacute;s reblandecidos en dos onzas de chocolate. Incontinenti ten&iacute;a lugar la operaci&oacute;n de vestirse y calzarse, no consumada a dos tirones, sino con toda aquella pausa, aplomo, espaciosidad y mesura que la &iacute;ndole de los tiempos exig&iacute;a. Una vez en la calle, dirig&iacute;a sus pasos a cierta casa de la Cuesta de la Vega, donde es fama que habitaba la discreta mayorazga, concuyo linaje la casa de Rumblar concertara geneal&oacute;gico y utilitario ayuntamiento. Esta visita no era de mucho tiempo, y al poco rato sal&iacute;a D. Diego para encaminarse ligero como un corzo a la calle de la Magdalena, donde viv&iacute;a un se&ntilde;or de Ma&ntilde;ara, de quien era devot&iacute;simo y fiel amigo. Era creencia general que com&iacute;an juntos, y luego le&iacute;an la <i>Gaceta</i>, el <i>Semanario patri&oacute;tico</i>, el <i>Memorial literario </i> y cuantos papeles impresos ven&iacute;an de Valencia, Sevilla o Bayona, tarea que les entreten&iacute;a hasta el anochecer; y por fin a la hora y punto en que las calles de Madrid se tapujaban con aquel manto de simp&aacute;tica oscuridad que el positivismo alumbrador de estos tiempos ha rasgado en mil pedazos, nuestros dos galanes sal&iacute;an juntos en luengas capas embozados, y a veces con traje muy distinto del que usaban durante el d&iacute;a. Aqu&iacute; ten&iacute;a principio, seg&uacute;n opini&oacute;n de los sesudos autores que se han ocupado de D. Diego de Rumblar, la verdadera existencia de aquel insigne rapazuelo, as&iacute; como tambi&eacute;n es cierto que todos los cronistas, si bien desacordes en algunos pormenores de sus escandalosas aventuras, est&aacute;n conformes en afirmar que siempre le acompa&ntilde;aba el supradicho Ma&ntilde;ara, y que casi nunca dejaban de visitar a una alt&iacute;sima dama, la cual lo era sin duda por vivir en un tercer piso de la calle de la Pasi&oacute;n, y ten&iacute;a por nombre la <i>Zaina</i> o la <i>Zunga</i>, pues en este punto existe una lamentable discordancia entre autores, cronistas, histori&oacute;grafos y dem&aacute;s graves personas que de las haza&ntilde;as de tan famosa hembra han tratado. </p>
<p>Ante el inconveniente de aplicar a Ignacia Rejoncillos los dos apodos con que la apellidaban sus amigos, yo me decido a llamarla siempre la <i>Zaina</i>, y en verdad que ignoro por qu&eacute; la aplicaron tal nombre, pues aunque a los caballos casta&ntilde;os se les llama <i>zainos</i>, no s&eacute; si esto cuadra a los cabellos del mismo color: ello es, sin embargo, que la palabreja significa tambi&eacute;n <i>traidor</i>, <i>falso</i> y <i>poco seguro en el trato</i>, y falta saber si la hija del t&iacute;o Rejoncillos, alias <i>Mano de mortero</i>, merec&iacute;a aquellos dictados, y por lo tanto, el ser tenida por la flor y espejo de la <i>zainer&iacute;a</i>. </p>