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CAPÍTULO XXIX.

maravillaron de su ciencia, y yo le felicité por haber retenido en la memoria una cosa, al parecer tan pueril, y que en ocasiones podia ser útil.

Departímos todavía sobre otras cosas, hasta que se dió la señal de retiro. Tiempo habia que se acostaran los niños, y aun les oia calcular y preguntarse lo que el papá tendria dispuesto para solemnizar el dia siguiente. Hice como que no les oia, y á poco todos dormíamos profundamente.

No bien comenzó á clarear el dia, cuando nos despertó el estampido de un cañonazo que resonó en la costa. Saltámos del lecho preguntándonos qué podria ser aquello. Tranquilos los niños en apariencia estaban acostados, y Santiago, aparentando dormir roncaba á más no poder; pero no pudiendo disimular más, apénas estuve cerca, me dijo:

—¿Cómo es posible, papá, que una gran fiesta como esta dejase de anunciarse sin una salva? ¿No es verdad que hemos acertado?

—La idea no ha sido mala, respondí algo serio; pero has hecho mal en no prevenirnos ántes para evitar el susto, sin contar que no nos trae cuenta malgastar la pólvora en salvas, siendo tan preciosa para nosotros.

Tanto él como Federico, que estaban en el secreto, me pidieron perdon por su ligereza, y como no queria turbar la fiesta con ningun disgusto, olvidé la niñada.

Vestímonos aprisa, y aunque el tocador fue corto, sin embargo nos aseámos un poco. Rezadas las oraciones matinales, siguió el desayuno, que en honor del dia fue más selecto que de costumbre. La mañana se pasó en los quehaceres de la casa y varios ejercicios y devotas pláticas, trascurriendo así el tiempo dulcemente hasta la hora de comer. Entónces anuncié á los niños que el resto del dia se emplearia en diversiones, añadiendo:

—Llevamos ya un año, hijos mios, de estancia en esta tierra desierta, y este es el momento oportuno de hacer, aunque breve, una reseña de lo que hemos hecho en ese tiempo.

Y sacando del bolsillo el cuaderno donde estaba exactamente apuntado lo acaecido en cada dia, lo leí en alta voz, deteniéndome en las circunstancias más importantes de nuestra permanencia en la isla. Terminada la lectura, tanto yo como mi auditorio dímos de nuevo gracias al Señor por las mercedes que con pródiga mano habia derramado sobre toda la familia, prometiendo continuar siéndole fieles y sumisos, y cumplir los deberes que tiene prescritos.

Llenado tan sagrado deber, y dejando el tono grave que el asunto requeria, expliquéles el resto del programa para celebrar el dia, de esta manera:

—En el año que acaba de trascurrir habeis hecho grandes progresos en los ejercicios corporales, como son la lucha, carrera, honda, gimnasia y equitacion; ha llegado pues el momento de recompensar estos adelantos, mediando ántes las pruebas competentes en presencia de vuestros padres, quienes ceñirán la corona al vencedor; añadiendo con tono enfático: con que, bravo campeones, cumplidos caballeros, está abierta la liza, ¡á la lid, pues, á la lid! ¡Y vosotros,