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EL ROBINSON SUIZO.

Poco habia que salieran, cuando mi esposa se presentó en la estancia donde yo estaba diciendo:

—¡Tonta de mí! ¡qué olvido! Tenia dispuesta para que se llevasen los niños una calabaza para traer la cosecha, pues como las que allí encontrarán llenas son chatas y sin asas, las derramarán por el camino. Debia haber visto el estado de mis calabaceras.

—Déjalo, no pases cuidado por eso, la respondí; ya verás cómo se salen del paso sin que nada se pierda: además, es menester acostumbrarles á que discurran, y á contar con sus propios recursos y no con los ajenos. Pero volviendo á lo que acabas de decir: ¿dónde están esas calabaceras, que no las he visto?

—Calla, hombre, tú no sabes de la misa la media. Has de tener entendido que entre las semillas de Europa encontré pepitas de esa planta que he sembrado en la huerta del Arroyo del chacal, en los mismos hoyos de las patatas que se han arrancado. Ven, ven, que ya es hora que te enteres.

En efecto, seguila, y ví entre varias plantas de que yo no tenia noticia numerosas calabazas de distintas maneras, en forma de botellas, cantimploras y diversas hechuras. Algunas estaban ya maduras y en disposicion de vaciarse, otras estaban en flor. Franz y Ernesto adiestrados por su madre habian sido los principales artífices de algunos utensilios que encontré ya terminados y otros á medio hacer.

—¡Vales un tesoro, mujer! exclamé al verlo, ¡cómo podré recompensarte!

—Eso no es nada, respondió sonriéndose; quisiera tener fuerzas como vosotros para ayudaros en los trabajos pesados.

Con mis nuevas instrucciones la obra salió más bien acabada, y así nos encontramos con platos, soperas, botellas, copas y otras piezas de vajilla, empleando la sierra y el cuchillo. Ernesto, que ya se iba cansando de una ocupacion tan mecánica, pidió permiso para cambiar aquellas herramientas por la carabina para disparar unas cuantas perdigonadas á las codornices y hortelanos que á bandadas iban acudiendo á la higuera. Contuve sus ímpetus mortíferos, temiendo que este ardor intempestivo no ahuyentara los pájaros contra los cuales tenia ya meditada otra clase de caza de más efecto y ménos ruido.

Poco tardámos en ver de regreso á nuestros emisarios. Su algazara y aclamaciones los anunciaron.

—Y bien, les dije cuando llegaron, ¿qué tal? ¿habeis sido afortunados?

—Vaya si lo hemos sido, respondió Federico.

Apeáronse al punto, y pusieron de manifiesto todo cuanto traian, que se reducia á una mata de anís que Santiago habia metido en la alforja, una raíz envuelta en hojas, á la que habian dado el nombre de raíz de mono; dos calabazas llenas de cautchú, otra hasta á la mitad de trementina, un saco de bayas de cera, y por último, una grulla que el águila de Federico alcanzara cerca de las nubes; y conforme lo iban sacando, acompañaban la accion con tanta charla que me ví obligado á llamarles al órden para que hablasen por turno.